Leonard Cohen, el trovador de la angustia

Créditos de la fotografía de Leonard Cohen y cubiertas de álbumes utilizadas para acompañar este artículo, pertenecientes a material promocional con copyright © SONY BMG MUSIC (CANADA) INC., extraído de la página web oficial (url http://www.leonardcohen.com). Las cubiertas de los libros son imágenes de libre uso y han sido extraídas de la web www.leonardcohenfiles.com.

“Trovador”: Poeta provenzal de la Edad Media, que escribía y trovaba.
“Trova”: Composición métrica escrita generalmente para canto. Etimológicamente la palabra «trovar» significa «inventar o crear literariamente«.
“Angustia”: Aflicción, congoja, ansiedad.// Temor opresivo sin causa precisa.// Dolor o sufrimiento.

Quizá, gran parte de los ciudadanos de nuestro país, al oír en los medios de comunicación el nombre del nuevo galardonado con el premio Príncipe de Asturias de las Letras, se pregunten quién es Leonard Cohen; y es muy probable que los que sí conocen su obra musical como cantautor sean incapaces de asociar un solo título literario con ese apellido. Por ahí, pues, debe comenzar este artículo, porque  más que  un cantautor, podemos y debemos decir que Cohen es un escritor que canta, y  la concesión de este premio no ha hecho sino reconocer el valor de su trabajo en el campo literario que, como señaló Víctor García de la Concha, presidente del jurado, “sigue la vieja tradición que viene de la Edad Media de unir canto y poesía”.

La calidad y originalidad de sus letras es excepcional, crudas y directas a la vez que románticas y delicadas; si a eso se le añade una voz mágica, nos encontramos ante un artista con mayúsculas que ha ido madurando lentamente hasta alcanzar la plenitud, alternando durante toda su trayectoria la labor de compositor y cantante con la de escritor, más desconocida para el gran público y eclipsada en gran  medida por la fama  que han adquirido sus temas musicales. Preguntado en alguna ocasión sobre si se considera más escritor o más músico el artista ha declarado, muy poéticamente, que en su caso “la letra se disuelve en la música y la música se disuelve en la letra”.

La necesidad de encontrar una forma artística para expresar los sentimientos se manifiesta en Cohen siendo todavía un adolescente.

“El trovador de la voz cavernosa”, -como la crítica ha dado en denominarlo- cantautor, poeta y novelista, llegó a la poesía, primero, y a la música, después, –según él mismo ha confesado- “a través de la religión y la sinagoga”. Su primer libro de poemas, Let Us Compare Mythologies,  publicado en 1956 y dedicado a su padre, refleja, de hecho,  las huellas que han dejado en él las dos religiones que lo han marcado como individuo y como artista, y que todavía hoy continuaría impregnando cada línea de sus composiciones: la católica y la judía.

“Empecé a escribir el día que murió mi padre. Recuerdo que plasmé mis sentimientos en un trozo de papel. Luego, rasgué una corbata de mi padre, metí allí el papel y lo enterré en el jardín. Fue la primera vez que establecí una relación entre la literatura y las cosas importantes de la vida”.

Y aunque el cantante nunca ha abandonado esta faceta literaria -el desconocido Cohen escritor cuenta en su haber con 16 libros publicados, entre poemarios y narrativa, de entre los que destacan Beautiful Losers, de corte experimental, que es considerada una de las mejores novelas modernas de la literatura canadiense, o Parasites  of Paradise – la fama que ha cosechado se debe a su carrera musical que, curiosamente, comienza cuando, con 17 años,  siendo todavía un adolescente, forma su primer grupo, los Buckskin Boys, de influencia country-folk; si bien, el reconocimiento del gran público llegaría más tarde, en 1966, año en que Judy Collins hizo famoso el tema Suzzane, compuesto por Cohen y dedicado  a la  bailarina y esposa de su gran  amigo, el escultor Armand  Vaillancourt. El primer álbum completo, Songs of Leonard Cohen, saldría a la venta al año siguiente, en 1967, e incluiría una versión de aquel Suzzane por entonces ya muy conocido.

