“El sentido de un final”, de Julian Barnes

El.sentido.de.un.finalEl sentido de un final. Julian Barnes
Traducción de Jaime Zulaika
Anagrama (Barcelona, 2012)

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¿Cuál es el sentido de nuestra vida, si es que lo tiene? ¿Poseemos realmente alguna certeza de lo que somos? ¿Quién dijo que la memoria es lo que creíamos que habíamos olvidado? ¿Nos pertenece nuestra vida, o es solo la historia que hemos contado de ella? ¿Cómo actúa el remordimiento? ¿Recompensa la vida el mérito de la misma forma que castiga el mal? ¿Qué es la medianía y cómo actúa? ¿Y la ética privada? A todas estas cuestiones que plantea Julian Barnes (Leicester, 1946) en su última novela, recompensada con el Premio Man Booker, El sentido de un final, responde el autor al final del libro, cuando el anciano Tony Webster recibe una herencia inesperada que abre la caja de los truenos de su vida como si de la caja de Pandora del siglo XXI se tratara, al mismo tiempo que la comprensión de la misma da un giro radical y dramático. Hasta entonces, el lector se ha mantenido en un discreto segundo plano, atento a los sutiles vericuetos de una existencia perfectamente banal, con un arranque sin embargo prometedor, cuando de improviso, bajo la audaz y sagaz mano del escritor, es conducido a un replanteamiento de las escasas verdades y certezas que toda vida, como la del protagonista, adquiere a lo largo y ancho de su recorrido. El suspense juega entonces a favor de ese hasta entonces pasivo lector, que recibe el impacto de una bomba de relojería, del mismo modo que lo recibe Webster con un retardo de cuarenta años, el tiempo que ha necesitado para lanzar una mirada retrospectiva que cambia por completo no solo el sentido de su vida, sino también las repercusiones  que sus actos -sus palabras, sus escritos, para ser más exactos- causaron a los demás.

Como vemos, no son planteamientos baladíes los que impulsan  esta novela ni Julian Barnes se limita con ellos a cuestionarse las certezas asumidas por convención, sino que, yendo mucho más lejos de lo que todo lector acostumbra a esperar, responde a todas y cada una de estas cuestiones sin caer ni una sola vez en la facilidad del discurso, el dogmatismo o la argamasa moral. Cómo lo hace, es un secreto que posee Julian Barnes digno de ser explorado y asumido. Nuestro impulso es acometer un estudio que lo clarifique, pero al final prima la limitación del espacio e incluso el sentido de  nuestra labor. De acuerdo con ella, les emplazo a que la lean y ardan de gozo con su espléndido final, e incluso se permitan el lujo, siguiendo la estela de estas páginas, de reconstruir lo vivido y de dudar de la lectura vital superficialmente asumida.

Esto es lo que tienen los buenos libros. Los espléndidos e inteligentes libros. Que reconvierten la realidad para ofrecernos otra: la que, esquiva, se escapó a nuestra mirada; la que, oculta, quisimos dejar en la penumbra. El formidable protagonista de la novela, ejemplar sumiso de la totalitaria medianía, se derrumba hecho pedazos para hacer emerger al culpable, a ese otro vergonzante e irresponsable, pero mucho más honesto, mucho menos benevolente consigo mismo y mucho menos impostado; atizado por la verdad de su postura banal ante temas que hubieran requerido una dosis de seriedad -como el suicidio-, o ante un escrito maligno e irresponsable, y por los remordimientos. Junto al dibujo valiente del protagonista anti-héroe, Julian Barnes acierta en el diseño de los rasgos psicológicos de otro personaje fundamental en la novela como antagonista necesario, Adrian, cuya coherencia vital ayuda a comprender no solo la frivolidad del protagonista sino la ética del suicidio, que se replantea en una deriva mucho más humana.

Julian Barnes (foto © Ellen Warner)
Julian Barnes (foto © Ellen Warner)

Como Chéjov, Barnes deja atados todos los cabos que aparecían sueltos. Allí donde ha clavado un clavo del que cuelga una cuerda, se verá después el cuerpo colgante. Y hablo solo en sentido figurado. Del mismo modo que la todavía actualísima y controvertida Hannah Arendt deduce del comportamiento de Eichmann que es la falta de reflexión, la ausencia de capacidad de pensamiento la causa fundamental de la banalidad del mal, también Julian Barnes plantea su novela en este sentido, el pensamiento banal como caldo de cultivo del mal, en este caso en el ámbito privado: cuántos actos diarios, de andar por casa, derivados de la irreflexión, son causa de enorme dolor para los otros.

