Amen, pero sin acento y con condón

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Esto que acaban de leer no es un título sino una palagrafía. Óscar Sotillos acaba de publicarla en El púgil sin sombra, ganadora del Premio «La Nunca» de Ediciones Oblicuas. Las palagrafías, las narra-píldoras y las palabras sobre blanco son los tres géneros literarios que dividen el libro y que se encuentran entre la poesía visual, la micronarración y la poesía versificada. Antes de continuar, sin embargo, permítanme presentarles a su autor.

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Óscar Sotillos | Foto: Mireia Aranda

Si tuviese que definirle diría de él que es un escritor noble. Una de las facetas de su aristocracia le viene del extrarradio, en concreto la del río Besòs, tal y como aparece en su novela La orilla de las palabras, premio Encina de plata 2010. Me refiero a esa misma clase social que muestra Pérez Andújar, orgullosa de sus miembros y orígenes.

La familia de Sotillos proviene de Soria, de la Castilla fría y seca, la de los hidalgos que emigraron a Zaragoza, a Barcelona, a Madrid y que tuvieron la heroica tarea de progresar desde la barraca. O desde el piso protegido con una chapa de yugo y flechas en su fachada. Esa generación que tuvo como objetivo el acceso a la alta cultura y a la universidad; la misma que se nos está muriendo de indignada y de perpleja.

Sotillos estudió Biblioteconomía, Filología Hispánica y Teoría de la Literatura en Barcelona, su ciudad natal. Noble como es, pasó un largo tiempo narrando las vicisitudes de su pueblo, que también es el de sus padres, en un blog llamado Tiermes. Parece que Baile del Sol está interesado en publicarlo. Estén atentos.

«Y luego leo que los bosques sorianos producen oxígeno suficiente para que respiremos todos los españoles… Sí, ya sé que Soria no es Brasil, pero hablando de desequilibrios sociales y de infraestructuras, bien que podrían subvencionarnos el oxígeno, ¿no?»

Conocí a Óscar poco tiempo antes de que apareciera su primer libro, una compilación de relatos publicados en el 99. Partían de su experiencia como cuentacuentos (faceta que desarrolló entre 1999 y 2008 en compañía de Javier Molina y que hoy practica por su cuenta y riesgo). Es de aquellos que tienen el don de la oralidad. Solía dejarnos con la boca abierta y el botellín caliente en esos escenarios que no son escenarios sino lugares donde se beben cervezas y se está con los amigos. Nobleza underground obliga.

De lo genérico de los géneros
Por aquel entonces andaba fascinado por Juan Ramón Jiménez, todavía tenía pelo y era un entusiasta de las acciones poéticas. Cuando creó, con José García Obrero El píxel en el ojo nadie se extrañó. Cuando expuso en Córdoba, tampoco. Un día te llegaba un poema escrito en la hoja seca de un árbol. Era «Arte Postal», te decía. Otro día te regalaba un paquete de tabaco con cigarremas. Luego te venía con un premio literario bajo el brazo por una novela. Sotillos siempre ha sido una persona inquieta. Y es que, aunque amante de las vanguardias, de la magia cotidiana, de la función sublimadora de la literatura en nuestra realidad distópica de currante; él conoce el oficio.

No recuerdo la primera vez que nos vimos ni las circunstancias pero de lo que estoy segura es de que había leído poemas suyos fotocopiados en un fanzine universitario llamado El Submarinu que levantaba tantas pasiones que hasta provocó una respuesta enemiga: El Torpedo. Les ahorraré algunas de las batallitas que se sucedieron a raíz de tales pliegos, solamente indicar que en los siguientes años los que fueron rivales acabaron montando festivales variopintos conjuntamente. Y es que no les he contado nada sobre su bondad por no parecer demasiado cursi, pero no se me ocurre una manera mejor de hablar sobre, quizás, la mejor de sus cualidades como escritor. Luego volvemos al tema. Prosigamos.

Su poesía se ha mantenido más o menos fiel a un estilo desde entonces. Diría que resalta por su claridad. Un estilo diáfano que no renuncia a lo inconcreto, a lo desconocido, al absurdo, al hechizo.

