Peio H. Riaño | Foto: Enrique Villarino

Peio H. Riaño: «Por encima de la crítica está la información»

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Peio H. Riaño | Foto: Enrique Villarino
Peio H. Riaño | Foto: Enrique Villarino

Redactor jefe de la sección cultural de El Confidencial, Peio H. Riaño es, sin lugar a dudas, unos de los periodistas culturales de referencia en estos desérticos días. Galardonado el año pasado con el Premio de periodismo cultural José Gutiérrez, el jurado subrayó su “forma renovadora y crítica de entender el periodismo cultural”, un periodismo basado en el análisis del panorama cultural en su más amplia extensión, un periodismo concebido desde unos principios férreos e inamovibles de rectitud, compromiso e indagación. Dialogar con Peio H. Riaño, licenciado en Historia del arte y periodismo, es recibir una clase magistral de una profesión que él reivindica en su totalidad y para la que reclama una urgente refundación.

Una de las motivaciones por las cuales te concedieron el Premio de periodismo cultural José Gutiérrez fue por “entender el periodismo cultural basado siempre en la indagación y el trabajo de fuentes”, pero, ¿no debería ser siempre así?
Nos llama la atención la explicación del porqué me han concedido el premio porque se ha desvirtuado por completo o, puede, que quizá nunca se haya llegado a constituir como tal, un periodismo cultural sin apellido: es decir, el periodismo cultural debería ser sencillamente periodismo. Cuando el jurado, compuesto por todos mis referentes desde mi tierna adolescencia de lector de periódicos, hablan de una renovación, en verdad se refieren a una reivindicación del periodismo tradicional. En efecto, yo soy una persona muy tradicional en el desempeño y en el ejercicio periodístico.

Y el jurado destaca con énfasis el carácter crítico del periodismo que realizas cada día.
Hay que tener en cuenta que cuando el jurado observa en mí un talante crítico no están viendo un periodista crítico porque sí, sino un periodista que a partir de los datos está haciendo un análisis de la realidad, de la industria y de la política cultural de este país. Lo grave es que este tipo de análisis no se realiza con la frecuencia con la debería realizarse en las secciones culturales de los diarios; desde luego, no ocurre en los suplementos culturales, quizás porque no ese su espacio, quizás porque no fueron inventados para eso, aunque tampoco sabría decir por qué fueron inventados y cuál debía ser su finalidad, de lo que no cabe duda es que en las secciones culturales de los periódicos esos análisis son muy escasos.

El análisis de la realidad, de la industria y de la política cultural convierte el periodismo cultural en un periodismo con mayúsculas capaz de retratar las distintas connotaciones e implicaciones que tiene la cultura.
Y lo paradójico es que esos análisis sí que deberían estar presentes en la sección cultural del periódico desde el momento en que todo lo que está dentro de un periódico tiene como principal objetivo desvelar todo aquello que no nos quieren enseñar. Este objetivo se plantea en las secciones de política, de internacional, de economía, incluso en deportes, pero en cultura parece ausente, parece que no hay la consciencia de que es necesario traer la luz sobre esos aspectos que distintos intereses están intentando oscurecer.

Parece como si el trabajo del periodista cultural no fuera ante todo el de ser periodista.
Exacto, el periodista cultural tiene que tener los mismos principios de cualquier otro periodista: desvelar todo aquello que no nos quieren enseñar es el trabajo que debe desempeñar el periodista cultural, que corre el riesgo de ser tachado de crítico, a pesar de que lo único que estaría haciendo es desempeñar el papel para el cual ha sido formado y poner en práctica aquello en lo que siempre creyó, o debería haber creído: un compromiso social, una responsabilidad en la toma de la palabra y una implicación con el desarrollo de la democracia.

