La sonrisa etrusca
Dirección: José Carlos Plaza
Autor: José Luis Sampedro
Adaptación: Juan Pablo Heras
EscenografÃa: Francisco Leal
Reparto: Héctor Alterio (Bruno); Julieta Serrano (Hortensia); Nacho Castro (Renato); Israel FrÃas (Bruno joven); Sonia Gómez Silva (Simonetta); Carlos MartÃnez Abarca (Cantanotte); Cristina Arranz (Dunka); Olga RodrÃguez (Andrea)
Producción: Pentación EspectáculosTeatre Goya (Barcelona), hasta el 9 de octubre de 2011
El nuevo teatro Goya, bajo la acertada dirección artÃstica de Josep Maria Pou, ha ido consolidándose en poco tiempo como una propuesta que sabe combinar, sin demasiados riesgos, el éxito comercial con el teatro de calidad. Esta vez, y hasta el 9 de octubre, programa La sonrisa etrusca, versión de la novela homónima de José Luis Sampedro, publicada en 1985, y que ha llevado a escena José Carlos Plaza con la adaptación de Juan Pablo Heras.
La obra tiene, de entrada, dos reclamos importantes. En primer lugar, dos grandes figuras de la interpretación como protagonistas, como lo son Héctor Alterio y Julieta Serrano. El otro gran atractivo es – o deberÃa ser – un texto que nos habla de cómo un viejo partisano, gruñón y rÃgido en sus convicciones, abandona su tierra calabresa para ir a pasar sus últimos meses de vida (le han diagnosticado un cáncer terminal) con su hijo y su nuera, en Milán, donde la relación con su nieto recién nacido despierta en él toda la ternura y el humanismo que habÃa olvidado.
Salvatore, durante la resistencia italiana a la invasión nazi, recibÃa el pseudónimo de Bruno, exactamente el nombre que han puesto (sin hacerlo por este motivo) a su nieto. La relación entre ambos pone en tensión su estancia en la casa, ya que los padres – una tÃpica familia burguesa y urbana – no aprueban su forma de educarlo. Para el personaje interpretado por Alterio ésta es una nueva guerra, y su objetivo, antes de morir, es impregnar en su nieto los ideales de dignidad y libertad por los que él habÃa luchado.
La pieza de Plaza tiene algunos desequilibrios. La constante utilización de proyecciones, en vez de ayudar a la narración, pone al descubierto una escenografÃa poco acertada, a la que le cuesta los cambios de localización. El abuso de la voz en off – cuando los personajes piensan para ellos mismos – dificulta el ritmo de la historia. Y Nacho Castro, el actor que interpreta a Renato (hijo de Salvatore), parece no llegar al tono de su personaje, que pasa de la sumisión a la euforia sin la credibilidad deseada. Incluso el gran Héctor Alterio tiene que pelear con un texto que cae en la reiteración en demasiadas ocasiones, sobre todo al final de la obra. El espectador, sin embargo, tiene la suerte de disfrutar de una siempre excelente Julieta Serrano, en el papel de Hortensia, una mujer que conoce Salvatore en Milán y que acaba convirtiéndose en su último amor.
Renato es un calzonazos en toda regla. Su mujer le humilla delante de su padre y le dicta todos los pasos que ha de seguir. Salvatore, que no reconoce a su hijo, le exige que no pida perdón por cada cosa que hace. El tÃtulo de la obra, La sonrisa etrusca, hace referencia a un antiguo sarcófago. Esa aparente contradicción, entre la frialdad de la tumba y la amabilidad de los rostros de quienes la componen, recorre la historia escrita por José Luis Sampedro.
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 Albert Lladó
www.albertllado.com