El pequeño Alejo Cuervo era el tÃpico niño rarito que no aprovechaba todos los recreos para jugar a pelota. A veces preferÃa sentarse en un rincón del patio a leer libros sobre imperios galácticos y viajes interestelares. Un dÃa que precisamente estaba leyendo Fundación de Isaac Asimov, se le acercaron tres matones de colegio con ganas de pelea. Ante la inminencia de una interacción fÃsica de la que no parecÃa haber muchas posibilidades de salir ileso, a Cuervo no se le ocurrió mejor estrategia que la de citar el lema de Salvor Hardin, heroico alcalde del planeta Términus. Para los que no estén familiarizados con las novelas del Ciclo de Trántor, es un lema que dice que “La violencia es el último recurso del incompetenteâ€. Desconcertados ante la contundencia del aforismo, los matones se fueron sin pegarle, y es muy probable que fuese ese el momento en el que Cuervo, al menos a nivel subconsciente, decidió dedicar el resto de su vida a la literatura de fantasÃa y ciencia ficción.
Y le está quedando una vida estupenda, que parece una de esas leyendas de self-made man que tanto triunfan en Hollywood, con un protagonista que gusta de tomar algunas decisiones locas que cualquier otro editor considerarÃa contraproducentes.
Hace poco, a un entrevistador que dudaba entre tratarle de tú o de usted, Cuervo le dijo: “Yo sólo admito dos tratamientos: el tuteo o el de santidadâ€, pero sus inicios, por supuesto, fueron humildes: A principios de los ochenta empezó a vender libros en una mesita en el Mercat de Sant Antoni y a publicar el fanzine Tránsito, aprendiendo enseguida que entre ambas actividades surgÃa una sinergia chula, que se realimentaban una a la otra.
Al poco tiempo estaba escribiendo reseñas en la revista Cimoc y los domingos en el mercado regalaba fotocopias de esas reseñas a sus clientes. Asà empezó a hacerse un nombre en el mundillo y a conocer los principales editores de ciencia ficción, y enseguida estaba asesorándoles y responsabilizándose de colecciones de nombres tan molones como Fantasy, Super Ficción, Gran Fantasy, Gran Super Ficción, Alcor Fantástica y Biblioteca Asimov.
Para presentar la primera de ellas escribió un texto apasionado que incluÃa la siguiente declaración de principios:
“PermÃtaseme que divida el mundo en dos mitades: los buenos y los malos. Los buenos, faltarÃa más, somos nosotros, ardientes defensores del derecho inalienable de imaginar lo imposible. Los malos son todos aquellos enanos mentales que defienden la superioridad de los valores de la narrativa realista frente al fantástico, mirándolo desde su pedestal como a una especie de pariente pobre que ha sucumbido a las desidias del escapismo. (Hay una tercera mitad que comprende a todos aquellos que nunca leen una novela: desde los analfabetos hasta los que dicen no tener tiempo. Obviamente, esta mitad no cuenta.)â€
Los más versados en álgebra habrán sospechado enseguida que de las tres mitades una por fuerza tenÃa que ser irrelevante, pero creo que también habrÃa que considerar la posibilidad de que las dos primeras mitades tampoco sean mitades en el sentido estricto de la palabra y que, una vez más, los buenos se encuentren en inferioridad numérica frente a los malos, aunque traten de compensarlo con una pasión que ya quisieran para sà los aficionados a otros géneros literarios.
En todo caso, los buenos estuvieron de enhorabuena cuando en 1985 el dueño de Norma Cómics, ofreció en traspaso un semisótano en el número 53 de la ronda de Sant Pere, porque se lo pillaron Cuervo y su madre para montar dos tiendas simbióticas: en una de ellas se vendÃan cerámicas y cazuelas y la otra era una librerÃa especializada. La primera la llevaba su madre y la llamaba Boa, la segunda la llevaba él y la llamó Gigamesh, sin L.
Cuervo está acostumbrado a que los despistados interpreten el nombre como un homenaje a un héroe sumerio y traten de añadirle una L entre la I y la segunda G. Lo considera “un atrapamoscas maravilloso†y no acostumbra a prestarse a explicar de dónde viene el nombre real, pero en alguna entrevista se ha ido de la lengua y lo ha confesado todo. Viene del libro VacÃo perfecto de Stanislaw Lem.
