Una conversación con Ginés S. Cutillas, por Jordi Corominas i Julián

Era un martes de junio y jugaba Argentina. Quedé con Ginés S. Cutillas (Valencia, 1973) en un bar donde suelo reunirme con otros escritores para hablar de cualquier cosa ajena a la literatura. Mis pasos se encaminaban hacia esa esquina cuando, de repente, atisbé la barba de Ginés en otro garito. Bebimos un vino, echamos unas risas y, porque somos muy ordenaditos, decidimos ir al punto inicial de encuentro, donde entre cervezas y mil ruidos tuvimos una charla interesante, sobre todo por permitirme, y espero que lo mismo suceda con el lector, conocer mejor un género desdeñado por la crítica convencional, demasiado ocupada en perpetuar sus posturas anacrónicas sin considerar en ningún momento libros como Un koala en el armario (Cuadernos del vigía, Granada, 2010), colección de microrrelatos de un autor conciso, punzante y con mucho talento en sus letras.

Foto © Ginés S. Cutillas

Jordi Corominas i Julián: Hazme cinco pinceladas de tu persona, vital y literariamente.

Ginés S. Cutillas: Veamos esas pinceladas. La primera sería que mi obra viene muy marcada por la formación científica que recibí. Eso me hace ver el mundo de otra forma, no desde un punto de vista meramente literario. Siempre busco la lógica a las cosas, lo que me permite también jugar con la parte ilógica y absurda de las mismas. Cuando terminé la ingeniería en informática estaba tan cuadriculado mentalmente que pensé contrarrestarlo estudiando Biblioteconomía y documentación –por aquello de hacer una carrera de letras-, lo que me descubrió un lado más amable de entender la vida y eso se refleja en mis escritos donde intento conjugar el mundo literario con el matemático.

Al fin y al cabo ambas carreras tienen que ver con encajar piezas, ordenar el mundo.

Efectivamente. Si lees el koala te darás cuenta que, dentro de la ilógica inicial que se plantea en algunos cuentos, todos los personajes actúan de una manera coherente para el escenario que se les plantea, intentan buscar su hueco en el puzzle, una manera de encajar su comportamiento en dicho escenario.

Pero cuando empezaste tu primera carrera supongo que ya tenías el gusanillo lector.

En lo literario recuerdo que con diecisiete años redescubrí a Poe (lo había leído de niño sin saber quién era) e imitaba su estilo en lo que escribía por allá entonces. A punto de entrar en la universidad comencé a escribir una novela malísima que no acabé y me centré más en el relato a lo Poe, con final tajante, situaciones in media res … En realidad me fue muy bien esa influencia.

¿Y cuál fue el siguiente paso en tu evolución?

Supongo que la lógica. De Poe salté a Lovecraft, Baudelaire, más tarde los realistas sucios…

El lado oscuro.

Sí, siempre me ha interesado el lado oscuro de las personas, el que se intenta esconder es más interesante que el que se muestra. Aunque descubrir toda la influencia hispanoamericana –con Cortázar y Borges a la cabeza- me abrió las puertas a una literatura menos oscura, más mágica y limpia.

Y se nota esa influencia borgiana en algunos de tus textos.

Sin duda. El primer libro de relatos que publiqué se titula La biblioteca de la vida y era un claro homenaje a La biblioteca de Babel de Borges.

¿Y cómo te vas decantando hacia el microrrelato?

Hasta hace seis años escribía el cuento entendido como clásico. La novela para mi era una prueba de fuego. Ambos géneros tienen técnicas muy distintas, y el relato no desmerece en absoluto a la novela, el cuento no tiene porque ser el paso previo a un texto más largo. Es un género propio que tiene grandísimos escritores que no tienen porque dominar otras disciplinas. He escrito una novela que está pendiente de editor, y su proceso creativo me permitió entender que no es ni mucho menos la evolución del cuento. En el microrrelato puedes jugar más con los elementos literarios. Es un buen terreno como campo de pruebas para saber lo que funciona y lo que no.

