Tiene el ser humano un miedo atroz a que las palabras se las lleve el tiempo y sus ladridos se pierdan en su propio eco. El hombre no deja de ser un animal que lucha por mantener su espacio y se acomoda en cuanto el habitáculo es próspero. Asà lo ha hecho ver Antonio Muñoz Molina en su último libro, Todo lo que era sólido, que es un zarpazo a la mentalidad acomodada que los españoles hemos acostumbrado a sostener desde los comienzos de la prosperidad que convirtió a nuestro paÃs en uno de los más ricos del mundo. Tan ensimismados anduvimos en la bonanza económica, a tanto llegó el despilfarro general, que todo lo que era sólido se diluyó en el aire.
Este libro se configura, pues, como un testimonio de alguien que vive y luego piensa sobre lo vivido, que vuelve sobre sus pasos para comprobar si ha acertado o no en su andadura. Escrito desde la primera persona porque el compromiso del intelectual le exige incluirse en la culpa colectiva, es este un ensayo de amargas verdades y azotes sinceros sin menosprecio de ninguna ideologÃa, en el que su autor desarrolla por escrito todo eso que tantas veces hemos pensado desde que a la bolsa se le vieron los bordes descosidos.
Sin embargo, una cosa es cierta en todo lo que el lector puede advertir a lo largo de estas páginas: el testimonio de Muñoz Molina no deja de ser una muestra más de indignación hecha texto. La palabra de Orwell, tan valiosa y con tanta frecuencia citada en este manual de zarpazos lanzados desde la intimidad del escritorio, y el conjunto de reflexiones, recopilación de datos estadÃsticos y recuerdos del pasado personal del escritor, todo junto conduce a una conclusión: la culpa es sobre todo nuestra porque nos hemos dedicado durante demasiado tiempo a quejarnos sin actuar. De ahà este pasaje que bien puede recoger la idea principal del libro: «Cuando la barbarie triunfa no es gracias a la fuerza de los bárbaros sino a la capitulación de los civilizados». Por eso, el hecho de que todo lo que era sólido se desvanece en el aire, sentencia acuñada por el filósofo Karl Marx y que da tÃtulo a este ensayo, llega a ser la dura realidad de la España del siglo XXI, un paÃs en el que cuenta más, pese a que se diga lo contrario, el peso de la palabra que las actuaciones, porque «hemos vivido descuidados de los actos y enfermos de palabras, más atentos a su sonido que a su correspondencia con la realidad».
En cuanto a la forma literaria que todo buen libro exige o deberÃa exigir, la escritura desatada de Muñoz Molina establece un recorrido por capÃtulos breves que son como pequeños impactos que preceden al impacto global, cada vez con más tensión y en cada pasaje con verdades más rotundas, hasta alcanzar tal grado de exactitud que pone sobre el papel datos concretos extraÃdos de periódicos. No obstante, parece que hacia la mitad del libro, cansado de ofrecer certezas o tal vez harto de hablar sobre asuntos en el fondo incómodos, el autor prefiere adoptar un tono más distendido y ejemplificar sus opiniones con el relato de los tiempos en que los cimientos del texto se forjaban y sus raÃces solidificaban, opción que, sin alejar del punto de mira el objetivo principal, hace que el texto adquiera la forma de una llamarada consumida poco a poco en su calor.