Teju Cole: «La literatura tiene que ser salvada del cliché»

Estatua de la Libertad y el WTC, el 11-S (foto National Park Service-wikipedia)

El 11-S, el joven afro-americano Teju Cole (Kalamazoo-Michigan, 1975) estaba en la Columbia University (Nueva York) con sus amigos. Recuerda que fue un día de mucha confusión. Estaban viendo la retransmisión en directo de los ataques cuando las torres cayeron, y comenzaron a llorar. “Nos caían las lágrimas. Inmediatamente imaginamos que había miles de muertos. También hablábamos de planes de emergencia. Fue un tiempo de gran confusión. Y entonces, los días siguientes fueron de gran calma, toda la ciudad estaba muy tranquila. Y a la vez todo era muy confuso. Una calma confusa. Fue entonces cuando pensé en escribir esta novela, unos días después de la caída de las Torres Gemelas, pero tardé cinco años en encontrar la voz narrativa de este libro”.

Teju Cole (foto © Teju Cole)

Le costó, pero finalmente encontró la voz que daría vida a su personal reflexión sobre el trauma que provocó el 11-S. Es una voz calculada y precisa, peripatética, hurgadora que le ha valido el Premio Pen Hemingway 2012, el Premio Ciudad de Nueva York de Ficción y el Premio Rosenthal de la Academia Americana de las Artes y las Letras.

Teju Cole ha venido a Barcelona a presentar su libro Ciudad abierta (Acantilado; Quaderns Crema, en catalán) y para compartir sus experiencias de Nueva York, ciudad donde vive, y Lagos (Nigeria), la ciudad de su infancia. Nos encontramos en el Centre de Cultura Contemporània (CCCB) a las 9 de la mañana de un martes caluroso y húmedo. A pesar del horario, la entrevista deriva en una agradable conversación.

Para mí, leer este libro ha sido como volar Nueva York a lomos de un ave migratoria o incluso a lomos de un roedor, a ras de suelo, entre las calles que asoman a los rascacielos, los vagones de metro y las chinches en los colchones. He volado sobre viejos cementerios olvidados, el American Folk Art Museum y una estatua de la Libertad transmutada en asesina de pájaros. Es un viaje en el espacio, pero también en el tiempo. El libro me asoma a un pasado colonial y esclavista que ahora se pretende desaparecido. A través del flujo de conciencia de su protagonista, Julius, un psiquiatra inmigrante nigeriano de madre alemana, la novela revela un Nueva York muy diferente de la representación WASP a la que estamos acostumbrados.

¿Ciudad abierta es aquélla que se muestra tal como es?

Sí, esta es una interpretación del título. Esta es una novela de observación que procura indagar, en muy diferentes niveles, en la ciudad de Nueva York.  El capítulo dedicado al Metro, por ejemplo, representa un nivel de observación. El título tiene dos significados. Por una parte, la ciudad se abre con toda su alma: la ciudad acoge, recibe y se muestra tal como es. El otro significado es militar y legal. No se aplica a Nueva York en el sentido literal sino que se presenta como una metáfora. Como en las llamadas Ciudades abiertas – en su mayoría decretadas durante la Segunda Guerra Mundial-, se permite la entrada al ejército invasor y de esta manera se salva la estructura física, no se destruye la ciudad. Pero a la vez se da entrada a una fuerza externa, la ciudad es invadida. Yo quería capturar algo de esa mentalidad de asedio y ese sentido de que la invasión se produce en distintos niveles. Me interesaba presentar esta tensión entre los dos sentidos, que se producen de forma simultánea: ciudad que acoge y ciudad que es invadida.

Críticos literarios europeos y norteamericanos comparan tu escritura, o encuentran influencias y paralelismos con Coetzee, Sebald, Joyce y Camus. Salvando las distancias, yo encuentro algo de Flaubert: una voz mordaz e hiriente construida a través del punto de vista de los personajes, una gran capacidad de observación y la búsqueda de la palabra concreta que se adecua a la descripción.

¿Cómo definirías tu realismo?

Por supuesto, admiro muchísimo a Flaubert. Tengo una fuerte conexión con él en ese control exhaustivo sobre la imagen y el uso concreto de cada frase para que la obra funcione. En cuanto a mi definición de realismo, aquí entramos en otro tema. La semana pasada me di cuenta de que hablar de realismo, o mejor dicho, de expresar realidad a través de la literatura es peliagudo. Alguien me preguntó por qué no utilizo términos coloquiales o un lenguaje cliché, como de hecho sucede en la realidad. Yo sé por qué no lo hago, no lo hago porque entonces el texto no sería literario, hermoso y fresco. Pero en la vida -en la realidad, no en el realismo- se utiliza mucho el tópico, el lenguaje cliché. Flaubert era un escritor realista, pero la gente normal no siempre es tan fresca y pulida en su discurso como en Madame Bovary, que es una de las grandes obras de la literatura. Quizá los escritores no somos tan realistas como creemos. Yo, como Flaubert, tengo esa alergia al lenguaje coloquial y tópico. La literatura tiene que ser salvada del cliché.

