Self-Help, por José Luis Amores

Imagen: D.P.

Los libros de autoayuda se venden tanto porque la gente está/se siente jodida, vale. O porque aun cuando el género humano sienta/crea que se encuentra en un buen momento (aunque ahora no sea el caso más extendido), existe la sospecha larvada de que lo que se entiende por una vida de máximos quizá sea simplemente el disfraz de una vida de mierda. Autorrealizarse, alcanzar la felicidad, ganar amigos, nadar en dinero y riqueza, potenciar la salud, perder el miedo a la muerte, aprender a ser rico, a ser pobre: nada escapa a este “género”. Pero ¿cómo logra su propio éxito?

Es decir, ¿qué tienen todos esos libros que ya se vendían bastante bien antes de que llegara la crisis económica y cuya preeminencia comercial cabrea tanto porque roba espacio físico y mental a lo que verdaderamente “debería” llenar las horas de lectura de la gente? (¿Irrita también encontrar en un mismo espacio comercial una hamburguesa junto a un solomillo argentino, o un Pesquera a escasos metros de un Palacio de Grajal, o que en una sala de cine se proyecte Pagafantas al lado de El cisne negro? Sí, claro. Vale.) El secreto no debe de residir en algo demasiado difícil de desentrañar, habida cuenta de la inundación de textos cuyo objetivo pretende ser la autorrealización.

Tuve un CEO (un Chief Executive Officer; es decir, un jefe) que en los documentos de planificación y estrategia de la empresa incluía citas de autores de libros de autoayuda (yo cité a Shoshana Zuboff hace 15 años en una memoria para ganar un concurso en Santander y en los recursos que presentaron las empresas de la competencia llegaron a decir de mi “atrevimiento” o pedantería algo así como “¡Mira, hasta citas filosóficas!”…), aunque probablemente ni el autor ni él aceptarían de buen grado que se tilde de autoayuda a lo que pretende ocultarse tras el disfraz de un manual de gestión de negocios. En realidad todos los libros de management son libros de autoayuda —empezando por los históricamente más vendidos, como El principio de Peter, de Laurence J. Peter, la trilogía o tetralogía de la excelencia, de Tom Peters, o Reingeniería de la empresa, de Michael Hammer y James Champy; e incluso los que tiran de la sátira a modo de vehículo de expresión, como hace Scott Adams en El principio de Dilbert—, la mitad de las novelas son libros de autoayuda, me refiero a los best-sellers —véanse La elegancia del erizo, de Muriel Barbery, casi cualquier novela de Anna Gavalda, o cualquiera de las de David Safier, por citar sólo casos actuales flagrantes que conozca de primera mano—; y los mejores manuales de software que he leído utilizan los mismos trucos del género de la autoayuda para atraer al lector y potenciar el uso práctico —y así fidelizar al cliente— de la materia que tratan. Incluso los libros científico-divulgativos echan mano de esas técnicas para “enganchar” al lector y procurar que se introduzca en un ambiente que le es bizarro —¿alguien ha leído a Stephen Hawking?, yo sí—.

“… nuestros problemas y nuestro dolor son universales y crecientes, y las soluciones a los problemas se basan, y siempre se basarán, en principios universales, eternos y evidentes, comunes a todas las sociedades prósperas y duraderas a lo largo de la historia”, Stephen Covey en Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva (p. 15). (Éste es el libro que citaba mi jefe ad nauseam).

