/

Petisme: «Escribir es gritar en mitad de la noche para alejar a los carroñeros»

En su último poemario, 'Nuestra venganza es ser felices', el poeta aragonés sigue fiel a su estilo vitalista y al humor frente a la solemnidad y la pompa | Foto: Toni Galán

En Nuestra venganza es ser felices, el último poemario de Ángel Petisme (Calatayud, 1961) aparecen todos los rostros del poeta, sus facciones. Desde el joven poeta posmoderno impregnado de sensibilidad rock, hasta el crooner viajero, febril y lúcido por tierras casi ignotas. Incluso, el poeta maduro, sosegado y sabio que dejó Madrid para guarecerse en la mediterránea Barcelona. Porque muchas vidas han ardido en la poesía de Petisme desde que Luis Antonio de Villena lo incluyera en la celebrada antología Postnovísimos (1986). Hace ahora un año, en pleno confinamiento y tapiados en casa, mientras los jabalíes paseaban por la Diagonal vacía, se oxigenaba el aire y los delfines regresaban a los canales de Venecia, Petisme aparcó la guitarra y compuso, fiel a su estilo vitalista, este poemario para, como reza el subtítulo del libro, no morir de pánico. El poeta aragonés sigue vivo.

Reúnes 40 años de poesía en Nuestra venganza es ser felices. ¿A qué se debe esta recopilación de 101 poemas para no morir de pánico?

Pasados quince días del Estado de Alarma, de perder el tiempo viendo las noticias, los supermercados llenos de cagones que arrasaban con el papel higiénico y comprobando que el peor virus éramos nosotros, decidí que no quería seguir bebiendo esa cicuta e infectándome de miedo. Sólo se me ocurrió ser un poco egoísta en el buen sentido, asomarme al interior e invertir el tiempo que me quedase en elegir entre todos mis libros los poemas que más podían ayudarme. Si eran buenos para mí, ayudarían a más gente. Nunca he necesitado siquiatras gracias a la literatura, así que la respuesta estaba en lo que había escrito.

¿Cómo has vivido ese proceso de mirar hacia atrás? ¡El primer poema es ya una necrológica!

Siempre da vértigo, es como asomarte a un viejo espejo al que se le han caído trozos de azogue y sólo dejar ver la pared de detrás. La primera sensación es de espeleología hacia el útero, de no reconocerse desde aquel niño de 12 años que empezó a escribir, pasando por el adolescente febril, el joven airado, el cuarentón…Y también a la pregunta: ¿Y esto lo he escrito yo?, la sorpresa agradable y misteriosa en algunos poemas. El libro empieza por el final, por la necrológica, sí. Todos hemos muerto un poco o mucho en este año en que se nos han ido seres muy queridos. No las tenía, y aún no las tengo, todas conmigo de que salgamos vivos y cuerdos de este pandemónium. La cita de Mahmud Darwish: Me haré a mí mismo de mí mismo creo que lo explica todo.

¿Hay un hilo argumental entre poema y poema? ¿Qué criterios has elegido para reunirlos?

Quería que esta antología se leyese como un libro nuevo, así que descarté la fórmula cronológica y académica de ir desgranando desde mis primeros libros hasta ahora o al revés. Decidí ordenarlo por temáticas que son troncales en mi poesía: el amor, el viaje, la guerra, los mitos y la belleza, el sexo, mi pensamiento cívico social, la lectura, el deseo y la muerte. Y por supuesto el humor. Para que resultase más dinámico los coloqué en dos tandas. Al final parece que los poemas dialogan con el que les sigue o antecede. Y creo que fluye. Elegí los textos que me hacían sentir vivo y libre en plena cautividad, aquellos que me recordasen el sol y el oxígeno compartido con amigos, el mar, los sueños, las ganas de bailar y viajar.

Releyendo tu poesía, tengo la sensación de un primer Petisme más críptico, que da paso, poco a poco, a otro Petisme mucho más transparente, desnudo, incluso, mediterráneo.

Al principio, cuando uno escribe tan joven, carece de experiencia de vida que destilar, o mira, pero no ve la realidad de forma más cristalina en su complejidad.  No lo sé, quizás intentas demostrar muchas cosas, los libros que has leído, los trucos que te sabes. Después te vas despojando de metaliteratura. Conforme la vida te va mordiendo de placer y dolor, todo se torna más sencillo porque la verdad no necesita adjetivos ni impostación lingüística.

De hecho, dejaste la capital y te viniste a Barcelona. El mar a un paso.

