Bruce Bégout | Foto: Editorial Siberia

El parque de atracciones definitivo

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Bruce Bégout | Foto: Editorial Siberia
Bruce Bégout | Foto: Editorial Siberia

«Distopía: dícese de la utopía perversa, donde la realidad transcurre en términos opuestos a los de una sociedad ideal. Manipulación, adoctrinamiento masivo, vigilancia y mediocritización son cuestiones permitidas, incluso incentivadas, en el mundo distópico.

En una sociedad donde la modernidad se ha convertido en una patología, cada paso adelante que da el progreso en el aspecto técnico, como si de un equilibrio homeostático se tratara, es un paso atrás en la evolución de la especie; a cada revolución técnica le corresponde su ración de involución humana. Esto no es una regla, por supuesto, pero es uno de los puntos de partida de esta alarmante distopia, que Bégout desarrolla en Le ParK, basada en la manipulación de la masa, como si el instinto gregario fuera inseparable de la condición humana, mediante la explotación ilimitada del concepto de centro lúdico como el lugar donde no sólo nos divertimos sino que, además, nos facilita todo aquello que deseamos en colectividad -para los deseos personales ya tenemos «La Bola Dorada» de Picnic al borde del camino o al planeta Solaris-, a un precio prohibitivo que sirve a la vez de filtro para indeseables y de excusa para sobrevalorar sus prestaciones.


¿Y qué es Le ParK? Pues un parque de atracciones, según el DRAE, «el lugar estable en que se reúnen instalaciones recreativas, como los carruseles, las casetas de tiro al blanco y otros entretenimientos» (por cierto, definición algo anacrónica). La palabra atracción proviene de la latina attractio, que denomina a la acción y el efecto de «traer hacia sí»; sus componentes léxicos son el prefijo ad- (hacia), tractus (tirado), y el sufijo -ción (acción y efecto).

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Editorial Siberia

¿Cómo se materializa esa atracción? Pues recurriendo a la saturación: el visitante, abrumado por la multiplicidad de la oferta, no puede discriminar entre qué constituye una atracción y qué es solamente un paso intermedio entre atracciones… Lo que se persigue es, en consecuencia, no dar respiro al visitante y, de este modo, provocar emociones mediante una conveniente puesta en escena. ¿Qué tipo de emociones? Ah, depende del sujeto, una misma atracción puede influir emotivamente en cada visitante  de forma diferente, siempre en función de su disposición anímica: quien busque diversión, encontrará diversión -y algo más, siendo este algo más el trazo particular de Le ParK y lo que le diferencia del resto de parques de atracciones-; quien busque perversión, encontrará perversión y algo más; quien busque riesgo, encontrará humillación y castigo, otro algo más inconsciente que Le ParK es capaz de discernir. En definitiva, el parque es capaz de satisfacer todos tus deseos, adelantándose a tus solicitudes y adelantándose incluso a proveer aquellas necesidades que todavía no habías identificado.

En una situación de reclusión relativa –Le ParK está situado geográficamente en una isla y, por tanto, delimitado exteriormente; sin embargo, una vez dentro, no se puede acceder a sus límites- las relaciones entre los invitados, cuyo número es limitado, pero ninguno de los habitantes del parque sabe discriminar quién es un invitado o un empleado, se ven alteradas porque sus roles, a diferencia de lo que ocurre en el exterior, no permanecen estáticos. Así, Bégout nos presenta a un preso que ha decidido cumplir su condena perpetua en el recinto, a una joven de frágil constitución anímica, y a un empleado que se extravía en los entresijos de la instalación, y los equipara con la situación del propio narrador -un narrador objetivo que, a pesar de un lenguaje periodístico y desafectado, no es capaz de mantener la frialdad y acaba sucumbiendo a «la poética» de Le ParK-, dejando entrever que una de las posibilidades del parque tal vez sea el desclasamiento: todos, empleados, habitantes y visitantes pueden experimentar la experiencia del intercambio, discrecional pero temporal, de clase; dejando en un lugar aparte, pro supuesto, al multimillonario ruso creador del parque y al arquitecto que lo diseñó. A dónde llevaría la materialización de esta vieja idea reivindicativa del proletariado universal -proletariado que, debido a las restricciones económicas de entrada al parque, nunca podrá acceder a él- es algo que se deja a la imaginación del lector. En todo caso, en un lugar donde se trata «la perversión como entretenimiento lícito», lo que sí queda claro es que escapar es quedarse.

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Violando las fronteras del género, Le ParK tiene la virtud de interpelarnos como habitantes de un mundo hastiado de civilización en el que la dificultad no está en cumplir los deseos sino en encontrar deseos cuya satisfacción esté a un solo paso de ser imposible. Mezcla de ensayo filosófico y de narración de ciencia ficción -sin ser, curiosamente, ninguna de las dos cosas-, más Lovecraftiano que Ballardiano, se trata de uno de aquellos pocos y escogidos libros perversos cuya lectura inquieta, cuestiona y amenaza. Imprescindible.

Joan Flores Constans

Joan Flores Constans nació y vive en Calella. Cursó estudios de Psicologia Clínica, Filosofía y Gestión de Empresas. Desde el año 1992 trabaja como librero, actualmente en La Central del Raval. Lector vocacional, se resiste a escribir creativamente para re-crearse con notas a pie de página, conferencias, críticas y reseñas en la web 2.0, y apariciones ocasionales en otros medios de comunicación.

2 Comentarios

  1. esta de locos Maite miralo¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡

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