En los últimos años el periodismo cultural se ha convertido en una plataforma para promociones, reseñas intrascendentes y escaparatismo. Ante esto tú propones un análisis crítico del contexto social y de sus vínculos socio-políticos.
No se trata solo de los últimos años; si observamos tal y como se concibió la sección cultural de los periódicos en este país, vemos que desde el primer momento se pensó para hacer escaparatismo. Cuando dentro de las redacciones se refiere a ella como “la sección blanda” es cierto. Es una sección que en sus orígenes se montó para buscar un consenso en una sociedad que debía mostrarse nueva, aunque no lo era. Formó parte del trampantojo de la Transición y así continúa hasta nuestros días. No hay investigación, no hay información, no hay más que escaparate de supermercado.

La cultura se convirtió en una de las principales herramientas con las que realizar la transición y entrar en la modernidad democrática.
La cultura era, además, el camino para acabar con la dictadura en los foros internacionales; basta recordar que en el congreso Solana llegó a decir que aquellos días representaban el final del hombre económico y el inicio del hombre cultural. Por entonces hubo un empeño y un esfuerzo económico, como nunca lo ha habido, para crear una nueva marca España y, probablemente, se consiguió, pero a la vez lo que se estaba consiguiendo era adocenar a una gran parte de la población a base de una cultura que pretendía el consenso, es decir, una cultura orgánica, no una cultura autocrítica.

Describes, por tanto, una cultura orgánica convertida en marca de la democracia donde la crítica parecía ausente a favor del consenso.
La cultura es una herramienta que tiene el hombre para la crítica, para hacer un análisis de su propia persona y para ver cuáles son sus lagunas, sus fallos, para intentar mejorar en su convivencia en comunidad. La cultura es un recurso inevitable para la buena marcha de la convivencia, pero no puede destinarse para el consenso, como sucedió entonces. Con el objetivo de fomentar esta cultura consensuada, las páginas de los periódicos debían crear una especie de balsa de aceite en la que no podía haber cuestionamientos de ningún tipo y desde donde se debía potenciar el propio fenómeno español. Esta perversión de la utilización del periodista y del periodismo como escaparatistas, como promotores, ha pasado del empeño político al empeño comercial y en este tránsito seguimos sin hacer un análisis de cuáles son nuestras obligaciones como periodistas culturales.

Todo escaparatismo implica imagen, marca y, por tanto, ausencia de un cimiento cultural sólido más allá de lo volátil de la imagen y de las etiquetas…
Exacto, pensemos por ejemplo al siempre constante lema del fomento a la lectura: cuando se premia por dicho fomento, el premiado suele ser habitualmente una empresa. Evidentemente hay excepciones, se ha premiado también a fundaciones y otras instituciones, pero lo más frecuente es que sea una estructura empresarial y esto porque se confunde el fomento a la lectura con el consumo. Fomentar la lectura no tiene nada que ver con el simple consumo, se fomenta la lectura desde la escuela, cosa que nunca ha ocurrido en este país: siempre ha habido un divorcio entre las artes y la educación porque nunca, ningún gobierno, ha pretendido que la escuela tuviera unos planes de estudio acordes a nuestras esperanzas, siempre han sido planes mediocres de políticos mediocres.

Decía Gaziel que el periodista no debe esperar que le escuchen, pero su compromiso con la palabra no debe hacerle enmudecer. Sin embargo, predicar en el desierto por y para un renovado periodismo cultural no debe ser fácil.
Esto al periodista no le tiene que importar, lo que le tiene que importar, por el contrario, es poder desarrollar su tarea durante mucho tiempo. El hecho de que uno predique en el desierto es algo que supera sus propios límites, el periodista tiene información y trabaja a partir de esta información, pero no es tarea de este periodista, porque no está capacitado para ello, montar una estrategia de márketing comercial-editorial para el periódico; lo único a lo que debe dedicarse es descubrir lo que otros están intentando ocultar. Y esto va acompañado de una transformación del desierto en oasis: El Confidencial está demostrando que el lector no ha muerto, que el lector quiere la cultura para algo más que la recomendación del producto y que el lector demanda información no complaciente, sino una información que se atreva a desvelar los estamentos más asentados de nuestra sociedad.

