A propósito de «Invisible», de Paul Auster

Invisible. Paul Auster
Traducción de Benito Gómez Ibáñez
Anagrama (Barcelona,2009)

Invisible es el título de la última novela del  afamado escritor norteamericano Paul Auster en la que con un magistral juego de personas narrativas nos introduce en la vida, real o fingida, y en las fantasías y fantasmas de una serie de personajes, en mi opinión  un tanto artificiales, que se  relacionan de manera casual, sin llegar a conocerse verdaderamente, en una trama más bien sosa pero relatada con absoluta maestría, basada en una sucesión de relatos superpuestos que se entrecruzan en el espacio y en el tiempo.

Lo que este libro tiene de excepcional no es, como suele ocurrir en las novelas de Auster, la historia en sí, sino la forma de narrar, el estilo, y la reflexión a la que puede incitar su lectura; como alguien ha dicho es una auténtica “clase magistral de técnica narrativa”.

La novela se articula en tres partes hábilmente enlazadas, si bien cada una de ellas corresponde a un tiempo, pasado y presente especialmente, a una punto de vista de los hechos y un lenguaje literario, una forma de expresión, concreto y particular, acorde con cada una de las situaciones que los personajes viven en los diferentes periodos temporales.

El argumento, que encierra numerosos elementos autobiográficos, se centra en el manuscrito que el protagonista, Adam Walker, enfermo y a punto de morir, envía a un compañero de la universidad, el famoso escritor James Freeman, para que valore la posibilidad de publicarlo en forma de novela bajo el título de “1967”, año en el que el entonces joven poeta en ciernes conoce a la extravagante pareja formada por Rudolf Born y Margot, personajes con los que entabla una ambigua relación y vive unas experiencias que lo marcarán para siempre determinando, en cierto modo, su futuro; a partir de ese momento ambos y las personas que conocerá por su relación con ellos jugarán un importante papel en la vida del escritor. Todos los acontecimientos que Walker relata en las tres partes que envía a Freeman son fruto de la casualidad  comenzando por su relación con la extraña pareja, el posterior asesinato de Williams, el viaje a París o la relación con Heléne y Cecile.

Sean fruto de la casualidad, el instinto o el deseo, probablemente, las partes que más llaman la atención en la obra son, en primer lugar, las alusivas a la violencia, en cualquier forma en que ésta se presenta, que constituye el motor generador del conflicto interior del protagonista y de un sentimiento de culpa que, en cierto modo, desencadena su postura ante la vida y su actuación posterior; y, en segundo lugar, al sexo, para colmo incestuoso, que transgrede una de las normas esenciales de la moral occidental.

No obstante, la clave de la novela no radica en los hechos en sí, aunque esa es la impresión primera, sino en la incertidumbre que genera el texto según avanza acerca de  si  los episodios relatados por Adam son o no verdaderos, si lo que se nos cuenta son experiencias realmente vividas por él o, por el contrario, son un producto de su imaginación, en este caso, de los delirios de un moribundo.

Por otro lado, incluso este planteamiento sobre la finalidad de la novela es, en mi opinión, quedarse en lo superficial –aunque no por ello lo considero menos importante- porque ¿acaso importa si sucedieron o no? ¿para quién es significativo descubrir la verdadera historia? ¿para qué?  La cuestión, creo, estriba no en si son o no ficción sino en la duda misma; es el conflicto humano que se origina entre la realidad y el deseo el que desencadena el conflicto, y que origina la imposibilidad, en muchas ocasiones -la mayoría- de establecer una frontera clara entre uno y otra. ¿Y cuál es, a la vista de ello, la verdad de Adam Walker? No existe una respuesta fácil y mucho menos clara: la verdad no puede verse, es invisible, porque sencillamente no existe como concepto unívoco y global; la verdad es aquello que cada uno, loco o cuerdo, eso no tiene importancia realmente, considera que es. ¿Es la realidad la verdad o la verdad se esconde en el mundo irreal de los deseos? Todo es, pues, invisible porque la visión, aparte la capacidad física, es algo subjetivo y como tal sólo visible para un individuo, y ni aun en muchos casos para él mismo, traicionados como somos por nuestra propia memoria o percepción de los hechos. En este sentido es obvio que incluso lo visible es invisible.

Paul Auster (Foto: David Shankbone)

En una entrevista concedida por Paul Auster al periódico La Vanguardia en noviembre del 2009, el novelista afirmaba que  “La verdad es una de las cosas más frágiles del mundo, no sabemos qué sucede realmente. Incluso nuestra propia memoria se destruye mientras trabaja nuestra experiencia. Y descubrimos más cosas conforme nos hacemos mayores. Si yo fallo, si me equivoco al recordar cosas, y es mi propia vida, ¡imagínate cómo son las consideraciones que hace la gente! Es fascinante. La memoria juega con nosotros”; y concluye con una pregunta cuya respuesta él mismo ofrece y que aclara el propósito de esta novela: “¿dondé está la verdad? Este es el libro de lo invisible. Tal vez la verdad es invisible”.

El autor combina de forma brillante en este relato el hoy y el ayer a través del uso de la memoria del personaje principal cuyos recuerdos quedan en entredicho al relacionarlos con los que ofrecen a su vez el resto de personajes.