Comienzo a pillarme del libro en la página 74. La voz narrativa, por fin se suelta…

Tengo curiosidad. ¿Cuál fue el incidente que hizo que se produjera ese cambio?

Describe la Zona Cero, recordando la morfología anterior, cuando ese pedazo de tierra estaba atravesada por una bulliciosa red de callecitas: Robinson Street, Laurens Street, College Place…

Ah, Ok. ¡Sí! (Enérgico) ¡Esta es la primera declaración temática, de verdad! Aquí esta la integración del personaje.

El libro obliga a una lectura paciente. No hay un argumento concreto, sino una sutil sucesión de días en un año de la vida de Julius, un joven psiquiatra tan compasivo y comprensivo como falto de compromiso e implicación con el semejante. El libro no empieza ni termina, es un in media res en la vida de este hombre, con disrupciones y la obligatoria linealidad del texto. Durante el caminar peripatético se suceden reflexiones y conversaciones sobre arte, política, música y filosofía. A veces Julius cambia de tema a la velocidad del pensamiento. Cerebro y ojos. El flujo de conciencia del personaje se solapa a la visión. Es como si llevara una cámara de filmación en la cabeza, que recogiera el movimiento interior de su cerebro y a la vez las imágenes y voces (no hay apenas olfato ni tacto) de los lugares y personas que transita. Y los traduce en palabras.

El título de la primera parte: «La muerte es una perfección del ojo» ¿te lo inspiró tu pasión por la fotografía?

Esta idea no procede de la fotografía. Procede de esa lucha que se establece por expresar algo a lo que prestamos atención, y que se encuentra entre la visión y el olvido. Tratamos de ver, tratamos de entender la vida, tratamos de ver qué está sucediendo alrededor nuestro y a la vez estamos a la sombra de la muerte, de la sospecha; no entendemos totalmente qué nos sucede hasta que hemos terminado, lo ‘comprendemos’ cuando nos hemos ido. Entonces llega la perfección del ojo, la perfección de la mirada. Nuestra visión se vuelve perfecta después de la muerte. Es un poco misterioso.

Ciudad abierta es una novela sensible, pero también tiene algo de calculada. Guarda una cierta pragmática en la selección y articulación de las historias que cuenta.

¿El libro fue surgiendo de la escritura, o tenías un planteamiento previo?

Tenía una idea de la estructura y del conjunto de la historia. Con el tiempo logré realizar una selección mejor de historias que realmente pertenecían a este libro, y luego, claro, escribí el libro, cuando tuve la seguridad suficiente para introducir la voz sin temer transmitir esa especie de sobriedad del texto, a lo largo de cientos de páginas. Así que la cuestión de la voz narrativa fue muy importante. Tuve que aprender y ganar confianza y seguridad. Esa voz tenía que crear un espacio que el lector luego ocupará.

¿Llamarías a la tuya una novela de ideas?

(Piensa largo rato) No estoy seguro. Tiene un montón de ideas, pero éstas no representan un sistema filosófico o un punto de vista. Más bien hay un punto de vista que se expresa en la duda. Se niega el poder de las ideas. Aunque este negarse también podría ser una idea…

¿Te sientes tentado de escribir una novela de argumento?

A veces.

En esta novela Teju Cole ha creado una imagen muy interesante: el acuífero de la memoria. Esa materia hídrica o histórica que desde el subsuelo nutre nuestras vidas aunque no seamos conscientes de que está ahí. Es una metáfora utilizada en un lugar marginal del texto (cuando Julius visita el centro penitenciario de Queens), pero se puede trasladar al conjunto del libro.

¿Qué papel le concedes a la memoria?

Es una nube, es una sombra, es el aire, es la muralla protectora. Pero también es lo que nos empuja en todas las direcciones. Muchas personas pretenden vivir sin el pasado. Fíjate en Nueva York, todo es joven, fresco, renovado, a la moda. Si miramos a pie de calle vemos las tiendas de grandes marcas, farmacias, restaurantes de lujo o de diseño, librerías…, pero levantas la vista hacia el segundo piso y es todo siglo XIX. Pero muy poca gente dirige su mirada al segundo piso.

La novela nos permite descubrir Nueva York desde el punto de vista de un inmigrante negro; perspectiva que conocemos poco, o más bien desconocemos completamente en este país.