La cita es vía el libro Erótica de la autoayuda, de David Viñas Piquer. (Yo a Covey no lo he leído excepto en los papelotes que preparaba aquel CEO). Viñas, a quien ya conocemos por haberse ocupado de desentrañar los entresijos del best-seller y por analizar a fondo la crítica literaria, le hace esta vez la ingeniería inversa a la autoayuda, que tan pocos problemas soluciona y tantos bolsillos saquea. Esta vulgaridad última es mía, aunque Viñas tampoco se corta al poner de relieve que uno de los “trucos” de la “literatura” de autoayuda es ponérselo fácil al lector y cita la “incorrección” de Gustavo Bueno cuando “sugiere” que “estos libros son sólo para lectores de ‘pueril inteligencia’ o ‘débiles mentales’” (p. 89). (¿Risas? ¿Aplausos?) Tanto es así que un tal Serrano, al explicar cómo cultivar ciertas “habilidades de escucha y apoyo emocional” (y parece que estemos leyendo a David Foster Wallace), llega al extremo de ofrecer el siguiente ejemplo “práctico”:

“… los candidatos que asienten con la cabeza durante las entrevistas consiguen más a menudo el trabajo que aquellos que no lo hacen. Algunas claves vocales como ‘ah’, ‘mmm’, ‘ajá’, ‘ya’, ‘oh’ e incluso un gruñido pueden tener efectos contundentes”, 94.

¿Realmente hay gente que gane dinero escribiendo estas cosas? Por supuesto, y bastante más que con la literatura o la filosofía. Incluso los hay que se han hecho de oro utilizando ésta o aquélla para tales fines. Recordemos a Lou Marinoff, autor de Más Platón y menos Prozac —y también a Joostein Gaarder y su El mundo de Sofía, autoayuda disfrazada de divulgación disfrazada de novela—, y a Alain de Botton, quien escribió un libro —y ganó dinero con él— titulado Cómo cambiar tu vida con Proust. En su ansia por ejemplificar cómo los lectores “enfermos” pueden solucionar sus problemas, la autoayuda se sirve de cualquier cosa, incluso de novelas de las calificadas como difíciles o aburridas: En busca del tiempo perdido, Ulises, El hombre sin atributos… (Lo que habría que preguntarse es por qué entonces no se va derecho a las fuentes y se acepta en cambio la intermediación escrita de esta especie de médiums).

Pero ¿de verdad está la gente tan mal? No, están peor: la insatisfacción es la norma, y vivir mejor el objetivo. La autorrealización es inducida por el sistema de valores en que vivimos: la culpa de que seamos unos desgraciados es nuestra, no de las circunstancias o de las malas personas que nos rodean (204). Necesitamos ser felices y/o ser alguien, y si no lo deseamos es que somos unos inútiles o no nos hemos dado cuenta de que teníamos esas necesidades (ser felices, ser alguien), de ahí que deba llamársenos la atención de manera contundente:

“Queremos que todas las personas sean personas de negocios”, un tal Ralph Stayer, presidente ejecutivo de algo llamado Johnsonville Foods, citado por Tom Peters a modo de ejemplo-apertura-guía en Reinventando la excelencia, 303.

Pero cuidado, puede ser peor el remedio que la supuesta enfermedad:

“Es entonces cuando podría decirse que el género de la autoayuda se presenta como un fármaco cuyo efecto secundario más nocivo es su posibilidad de girarse en sentido contrario”, 217.

Tanto que:

“… [los libros de autoayuda], según Ehrenreich, han tenido su parte de responsabilidad en la crisis económica, pues han logrado generar un exceso de optimismo que ha llevado a mucha gente a pensar que podía vivir por encima de sus posibilidades (y han pedido hipotecas, préstamos, etc.) hasta que finalmente la realidad se ha impuesto y, con ella, la desgracia”, 218.