Es interesante esa reflexión, porque la experiencia nos va dando la conciencia de la diferencia entre géneros y su independencia, las interconexiones en ocasiones son un tópico.

Estoy de acuerdo. Los textos te dictan la forma con la que quieren nacer. Cuando tengo una idea ya conozco el género en la que la enmarcaré y por consiguiente las técnicas a utilizar. Si es un chispazo ira bien para un microrrelato, si encierra un mundo propio lo más acertado sería escribir un cuento…

¿Cuál es la evolución que lleva a sintetizar la forma del relato al microrrelato?

No existe tal evolución. Un microrrelato no es un relato comprimido. Hablamos de géneros distintos, con leyes propias y particulares. Los primeros microrrelatos que hoy consideramos como tales, eran pequeños textos de los grandes escritores que olvidaban por los cajones, que ni siquiera sabían muy bien cómo catalogar aquello o en qué formato publicarlo.

En 2004 participaba en una tertulia literaria en Barcelona, en el barrio del Borne y creamos un blog llamado Dorum para reírnos de aquel engendro que fue el Fórum. Nos hacíamos eco de las referencias culturales de la ciudad entre amiguetes. En ese momento, sin darme cuenta, terminé creando mi propio blog y descubrí que lo que mejor funcionaba eran textos que cupieran enteros en la pantalla. Comencé a escribir textos breves sin saber muy bien que lo que realmente estaba escribiendo eran microrrelatos.

Y en 2004 es cuando empezó el boom del microrrelato en Internet.

Sí, pero nadie lo sabía. En 2004 los blogs aun se llamaban weblogs, había algunos sitios de referencia pero eran casi todos de temas tecnológicos. Seis años en la red es mucho tiempo. Mientras los blogs más populares de aquella época eran diarios de gente anónima contando sus miserias, yo me dedicaba a colgar mis cuentos. El del koala fue el tercer o cuarto cuento que colgué, y no conocía en absoluto las reglas del microrrelato, me guiaba por el feedback que tenían en la red. La primera selección que envié al editor fue una recopilación de los que tuvieron mejor aceptación entre los seguidores del blog. Sólo modifiqué pequeños detalles para ajustarlos al mundo del papel.

Ya sé que la respuesta será negativa, pero ¿ves relación entre los SMS y el microrrelato?

En absoluto. Los SMS sirven para que la gente se comunique mientras que los microrrelatos cuentan algo, una historia. No hay mucha literatura en las pantallas de los móviles, pienso. Aunque ambos medios pretenden comunicar algo con las mínimas y más sencillas palabras posibles, esperando una reacción más o menos controlada por parte del receptor/lector.

Cada palabra se conecta con la otra…

Sí, cuanto más microrrelatos escribes más reglas descubres. No es lo mismo decir un coche veloz que un bólido. Normalmente un sustantivo fuerte es mucho más poderoso que uno débil con un adjetivo. Es buscar la palabra adecuada en cada momento, encontrar vocablos certeros, en este sentido es un poco como la poesía. Cada palabra que aparece tiene su razón de ser, es la “elegida”. Ninguna está de más ni porque sí. El microrrelato es una perfecta maquinaria de relojería donde todas las palabras conspiran para realizar un cometido común.

Una labor artesanal.

Sí, porque lo escribes, lo dejas reposar y al cabo de un tiempo ves lo que chirría. El texto debe permitir una lectura fluida porque si hay alguna construcción complicada el lector puede embarrarse, y la clave radica en la primera lectura, que sea instantánea, sin baches en el camino para contar con todo el poder de sorpresa del incauto que lo lea.

Y en el caso de Un koala en el armario la variedad de microrrelatos permite un juego constante que también demuestra la riqueza del género.

La compilación lo permite, sí. En los cincuenta y dos microrrelatos que forman el libro se intenta mostrar todo el abanico de tipología conocida del género. Desde meras imágenes poéticas hasta el clásico de final impactante donde nada es lo que parece, pasando también por los juegos metaliterarios.

