Son las cuatro de la tarde; el verano parece haber llegado a la capital. Espero frente a la parada de metro Antón MartÃn; me distraigo mirando las portadas de los periódicos, las noticias de siempre, nada nuevo en un presente más bien árido. Espero a Jonás Trueba, hemos quedado para hablar de su pelÃcula Los ilusos y de su libro Las ilusiones, publicado por la editorial Periférica. Mientras espero, empiezo a redactar en mi mente la crónica que hoy, ya en Barcelona, tecleo desde mi destartalado ordenador. Es un error que esta crónica comience frente a la parada de Antón MartÃn, en verdad, su inicio se encuentra en la LibrerÃa La buena vida, hace ya algunos meses. Fue allÃ, durante otra entrevista, donde conocà a Jonás Trueba: se trató de un saludo veloz, él no querÃa interrumpir mi conversación con el también director de cine Eduardo Chapero Jackson. Mientras espero frente al metro, me pregunto si Jonás se acordará de mÃ, no creo, no sólo han pasado muchos meses desde entonces, sino que los nervios de aquel dÃa únicamente me permitieron esbozar un tÃmido saludo apenas perceptible.
Llega con algunos minutos de retraso; frente a mÃ, la gente entra y sale de la boca del metro, caminan con prisa; me pregunto a dónde se dirigirán, pregunta estúpida, me digo a mà misma y, a modo de advertencia, recuerdo que Jonás en sus Ilusiones habÃa rescatado las palabras de Eustache quien, en una entrevista, habÃa asegurado “que él nunca sabe qué contestar cuando le preguntan por qué hace una pelÃculaâ€. Han pasado apenas diez minutos de las cuatro, cuando llega Jonás; antes de empezar la entrevista me pide que le acompañe a comprar unas entradas de cine a la filmoteca: “esta nocheâ€, me comenta, “voy a ver Ed Wood con unos amigos que no la han vistoâ€. MÃtico Tim Burton, aunque, los dos estamos de acuerdo, sus últimas pelÃculas han perdido el encanto de aquellos primeros filmes. Acompañar a Jonás a comprar las entradas es, en cierta medida, revivir una de las tantas escenas de su film Los ilusos, una pelÃcula acerca de la ilusión de hacer cine, pero también de las frustraciones que acompañan los meses previos al rodaje, en los que las ideas se forjan entre conversaciones de bar, paseos por Madrid, lecturas y visitas a la filmoteca. Filmada en blanco y negro, la pelÃcula evoca aquellos años dorados del cine francés: los primeros planos, los enfoques indirectos de los personajes, los decorados urbanos o las conversaciones entre los protagonistas, en los que los temas existenciales, como el paso del tiempo, la madurez o la maternidad, se mezclan con disquisiciones estético-artÃsticas, intercambio de opiniones acerca de cine y literatura, son las veladas reminiscencias de una tradición cinematográfica que Trueba demuestra, no sólo conocer, sino, y sobre todo, admirar. Los tiempos, sin embargo, han cambiado y todo intento de recreación resultarÃa una vacua anacronÃa: sin tintes marcadamente ideológicos, sin exceso de manierismo ni comunes discursos polÃtico-sociales, Los ilusos de Trueba son “jóvenes artistas que quieren dedicarse al cine, al teatro, a la pintura, a la música, pero no lo consiguenâ€. El manierismo intelectual que impregnó el cine de la Nouvelle Vague desaparece en el film de Trueba, una pelÃcula en la que los primeros planos, en especial aquellos de los rostros femeninos rinden homenaje a los planos godardianos -el rostro de Aura Garrido mirando por la ventana del bar evoca al rostro de Anna Karina en la inigualable Vivre sa vide– a la vez que las calles de Madrid, los bares o los pequeños negocios de siempre rescatan aquella ciudad olvidada que se convirtió en escenario de tantas pelÃculas españolas a lo largo de los años ’70.
Sentados en el bar de la filmoteca, Jonás me confiesa que no le importa que algunos hayan visto en su cinta ecos de aquella cinematografÃa española hoy tan olvidada y, a la vez, en ocasiones injustamente desprestigiada. Los ilusos es “un intento de filmâ€, donde las referencias a una tradición cinematográfica no circunscrita en fronteras nacionales ni en esquemáticos cánones se muestran veladamente a través de una narración sencilla, pues como afirmaba hace algunos dÃas Carlos Losilla, “no hay pelÃcula más transparente, ni más directaâ€. Si bien, parece imposible no mencionar a Fellini y su inolvidable 8 y medio, la “tentativa de pelÃcula†de Jonás escapa de la tormentosa psicologÃa que caracterizaba el film del director italiano, para mostrar con la mayor de la sencillez la armónica convivencia entre la realidad cotidiana y la creación. Para Jonás, el cine no es un mundo aparte, el cine conforma su manera de ver y leer el mundo y en su pelÃcula la claqueta o la grúa que mueve la cámara en lo alto de la Plaza Mayor aparecen en pantalla, son parte del decorado porque son parte de la vida de todos los ilusos.
Como su libro de apuntes, Las ilusiones, la pelÃcula de Trueba es un boceto a partir del cual crear una futura pelÃcula; un work in progress “que ojalá no termineâ€. Tras girar la última página de Las ilusiones, tras el último fotograma de Los ilusos, el espectador y el lector no quedará decepcionado, porque durante algunas horas habrá finalmente visto y vivido el auténtico mundo del cine o, más en general, el mundo de la creación y su tempus. La creación artÃstica es lenta, las ideas se forjan frente a una pantalla, frente a un teclado que ofrece las más diversas combinaciones de letras, pero también frente a un café, frente a la estanterÃa de una pequeña librerÃa o durante largas conversaciones de bar, donde el café es rápidamente sustituido por las copas que embriagan, juntamente con la imaginación compartida, a los futuros creadores.
Jonás Trueba no se esconde, su film como su libro no son una impostura; no se trata de un mero ejercicio de estilo, ni de la siempre vacua innovación por la innovación; la transgresión de Trueba consiste en “hacer una pelÃcula sobre gente del cine sin el cine†porque “normalmente se ven los rodajes, no el vacÃo que dejan. La vuelta a la vida realâ€. A lo largo de la entrevista, la vida real se empapa de ilusiones y de proyectos; si bien las dificultades presentes obstaculizan el trayecto, la pasión por el cine y la ilusión por la creación impregna cada una de las palabras de Jonás Trueba. Sus personajes serán ilusos, seremos muchos, puede que incluso demasiados, los ilusos, pero es precisamente la ilusión la que condujo a Madrid a los personajes del maestro Azcona, fue precisamente la ilusión la que hizo posible la entrevista, una conversación convertida en breves pero fructuosos apuntes sobre el cine, sobre el arte y la cultura de un tiempo que ha de llegar.
Anna Maria Iglesia
@AnnaMIglesia
Sentados en el bar de la filmoteca, Jonás me confiesa que no le importa que algunos hallan visto en su cinta ecos de aquella.
El hallan de la frase es del verbo haber y no del hallar.
Gracias por el aviso. Corregido.