Imagen de 'El régimen del pienso' | Foto: La Zaranda

Orientaciones en el desierto

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Imagen de 'El régimen del pienso' | Foto: La Zaranda
Imagen de ‘El régimen del pienso’ | Foto: La Zaranda

El Festival Temporada Alta acogía el estreno mundial de El grito en el cielo, la nueva obra de La Zaranda, Teatro Inestable de la Andalucía la Baja, pieza surgida en la Biennale de Venecia. Junto a su anterior propuesta, El régimen del pienso, ambas creaciones forman una suerte de díptico sobre la decadencia de una humanidad que ha permitido burocratizar la vida, y también la muerte.

La compañía andaluza lleva más de treinta años apostando por un teatro radical, barroco, expresionista e indomesticable. A partir de la incorporación del dramaturgo Eusebio Calonge (los primeros textos, como Mariameneo, Mariameneo, están firmados por Juan de La Zaranda), las obras van impregnándose de liturgia y espiritualidad, sin renunciar a un juego de objetos (en las primeras épocas de madera, ahora apuestan más por el metal) que hacen de su imaginario una poética que no deja chantajearse ni por la tradición ni por la vanguardia.

Foto: Víctor Iglesias |Temporada Alta
Foto: Víctor Iglesias |Temporada Alta

El término zaranda, según la RAE, responde a un tipo de cedazo, rectangular, que se emplea en los lagares para separar los escobajos de la casca. O sea, es la criba, la selección de lo esencial frente a lo superfluo. ¿Es posible hablar hoy, desde el teatro, de trascendencia?

Calonge publicó, en 2012, el ensayo –muchas veces aforístico- Orientaciones en el desierto, una suerte de itinerario que busca “materializar lo invisible en la creación teatral”. Allí descubrimos las entrañas textuales de los jerezanos, cómo trabajan la mixtura de metáforas, signos y símbolos, y el dramaturgo reconoce: “Hay un argumento y luego un asunto que trasciende el argumento”.

Hay algo de clown en los personajes, algo de Arrabal y de sus voces inocentes y abismales, en piezas como Ni sombra de lo que fuimos (2002) o Los que ríen los últimos (2006). Pero la maquinaria funcional que ahoga al ser humano, la jaula que ha construido para sí el hombre, es abordada en las últimas obras con mayor intensidad. Hay huida y hay la pregunta sobre la muerte. Pero también las trampas del trámite y del formulario preestablecido.

En El régimen del pienso el mundo de la empresa, los despidos y el exceso de producción, revelan un capitalismo capaz de descodificar a la persona hasta hacerla mero stock. La lucha por la supervivencia es, en realidad, un movimiento mimético, animal, un acto reflejo e inducido.

En El grito en el cielo, aunque falta algo más de palabra como generadora de acción dramática (el barroquismo textual que los hace inimitables), hay una profunda reflexión sobre la vejez y el cuerpo mercantilizado (el número del paciente es el número de un archivo más). Los enfermos, sedados, trotan como animales alrededor de un gotero, y su biografía es substituida por un indoloro historial médico. Onomatopeyas, repeticiones (“Sé positivo”) o frases hechas (“No somos nadie”) demuestran que, si aceptamos como propio un lenguaje automatizado, la exégesis (o la pregunta por la vida) no es capaz de construir plétoras por donde fluir.

zaranda_cartel_gritoLa Zaranda, aunque recibió el Premio Nacional de Teatro 2010, tiene aún demasiada poca presencia en los escenarios españoles. Conocidísimos a lo largo de Latinoamérica, en especial en Buenos Aires, su localismo es precisamente la mayor huella de universalismo. Y es que Calonge sabe tensionar el tiempo mítico versus el tiempo cronológico. “El teatro exige hombres reales en un mundo ficticio”, defiende el dramaturgo.

El grito en el cielo invierte en misticismo, sobre todo con el Adore te devote de Santo Tomás de Aquino. “Todo símbolo contiene un dinamismo del que emana acción”, escribe Eusebio Calonge en Orientaciones en el desierto, y cita el testamento filosófico de Jean Guitton para explicarnos desde qué lugar se aborda el presente: “Si quiere ser actual, escriba para la eternidad”.

¿Qué significa realmente que el teatro es riesgo y silencio? ¿A qué nos referimos cuando hablamos de exceso y metamorfosis? ¿Qué supone, en definitiva, zarandear el alma humana?

Calonge, en su ensayo, se lamenta: “Qué palabras más tristes esas de método, de proceso, de desarrollo, de laboratorio”. Y él mismo responde que la investigación dramatúrgica se parece más a “revolotear dentro de un pájaro, un pájaro encerrado chocando contra los muros oscuros”.

“La creación no puede ser sino tensa, agónica y difícil”, y cualquier zona de confort debe ser esquivada para no convertir una experiencia en un producto más que empaquetar. “El teatro nace de la quiebra”, sostiene Calonge, quien además nos recuerda que el silencio nunca puede ser mudez.

Y en silencio sacramental se queda el escenario al final de cada obra. El público aplaude, de pie, pero la compañía no sale a saludar. No hay espacio para la autocomplacencia. El espectáculo, así, se transforma en ceremonia.

Albert Lladó

Albert Lladó (Barcelona, 1980) es editor de Revista de Letras y escribe en La Vanguardia. Es autor, entre otros títulos, de 'Malpaís' y 'La travesía de las anguilas' (Galaxia Gutenberg, 2022 y 2020) y 'La mirada lúcida' (Anagrama, 2019).

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