Filmoteca Teatral (II): «El perro del hortelano» (Pilar Miró, 1996)

El.perro.del.hortelanoEl perro del hortelano
(Pilar Miró, 1996)
Adaptación de la obra de teatro
homónima de Lope de Vega
Guión de Pilar Miró
Música de José Nieto
Fotografía de Javier Aguirresarobe
Intérpretes: Emma Suárez, Carmelo Gómez, Ana Duato, Miguel Rellán,
Ángel de Andrés, Juan Gea, Blanca Portillo, Fernando Conde y Rafael Alonso

Estucos, mármoles y cristales. De fondo, el sonido del agua en una fontana, el trino de los pájaros y las risas de los cortesanos. Viajamos al sur de la península itálica, antes de que aquellas tierras fuesen la Italia que hoy conocemos, y nos escabullimos en las posesiones de Diana, la delicada condesa de Belflor, que ataviada de radiante brocado amarillo Nápoles y con una flor en la mano le pide a Teodoro que lea lo que ella ha escrito “para una amiga” que, según dice la condesa de pie en la escalera de piedra de su palacio italiano, no posee dotes para escribir sobre asuntos del amor. De su pluma ha salido lo siguiente:

Amar por ver amar, envidia ha sido, / y primero que amar estar celosa / es invención de amor maravillosa / y que por imposible se ha tenido. / De los celos mi amor ha procedido / por pesarme que, siendo más hermosa, / no fuese en ser amada tan dichosa que hubiese lo que envidio merecido.

En 1618 se imprime en Madrid la Oncena parte de las comedias de Lope de Vega Carpio y en ella aparece incluida por primera vez El perro del hortelano, comedia palatina, un subgénero teatral del Siglo de Oro español. En el texto, los personajes accionan movidos por el amor y los celos, formando por primera vez los desequilibrios sociales parte de la trama. Una ruptura de estamentos que se mezclan en pasiones imposibles: no hay frontera estamental entre nobles y vasallos. Los sentimientos pueden tejerse entre una aristocrática dama y un hombre de inferior condición social (como es el caso de la obra que nos incumbe), o entre un hombre de alta cuna y una mujer pobre, como puede apreciarse en El celoso prudente de Tirso de Molina.

Esta obra de Lope, llevada al cine por la directora Pilar Miró en 1996, tiene reminiscencias de los años jóvenes de la existencia del autor, como podemos ver en el siguiente ejemplo.

Curioso -y con bastante paralelismo respecto a la actualidad- es el enredo en el que un joven Lope, al que sus protectores habían dejado de costearle los estudios sacerdotales por su vida de galán, se mete, prendado de Elena Osorio. Escribe piezas para la compañía teatral del padre de la amada -la “Filis” de sus versos- a cambio de que ella aceptase sus favores. Ante las pretensiones de medrar de la Osorio, que se empareja con un noble, el desairado Lope llena la Villa y Corte de libelos contra ella, recreando la situación en la su comedia Berlardo furioso. Denunciar la connivencia de la relación de Osorio con el sobrino del cardenal Granvea le conduce a la cárcel y, tras reincidir, al exilio de Castilla. Para entonces, Elena Osorio quedaría ya en el olvido del contumaz donjuán, que se casaría al poco tiempo con Isabel de Urbina.

Emma Suárez como la Condesa de Belflor, en un fotograma de la película.
Emma Suárez como la Condesa de Belflor, en un fotograma de la película.

La obra

La condesa de Belflor es una aristocrática mujer, impetuosa, de voluble carácter pero de extraordinaria belleza e inteligencia a la que pretenden el marqués Ricardo y el conde Federico, nobles a los que ella rechaza. La dama se siente en realidad atraída por Teodoro, su secretario, un hombre joven y guapo pero de condición social muy por debajo de la su señora. Aunque, en su favor, posee habilidad, ingenio, educación y el don de la escritura (es muy probable que, una vez más, Lope haya dibujado un personaje que sea un símil de sí mismo), Teodoro no está a la altura del ancestral linaje de la condesa. Ésta se encapricha aún más de él cuando se entera de que es el futuro marido de Marcela, una dulce y despierta dama de cámara. Los celos de la de Beflor hacia la que considera una inferior comienzan cuando Marcela le revela el amor que siente por Teodoro y los requiebros que recibe de éste:

Una vez me dice: “Yo pierdo / el alma por esos ojos”. / Otras: “Yo vivo por ellos; / esta noche no he dormido, / desvelando mis deseos / en tu hermosura”. Otra vez / me pide sólo un cabello / para atarlos, porque estén / en su pensamiento quedos.