En tu empeño de cambiar el modelo de periodismo cultural a partir del periodismo con mayúsculas, los momentos de frustración por no ver alcanzados los ideales deben haber sido muchos.
Hay que distinguir la persona del periodista: yo tengo mis ideales, mis esperanzas, pero creo que esto debe quedar al margen cuando uno se sienta al lado del teclado. A lo que se debe dedicar el periodista es a cumplir con sus responsabilidades y a trabajar en favor de una posible intervención en la sociedad con las pretensiones de mejorarla. Es cierto, también, que los límites entre el periodista y la persona cada vez tienden más a diluirse a tal punto que cuando uno está trabajando sobre un artículo puede lograr que sus objetivos como periodista coincidan con sus objetivos como persona. Sin embargo, lo importante es trabajar con la independencia que el lector exige de tu trabajo y tú no puedes traicionar nunca a tu lector; y esto se consigue dejando claro a todos los estamentos de poder que un periodista no es un amigo, ni tampoco un cómplice.

Si el periodista no es ni puede ser amigo, algunos pueden considerar una perversión el hecho que al periodista cultural se le regalen los libros para reseñar, entradas de espectáculos…
La perversión no es facilitar el acceso al producto del periodista, la perversión es que los medios no hayan sido capaces de mostrar una autocrítica y de estar a la altura de sus lectores. El problema no está en el hecho de que recibas un libro y lo leas, el problema está en que formes parte descarada de una promoción.

Lo esencial para la libertad e independencia del periodista es trabajar en un medio que le respalde, sino es así, el caso Ignacio Echevarría no será ni el primero ni el último.
Yo no conozco el caso de Ignacio Echevarría, yo solo puedo hablar de mí y lo que te puedo decir es que yo nunca he trabajado con tanta libertad como ahora. Como tú dices, es muy importante, imprescindible diría, que haya un medio detrás que te asegure la libertad para poder ser atrevido con lo que tú consideras que es información. El periodista debe, por tanto, ganarse la confianza del medio así como la confianza del lector, una confianza que se gana de forma lenta, de partido a partido, en el que el periodista debe mostrarse como una persona de rigor, como una persona atenta a la actualidad y como un periodista con una intención

Me gustaría preguntarte sobre la atemporalidad del periodismo cultural: ¿la prensa cultural debe ceñirse a la actualidad o puede –debe- permitirse abarcar temas atemporales?
Para mí, indudablemente un periodista cultural en un diario debe ser una pegatina de la actualidad. Para el periodista en el desempeño de su función en la sección de un diario, no tiene ningún sentido, irse más allá de lo que le invoca la actualidad. Pienso por ejemplo en los temas de memoria histórica: la memoria histórica es algo que todavía no ha cicatrizado en este país, por tanto es un pasado presente. Todavía estamos indagando, todavía estamos escarbando en este pasado y todavía salen publicaciones que dan de que a hablar por su controversia, como es el caso del Diccionario Biográfico, y esto es actualidad, por mucho que se hable de pasado.

Me refería a una atemporalidad cuyo objetivo sea instruir y difundir cultura más allá de lo inmediato y de lo más visible para el gran público.
Probablemente lo que tú planteas es factible, pero no en la sección de cultura de un diario, sino en una revista especializada. Hay mil enfoques y mil soportes distintos a partir de los cuales desempeñar el periodismo, pero desde donde yo trabajo, es decir, desde un periódico que se debe a la actualidad, no concibo los ejercicios de escapismo en los que se habla de asuntos que no tienen nada que ver con la actualidad.

Vargas Llosa vaticinaba en La civilización del espectáculo que ya no existe un lector interesado, por lo menos en la cultura. Ante este devastador análisis, ¿cómo te posicionas?
El problema de Vargas Llosa en ese pésimo libro es que analiza la cultura solamente desde las páginas de cultura en las que él trabaja y termina creyéndose que la cultura es eso que el analiza, cuando, indudablemente, la cultura no es en absoluto eso: más bien, podría decirse que Vargas Llosa analiza aquello que un determinado periódico ha decidido hacer con la cultura y, por tanto, a pesar de la profunda ingenuidad y en el gravísimo error del escritor estaría de acuerdo con él al afirmar sin dudas de que aquello que hace ese periódico no es cultura. Sin embargo, no lo que se puede hacer –y es lo que hace Vargas Llosa- es considerar un determinado caso como la realidad y esto es lo que no puede hacerse en periodismo.

