Los infinitos. John Banville
Traducción de Benito Gómez Ibáñez
Anagrama (Barcelona, 2010)
Es verano, pero en la nabokoviana finca de Arden el ambiente huele a Nocheviejas del Patriarca. Adam Gondley, matemático de renombre por dar con una fisura temporal que derrumba la frontera entre hombres y dioses, agoniza en la habitación astral. Los demás miembros de la familia aguardan el óbito e intentan matar las horas ajenas a las pesquisas del Olimpo. Hermes es el narrador de una historia humana, demasiado humana, a no ser por el punto de vista divino, que convierte una tragedia en una representación cómica de nuestra banalidad cotidiana.
Sin dioses, la trama se encuadrarÃa en un costumbrismo muy británico con lo rural ejerciendo de microcosmos donde los enredos sirven para retratar la insuficiencia de lo efÃmero y sus trapicheos de poca monta. Cada personaje cumple su rol y goza de presencia porque la omnipotencia celestial se preocupa por mostrarnos sus preocupaciones esenciales. Adam Junior quiere a su mujer y tiene un miedo inconsciente a ser incapaz de retenerla por su belleza. Petra sufre aceptando su triste destino de solterona con toques geniales. Úrsula le da la botella con despreocupación, como si escenificara una constante de desmemoria a la que nunca podrá acostumbrarse el pelele de Roddy, inferior a Ivy y al cowboy Duffy por carecer de autenticidad, puro artificio que divierte al mensajero y a su progenitor hasta el paroxismo del rayo. Sus majestades del Olimpo tienen en su mano el rumbo de los acontecimientos hasta el final, de nada sirve actuar en los virajes, la lÃnea recta es decisión de los supremos titiriteros del más allá.