Es un privilegio para mí presentar mi trabajo a públicos que están tan alejados de esta realidad que presento. Sin embargo, mi libro no es una fotografía sobre África o sobre mucha gente de África, o la vida de inmigrantes en América, que también son historias importantes, pero no es necesariamente la historia que yo quiero contar.

Mi novela quiere ser una historia sobre la complejidad de mi recorrido vital -a través de mi experiencia, o de mi imaginación- y transmitirla más allá del poso cultural del lector, o su edad o su nación de origen. Es lo que para mí representó El espíritu de la colmena, de Víctor Erice. Esta película hizo mucho por mí, su planteamiento sobre la complejidad de la pena asociada a la pérdida de un ser querido y de vivir con secuelas. No tengo la edad de Erice. Nunca había estado en España antes de ver esa película, y sin embargo, me tocó la fibra sensible profundamente. Si mi libro llega aquí de esta manera aunque sólo sea a una persona seré el hombre más feliz del mundo. Porque esto prueba que la literatura es una forma de comunicación, sin que importe el idioma, el género, la edad, cuánto dinero tienes, o de dónde es tu familia. La comunicación es más fuerte que todo eso.

¿Qué es para ti el arte?

Arte es cuando hacemos un esfuerzo por hablar o evocar aquello que no se ve, más allá de las limitaciones de nuestros sentidos. Para mí, que no soy una persona particularmente religiosa, el arte es un pequeño confort, un remanso en un mundo muy oscuro y muy triste, y tengo que admitir que este confort es pequeño pero absolutamente necesario.

Teju Cole (foto © Teju Cole)

A lo largo de la Historia, el ser humano es capaz de grandes miserias y grandezas. Y sin embargo no puede controlar las chinches, esos pequeños animales, que por cierto son un elemento dinamizador de tu novela.

Exactamente, exactamente. Las historias de chinches en mi libro aportan algo perturbador, pero también cierta comicidad. Una de mis palabras favoritas es ‘desamparo, impotencia’ (helplessness). Con las chinches nos sentimos así, desamparados, impotentes. Somos capaces de mandar a un hombre a la luna, pero si la Casa Blanca se viera infestada de chinches tendrían que abandonarla. Y no se puede hacer nada para prevenirlo.

Occidente sigue defraudando las grandes expectativas que aún pueblan el imaginario de tantos inmigrantes. Pero siguen llegando y aportando su grano de arena a ese acuífero de la memoria del que antes hablábamos. ¿Cómo ves el futuro racial de Occidente?

Creo que una respuesta la encontramos evocada en una novela anterior a la mía titulada Netherland, de Joseph O’Neill. Es la primera novela post 11-S; para mí, que era un inmigrante me resultó un libro hermoso, lírico. En esta novela, los  protagonistas -que están en el cementerio más antiguo de Brooklyn- observan que la tipología de nombres de los muertos escritos sobre las tumbas no coincide con la de los nombres que llevan los vivos en la ciudad en ese momento.

En el futuro, en las tumbas de los cementerios de Barcelona se verán nombres catalanes y españoles, pero también rumanos, filipinos, senegaleses… Ahora no pensamos en ello, pero esa va a ser la textura de la memoria en el futuro. De momento no es así, ahora en la calle los hombres viven siendo blancos, negros, amarillos y marrones (dice esto último con cierto humor); pero los muertos todavía son blancos. Esto va a cambiar. Además, pienso que en el futuro, en Europa y EE UU se intensificará mucho la mezcla racial. Supondrá un verdadero renacimiento de las ciudades europeas. Será muy interesante para los futuros escritores de Ciudades abiertas y de Netherlands.

¿Ganará Obama las elecciones?

Creo que sí. A no ser que a última hora le saquen algunos trapos sucios. Obama es un hombre que ha sido muy buen presidente, pero también ha tenido que hacer cosas muy, muy complejas desde el punto de vista ético. Asesinatos de forma accidental e intencional de civiles en Paquistán, Afganistán… Por otro lado, Mitt Romney no tiene punto de comparación, sería un desastre indecible. Sin embargo, Obama tiene que recolocar su centro moral.

Berta Ares

Links de interés

Teju Cole en el Raval (by CCCB)

En estos links puedes escuchar a Teju Cole y además conocer su proyecto fotográfico en el Raval:

http://www.cccb.org/veus/debats/%C2%ABtwitter-es-la-ciutat-del-present%C2%BB-teju-cole-escriptor/?lang=es

http://www.cccb.org/es/album_descobreix-projecte_fotografic_de_teju_cole_al_raval-41749

Berta Ares Yáñez

Periodista e investigadora cultural. Doctora en Humanidades. Alma Mater: Universidad Pompeu Fabra.

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