Pero vayamos a la muerte del lector, esta se ha convertido en excusa para eliminar o banalizar determinados contenidos, no solo culturales.
Sí, luego está el tema de la muerte de lector, muerte que todo el periodismo más mediocre de este país ha proclamado: han sido los propios periodistas, en su incapacidad para salir a flote, los que han decidido aniquilar al lector, es decir, han decidido que el lector ya no existe, que al lector que sobrevive ya no le interesa el periodismo puesto que tiene otras cosas para entretenerse, porque que ya no es un lector de noticias, sino un visitador de espectáculos televisivos.

Se busca fomentar la distracción, el banal entretenimiento.
Puesto que en este país ha habido una inadaptación y una incapacidad para asumir las nuevas tecnologías, sobre todo para la parte más vieja del sector periodístico, y me refiero a mayores de 50 años, no ha sabido ni aceptar un nuevo modelo de periódico ni buscarlo, no han sabido aceptar el nuevo uso que el lector de periódico quería darle a la información. En este sentido, se ha preferido dar por muerto al lector antes que darse cuenta de que los verdaderamente muertos son todos aquellos que se dedican al periodismo.

La progresiva desaparición de la cultura no es exclusiva de los periódicos, al contrario, en televisión está completamente ausente; hoy sería impensable proponer un programa de entrevistas como A fondo.
Sí, es verdad, aunque también es cierto que yo más allá de la prensa escrita no te puedo hablar. Evidentemente tengo mis opiniones al respecto, pero creo que sólo puedo y debo hablar de lo que he visto, de lo que conozco y analizo; en este sentido, el deterioro ha sido y será irrecuperable hasta que no desaparezca esa generación que está arrastrando el oficio del periodismo hasta la más profunda de las podredumbres.

Y a la base de este deterioro periodístico, sea en ámbito cultura sea en otros ámbitos, ¿qué causa primera encontramos?
A la base de todo está una falta absoluta de libertad: los medios actualmente viven gracias a los bancos y el adocenamiento consecuente, combinado con un espíritu crítico completamente domado, ha sido la catástrofe de este país. Todo se resume en falta de ideas, falta de valentía, falta de independencia, falta de criterio y rigor; es precisamente la falta de rigor aquello que ha llevado a pensar a quienes dirigen los distintos periódicos, en especial, los periódicos de más antigüedad, que cualquier medio es bueno para alcanzar los objetivos. Y estos nuevos objetivos son lo que “cuentas” [monetariamente], pero no lo que cuentas

Otra de las funciones del crítico ha sido el de prescriptor, de recomendador de producto cultural, función que siempre ha sido considerada como algo negativo. ¿Se ha agotado la figura del crítico prescriptor?
Es un ámbito que me supera. Personalmente creo que la crítica es importante, pero si es cierto que ahora la crítica y lo que diga el crítico parece no importarle, no sólo al autor, sino a nadie, ni tan siquiera al posible lector, porque ha perdido y se le ha quitado todo el valor. De todas maneras, si te soy sincero, nunca me he planteado con claridad cuál es el papel de la crítica y qué lugar debe ocupar.

Pero vuelvo a la pregunta, ¿consideras que dentro de un renovado periodismo cultural la crítica cultural sobra?
No, en absoluto. Yo creo que de alguna manera deben existir guías que recomienden y hablen de lo que es pertinente y de lo que no lo es; en cierta manera la crítica puede ejercer de antídoto en contra del sistema, de antibiótico en contra del mero consumismo. Sin embargo, no sabría decirte dónde, desde que plataforma, el crítico debería desempeñar sus labores.