Sí, pero además de esa pluralidad en el género también creo que es importante el absurdo y la dimensión del texto.

Efectivamente. Cabe jugar con la dimensión del texto, como el cuento que aparece de tan sólo de seis palabras –casi una greguería-, o jugar con la inclusión del elemento absurdo como catalizador de la historia. Me fascina introducir un elemento absurdo y ver cómo funciona en relación con los demás elementos del relato. Metamos un koala en el armario, un elemento fuera de lugar y ya tienes historia. Con ese movimiento abres muchas posibilidades. ¿Qué pasaría si entrara un koala ahora en este bar?

Las imágenes son fundamentales en el microrrelato, también el expresionismo del lenguaje.

Hay un cuento en concreto que es eso: una imagen, la de los niños mirando el mar esperando algo. La idea nació en Cabo de Gata, en una cala en la que no había casi adultos. Me inquietó la imagen de una playa llena de niños. La ausencia de la figura adulta en un medio tan peligroso como puede ser el mar era algo terrible. El microrrelato es sin duda un género de imágenes potentes.

¿Seleccionaste los relatos en función de la unidad temática del fuera de lugar?

No necesariamente. Le presenté a Miguel Ángel Arcas –editor de Cuadernos del Vigía-  cerca de doscientos microrrelatos de los que seleccionó ciento veinte. En la siguiente criba el número se redujo a la mitad siempre buscando los mejores y más representativos. Aún así, con el manuscrito final en las manos, descartamos ocho por motivos de coherencia temática y de estilo.

Y hay varios temas que recorren el libro: La mujer, las puertas, el ascensor…

La figura femenina está omnipresente en la obra, y también la comunicación, fundamental si hablamos de otro tema del libro: la pareja. Siempre me encantó  el título La soledad de las parejas, de Dorothy Parker. Cuando no estás con la persona adecuada tienes la sensación de estar más solo que la una. Las puertas, el ascensor, el espejo, el doble… Los umbrales del mundo real con uno paralelo también es una constante en el libro.

Y el tema de la pareja es quizá uno de los temas más universales. En el microrrelato Una historia doméstica se entiende bastante bien tu discurso.

La pareja cohabita, pero el hombre y la mujer están en planos distintos –hablo de la pareja tradicional pero es extensible a cualquier tipo de pareja-. No dejamos de ser individuos. Dos personas viven juntas y cuando rompen, se dan cuenta, sobre todo por la distancia física, que no tenían tanto en común como pensaban pese a compartir techo.

Hay personas que piensan que el microrrelato puede dar lugar a múltiples interpretaciones, pero en tu caso creo que eres bastante contundente, expones sin muchos tapujos tus ideas y dejas clara la interpretación del texto.

Sí, aunque hay varios textos que pueden interpretarse de diferentes maneras –aquí juega un gran papel el estado anímico del lector-, también hay verdaderas declaraciones de principios: la inexistencia de Dios por ejemplo o que el fin del ser humano no es levantarse todos los días para ir a la oficina se afirman de forma tajante. Cualquier libro deja entrever un poco las ideas o angustias del autor, ¿no? Como la del paso del tiempo…

Foto © Ginés S. Cutillas

El paso del tiempo en tus microrrelatos se ve de manera mínima, en gestos fulminantes, como el tipo que lleva la pistola en el desierto, que por una centésima pierde todo. Hay también una crítica muy fuerte, quizá el tema oculto del libro, a cómo está montado el sistema laboral en nuestra sociedad.

Hay una crítica casi visceral a lo de levantarnos todos los días e ir a trabajar en lo que no nos gusta. Un personaje del libro se suicida todas las noches porque cada mañana tiene que cumplir con la rutina y mostrarse como un individuo ejemplar en la sociedad, que le exige –o lo que es peor: él piensa que le exige- que sea como es. Creo que el ser humano no es del todo consciente de su calidad de mortal.