Y sí, al final Julian Barnes responde a todas las cuestiones que abrieron esta reseña: la memoria sobre cuyos puntales se alza la historia que sobre nosotros mismos nos contamos es una memoria engañosa. La historia, por lo tanto, es tan engañosa como incierta. Porque “la historia son las mentiras de los vencedores siempre que recuerdes que también es los autoengaños de los derrotados”. Y ello puede aplicarse, por supuesto, a nuestra vida privada. El drama humano es que, a medida que el tiempo pasa, menos personas quedan para poder rebatir la falsa lectura de lo que fuimos. Como lo es el hecho de que sobrevivimos repitiendo los mismos circuitos y emociones. Pero, ¿qué sucede si estos cambian, incluso en una fase tardía? Y en cuanto a la medianía, Webster, una vez iluminado por la terrible verdad de su pasado, se pregunta: “¿Qué sabía yo de la vida, yo /…/, que me había conformado con dejarme vivir? /…/ ¿Para quien el éxtasis y la desesperación pronto se convirtieron solo en palabras leídas alguna vez en las novelas?”. Ante ello, solo queda el remordimiento que,  etimológicamente, es la acción de morder de nuevo. “Imaginen -dice- la fuerza del mordisco cuando releí mis palabras”.

A lo que no se aventura Barnes es a dar una explicación jungniana sobre cómo pueden incidir en el futuro y en los demás nuestros pensamientos, nuestras palabras o nuestros deseos, aunque todo en la novela planea sobre este supuesto.

Ni que decir tiene que de modo paralelo a un argumento sólido y al mismo tiempo ligero, lento pero intenso, la exquisita prosa de Barnes se explaya en avanzar sobre los mejores puntales de la difícil transparencia.

Esta es, pues, la historia de la falsa percepción, de la mirada equivocada, innoble y en exceso benevolente sobre nosotros mismos. La historia de una medianía que no sabía que lo era hasta que se alza el velo de manera casual. Una historia sobre la ética y el mal en el ámbito privado. Sin embargo, al final todo encuentra su sentido, al menos en estas páginas, aunque, eso sí, debe usted leerlas para hallarlo.

Yolanda Izard

Yolanda Izard

Yolanda Izard Anaya, (Béjar, 1959), escritora y crítica literaria. Ha publicado las novelas 'La mirada atenta' y 'Paisajes para evitar la noche', además de tres poemarios y una Selección de Poemas en la Transición. Colaboradora habitual del suplemento cultural de 'El Norte de Castilla', y de las revistas digitales 'Sigueleyendo', 'Granite&Rainbow' y 'Subverso'.

4 Comentarios

  1. Es una novela sobre la memoria, los ajustes con el pasado, en sentido de toda una vida vista desde la atalaya de la vejez. Una vida recordada y un remordimiento que aflora cuando llega a manos del protagonista, cuarenta años después, una carta que nunca debería de haber escrito. Remordimiento significa volver a morder. La memoria en clave de remordimiento es capaz de poner patas arriba el sentido de toda una vida. “Todos sufrimos algún daño, de uno u otro modo… Algunos admiten el daño y tratan de mitigarlo; algunos pasan sus vidas tratando de ayudar a otros que están dañados; y luego están aquellos cuya mayor preocupación es evitar más daño, a cualquier costo. Y ésos son los implacables, y de los que hay que tener cuidado”. Y agrega: “Y eso es una vida, ¿no es verdad? Algunos logros y algunas decepciones”.

  2. Excelente novela. Una lúcida reflexión sobre la memoria y el sentido de la existencia, sobre la responsabilidad y la culpa, además de un relato construido con una maestría narrativa formidable. Lástima que la traducción no esté a la altura. Por poner solo un ejemplo de los muchos deslices de la versión española, en uno de los párrafos iniciales (en la reflexión del narrador sobre la esencia del tiempo), Zulaika traduce «second hand» por «segunda aguja» en lugar de por «secundero». Recomiendo encarecidamente que se lea en inglés.

  3. Novela en la que el autor, nos introduce en una época (1965 a 1.975) vivida por él mismo. Expresa en la 1ª parte sus vivencias estudiantil, amistades y primeras aventuras sentimentales y de sexo. Recalca de un modo sutil y ligero el fin de su primer amor y el que lo marca mas. También nos extracta su matrimonio y paternidad y divorcio..
    En la 2ª parte nos da a conocer, ya en plena sesentena del protagonista (Tony) , el nudo en el cual Tony examina poco a poco su vida, con un poco de autocrítica..
    El final irrumpe en las últimas páginas, que parece inspìrado en los maestros del suspense . Buena novela que se lee con facilidad

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