Tanto en sus obras literarias como musicales Cohen nos trasmite su propia visión de la realidad: una visión extremadamente cruda, desalentadora, negativa  y realista de la vida y de las relaciones humanas, especialmente las de pareja –»No confío en mis íntimos sentimientos. / Los íntimos sentimientos vienen y van«, dirá-  mostrando, a veces, hacia el elemento femenino un cierto desapego o indiferencia, e incluso desprecio, aunque en numerosas ocasiones se haya declarado amante de ellas -¿una manera elegante de protegerse?-. En este sentido, por ejemplo, es memorable la descripción que en el tema Chelsea Hotel nº 2 presenta de su encuentro “amoroso” con Janis Joplin en una habitación del hotel Chelsea en el neoyorkino barrio de Manhattan:

I remember you well in the Chelsea Hotel,
you were talking so brave and so sweet,
giving me head on the unmade bed,
while the limousines wait in the street.

I remember you well in the Chelsea Hotel,
that’s all, I don’t even think of you that often.

____________

Te recuerdo bien en el hotel Chelsea,
Hablabas tan valiente y tan dulce,
Mamándomela en una cama deshecha,
Mientras la limusina esperaba en la calle .

Te recuerdo bien en el hotel Chelsea,
Eso es todo, ni siquiera pienso en ti a menudo.

Los temas recurrentes en la obra del compositor canadiense  son el amor y el erotismo, el sexo -en ocasiones obsceno y vulgar- la religión como trasfondo y cura para las heridas y, en ocasiones, la política; todo ello matizado  por una constante melancolía fruto de una personalidad  depresiva, constante en su vida y su obra,  y que, por otro lado, se ha constituido en fuente de  inspiración de  gran parte de sus creaciones: “El sufrimiento me ha llevado donde estoy”, dirá.

El propio Cohen ha  reconocido en numerosas entrevistas este estado emocional casi permanente del que no ha logrado encontrar una  razón clara pero que de algún modo el autor relaciona con el alejamiento de sí mismo: “Nunca me he considerado un romántico, ni un sentimental: mi interior es muy realista” –confesó a la prensa hace unos años-; y es quizá esa conciencia de la realidad la que  le ha llevado a plasmar de una forma tan dura y negativa las relaciones amorosas, y humanas  en general, y a asumir una visión pesimista y angustiada de la vida,  razón por la que la crítica lo ha apodado “el príncipe de la angustia”.

Y es precisamente ese Cohen inconformista y reflexivo, rebelde y desarraigado, quien destapa como pocos los entresijos y conflictos  del alma humana –la suya misma-  y, en sus letras, los muestra en toda su crudeza; la parte oscura que el ser humano trata de reprimir sale a la luz en el Cohen más sarcástico a través de las diversas emociones que trasmite  con su voz y con su música, capaz  de hipnotizar al auditorio desde la primera nota.

Recuerdo con emoción uno de los conciertos de última gira, en el Palacio de los Deportes de Madrid, en el que Cohen estuvo, como siempre, magnífico, elegante, cercano, conmovedor y entregado a su público al que, visiblemente emocionado, agradeció el calor con el que lo acogía. Estar allí y ser testigo presencial  de la voz de un mito, compartir espacio con una de las pocas leyendas vivas de la música, fue una  verdadera “experiencia religiosa” pues el evento, de hecho, se pareció más a un acto religioso que a un espectáculo musical: desde el primer momento un flujo de energía manó del escenario hacia las gradas y fue impresionante cómo, conforme el concierto tocaba a su fin, el público comenzaba a abandonar sus asientos y con un silencio imponente, atraídos por una fuerza invisible, empezó a deslizarse, como un río humano, hacia el escenario donde permaneció extasiado  por la cálida voz del artista. Fue algo emocionante y absolutamente mágico.  Su mera  presencia y su elegancia dejó sin aliento a los espectadores.

Pero junto a esa voz que acaricia el alma, en sus letras trasmite una angustia y un desaliento del que ha hecho gala y que son consustanciales a su persona, una obsesión por poner al descubierto las zonas oscuras del ser humano.

Cohen no se considera ni un romántico ni un rebelde; no al menos  en el sentido estricto de la palabra: su rebeldía, y su denuncia, dirigida en  unas ocasiones hacia el exterior (First we take Manhattan), en otras, las más,  hacia el interior, no presenta los tintes de una lucha contra el mundo, aunque rechace el sistema establecido, sino que refleja más bien una lucha interior; su rebeldía es una forma de negación del ser que el autor desea  transformar  en aceptación del propio yo como método para lograr el equilibrio personal  y dar solución – en sus propias palabras- “a la presión de la vida diaria”. Todo se limita, pues, al reconocimiento de la identidad personal  y del lugar que cada cual ocupa en la sociedad actual, asumido el principio de que esta no puede ser cambiada o transformada.

