Jesús Aparicio | Foto cedida por el autor

Luz y vuelo

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Jesús Aparicio | Foto cedida por el autor

El briocense Jesús Aparicio González recoge en una compilación el período de dieciséis años de escritura que transcurre en la publicación de sus siete últimos libros editados. Hubiese estado bien que el autor explicase por qué se han quedado fuera los libros publicados antes de 2002, pero, es lícito, el autor ha querido quedarse al margen, a pesar de haberse encargado él mismo en la selección. Así pues, nos encontramos ante una elección muy personal.

El libro comienza con un prólogo extenso de José Manuel Suárez, que analiza la trayectoria poética del autor tratando de encontrar motivos comunes y un estilo singular. En esas páginas destacaría dos aspectos, en los que estamos plenamente de acuerdo: uno, Jesús Aparicio hace colección de poemas; dos, solo busca la verdad.

El título del libro, Huellas de gorrión, que, junto al poema Pobre gorrión, perdido en casa ajena, nos ofrece, ya de entrada, dos vistas importantes a la que asomarnos los lectores: la fragilidad y la contemplación. La fragilidad de un ave común, pequeña, y la contemplación de la mirada del poeta a su paso, un paso en el que interviene el espejismo del cristal y que hace frenar de golpe el de la avecilla. Ello demuestra que estamos ante una apreciación por lo liviano, una singularidad que hace del autor, Jesús Aparicio González, un poeta de verdad. Porque es de verdad aquel poeta que, al ver algo (cotidiano y misterioso al mismo tiempo), quiebra su habla.

Ars Poética Ediciones

Comienza el conjunto con toda una declaración de intenciones, Caza de mariposas (Poética). En él la estructura circular del poema nos deja un verso, “No se dejan cazar las mariposas”, que remite, en analogía, al propio acto de la escritura: “le esquivan como versos a un poeta”. Esa imposibilidad está relacionada con el sueño presimbolista de Bécquer y de San Juan de la Cruz: hallar la palabra de lo visto que en el interior ha revivido. Es ése el verdadero centro del impulso creativo de Aparicio González: contemplación del instante de la realidad natural, y, revivido en su interior, sale a la luz para coger vuelo, no con la sensación de ser distinta, sino de ser nueva.

El discurso lírico de Aparicio González se construye a base de la descripción que ve y ahonda en su ser con naturaleza transformadora. El poeta va creando una atmósfera casi oriental, en la que tiene gran valor la sorpresa y la admiración por el espacio natural, “apresar el alma de lo natural” -como ya indiqué en mi anterior reseña de Arqueología de un milagro-. El conjunto de ochenta y nueve poemas breves mantiene una envidiable unidad temática y estilística.

En cada una de sus páginas el tiempo parece detenerse:

“Señales del futuro
son también esas huellas de gorrión
heladas en el barro”.

Tras los versos, el silencio y la reflexión nos envuelven; pero inexorablemente pasa (“Yo en mi sillón, aislado / releo fiel un libro de poemas / […] para que pase el tiempo”) y, más que el tiempo, el ser humano (“Sumergido en un sueño, el hombre pasa”); el día “es corto y único”; la vida, apenas un soplo (“un paseo corto y accidentado”). Tiempo pasado al que retrocede el sujeto en busca de algún instante feliz, el primer período vivido, como el paraíso perdido de Machado o Cernuda (“Recobró el tiempo azul de su infancia / y no bajó de allí”). La soledad y el hastío de la sociedad le provoca alojarse en su hábitat, es allí donde encuentra la ilusión: “En azul sobrevuela una esperanza: / hay una hora para las palabras”. Por ello, asumiendo que “la vida es breve”, el sujeto poético decide quedarse en el tiempo presente (“abrazo cada instante”; “aquí y ahora”) y degustarlo sosegadamente (“son esos pocos hábitos persistentes e irrenunciables / con los que damos plantón a la muerte”). Antes de que todo final nos alcance (“La inmortalidad en el horizonte, / en la cima de la esencia de esa flor”), pone el foco de su mirada en lo frágil, en lo cotidianamente leve, en las pequeñas aves, en el canto del pájaro, en el gorrión (“Un pájaro se lleva en el pico / las últimas cenizas de ese bosque”).

