Hay muchas maneras de acercarse a la figura de Salvador DalÃ, genial artista nacido en Figueras el 11 de mayo de 1904 y que murió en esa misma localidad catalana más de ochenta y cuatro años después, el 23 de enero de 1989. Por supuesto, la aproximación primordial a Dalà nos hace considerar sus pinturas, con las cuales alcanzó fama mundial, como demuestra la presencia de sus cuadros en los principales museos del planeta. Sin embargo, si deseamos adentrarnos con mayor profundidad en las complejas contradicciones de su existencia(1) y ser capaces de orientarnos a través de su poliédrica personalidad, no hay nada mejor que leer la cartografÃa, en ocasiones intrincada, que dejó trazada en sus escritos.
En 2004 (llamado “el año DalÆen España), al cumplirse el centenario de su nacimiento, la editorial Destino, en colaboración con distintos organismos, publicó las Obras completas de DalÃ, repartidas en ocho tomos, de los cuales los seis primeros recogen estrictamente la obra escrita del artista y los dos últimos(2) complementan a los anteriores con entrevistas, más de quinientas fotografÃas, una completa cronologÃa, bibliografÃa, etc.
El considerable volumen de la reunión de sus publicaciones ya proporciona una primera idea de que la escritura -la palabra- tuvo siempre fundamental importancia en la vida de DalÃ. Recordemos que él mismo afirmó: “El contenido de lo que escribo es muy superior al contenido de lo que pintoâ€. Dentro de sus escritos encontramos una variedad amplÃsima, pues cultivó distintos géneros como el diario, la narrativa y la poesÃa; también se sirvió de la palabra para reflejar sus pensamientos, teorizando sobre el arte en general, y la pintura en particular, en ensayos crÃticos y en múltiples manifiestos que, cómo no, tratándose de DalÃ, provocaron agitación cultural y controversia, una recompensa, por supuesto, ansiada desde la misma concepción de esos textos.
De su abundante producción literaria, por tanto, tan solo destacaremos las obras que a nuestro criterio poseen mayor relevancia. Por ejemplo, Un diario: 1919-1920, escrito en catalán cuando el artista tan solo contaba con quince-dieciséis años; o La vida secreta de Salvador DalÃ, para muchos su mejor obra, ya que en esta singular autobiografÃa, en la que hay cabida, incluso, para recuerdos intrauterinos, Dalà incluye varias de las claves esenciales para alcanzar una visión de conjunto de la imagen que tenÃa de sà mismo y que va construyendo a lo largo de su trayectoria vital; o también Diario de un genio y Carta abierta a Salvador DalÃ, asimismo iluminadoras y destacadas dentro de este primer grupo de obras autobiográficas y/o autorreferenciales.
Dentro de la narrativa destaca, sin duda, su única novela, titulada Rostros ocultos, publicada, en 1944, en New York, pues entre 1940 y 1948 Dalà vivió en EE.UU. En España la editó Luis de Caralt en 1952, aunque rápidamente sufrió la censura franquista. En esta novela se encuentran momentos de gran inspiración en los que Dalà aborda, con su caracterÃstico descaro, los puntos cruciales del propio mapamundi interno.
Entre sus escritos hay un espacio reservado al surrealismo, vanguardia liderada por André Breton y que Dalà conoció en ParÃs en 1928 y a la que se unió con fervor. No obstante, no fue fácil compaginar su particular forma de ser con el acatamiento de los preceptos del grupo surrealista, surgiendo encontronazos que conllevaron una primera amonestación en 1934 y su definitiva expulsión del grupo cinco años después, en 1939. Este hecho fue exorcizado con su memorable sentencia: “El surrealismo soy yoâ€. Aunque más tarde, ya muy desligado de ese movimiento, se definirÃa sin rubor como “exsurrealistaâ€. En realidad, con el transcurso de los años, en Dalà se produjo un giro estético que le devolvió al gusto por lo clásico: Velázquez, Vermeer o Leonardo. Esta evolución artÃstica queda patente al comparar escritos como El manifiesto amarillo en el que un joven DalÃ, en 1928, reivindica lo moderno, o La mujer visible, de 1930, con otros textos posteriores como 50 secretos mágicos para pintar (1948) o Los cornudos del viejo arte moderno (1956) en los que reivindica sin ambages el clasicismo.
En poesÃa, citaremos los poemas El gran masturbador, relacionado con el cuadro homónimo, y El amor y la memoria, dedicado a Gala, su mujer.
Y, finalmente, destacar Diez recetas de inmortalidad, el libro-objeto en forma de maleta con asa de teléfono; una cuidadÃsima edición que apareció en Francia, en 1973, conteniendo diez textos sorprendentes.
Pero hay mucho más. La cartografÃa que nos ofrece Salvador Dalà en sus libros es extensa y atrayente y constituye el mejor complemento a la valiosÃsima información vertida en sus cuadros. Un recorrido en el que no debemos perder de vista la referencia de sus cuatro puntos cardinales, los cuatro extremos de los dos ejes que forman la cruz del alma daliniana: Amor—Muerte y Memoria—Identidad.
Estanislao M. Orozco (@g77en)
http://www.estanislaomorozco.blogspot.com.es
NOTAS
(1) A este respecto, citaremos, por ejemplo, que Dalà se declaró como “anarco-monárquicoâ€.
(2) El tomo VII se publicó en 2006 y el VIII todavÃa no ha visto la luz.
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