Venirme a Barcelona en 2018 fue una decisión urgente y terapéutica. Romper con casi todo, dejar atrás tu hogar durante treinta años, tu pareja, tu hija, tus amigos, todos tus libros y tus cosas, venirte con una maleta y una guitarra, muy fuerte. Pero esa distancia y la luz de Barcelona me han dado paz, silencio y humildad. Barcelona y el mar se han convertido en mi escuela de las segundas oportunidades.

Tranvia verde

Dos palabras del título destacan con fuerza: venganza y feliz. ¿Por qué nuestra venganza es ser felices? ¿Se puede ser feliz en la venganza?

La venganza como nuestro desquite, nuestra manera de resistir o “reexistir”, como suelo decir, es una forma de equilibrar la balanza y responder con justicia poética y alegría contra todo lo que nos hace esclavos y nos roba el amor y la vida, hasta convertirlo en tiempo y máquina de fichar. No hay nada que le joda más al enemigo, (uno los tiene sólo por despertarse cada mañana y respirar), que verte sonreír. En la posguerra de los años cincuenta en pleno franquismo, la gente en su exilio interior, sentían que la alegría era su forma de vengarse frente a la censura y la tenaza gris de un sistema alienante. Tampoco han cambiado tanto las cosas porque en plena democracia las reglas del juego permiten que el fascismo y la barbarie campen por sus fueros en escaños, cámaras y micrófonos.

Por la recepción del libro, parece que los lectores pedían esa venganza.

Sí. Lo cierto es que hemos estado muy huérfanos y solos. Quizás lo único que aprendamos o recordemos un tiempo sea nuestra fragilidad y nuestros miedos.  No sé si fue por el título del libro que tiene fuerza, pero ya vamos por la tercera edición, lo que en poesía no es habitual. No me lo esperaba. Ha sido un regalo de muchos amigos pues los creadores de este país, la mayoría, somos artistas del hambre, como el título del cuento de Kafka.

Creo que el título encierra mucho de tu poesía: compromiso, resistencia, frescura, trasfondo político, etc. ¿Dirías que es un libro optimista o pesimista?

Es muy difícil mantenerse como un optimista patológico en estos tiempos, la verdad. Supongo que nos debatimos entre “el optimismo de la voluntad y el pesimismo de la inteligencia” de Gramsci. Pero la intención es que fuese un libro que nos abriese las ventanas y balcones para respirar y repensar lo que se nos había robado en los días más extraños y difíciles que algunas generaciones, que no habían sufrido la guerra, íbamos a vivir.

Algunos críticos han negado calidad estética a cierta poesía social. Aunque tu poesía reivindica el compromiso cívico y las causas perdidas, quizá por esa sensibilidad rock que te impregna, tu poesía no se aparta de la belleza, del goce, del placer.

Comprometerse viene etimológicamente del latín. Tiene una connotación muy amorosa para mí, prometerse y después ser leal a esa palabra dada. Los amigos, los amantes, las familias, las sociedades democráticas se comprometen a convivir y respetar ciertas reglas acordadas. Y claro, con la “polis” griega vinieron los polis, jajaja. A mí me lo dejó muy claro Labordeta cuando publiqué “El cielo de Bagdad” y le transmití mis dudas sobre si el libro era pelín panfletario y crónica de su tiempo. Me contestó que cuando se nos estaban follando por todos lados había que gritar y no temer al panfleto. Se puede sobrevivir sin belleza, pero no se puede vivir más que con la magia y el poder, a manera de armadura invisible, de lo bello y su afán.

Otro ingrediente en tu poesía es el humor. ¿Para huir lejos de cualquier pretenciosidad? 

Un día sin risa es un día perdido, como decía nuestro Buñuel. Le dice Don Latino a Max Estrella en Luces de bohemia: no te pongas estupendo. Frente a la solemnidad y la pompa, la risa simiesca y animal que nos acerca contradictoriamente a cierta humanidad. Tomarse demasiado en serio en un infinito universo de células y granitos de arena en un océano, es un pecado.

¿Cada poemario tuyo responde a una etapa de tu vida? Pienso en La Noche 351, Cinta Transportadora, Insomnio de Ramalah, El faro de Dakar y otros.

Sí, muchos viajes a zonas donde vivir un día más era un milagro, como los campamentos de refugiados saharauis de Argelia, como Irak, Palestina, África, etc, dieron a luz libros al regreso, muy unitarios y temáticos. Cuando tienes experiencias tan intensas y en los límites, la pluma se echa a rodar por el papel desenfrenada. A mí me cuesta mucho inventar y fantasear con un personaje literario cuando lo que has vivido te deja tanta huella y supera a la ficción. Hace mucho tiempo que abandoné la primera persona y pasé a la segunda y los plurales.

Por cierto, me gustaría preguntarte por la cultura, tú que fuiste escudo cultural en Irak. ¿Cómo ves el panorama?