Marcela no tiene dudas de que el amor de Teodoro hacia ella es de los honestos, de aquéllos que no buscan otro principio y fin que el más elevado: el matrimonio. Precisamente son esas intenciones tan virtuosas las que provocan una dolorosa punzada en el estómago de Diana, incluso cuando ella misma se declara favorable a la unión entre dos miembros de su casa:

Es el fin del casamiento / honesto blanco de amor. / ¿Quieres que yo trate desto?

Carmelo Gómez es Teodoro en la adaptación cinematográfica.
Carmelo Gómez es Teodoro en la adaptación cinematográfica.

En su interior, la condesa de Belflor no desea ese casamiento y tampoco se decide a tomar a Teodoro por amante, ya que semejante paso arrastraría su decoro por el fango de Nápoles. De ahí proviene el título de la obra de Lope de Vega, del mismísimo refranero español que hace alusión a que ni come (la condesa con Teodoro) ni deja comer (a Teodoro con Marcela).

Algunos personajes femeninos del Barroco, como es el caso de la condesa de Belflor, ejercen un enorme atractivo en los espectadores y lectores, al ser personajes que encarnaban aventuras que fascinaban a los demás. Asimismo, las existencias y las trasgresiones que llevaban a cabo sobre las tablas eran impensables que pudieran darse en las vidas ordinarias. En tal sentido, Lope de Vega les otorga a las mujeres y al amor un papel central en sus obras, elevándolos a una posición de vértice en el que se articula toda su dramaturgia. La fuerza que empuja la historia que cuenta va transformando a los personajes en un increíble arco dramático que elabora desde el inicio al final de la obra.

Tristán, lacayo de Teodoro, aconseja a su señor que evite enfadar a la condesa intentando enamorar a Marcela, lo cual se consigue “venciendo la imaginación”, venciendo la “arquitectura” que envuelve a las mujeres a base de vestidos y afeites. En mal lugar anda colocado el gentil secretario, entre el “deber” de complacer el capricho que su señora siente por él y el amor que siente por su par:

Pensando defetos, / y no gracias; que olvidando / defetos están pensando, / que no gracias, los discretos. / No la imagines vestida / con tan linda proporción / de cintura, en el balcón / de unos chapines subida. / Toda es vana arquitectura, / porque dijo un sabio un día / que a los sastres se debía / la mitad de la hermosura.

Estos tres fragmentos escogidos nos dan una idea de los astutos tejemanejes que empleará la aristócrata para conseguir el amor de Teodoro y convertirlo en su marido. Eso sí, cuando esté debidamente elevado de categoría social tras la artimaña de convertirlo en el hijo ilegítimo del viejo conde Ludovico. A la par, vemos cómo la historia acaba desembocando en un “happy end” donde cada cual procede a casarse con su igual.

El deseo carnal prohibido entre una dama y su secretario, las idas y venidas sentimentales entre ambos, va tejiendo una historia que disecciona a la perfección el corazón humano y los caprichos de éste. Pese a ser una historia que trasciende lo establecido y es atemporal, tendrán que pasar dos siglos para que El perro del hortelano vuelva a ser restrenada. En 1806, sube al Coliseo de la Cruz, en Madrid, con un éxito rotundo que le permitirá ser una de las obras más representadas del autor.

Retrato de Lope de Vega (wikimedia/D.P.)
Retrato de Lope de Vega (wikimedia/D.P.)

