«Una doncella, hermosa,
gentil y bien ataviada,
que venÃa con los pajes,
sostenÃa entre sus dos manos un grial.
Cuando allà hubo entrado
con el grial que llevaba,
se hizo una claridad tan grande,
que las candelas perdieron su brillo,
como les ocurre a las estrellas
cuando sale el sol, o la luna.
Después de ésta vino otra
que llevaba un plato de plata.
El grial, que iba delante
era de fino oro puro;
en el grial habÃa
piedras preciosas de diferentes clases,
de las más ricas y de las más caras
que haya en mar y en tierra;
las del grial, sin duda alguna
superaban a todas las demás piedras».Chrétien de Troyes, Perceval
¿Es posible no sentirse fascinado por la leyenda del Rey Arturo?, ¿por sus caballeros de la Tabla Redonda, por las aventuras amorosas de Lanzarote y Ginebra, por sus ideales y sus traiciones? Este relato ha cautivado a creadores y lectores desde la Edad Media hasta nuestros dÃas, y no hay razones para pensar que no siga haciéndolo durante mucho tiempo.
El Rey Arturo: el origen de un héroe
Al contrario que otros héroes que también inspiraron composiciones medievales como Alejandro o Carlomagno, cuya existencia real es indudable, la historicidad del Rey Arturo no ha podido probarse fuera de toda duda. Entre otras cosas, porque los autores medievales que desarrollaron la materia de Bretaña no tenÃan mucho interés en la autenticidad. Actualizaron estas historias retratando la monarquÃa, la guerra y el vestuario en términos contemporáneos, aunque envueltos en un manto de fantasÃa, al mismo tiempo que trataban temas de interés en la época como la caballerÃa y el amor cortés.
A pesar de que se le nombra en textos muy anteriores, es la Historia regum Britanniae (1132-35) de Geoffrey de Monmouth la que lo convierte en un mito y se puede decir que, en sus manifestaciones literarias, es un invento de la Edad Media francesa, que tomó a este monarca y sus caballeros como primera fuente de inspiración durante al menos dos siglos (XII y XIII), continuando su popularidad de modo constante incluso hasta el XVI. El primer autor, y quizás el más importante, de los romances dedicados al monarca fue Chrétien de Troyes, que escribió cinco obras sobre el tema: Érec et Énide, Cligès, Lancelot ou Le Chevalier de la charrette, Yvain ou Le Chevalier au lion y Perceval ou Le Conte du Graal. Sus historias fueron adaptadas e imitadas por escritores alemanes, ingleses, holandeses e islandeses.
En el siglo XIII, un grupo de autores franceses redactaron en prosa lo que se conoce como el ciclo de la Vulgata: una enorme red de cuentos interconectados en la que aparecen cientos de personajes, cuentos que muestran un lado más oscuro del monarca y su Tabla Redonda. La Vulgata fue seguida rápidamente por el ciclo de la Post-Vulgata.
El rey Arturo fue después adoptado como un héroe nacional por los ingleses y la Morte d’Arthur de Thomas Malory, publicada en 1485, que situaba en primer plano las relaciones de Lanzarote y Ginebra, y de Tristán e Isolda, asà como la búsqueda del Grial, se convirtió en la base de nuevas reelaboraciones.
El término “graal†designaba en francés antiguo algún tipo de plato o recipiente para servir. La fortuna de esta palabra se debe a Chrétien de Troyes. En su obra Perceval o El cuento del Grial (Perceval ou Le Conte du Graal), el joven Perceval, sentado junto al Rey Pescador, contempla una magnÃfica procesión en la que aparecen primero un muchacho que lleva una lanza que gotea sangre, después dos jóvenes con candelabros, y, finalmente, una doncella con un grial (Chrétien utiliza el artÃculo “unâ€, lo que demuestra que consideraba la palabra como un nombre común). El rey está herido y depende de que Perceval haga las preguntas correctas (¿a quién sirve el grial?, ¿cuál es el significado de la lanza que sangra?) para curarse, preguntas que el caballero no hace porque no ha alcanzado aún la suficiente madurez moral.