Hace mucho que no la veo por ninguna parte, sólo mercado, tendencias, vanidad, narcisismo y dinero. Como escribe Irene Vallejo en El infinito en un junco: «Quien nos iba a decir que en tiempos de la gran Revolución Digital volvería a tomar fuerza la antigua idea aristocrática de la cultura como pasatiempo de aficionados. El viejo estribillo suena otra vez, repitiendo que, si escritores, dramaturgos, músicos, actores, cineastas quieren comer, deberían buscarse un oficio serio y dejar el arte para los ratos libres. En el nuevo marco neoliberal y el mundo en red, -curiosamente, como en la Roma patricia y esclavista-, el trabajo creativo se reclama que sea gratuito.» Y ahora el streaming y el todo gratis en plena pandemia. Se han vendido más libros, pero ¿qué se ha leído si no podíamos concentrarnos más de quince minutos en una página de lo asustados que estábamos? Los que hayan salido ganando de esta crisis son los responsables de ella. Las plataformas de cine, Amazon, todo lo que nos ha alejado de la cultura en comunidad, se lo han llevado calentito. El sacrificio es enorme porque muchos teatros, librerías, cines, han bajado la persiana para siempre. Saldremos a la calle, nos quitaremos las máscaras, pero será muy difícil regresar a la fiesta de la cultura con la crisis que nos va a caer, una vez superada la emergencia sanitaria.

Escribir poesía, y componer canciones, ¿es ya un acto de resistencia frente a la mezquindad del mundo?

Escribir o componer tienen el mismo valor y consistencia ética que trabajar en un hospital, hacer una silla, arreglar un calentador, ser cajera de un supermercado. Todas las personas que hacen lo que se espera de ellas están renovando cada día nuestra moral y ejercitando un acto de resistencia contra la mezquindad y la avaricia de los “cagones” que se cuelan para vacunarse o especulan con fondos buitres. Escribir es gritar en mitad de la noche para alejar a esos carroñeros.

Formas parte de la generación de los Postnovísimos, autores como Felipe Benítez Reyes, García Montero, Riechmann, Blanca Andreu, entre otros. ¿Crees en las generaciones literarias?

Uy, yo a veces no respondo ni de mi mismo como para hacerlo de una generación. Las generaciones, los movimientos, si no hay vínculos estrechos y complicidades entre sus miembros, son etiquetas académicas para libros de texto. Modas pasajeras para viajar o trascender unas décadas. Al final sólo estás tú y tu “obra” con minúsculas frente al paso del tiempo. Puedes pasar inadvertido y tus libros o canciones invisibles por siempre o quizás, con suerte, dentro de años alguien redescubre un libro tuyo y sucede algo que ni te viene ni te va. No creo en el éxito, no lo conozco ni lo he deseado. De otra manera me hubiese dedicado a frecuentar capillas y salones. He sido muy avaro con mi tiempo, se lo he dado a las personas que valen la pena y a mi escritura. Me hubiese gustado publicar menos, pero para mí la poesía y escribir han sido mi forma de respirar en este mundo. Así que no puedo estar resentido con la vida porque he hecho siempre lo que me ha dado la gana.

Arden contenedores, el helicóptero sobrevuela la ciudad, se saquean comercios. Hay quien lo llama violencia. Otros, resistencia. ¿Qué le sucede al lenguaje? ¿Qué nos ha pasado con las palabras?

El lenguaje ha sido prostituido por el poder económico-político y sus voceros que son casi todos los miedos de comunicación. Las palabras han perdido su pureza y sentido, todo sirve y utiliza con total impunidad. Goebbels, el apóstol de la propaganda, parece un niño de diez años: Una mentira repetida tres veces se convierte en verdad. El lenguaje es el poder, quien lo pervierte más, quien miente y grita más puede comprar el traje invisible de emperador del universo. La inteligencia, la empatía y el sentido crítico hace tiempo que abandonaron cualquier grupo de neuronas. La palabra “Revolutio” identifica a un grupo de fascistas en las redes sociales, la palabra Libertad (de expresión) se la apropian los que carecen de libertad de pensamiento y no dicen más que imbecilidades. Sólo hay odio, sectarismo y fascismo. El diccionario de las emociones es imposible sin las palabras justas, el analfabetismo sentimental es viral.

Chema Seglers

Chema Seglers (Manresa, 1980) es periodista y profesor. Colabora en CRÍTIC y CataluñaPlural, entre otros medios. Licenciado en Filología Hispánica y posgrado en Periodismo literario y Comunicación por la UAB, le interesa la frontera entre periodismo y literatura.

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Previous Story

George Orwell en China

Next Story

De la sombra a la luz

Latest from Entrevistas