Es un libro –el de la ficción, digo- escrito desde el recuerdo y no se nos permite creer que la realidad es tal y como la recordamos pues, independientemente de que existan elementos puntuales que alteren el recuerdo (en el caso de Walker la enfermedad terminal, la medicación, la soledad…) la memoria, desde el presente manipula inconscientemente los recuerdos hasta el punto de llegar a creer que la realidad que creemos (la que deseamos) existió. Los deseos insatisfechos originan frustración y actúan en el subconsciente de esa forma.

Juego entre la realidad y la fantasía, el argumento se desliza  por la frágil y delicada línea que separa ambos, y que, conforme avanzamos en la lectura, se torna más complejo pues la realidad que el libro pretende mostrar se va ocultando, transformando en “invisible”, aunque esto sucede, paradójicamente,  mientras se nos van ofreciendo más y más datos con el fin de que la  “verdadera” historia, que aparece en todo momento fragmentada e incompleta, pueda ser reconstruida, y que la verdad salga a la luz. Llegado el final –que es sorprendente y, por ello, no desvelaré-, el lector se encuentra absolutamente desconcertado sin acertar a discernir quién está loco y quién cuerdo, qué parte del relato es ficción, cuál es ficción de la ficción y cuál, realidad. Se trata, pues, de un juego, como ya he señalado, entre la realidad y el deseo: ¿es verdadero lo contado o lo pensado? ¿se corresponde lo verdadero con lo real, caso de poder identificar lo primero?

Y en relación con todo ello surge el tema de la identidad, ¿quién es Adam Walker? Ese personaje al que hemos conocido a través del relato de su vida deja de existir en el momento en que se pone en duda la verdad de lo contado. Es su propia existencia, su propio ser lo que realmente desaparece, se torna invisible para su amigo Freeman y, al mismo tiempo, para el lector. Adam Walker, en su mundo inventado, no existe.

Pero volviendo a la reflexión que me provoca la lectura de esta obra, el título nos lleva a preguntarnos a qué se refiere Paul Auster con el adjetivo invisible, qué sustantivo es calificado con este término: en principio la persona de Adam es -mejor dicho- se cree invisible para el resto, si bien, en todos los que lo conocen deja una huella que parece imborrable, aunque su vida queda, al fin, invisible; ninguno de los personajes, como apunté al comienzo, llegan a conocerse realmente.

Y por último, la verdad es invisible, tan invisible que uno no acierta a separarla de la mentira, del engaño, en fin, de la fantasía. Cada cual se inventa y reinventa para poder hacer la vida más asumible, para poder enfrentarse a sus propios miedos y en esa recreación del yo hay una necesaria recreación de “los otros” pues no se puede pretender vivir ajeno a las influencias que uno recibe del exterior y que emite a su vez. Interacción compleja y necesaria que esta novela pone de manifiesto sin dejar de lado la individualidad del protagonista, la verdadera soledad del ser humano que bucea y a veces nada contracorriente en el mundo que le ha tocado vivir. Todo es, en resumen, invisible porque cada ser humano se construye una identidad, inventa su propia realidad y elige qué papel representará en ella. Y todo ello para no ser invisible, aunque en ese esfuerzo por hacerse ver se va tornando cada vez más oculto.

A veces, como el propio protagonista afirma, se hace necesaria la perspectiva para poder entender y asumir la realidad; de ahí el juego de figuras narrativas al que he aludido anteriormente:

“Me hacía falta distanciarme, dar un paso atrás y crear un espacio entre mí mismo y el tema (que no era sino mi propia persona), así que volví al principio de la Segunda parte y empecé a escribirla en tercera persona. Yo se convirtió en Él, y la distancia establecida entre aquel pequeño cambio me permitió acabar el libro”.

Y de ese modo, adoptando diferentes perspectivas, el individuo puede acercarse a las diferentes realidades que, quizás -sólo quizás- constituyen “la verdad” de su existencia.

En las novelas de Paul Auster -y esto que voy a decir es una experiencia personal- generalmente la trama pierde interés conforme avanza  el relato: cuando me sumerjo en la lectura, cuando me atrapa la narración, la anécdota pierde toda relevancia y mi atención, quizá involuntariamente, se centra en la vida interior de los personajes, en sus propios conflictos, en lo que no se dice de ellos, en la reflexión a la que me empuja su comportamiento o sus discursos. Con el paso del tiempo, apenas recuerdo la historia de los libros que he leído, pero en el caso de Auster me queda siempre el conflicto personal, la parte oculta del ser humano que tan sutil y, a la vez, claramente sabe plasmar el autor.

Invisible es, en mi opinión, la mejor novela hasta el momento del escritor norteamericano: una obra técnicamente genial y un ejercicio creativo impecable. Su lectura se hace, pues, imprescindible para todos los que se consideren amantes de la lectura.

Alejandra Crespo Martínez

Alejandra Crespo Martínez

Alejandra Crespo Martínez es licenciada en Filosofía y Letras (especialidad en Filología Hispánica) por la Universidad de Málaga y Licenciada en Humanidades, con Premio Extraordinario, por la UCLM. Catedrática de Lengua Castellana y Literatura en el IES Ramón y Cajal de Albacete. Imparte clases de Gramática en la Facultad de Filología Hispánica del Centro Asociado de la UNED en Albacete, y de Literatura en la Univ. de Mayores José Saramago de la UCLM. Ha trabajado algún tiempo como profesora de español en el extranjero (Polonia y Nicaragua)

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