Leyendo Solaris se queda uno con la impresión de que Stanislaw Lem era un tÃo serio, filosófico, tirando a mÃstico, pero también era amigo de la sátira, el humor y el esperpento, y soltó no pocas boutades como la de lamentar que las reseñas literarias solieran ir supeditadas a las obras reseñadas porque decÃa que eso lastraba las aspiraciones artÃsticas de las reseñador. Lo solucionó escribiendo un libro de crÃticas de libros que no existÃan. Suena raro, pero es un juego al que ya habÃan jugado Jonathan Swift, François Rabelais y Jorge Luis Borges. VacÃo perfecto era ese libro de reseñas de libros inexistentes, y Gigamesh era el segundo de esos libros reseñados a pesar de su inexistencia. Según Lem, se trataba de obra extremadamente ambiciosa, con muchas referencias y mucho subtexto, tanto subtexto habÃa en Gigamesh que sus páginas contenÃan todos los conocimientos de la humanidad, comprimidos y codificados. Puede que la intención de Lem no fuese otra que la de cachondearse del Finnegans Wake de James Joyce.
En todo caso, la sinergia entre la literatura de género y la cerámica no era tampoco evidente, pero, entre una cosa y otra, Cuervo y su madre pagaban el local, y él podÃa seguir editando sus cosillas, que cada vez tenÃan un aspecto más profesional y ya podÃan considerarse revistas en lugar de fanzines. Primero vino la revista Gigamesh (también sin L), dedicada a la ciencia ficción, y después también las revistas Stalker y Yellow Kid, dedicadas al cine fantástico y a los cómics, respectivamente. Las ventas fueron modestas. Stalker y Yellow Kid tuvieron una vida breve, Gigamesh tuvo tres vidas de duración moderada: murió en tres ocasiones pero resucitó en dos y todavÃa hay algún fan esperando a que resucite la tercera. Incluso en las épocas en que no cubrÃa los gastos de publicación, a Cuervo le gustaba editarla por dos motivos: porque molaba y porque la Gigamesh (revista) le traÃa clientes a la Gigamesh (tienda). Se lo tomaba como inversión publicitaria, como cuando regalaba hojas fotocopiadas en el Mercat de Sant Antoni.
Lo que sà que se vendió bien, a un nivel al que a ningún otro librero se le hubiese pasado por la cabeza, fueron los juegos de Games Workshop como Warhammer y Space Hulk, o las barajas de cartas de Magic: The Gathering. Cuervo se jacta de que muy probablemente la primera partida de Magic en España se jugó entre él y su señora, y está claro que fue pionero en darse cuenta del potencial comercial de la cosa, durante una buena temporada tuvo prácticamente el monopolio de este extraño fenómeno de la cultura alternativa que muchos aficionados al mus todavÃa miran con recelo.
Y, lejos de escarmentar tras la aventura de editar fanzines y revistas, Cuervo empezó a editar libros bajo la marca de Ediciones Gigamesh, también con la idea de que aunque las ventas fuesen modestas quizá saldrÃan sinergias chulas, y vaya si salieron.
Los sabelotodos le habÃan dicho que fuese con cuidado, que no era un buen momento para montar una editorial, y menos una editorial especializada en rollos de fantasÃa y ciencia ficción, que venÃan malos tiempos para la palabra escrita y que todas las grandes editoriales estaban cerrando este tipo de colecciones… A Cuervo le pareció que eso significaba que era un buen momento porque asà no habrÃa tanta competencia.
Además, para hacerlo todavÃa más emocionante, enseguida tomó decisiones poco ortodoxas que hubiesen contrariado a los editores tradicionales, como la de vender los libros escritos en castellano más baratos que los otros. No se trataba sólo de potenciar la creación en los paises no anglosajones, era más que nada que a Cuervo le parecÃa lógico que un libro de Angélica Gorodischer fuese más barato que uno de Tim Powers porque no se habÃa tenido que gastar ni un duro en traducirlo. Visto asà sà que parece lógico, pero no me suena que haya muchas editoriales que tengan en cuenta los costes de fabricación de cara a ajustar los precios de venta.
Aunque editar libros resultó más productivo que editar revistas, tampoco parecÃa algo como para ponerse a lanzar cohetes… hasta que a Cuervo le dio por comprar los derechos de una saga de fantasÃa medieval escrita por un señor de New Jersey llamado George Raymond Richard Martin. Este señor no era un total desconocido, llevaba escribiendo profesionalmente desde 1970 y su primera novela Muerte de la luz ya habÃa sido nominada para los premios Hugo e incluida por Cuervo en una lista de imprescindibles de la ciencia ficción, pero tampoco es que hubiese grandes peleas entre los editores españoles para hacerse con los derechos de una saga de fantasÃa medieval que encima contenÃa poca fantasÃa, parecÃa hacer gala de más rigor histórico que la mayorÃa de novelas históricas de corte realista, estaba orientada a un lector adulto y, sin estar todavÃa terminada, ya era larguÃsima.