Una parte del análisis de David Viñas podría incluirse, parafraseando a Javier Marías, en aquello que sabemos pero no sabemos que sabemos, pero la mayoría es fruto de un trabajo que se me antoja especialmente ingrato (estudiar un montón de autoayuda) aunque sus resultados, además de reveladores, son en gran medida algo así como restauradores de un orden necesario. Capítulo a capítulo, Viñas va arrancando cada uno de los velos tras los que se esconde el éxito de gente como Luis Rojas Marcos, Eduardo Punset —quien habiendo estudiado cosas de leyes y de economía se dedica, como todo el mundo sabe, a divulgar conocimientos científicos con jugosos resultados mediáticos y económicos—, Robin Sharma, Deepak Chopra, Jorge Bucay, Stephen Covey e incluso, en al menos uno de sus libros (De qué hablo cuando hablo de correr), Haruki Murakami. Independientemente de si uno lee o ha leído autoayuda o no, los reconocerá de inmediato (lo que sabía pero, etc.) e incluso estará de acuerdo con muchas de las conclusiones alcanzadas. (Y es sintomático que Viñas, profesor de Teoría de Literatura en la Universidad de Barcelona, comience cada capítulo citando un extracto de una gran novela —caen Cervantes, Balzac, Melville, Joyce, Sterne…: ninguno malo—, para a partir de ahí conducir parte de cada aspecto de su análisis hacia la idea de que cada triquiñuela de tahúr utilizada por estos autogurús ya fue literariamente anticipada, siempre en una obra maestra). Puede tomarse como un antídoto contra el antídoto contra la infelicidad, como una forma de aprender a desaprender a confiar ciegamente en la figura del gurú (estas extrapolaciones son mías), quienes prometen con aun menos fundamento que los malos novelistas.

Sé de qué estoy hablando. Como lector atrapado en aeropuertos, sé qué es enfrentarse a un expositor aeroportuario con una selección de títulos mainstream con que matar la espera y optar por superventas de autoayuda o gestión empresarial (es decir, autoayuda sectorial o especializada) en lugar de por novelas de todavía peor calidad. Los santanderinos que leyeron la cita de la tal Zuboff le deben el cabreo al retraso de un vuelo Madrid-Bilbao. Seguramente sé que un tipo vendió su Ferrari y se metió a monje y después escribió un libro con el que ganó una pasta gigantesca porque los de Iberia tenían problemas serios aquella tarde. Pero también ha habido elecciones menos forzadas: me he enfrentado a asuntos en apariencia irresolubles que he pretendido capear acudiendo a estos curanderos de las dificultades sectoriales, y no los he solventado gracias a ellos, aunque recuerdo multitud de cosas que en su momento a sus autores (y a sus citadores) les parecían la bomba. Como por ejemplo:

“Los años noventa serán una década de apresuramiento, una cultura de la hipervelocidad. Sólo habrá dos tipos de directivos: los rápidos y los muertos”, un tal David Vice, por entonces Vicepresidente de Northern Telecom. Citado en Peters, 93.

Ahí está parte de esa erótica, en la advertencia. Y en el miedo.

José Luis Amores
http://bolmangani.blogspot.com

José Luis Amores

José Luis Amores (Málaga, 1968) es Licenciado en Ciencias Empresariales por la Universidad de Málaga. Especializado en marketing, ha fundado varias compañías que después ha vendido a diversas multinacionales. En la actualidad ejerce su profesión como freelance. Ha sido colaborador de Diario Málaga y de la revista Papel Literario.

1 Comentario

  1. Los libros de autoayuda no funcionan porque los tomamos como recetarios que ni siquiera ponemos en práctica. Es más fácil leer un libro en el que te digan lo que tienes que hacer que mirar hacia dentro y revisar lo que quieres ser en tu vida.
    Creo que hay buenos y malos libros de autoayuda, como siempre, como en cualquier género. El que mencionas de Murakami no lo había encasillado ahí…Una especie de biografía es un libro de autoayuda? Pues ahora que lo dices sí, no somos tan distintos y aprendemos de las experiencias propias y ajenas. Hay libros que te ayudan a conocerte mejor, a aprender. Pretender que eso te haga mejor persona en dos fascículos es una imbecilidad. El autoconocimiento es un camino sin retorno y si alguno de esos los libros que nos encontramos (autoayuda mala o buena) hace saltar la chispa necesaria para no quedarnos anclados al terreno incierto de lo establecido, bienvenidos sean. Tener criterio para discernir lo que nos conviene no se aprende en los libros.
    Consumidora de libros de autoayuda a raudales (malos y buenos, que los hay)

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