Sin duda en un ámbito en el que pueda gozar de independencia y libertad de juicio.
El crítico debería poder ejercer sus funciones con la misma independencia con la que el periodista se atreve a llegar hasta el fondo de cualquier tema, más allá de los impedimentos

Decía Todorov que la crítica es el diálogo entre el crítico y el autor.
Para mí, por encima de todo, por encima de la crítica, está la información, ésta es la base.

Pero, ¿qué significa informar sobre un libro?
Significa ser consciente del autor que tienes delante e intentar que su palabra y su inteligencia sean útiles para tu lector. Indudablemente, la información de un libro es una contradicción en los mismos términos en lo que lo puede ser el concepto de “periodismo cultural” o el de “música militar”.

Si no es información, entonces es crítica, ¿pero quién y cómo debe realizarla?
El problema que se plantea es que esa función que debería hacer la crítica la realiza ahora, gracias o por desgracia del sistema, el periodista, que en ese terreno de juego no es más que un señorito que sale a bailar con esa pareja –el libro- que le acompaña sin negarse. Por este motivo, nadie está libre de recomendar un buen libro, a la vez que todos deberíamos tener la suficiente libertad e independencia en la empresa para hacer ver a sus responsables que la labor de la sección es cultura está más allá de la recomendación.

Todorov sostenía al respecto que hablar de un libro es hablar de la vida, del individuo, de la sociedad…
Todorov es un referente ineludible y concuerdo con su frase, aunque hay que tener en cuenta que por lo general los intelectuales nunca han mostrado un gran interés por la información y su independencia. De hecho, me gustaría que hubiera una defensa del periodismo independiente por parte del estamento público del intelectual; nunca lo ha habido, todavía hoy no hay una defensa: mientras el periodista sí que se interesa por el intelectual, trata de acceder a él para preguntarle e entrevistarle, el intelectual nunca se ha visto atraído por la necesidad de una prensa libre

La tradición ha dibujado el papel del intelectual como alguien versado en la reflexión, pero alejado de cuestiones mundanas, alguien encerrado en su torre de marfil.
Yo creo que más bien es un mito y, de hecho, cuando Javier Gomá habla de ejemplaridad pública está hablando de casos de corrupción. De todas maneras, independientemente del estamento, ahora es el momento de estar en la calle y creo que esto lo hemos comprendido todos aquellos que tenemos la posibilidad de hablar con los demás y de ver qué es lo que está sucediendo.

Ante todo eres un historiador del arte que se dedica al periodismo cultural, borrando los límites genéricos, considerando el periodismo como algo total, pero, ¿siempre tuviste claro que querías hablar desde el periodismo cultural?
De alguna manera, desde que comencé a estudiar Historia del arte tuve claro que lo que quería era divulgar aquello que yo había aprendido y conocía más allá de la académica y la plataforma para hacerlo y que, además, me despertaba mi interés era la de los medios de comunicación. Es cierto también que en la madurez y en el crecimiento de cada uno se asumen nuevas responsabilidades, sobre todo al conocer el poder, las trampas y cuando se descubre y se convence de aquello que debería ser el ejercicio oportuno de su oficio. A mí me cuesta mucho ver cómo pueden ser los siguientes años, es decir, ahora mismo puedo defender la bandera de la regeneración porque me lo puedo permitir y porque lo estoy buscando.

Y la sección de cultura que diriges y que tú mismo has conformado ¿es la plasmación práctica de esta regeneración que buscas llevar a cabo?
Podría haber hecho otra sección de cultura cuando se creó El Confidencial, pero quise proponer esta, una que reflejara mis pretensiones de regeneración. En los próximos años, si yo estoy en otro medio y si las condiciones son distintas, probablemente podría llegar a traicionarme o no, pero sé que el periodismo tal y como quiero desempeñarlo es aquel que realizo cada día.

