Foto: Lennart Kcotsttiw | Pexels Commons

Catedral de la noche

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Foto: Lennart Kcotsttiw | Pexels Commons

Reconforta siempre volver a la poesía, sumergirse en su esencia y dejarse llevar por su rumor, volar libre hasta el más escondido lugar de este planeta. Nada más placentero que la poesía para hacer de la vida el más grande monumento. Rimbaud llegó a decir:

“Practicar la alquimia de la palabra y considerar la escritura poética es en sí misma un medio para transformar al ser humano, pues ¿cómo puede el poeta vivir su poesía si no reinventa la vida?”.

La poesía como germen de toda transformación del pensamiento humano, de la vida. No se puede disgregar una cosa de la otra. La clave de todo está, si se me permite, en el silencio, su presencia y observación hacen de él el elemento más importante para la creación. El silencio es el origen de todo y quien se alía a él comprenderá mejor la existencia en sí misma. Mucho sabe de ese silencio, de los silencios que se catapultan a diario algunos poetas que, desde su particular visión del mundo, han hecho del silencio su mejor aliado para llevar la palabra poética allende los mares. Un caso concreto de esta seducción que genera el silencio en la poesía es sin duda alguna el poeta Ángel Guinda (Zaragoza, 1949) y prueba de ello, su poemario titulado Catedral de la noche. La noche es el todo y la nada, razón de ser, universo, símbolo de la vida y la muerte.

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Catedral de la noche es un texto que desde sus primeras páginas deja al lector en un estado de trance casi, como si la palabra ejerciera de poción mágica capaz de trascender y trascendernos de forma tan sutil como contundente. “Nací de la entrañas de la muerte” escribe el poeta al inicio de este viaje que ahonda en la condición humana con plena consciencia y sabiduría. Es tiempo para la madurez del verbo y lo sabe bien Guinda, tiempo para modelar el barro de la palabra, unir experiencia y conocimiento para ser lo que se quiere ser: poeta y hombre, y viceversa. El poema Del natural podría resumir perfectamente la concepción del mundo que posee el poeta Ángel Guinda; desde el primer verso que hemos señalado, pasando por estos: “Morir joven es duro, / pero más duro es envejecer: / consumirse inseguro, / solo, torpe, molesto, comprender / que en adelante aún será peor” y concluyendo con los que siguen: “Recuerdo que el olvido / me espera unos pasos más allá. / Antes de ser secuestrado me habré ido. / ¡Vendrá la Noche y no me encontrará”, representan fielmente una manera de entender la poesía, de entender la vida, tan singular como esencialmente humana.

La Noche es para el poeta oscuridad plena, silencio y luz, pérdida, olvido, pero sobre todo despedida, que en tono elegíaco nos muestra como salvación última. Preocupa al poeta el mundo que le rodea, porque él es parte intrínseca de ese mundo, es mundo por decirlo de otra manera, y la compenetración es tal que se abisma en su profunda oscuridad para alcanzar la luz, para afirmarse y afirmar que:

“Venimos a este mundo / para no quedarnos en nada ni nadie, / ni siquiera en nosotros. (…) Uno dentro del otro hemos estado / por un instante en la eternidad. ¡La eternidad, ahora, dónde está!”.

La palabra que nace para salvarnos, tal vez, del olvido y el miedo, del desencanto y la soledad, ¿tal vez de la muerte misma? Ángel Guinda nos muestra la intensa inmensidad de la Noche y quiere compartir con el lector ese estado de catarsis, en el cual el silencio resurge inexorablemente. Catedral de la noche es un solo poema -aunque contenga algo más de medio centenar de ellos-, una profunda elegía que ilumina el firmamento de la poesía y nos hace ser tan visionarios como lo es el propio poeta. Pero además, Guinda nos sorprende con la forma también, con el uso del “yo plural” como podríamos definirlo, cuya representación parece hablarnos de la excepcionalidad del yo individual-colectivo: “Yo miramos balcones… Yo nos llevo sin mí…, o, Yo nos vamos muy lejos”, en un mestizaje que nos habla de un poeta que no se conforma, que resiste y que desea la transformación del mundo a través de la palabra. El poeta vive en continuo trance, en una espiritualidad plena que nos recuerda la más grande tradición mística, su voz es la voz del tiempo en el poema Monasterio:

“Aquí se descalabra, inexorable, el tiempo”, del dolor en La trama de vivir: “Vivir es esa trampa que demuele / el cuerpo, y hasta el alma, trecho a trecho. / La antorcha de cristal dentro de un pecho / que el huracán arrasa. Vivir duele. (…) ¡Quien no ha sufrido no ha estado en este mundo!”.

De la pobreza en el poema La indigente:

“Su casa de cartones / trastrabilla en el rellano de una estrella. / Sólo el aire la abraza.[…] (Me recuerda al poeta: / todo lo tiene no teniendo nada / que no sea quimera.)”.

De la vejez:

“Ceniza en las manos de un viejo / es lo que dejan los años al arder”.

O de la propia muerte, cuando se pregunta:

“¿Moriré horizontal, verticalmente? / ¿Delirando, consciente, inconsciente? ¿He de morir despacio, de repente?”.

Así es la verdadera poesía, de manera que, si hay un verso que resume de forma categórica la grandeza de Catedral de la noche y del poeta Ángel Guinda, y concluyo, no puede ser  otro que este:

“Ya no hablo otra lengua que no sea el silencio”.

José Antonio Santano

José Antonio Santano (Baena, Córdoba, 1957), cultiva la poesía, narrativa, ensayo y crítica literaria. Actualmente es miembro de la Asociación Española de Críticos Literarios y de las Juntas Directivas de ACE-A (Asociación Colegial de Escritores de España, Sección Autónoma de Andalucía), AAEC (Asociación Andaluza de Escritores y Críticos Literarios).

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