El autor

Félix Lope de Vega y Carpio (Fénix de los Ingenios Españoles) es uno de los más altos y prolíficos exponentes del Siglo de Oro español. Autor de una infinidad de obras teatrales, novelas, poemas épicos y didácticos y de comedias, nació en Madrid en 1562 y murió en la misma ciudad setenta y tres años más tarde.

En su tiempo, Lope fue lo que hoy, con frivolidad, calificaríamos de verdadero creador de avant-garde, ya que a él le debemos que abriera a golpe de excelente escritura nuevos caminos teatrales, acordes a la época, en los que mezcla la tragedia con la comedia. Caminos que más tarde transitarán otros dramaturgos contemporáneos y herederos suyos, tanto en España como en Europa. Él es, también, el responsable de la llamada comedia de capa y espada.

Se rumorea que Lope de Vega podría haber sido hijo de la reconciliación entre sus humildes padres. Los devaneos amorosos del padre, natural de Cantabria, lo habrían conducido hasta Madrid, hasta donde se desplazó la madre del escritor, cuando éste aún no existía, para arrancar de los brazos del pecado a su marido. Si eso es tal como se contaba en los corrillos de la Villa y Corte, quizás explicaría la razón de los celos como uno de sus temas preferidos, cuyo basamento de inspiración esté asentado en su propia infancia, observando la relación entre sus padres.

Si bien es cierto que estudió cuatro años en la Universidad de Alcalá de Henares, como fiel portador de los genes paternos, a Lope dejaron de costearle los estudios por mujeriego, detalle que, además, lo inhabilitó durante mucho tiempo para el sacerdocio, viéndose obligado a emplearse como secretario de aristócratas como el marqués de Navas o el de Santa Cruz de Mudela. La era que le tocó vivir a Lope de Vega fue, principalmente, la de los reinados de Felipe II y Felipe III de Habsburgo, la misma que a Luis de Góngora y al más joven Francisco de Quevedo.

A partir de 1614, Lope se entrega en parte a la vida religiosa, ordenándose sacerdote a raíz de la muerte de varios de sus hijos y de la de su segunda mujer. Y digo en parte porque acabará sus días escandalizando a la sociedad madrileña al amancebarse con la bellísima Marta de Nevares, una mujer culta y casada con la que tendría a su última hija y por la que tanto sufrió su amada que quedó ciega, muriendo loca en 1628. ¿Hijos? Como sus obras, los tuvo en grandes cantidades, legítimos e ilegítimos. Su favorito, Carlos Félix, moriría a los seis años, dejando devastado a su padre.

Listar las obras de Lope es un trabajo casi interminable, por lo tanto nos damos por satisfechos con algunas de ellas: Fuenteovejuna, Las almenas de Toro, La dama boba, El caballero de Olmedo, El mejor alcalde el rey, Las bizarrías de Belisa o su Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo (texto ensayístico en verso) entre muchas otras más.

Pilar Miró (foto: RTVE/periodistas-es.org)
Pilar Miró (foto: RTVE/periodistas-es.org)

La directora

Pilar Miró Romero nació en Madrid en 1940 y bajo su batuta dirigió películas que marcaron toda una época: El crimen de Cuenca, Werther o Beltenebros, entre otras, además de la que nos interesa aquí. Miró escribió guiones para televisión y estuvo al frente de Radio Televisión Española desde 1986 hasta 1989.

El perro del hortelano va a ser la última película que dirija la realizadora madrileña antes de su fallecimiento, a causa de un infarto, un año después del estreno de la película. Me arriesgo a decir que Pilar Miró, la condesa de Belflor y el propio Lope de Vega estaban unidos por la nada original inclinación por los amoríos apasionados y los vaivenes en sus relaciones. Diego Galán, quien escribió una biografía sobre la directora madrileña, cuenta una anécdota divertida, aunque no para todos los implicados en el hecho. Dice Galán que una vez Miró envió a casa de su amado una carta que cayó en manos de la esposa de éste. La mujer pidió explicaciones a Pilar Miró quien habría respondido: «No tengo por qué hablar contigo de mi vida privada».

