Foto: Couleur | Pixabay

Hacerse al mundo y perderlo

En 'Filosofía y consuelo de la música' el ensayista y poeta Ramón Andrés traza un vínculo entre ambas disciplinas desde la Antigua Grecia hasta el siglo XVIII

/
Foto: Couleur | Pixabay

Frente a las amenazas de extinción masiva de la cibernética actualidad, la máquina del tiempo de papel del escritor Ramón Andrés (Pamplona, 1955) reúne composiciones y compositores, secciones discontinuas, pespuntes articulados, experimentos con las esencias en torno a una conformidad que perdura, para “caminar hacia los orígenes del mundo, ir en busca de su narración, porque allí encontramos a Orfeo”. En Filosofía y consuelo de la música (Acantilado, 2020), el ensayista y poeta vasco no sólo se convierte en un intérprete de la escucha gratificante, sino en el ejecutante de la búsqueda ilustrada de “paz: si no se encuentra en la Tierra se la debe buscar en el universo, en ese cosmos que es orden y sonoridad”.

Acantilado

Correctivas prescripciones atienden al ensayo infinito, un sinfónico vademécum donde, prolija en detalles, la inhumana perfección se traduce en precisiones no divorciadas de la emoción solista: “A veces, ni siquiera sabemos que oímos. Y, sin embargo hay un oído que anuncia y se compromete a avanzarse al mundo para avisarnos de cuándo nos será propicio y cuándo no”. El hilo del colaborador en revistas como Ínsula, Scherzo o Sonograma, nos lleva a través del laberinto melómano, traza el espectro de sus tonalidades, fragmenta el ADN de la lírica con melancólicas invitaciones a un salvaje abandono sinfónico, “estados catárticos y sanadores (…) una harmonía, no solo entendida como proporción de las partes de un todo o como escala, sino también como un lenguaje (…) una lengua propia, capaz de transmitir equilibrio y concordia”.

Repetidos motivos orquestales en círculos se revuelven en torno al eterno retorno de la consonancia disonante, “una armonía de las esferas, también aquí, en el mundo habitado, cuya música sólo pueden oír unos pocos: los que no se oponen al ser, los que no juzgan”. Hacen avanzar los argumentos del libro enciclopédico la plétora de interpretaciones, múltiples significados; orgiásticas consideraciones desentierran las raíces, acumulan las opiniones opuestas de la concordia, distracciones de lo desconcertante, dominios pretecnológicos de “una música que no finaliza, que jamás se funde. En ella hay algo de inicio y de engañoso final; en cualquier caso, no cesa: es circular, va a la par del mundo y del tiempo, que es eterno cuando nos detenemos a pensar si existe o no”.

Se ocupa de la afinación perpetua, la droga sónica de “una armonía interna”, el veneno de un culto que nos incita a superar los escrúpulos mediante la emoción dionisíaca de una canción. Se solaza el interlocutor en estados emocionales sobrecargados, conflictos, auto-contradicciones. Se disuelve el poeta de Los árboles que nos quedan (2020) en la tensión mental del médium que trasciende el movimiento instrumental de la libre iconoclasia: “La música ayuda a digerir el mundo”. Su solidaridad resitúa las piezas en el contexto orquestado. Como si improvisara, se adentra en las representaciones del repertorio clásico, neoclásico, vanguardista, posmoderno, transcribe entendimientos que preludian la contagiosa concordia que retrocede para coger impulso.

“La música es el mayor consuelo”, nos advierte el pensador búlgaro y escritor en lengua alemana Elias Canetti (1905 – 1994), desde el epígrafe, “por el hecho de que no crea palabras nuevas”. Al examinar los síntomas de su contagiosa melomanía, el Premio Internacional Príncipe de Viana 2015 trasciende el legado, su anhelante disonancia interrumpe la monotonalidad, su brujería sonora arroja hechizos: “No tenemos nombre, ni en la música, ni en el silencio. Tener nombre, admitirlo, es hacerse al mundo y perderlo”. Contra las ruidosas discordias sincopadas de nuestra contemporaneidad, las armonías atemporales del miembro de la Reial Acadèmia Catalana de Belles Arts de Sant Jordi logran calmar la angustia emocional, mantienen el cosmos en sintonía.

José de María Romero

José de María Romero Barea (Córdoba, 1972) es crítico de narrativa, poesía, ensayo y novela gráfica. Es miembro de la AAEC-Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literario. Colabora con sus reseñas, entrevistas y traducciones en publicaciones de ámbito nacional e internacional.

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Previous Story

Yo mismo soy el cataclismo del que hablo

Next Story

Paisajes literarios, paisajes reales, paisajes recordados

Latest from Críticas

La memoria cercana

En 'La estratagema', Miguel Herráez construye una trama de intriga que une las dictaduras española y

Adiós por ahora

Eterna cadencia publica 'Sopa de ciruela', volumen que recupera los escritos personales de Katherine Mansfield