Para conseguir una sección cultural de altura, al periodista no le basta con ser periodista, requeriría una formación cultural más amplia, una especialización literaria, artística…
Ahora mismo, no solo ya en ámbito cultural, en ámbitos periodísticos que te obligan a estar en contacto con determinados ambientes muy especializados y con determinadas personalidades, se requiere una especialización y una preparación mucho mayor de la que se da en la facultad de periodismo. Allí lo que te enseñan es de lo más raso que puede haber con respecto al oficio que luego debes desempeñar. Hay enseñanzas para la que no se requieren cinco años de carrera, bastan con unas prácticas: para tomar declaraciones basta una grabadora, lo que debe saber un periodista es el relato político, social e histórico del país, es decir, tener un conocimiento global, el único que te permite llegar hasta la profundidad de la perversión de nuestro sistema político y de nuestros gobernantes.

A lo largo de la entrevista has ido indicando el camino a seguir por el periodismo, un camino que obliga a una regeneración, pero ¿cómo llevarla a cabo?
Creo que la regeneración del periodismo viene por la reivindicación de la vieja escuela y creo que hay una generación intermedia que está capitaneando los medios no sabiendo o no queriendo saber cómo lograr que el medio periodístico sea importante para la gente; y no lo saben porque, a fin de cuentas, lo único que les preocupa es que el medio de comunicación sea importante en la vida de una empresa, de un banco y de un enunciante, pero no de la gente, no de los lectores.

El problema llega cuando el lector se considera como un elemento secundario o, directamente, resulta indiferente.
Los medios de comunicación en general fueron proyectos muy grandes que se desbordaron cuando hubo mucho dinero y que ahora son grandes masas que se endeudan a marchas forzadas y que, cuanto más se endeudan, más libertad e independencia pierden y, en consecuencia, pierden también la confianza de los lectores.

¿Qué hacer?
En estos momentos la regeneración pasa por una refundación o, incluso, de una extinción de dos o tres de los grandes medios de este país para luego volver a empezar

Propones, entonces, hacer tabula rasa.
Planteo una refundación reivindicando un periodismo tradicional.

Por último, has afirmado que el periodismo cultural que propones se debe sustentar en la información y, por tanto, en la atención al dato y en la crítica, en cuanto contraste de informaciones. ¿Un tercer elemento por añadir?
La sección cultural de El Confidencial se apoya en tres conceptos que para mí siempre han sido muy importantes: el rigor, la atención y la intención. Creo que estos tres conceptos ejemplifican la esencia de cualquier periodista; el rigor implica datos y, sobre todo implica informaciones contrastadas; la atención es el oído sobre la calle, es decir, es tener los suficientes reflejos como para estar acompasado a tu tiempo, a tu ambiente, y así poder contarle al lector qué está pasado; por último, la intención es la madre del cordero. El lector debe ver la intención y el periodista debe ser un ser desinteresado, pero nunca desintencionado: es la intención lo que lleva al periodista a desenmascarar aquello que el poder, la marca o la institución no quiere dejarte ver.

Anna Maria Iglesia

Anna Maria Iglesia (1986) es licenciada en filología italiana y en Teoría de la literatura

y literatura comparada; Máster en Teoría de la literatura y literatura comparada por la

UB. Es colaboradora habitaual de Panfleto Calidoscopio, ha publicado breves ensayos

en la Revista Forma de la UPF y reseñas en 452f. También ha publicado artículos en El

núvol o Barcelona Review.

2 Comentarios

  1. […] [ACTUALIZACIÓN 25/10/2014. La refutación absoluta de este artículo, y la prueba de que otra prensa cultural es posible, la encontraréis en esta entrevista: Peio H. Riaño: «Por encima de la crítica está la información», Revista de Letras.] […]

  2. […] La cultura era, además, el camino para acabar con la dictadura en los foros internacionales; basta recordar que en el congreso Solana llegó a decir que aquellos días representaban el final del hombre económico y el inicio del hombre cultural. Por entonces hubo un empeño y un esfuerzo económico, como nunca lo ha habido, para crear una nueva marca España y, probablemente, se consiguió, pero a la vez lo que se estaba consiguiendo era adocenar a una gran parte de la población a base de una cultura que pretendía el consenso, es decir, una cultura orgánica, no una cultura autocrítica. Siga leyendo Peio H Riaño […]

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