Pilar Miró, como las damas rebeldes del Barroco, se abrió paso con seriedad y profesionalidad en una sociedad machista que nunca vio con buenos ojos que estuviera al frente de un ente público como RTVE o que jamás dijera quién era el padre de su hijo. Luchadora por los derechos de la mujer sin hacer gala de un feminismo recalcitrante, sigue siendo un referente de calidad en la cinematografía española posterior a la muerte de Franco.

Emma Suárez y Carmelo Gómez en un fotograma de "El perro del hortelano".
Emma Suárez y Carmelo Gómez en un fotograma de «El perro del hortelano».

La película

El perro del hortelano estuvo nominada a los Premios Goya 1997 en 12 categorías y se alzó con 7 estatuillas, además de recibir el Premio a la Mejor Película en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.

La propia Pilar Miró estuvo a cargo del guión cinematográfico respetando el texto en verso de la obra original de Lope. La teatralidad de la puesta en escena es admirable en cuanto que la directora consigue que se resalte la ambientación y época de la historia, sin opacar los diálogos y monólogos, al mejor estilo de las grandes producciones extranjeras con, además, unas espléndidas interpretaciones de los papeles protagónicos que recayeron en la jovencísima Emma Suárez (Diana de Belflor) y en Carmelo Gómez (Teodoro). Los secundarios también fueron elegidos con mimo, grandes actores que aún seguimos viendo en teatro, cine o televisión como son los casos de Ana Duato, Blanca Portillo o Miguel Rellán.

El emplazamiento de la película tuvo lugar en tres sitios portugueses más que apropiados para mostrar el lujo y la posición de la señora de Belflor: el Palacio del Marqués de Fronteira, el Palacio de Sintra y el Palacio de Queluz.

No es habitual, a diferencia de lo que ocurre en el cine anglosajón, que en España podamos ver en la gran pantalla los clásicos de nuestra literatura. No sólo no ocurre ahora, una época en la que prácticamente no se graba nada, sino a lo largo de la historia de nuestro cine. Es toda una apuesta de riesgo. Pilar Miró, enamorada de los autores atemporales, enamorada de Lope de Vega, lanzó un proyecto que la reubicó en un sitio de prestigio. Y decimos la reubicó porque ese sitio lo tenía plenamente ganado a raíz de su filmografía; un lugar que políticos habían intentando enfangar por rencillas de partido.

No me agrada este favor / sobre enojos y sospechas; / que quien honra las rodillas, / cortar quiere la cabeza.

Daniel Dimeco (@DanielDimeco)
http://danieldimeco.wordpress.com
http://www.cafecopenhague.blogspot.com

Daniel Dimeco

Daniel Dimeco es escritor y dramaturgo. Graduado en Ciencias Políticas y Máster en Gestión Cultural. En 2013 ha publicado la novela “El mapa de las viudas” (Algaida), Premio Ciudad de Badajoz y finalista en el Premio Clarín-Alfaguara, y en 2011 “La desesperación silenciosa” (Junta de Castilla y León), Premio Fray Luis de León. En teatro ha conseguido el Premio Antonio Buero Vallejo con “La mano de János”, el Premio de Autores Nacionales Teatro El Búho (Argentina) con “Mirando pasar los trenes” y el Premio de Teatro Mínimo Rafael Guerrero con “El ángel azul”, además de un accésit en el Certamen de Relatos Ciudad de Zaragoza en 2012. Coordina talleres literarios y laboratorios teatrales.

1 Comentario

  1. Filmoteca Teatral (II): “El perro del hortelano” (Pilar Miró, 1996) – Revista de Letras, me ha parecido muy ameno, me hubiera gustado que fuese más amplio pero ya saeis si lo bueno es breve es dos veces bueno. Enhorabuena por vuestra web. Besotes.

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Previous Story

Diálogo con José Ovejero, por Jordi Corominas i Julián

Next Story

Lo que no escribió el veneciano: «Los últimos años de Casanova», de Le Gras y Vèze

Latest from Teatro