Frente al fluir finito del ser humano, se coloca el poder atemporal de la naturaleza. El espacio natural se revela cercano, pero pleno de espiritualidad. Tal vez, la religiosidad (mística, estoica) presente en los primeros poemas evoluciona hacia formas orientales en los poemas representados de los libros de 2014 y 2017. Como el buen haijin, el poeta persigue con el ojo el medio que le rodea, desde el árbol hasta las flores, desde la manzana hasta los huevos de mariposa (“en febrero he encontrado huevos de mariposa”), y captura instantes de especial belleza, desde el momento en que llueve, ventea o nieva hasta el instante en que alborea (“la piedra estaba ahí / esperando la flor que la horadara. / Y vino cargada de luz el agua”), dignificando momentos que, a priori, podrían parecer pasajeros, superficiales (“Una primera gota / se rompió al chocar”); y, en cambio, a los cuales el poeta concede toda su importancia (“he visto a una hormiga / cargando con un pétalo / de amapola”), porque es el alfa y omega de todo; resultando momentos asombrosos, llenos de perplejidad que, perfectamente, podrían explicar el funcionamiento del mundo (“Entonces todo / se verá de otro modo”). Es su modo de contemplar el instante lo que le lleva al pretérito

“En un instante cabe
esa sencilla mariposa que nos devuelve
los primeros fantasmas mojados de la infancia”.

Pero no nos confundamos, no sólo es el ojo, sino, especialmente, el modo en el que el poeta se dispone a ver desde dentro, a completar la realidad y desde el que pone en marcha los mejores versos. Para ellos nosotros, los lectores, precisamos seguir su consejo:

«Cierra los ojos y verás
la estrella clara, leve y limpia
que te crece aun dormida
en tu centro.»

Ese entorno bucólico es la cara opuesta de la vida urbana, por eso se aparta del “ruido del mundo” y de “las urgencias” que tiene la vida. Vibra la vida sencilla en estos versos: “Urge en la espera celebrar la vida, / más aún con los pies sobre el hielo”; la de su jardín y la de su propia escritura. Es la creación poética la que ocupa directa o indirectamente, a través de alusiones o analogías, un motivo recurrente a lo largo de sus publicaciones. El sujeto indica que no es tarea fácil, cuestiona, en ocasiones, su posibilidad, su grado de inefabilidad con respecto a la realidad. en ese enfrentamiento (“campo de batalla”) nacen las palabras. A este respecto, las palabras tienen el poder genésico, pues todo renace al nombrarse. Pero al poeta no le vale cualquiera. No todas son dignas o precisas para apresar el alma de lo natural, de aquello que renace y brota una y otra vez. Entonces, la escritura se convierte en una forma de conocer su entorno y conocerse, y también en un medio de escapar de la dura cotidianidad.

La identidad, el planteamiento del hombre ante las incertidumbres constantes que ponen a prueba su identificación es un motivo que puede rastrearse en varios poemas de esta antología: Mi otro y yo, Materiales para un autorretrato o Autoarenga.

A la hora de calificar estos poemas de Aparicio González hago mías las palabras del desaparecido poeta peruano Emilio Adolfo Westphalen, quien afirmaba en una de sus conferencias que:

“Cada poema logrado significa una victoria gloriosa sobres las limitaciones y ambigüedades del lenguaje –una conquista de nuevas moradas espirituales– o versión de vinculaciones inéditas con el mundo exterior –maneras personales de volverlo propio”.

Efectivamente, la relevancia de este poeta reside en el apartamiento del lenguaje común. En esta causa colaboran: las elisiones (verbales, en su mayoría), metáforas, comparaciones, imágenes visuales y sonoras y metonimias. Sin embargo, todos estos recursos se atienen a la máxima de que la poesía debe llegar y ser entendida y aprehendida por cualquier lector, así que el poeta de Brihuega allana el camino del entendimiento y de la comunicación haciendo no sólo que el verso llegue sino que además pellizque, provoque. Su verso es vuelo y es luz. El vuelo se produce en el fluir de los versos encabalgados, en el engarce de cada una de las moras, que en varios haikus nos muestran la luz de lo esencial. Al saborear cada página de Huellas de gorrión, misteriosamente, percibimos que la cercanía de la Belleza no resulta angustiosa, sino que puede ocasionar un acontecimiento mítico.

Jesús Cárdenas

Jesús Cárdenas (Sevilla, 1973) es autor de los libros de poemas: 'La luz de entre los cipreses' (Ediciones en Huida), 'Mudanzas de lo azul' (Vitruvio), 'Después de la música' (Cuadernos del Laberinto), 'Sucesión de lunas' (Anantes), 'Los refugios que olvidamos' (Anantes) y, junto a las imágenes de Jorge Mejías Garrón, 'Raíz olvido' (Maclein y Parker). Algunos de sus poemas han sido reconocidos con algunos premios. Ha escrito ensayos sobre importantes escritores españoles: Juan Ramón Jiménez, Machado, Vicente Aleixandre, Ramón Gómez de la Serna, entre otros. Como crítico literario de poesía ha colaborado en distintas revistas literarias. Pertenece al Circuito Literario Andaluz. Algunos de sus textos se han traducido al inglés, francés e italiano.

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