Las verdaderas posibilidades de este recipiente sagrado, cuyo sentido y función no quedan claros en el libro inacabado de Chrétien, las desarrolló Robert de Boron en su obra Joseph d’Arimathie (probablemente escrita a finales del siglo XII o principios del XIII), donde convierte al Grial en la copa de la que bebió Cristo en la Última Cena, usada después por José de Arimatea para recoger su sangre mientras estaba en la cruz.
El interés por el Grial, al igual que por el resto de la leyenda artúrica, no se limita a la Edad Media. Con la fascinación por la cultura medieval manifestada en el siglo XIX, el Grial fue asociado de nuevo a los anhelos de experiencia mÃstica. Tennyson, Wagner, T.S. Eliot, T.H. White y Charles William escribieron todos sobre las fuerzas del bien y del mal, centrándose para ello en la posesión del más sagrado de los recipientes: el Santo Grial.
Excalibur, como todo el mundo sabe, es la espada de Arturo, llamada Caliburnus por Geoffrey de Monmouth. En una gran parte de la tradición medieval francesa, la espada perteneció en una época a Gawain, pero en obras posteriores es propiedad exclusiva del rey. En ciertos textos, Excalibur es, además, la “espada en la piedraâ€, pero esa interpretación es incompatible con la tradición encontrada, por ejemplo, en la Post-Vulgata y en Malory, donde Arturo recibe la espada de una mano que surge del lago. MerlÃn, que es el que lleva a Arturo a la Dama del Lago para que le entregue la espada, informa al rey de que la vaina es más valiosa que la propia espada porque protege al que la lleva de cualquier daño, aunque ha sido, sin duda, la espada la que ha despertado la imaginación de autores y lectores.
El Rey Arturo en el cine
Obviamente el cine no podÃa dejar de lado las leyendas artúricas. Fue Edwin Porter quien las llevó por primera vez a la pantalla en 1904 con una versión del Parsifal de Wagner. Los directores regresaron a las óperas de Wagner en otras tres pelÃculas mudas: Tristan et Yseult (1909) de Albert Capellani, asà como Siegfried y Parsifal (1912) de Mario Caserini.
Además de la ópera, otras obras sirvieron de base a nuevas producciones cinematográficas como Launcelot and Elaine (1909) de Vitagraph, inspirada en The Idylls of the King de Tennyson, o A Connecticut Yankee at King Arthur’s Court (1920), adaptación libre de la novela de Mark Twain realizada por Emmett J. Flynn. El éxito de este film mudo hizo que se decidiera llevar a cabo una versión hablada en 1931 titulada A Connecticut Yankee y dirigida por David Butler.
La Segunda Guerra Mundial influenció otra pelÃcula del ciclo artúrico: L’Éternel Retour (1943) de Jean Delannoy con guión de Jean Cocteau, una versión modernizada de la historia de Tristán. Las adaptaciones al cine se suceden, pero habrá que esperar hasta 1974 para encontrar uno de los mejores ejemplos de la traslación al séptimo arte de los relatos sobre Arturo: Lancelot du Lac de Robert Bresson, una reflexión apocalÃptica sobre la caÃda de la Edad Media por la pérdida del sentido de la espiritualidad.
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Lancelot du Lac – Robert Bresson (1974)
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En 1975 sale a la luz un film muy diferente, Monty Python and the Holy Grail, con un marcado carácter cómico. Pero la obra más auténticamente medieval de todas es Perceval le Gallois (1978) de Eric Rohmer, basada en el poema Le Conte du Graal de Chrétien de Troyes. En 1981 Excalibur de John Boorman dividió profundamente las opiniones de la crÃtica.
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Monty Python and the Holy Grail – Terry Gilliam & Terry Jones (1975)
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Perceval le Gallois – Eric Rohmer (1978)
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Excalibur – John Boorman (1981)
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Junto a estas y otras muchas pelÃculas, podemos recordar algunas más comerciales que están probablemente en la mente de todos, como First Knight (1995) de Jerry Zucker e interpretada por Sean Connery, Richard Gere y Julia Ormond; Indiana Jones and the Last Crusade (1989), en el que el protagonista se ve envuelto en una búsqueda moderna del Santo Grial; o King Arthur (2004) con Clive Owen y Keira Knightley.
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King Arthur – Antoine Fuqua (2004)
Natalia González de la Llana Fernández
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