El tÃtulo de esa atÃpica saga era Canción de hielo y fuego y los tÃtulos de sus libros estaban todos construidos con la misma estructura gramatical: Juego de tronos, Choque de reyes, Tormenta de espadas, FestÃn de cuervos… Y ya se vendÃan bastante bien por sà solos, los lectores que los abrÃan solÃan convertirse en yonkis proselitistas que no dejaban de insistir en que probases tú también su droga aunque les confesaras haberte aburrido un montón con El señor de los anillos.
Pero es que luego encima hicieron una teleserie. Ni siquiera Alejo Cuervo podrÃa haberlo previsto. Llevar a la pequeña pantalla los libros de Martin parecÃa una empresa improbable entre otras cosas porque sus tramas eran muy complejas y porque contenÃan bastante más sexo y violencia de lo que los telespectadores suelen tolerar antes de empezar a escribir cartas a los periódicos como locos. Los de la HBO se lo debieron tomar como un reto y nos trajeron un Juego de tronos con mucho sexo, mucha violencia, un presupuesto descomunal y bastante respeto por la obra original. Los telespectadores quedaron fascinados hasta tal punto que a muchos de ellos hasta les entraron ganas de leer. Es alucinante el poder que tiene la televisión para promover la lectura.
El número de ejemplares vendidos de Canción de hielo y fuego enseguida habÃa superado el número de ejemplares vendidos de todos los otros libros que habÃa editado Cuervo a lo largo de su vida. Los dependientes de Gigamesh se encontraron con que gran parte de su trabajo consistÃa en responder: “No, todavÃa no ha salido Danza de dragones†o el que fuese cada vez el siguiente libro de la saga por el que suspiraban las masas. El cachondeo llegó al punto de que ahora van a trabajar vestidos con camisetas en las que pone “No, todavÃa no tenemos Vientos de inviernoâ€, un libro cuya publicación, por cierto, no se prevé antes de 2015.
Llegó un momento en el que Cuervo podrÃa haberse comprado su propio dragón robótico con diamantes en los ojos, rubÃes en las pezuñas y un mechero Bunsen de oro en la garganta, pero optó por invertir sus ganancias en algo más molón: la, cito textualmente, “librerÃa friki más grande de Europaâ€.
“¿Más grande que la Forbidden Planet de Londres?â€, le preguntaron en la rueda de prensa inaugural. “Mira,†respondió, “contando sólo los libros que tenemos en inglés ya tenemos más que todos los que tiene la Forbidden Planet de Londres.â€
La nueva Gigamesh, efectivamente, es una maravilla, vayan a comprobarlo ustedes mismos, está en el número 8 de la calle Bailén de Barcelona.
Y si esto fuese una pelÃcula de Hollywood nos estarÃamos acercando inexorablemente al punto en el que el protagonista inicia su decadencia y paga cara su ambición, pero en realidad Cuervo se conserva majo y bonachón, y, pese a haber tenido la suerte de pescar un best-seller, sigue pensando que la industria editorial está cometiendo un error al apostar cada vez más exclusivamente por los superventas.
Lo explica en su artÃculo Reproches al sector editorial, que si tanto los libreros como los distribuidores y los editores miman más lo que más se vende, las estanterÃas van perdiendo diversidad y se entra en un cÃrculo vicioso del que solo pueden salir beneficiadas las grandes firmas.
Llama libros de fondo o mid-list a lo que también podrÃamos llamar libros normales, aquellos libros que, aunque no tengan ventas apabullantes, podrÃan llegar a generar algunos duros para sus autores y sus editores si no fuesen expulsados de las estanterÃas por las novedades de la semana siguiente. Son estos los libros que Cuervo recomienda mimar, no sólo para ofrecerle alternativas al lector que no quiera alimentarse exclusivamente de sombras de Grey, sino también porque apostar por ellos es la única forma de hacer posible la subsistencia de todas esas pequeñas librerÃas y pequeñas editoriales que peligran de morir asfixiadas en manos de gigantes.
Lo interesante es que Cuervo no se limita a opinar y lloriquear como un editor cualquiera, también actúa en consecuencia: por un lado ofrece descuentos a los libreros que porcentualmente venden más libros de fondo y por otro ha retirado la mayor parte de su fondo editorial del circuito de distribución del mass-market. El lector despistado todavÃa puede encontrar los primeros tomos de la Canción de hielo y fuego en la papelerÃa del Carrefour, pero luego, cuando esté enganchado y necesite las siguientes dosis, no tendrá otro remedio que buscarlas en librerÃas de verdad.
No parecen estrategias de negocio muy sensatas desde el punto de vista empresarial, pero tampoco parecÃa muy sensato tratar de aplacar a tres matones de colegio con un fragmento de un libro de Isaac Asimov.
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