Esta búsqueda interior supone un viaje a las entrañas del propio ser y todo ello no se traduce exclusivamente en una fuente de inspiración para sus canciones sino que pone al descubierto al Cohen real, persona, y no solo el artista; sus letras presentan en la mayoría de los casos vivencias personales y son el testimonio poético de un largo y tortuoso camino recorrido en la búsqueda de la paz interior y del equilibrio. De todos son conocidos sus excesos, su vida bohemia de drogas, tabaco y sexo, su refugio espiritual en la isla griega de Hydra, o su acercamiento a doctrinas varias como la Cienciología o el zen, aunque – según ha confesado- ninguna de ellas le proporcionó el crecimiento personal que ansiaba.

En 1994, poco después de la gira promocional de su album The future, con casi 60 años y tras una relación fallida con Rebeca de Mornay, se retiró al monasterio budista  del monte Baldy, siguiendo a su maestro, Joshu Sazaki Roshi, con el que permaneció seis años retirado de la vida pública durante los cuales  fue ordenado monje, Dharma de Jikan (el silencioso), y en los que le fue asignada la tarea de cocinar para el maestro. El poeta comentaría más tarde refiriéndose a los años de retiro lo siguiente:

“no buscaba una elevación espiritual, sino una solución a la presión de mi vida, y me daba igual si eso pasaba por la religión, la cocina o la filosofía. Pero no conseguí entender el concepto budista, me canso intentándolo”.

Bajó de Mont Baldy con energía renovada y una actitud que sin poderse considerar optimista se encontraba alejada de su usual tristeza.  Book of longing, en el que se recogen poemas y dibujos de su estancia en el monasterio, fue el resultado de esos años de búsqueda tras los cuales logro una cierta tranquilidad espiritual.

El poeta, no obstante, sigue hoy día manteniendo su pesimismo, su desesperanza  y su falta de fe en un ser humano que tiene un alma oscura, repleta de conflictos y deseos insatisfechos, donde viven los recuerdos y el sufrimiento que estos producen y  que rara vez muestra ante los demás.

Esas sombras que recorren sus temas, esa presencia del  lado oculto, es lo que se halla en la base de la admiración que el cantautor canadiense siente por nuestro más “oscuro” poeta, Federico García Lorca, del que se declara ferviente admirador:

“… abrí un libro (de Lorca) por casualidad en una librería de Montreal. Su mundo me resultaba muy familiar. Tenía la sensación de que allí estaba la razón de ser del lenguaje. Era como la música folk bañada por la luz de la luna”.

El escritor español se convierte así en una de las más importantes influencias en Cohen  y de hecho su  afinidad y aprecio por el granadino es tal que puso a su hija el nombre de Lorca; por otro lado, uno de sus temas más famosos, Take this waltz,  es una adaptación del poema de Lorca Pequeño vals vienés.

Leonard Cohen es, en fin, en palabras de Alberto Manzano, “un superviviente” en un mundo, el exterior y el interior, repleto de contradicciones y conflictos; el arte en cualquiera de sus manifestaciones es utilizado a modo de catarsis para dar salida a su frustración y desencanto:

“No creo que este mundo acepte una solución. No creo que este mundo se solucione nunca. No creo que esto sea el Paraíso. Esto es el mundo y, como tal, seguirá torturado por conflictos”.

Alejandra Crespo Martínez

Alejandra Crespo Martínez

Alejandra Crespo Martínez es licenciada en Filosofía y Letras (especialidad en Filología Hispánica) por la Universidad de Málaga y Licenciada en Humanidades, con Premio Extraordinario, por la UCLM. Catedrática de Lengua Castellana y Literatura en el IES Ramón y Cajal de Albacete. Imparte clases de Gramática en la Facultad de Filología Hispánica del Centro Asociado de la UNED en Albacete, y de Literatura en la Univ. de Mayores José Saramago de la UCLM. Ha trabajado algún tiempo como profesora de español en el extranjero (Polonia y Nicaragua)

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