Hormigueros

-Me fumaré tus ojos –te dije.

-Mi mirada atrae a las hormigas –contestaste.

Y mis pulmones se salvaron,

pero no mi pecho,

que se convirtió

en hogar

para las termitas.

También su amor por los mestizajes se conserva. En el mismo libro que contiene Hormigueros se encuentran piezas como la que sigue, otra palagrafía.

Óscar Sotillos
Palagrafía en ‘El púgil sin sombra’

Me detengo un momento para insistir en sus cualidades poligenéricas. Narrador, articulista, poeta, agitador cultural. ¡Falta el teatro!, me dirán. Pues se equivocan. Una vez me escribió un monólogo que mi mala cabeza y mis muchas aficiones no han permitido culminar. Si hay alguna actriz entre ustedes, por favor, háganle justicia.

El riesgo de lo habitual
Sotillos, de momento, ha publicado dos novelas: una corta dentro de La fruta del Tiempo (2008) y La orilla de las palabras. En ambas, aunque muy distintas cuanto a temática sobretodo, se respira esa bondad de la que les hablaba. Y es que cuando he dicho nobleza no he querido limitarme a la cuestión social, de la que Marsé, por nombrar otra de sus influencias, tendría mucho que decir. Sino de una escritura sin trampas evidentes. Que cree en lo humano. Que sabe impactar, que sabe agarrar al lector de una manera aparentemente sencilla. Una escritura noble. Sin trucos fáciles y tan de moda como utilizar a protagonistas autodestructivos, perversos, a punto de caer en el hampa o metidos en ella hasta el fondo. Parece que solo interesen los malotes.

Soy muy consciente de que me meto en camisa de once varas sacando a relucir conceptos como el de honradez, bondad o virtud artísticas. Me convierto automáticamente en una católica histérica o en un fósil victoriano. Sin embargo, ¿cómo definir un estilo tan diferente a Tarantinos y Bukowskis, sin hablar de moral?

No me gustaría entrar en debates maniqueos y afirmo desde estas líneas mi amor adolescente por la generación beat, cuya ambivalente ingenuidad me enternece en lo más hondo. Pero lo interesante, a pesar de lo dicho, no siempre se halla en el humor ultraviolento o en el abrigo del cinismo. La simpatía de los personajes o la cercanía de sus reacciones los hacen muchísimo menos planos que drogadictos, asesinos y demás sociópatas. A un buen tío o a una buena tía no tiene porqué irle todo mal para mantener tu atención. Lo habitual tiene su drama.

«Mi madre daba saltos de contenta, pero yo recuerdo que aquellas Navidades fueron las más aburridas de mi corta existencia: encerrados, sin villancicos ni zambomba, con los abuelos cenando en silencio mientras veíamos algún programa con señoritas bailando. El advenimiento de la televisión también afectó a las historias de mi abuelo. Después de ver a Burt Lancaster ataviado de noble corsario en los mares del sur, me era difícil imaginar a unos piratas malcarados remontando el Besòs con intenciones funestas. Aunque había historias que ganaban dramatismo al dar imagen a sus palabras. En uno de los primeros telediarios que vislumbraron los ojos de mis abuelos, se presentaba la tragedia de miles de africanos que avanzaban por una carretera con fardos sobre sus cabezas. No había diferencia, decía él, más que el color de la piel, entre aquellos desgraciados y los que huían por la carretera de Málaga en 1937».

La orilla de las Palabras, 2010

No siempre son necesarias las tramas románticas de ascenso y caída, aunque nos encanten Los Soprano. Indagar en lo profundo de nuestra naturaleza pasa por la normalidad, la ingenuidad y la magia.

Adentrarnos en la obra de Sotillos es adentrarnos ahí. Lean a Sotillos. Amen, sin acento y con condón. Luego será famoso y ya no le querremos tanto.

Anna Pantinat

Anna Pantinat es autora de 'Construcció de la Nit' y 'De repente, un verano'. Compagina la escritura con los escenarios ya sea en su faceta musical, al frente de 'Pentina’t Lula', como en la teatral.

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