Y hasta usas la ironía sobre lo que sería la situación de muchos escritores cuando en uno de los cuentos escribes eso de “Muertas todas las musas  conseguí trabajar en una fábrica”.

Ya sabes que los escritores tenemos etapas en las que escribimos mucho y otras en la que estamos en blanco. Tuve una de esas épocas donde fluían las ideas y era maravilloso, dormía poco, escribía como un loco pero hubo un momento en que empezó a afectarme físicamente. Ahí surgió la idea del silencio mental deseado en una fábrica.

Y eso irrumpe con fuerza en el cuento donde los libros se suicidan por culpa del televisor.

La televisión simboliza la sociedad y es la enemiga de los libros. El día que el protagonista de ese cuento se sienta y mira a los libros de la estantería se terminan los suicidios. Cuando más lees más preguntas te haces, y cuando más preguntas te planteas más lees. Es un círculo vicioso.

El escritor siempre está dudando, planteándose cuestiones.

Sí, y seguramente eso es una forma de felicidad que no se palpa. Dicen que un escritor no puede ser feliz, que un hombre feliz está demasiado ocupado siéndolo. Además cada nueva generación de escritores replantea de otra forma las dudas de la generación anterior.

Y ésta búsqueda quizá tiene que ver con la totalidad, captarla, como en tu cuento La puerta 502, donde el protagonista casi sin querer pretende abrazar esa totalidad que mencionaba.

Sí, en ese cuento se plantean una serie de vidas y el personaje debe quedarse con una, siendo consciente de que la elegida excluirá a las otras. Es un tópico lo de que el escritor intenta vivir el máximo de vidas posibles por medio de sus personajes. La totalidad, de cualquier modo, el algo inalcanzable.

¿Y tras esta experiencia quieres cambiar el chip y tomar un nuevo rumbo?

Sí, quiero reenfocar mis pasos hacia el relato que lo he tenido un poco abandonado. He estado esperando dos años la publicación del libro y no he hecho otra cosa que corregir y ampliar el manuscrito. El microrrelato es un género que requiere mucha dedicación, tanto al escritor a la hora de escribirlo como a los lectores a quienes se les exige un esfuerzo mayor, ya que la elipsis es la reina de este género. Consta de una serie de mecanismos propios que no son exportables a otras disciplinas. Por eso descansaré un poco del micro, dejaré un poco de lado esos mecanismos para volver al relato. Después de centrarme tanto en el microrrelato se adquieren métodos y vicios, como el de corregir de forma enfermiza los textos largos en los que estoy trabajando ahora mismo, de todas formas siempre he dicho que un verdadero escritor nace cuando es capaz de tachar una página entera y tirarla a la papelera sin ningún tipo de remordimiento.

Jordi Corominas i Julián
http://corominasijulian.blogspot.com

Jordi Corominas i Julián

Jordi Corominas i Julián (Barcelona, 1979) ha publicado dos novelas en catalán ('Una dona que sap jugar amb els peus' y 'Colors', editadas por Abadía Editors), una biografía histórica en italiano ('Macrina la Madre', 2005) y el poemario 'Paseos simultáneos' (Ed. Vitrubio, 2010). En 2009 coeditó la antología 'Matar en Barcelona' (Alpha Decay). En 2011 publicó 'Loopoesía(s)' (Descrito Ediciones) y el cuento 'John Wayne' (Sigueleyendo). Es integrante y fundador del proyecto poético-experimental Loopoesia. Como crítico coedita 'Panfleto calidoscopio', y colabora en varios medios, entre los que destaca RNE. En 2012 ha publicado los poemarios 'El gladiador silenciado' (Versos&Reversos), 'Oceanografías' (Vitruvio) y la novela 'José García' (Barataria). En 2013 salió su poemario 'Los lotófagos' y en 2014 aparecerá su suite 'Al aire libre', versos con los que el proyecto Loopoesía cumplirá un lustro de existencia.

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