“Mediante una especie de exposición inversa, esa antidescripción, a falta de una definición más precisa, le habÃa permitido descubrir algo: mientras él hablaba, ella habÃa comenzado a verse a sà misma como una figura, una silueta, con todos los detalles flotando a su alrededor mientras la figura en sà permanecÃa vacÃa».
A contraluz (Outline, 2014), publicada en español por Libros del Asteroide en traducción de Marta Alcaraz, constituye la primera parte de una trilogÃa en que tanto la construcción de ficciones y personajes propiamente dicha como la autobiografÃa han sido desterradas. El tÃtulo de la novela evoca los contornos existenciales y la contextura mental y emotiva de un personaje que es perfilado a partir de la irradiación que los relatos de los distintos interlocutores producen en él.
Rachel Cusk, nacida en Canadá en 1967 y residente en el Reino Unido desde 1974, obtuvo el premio Whitbread por su primera novela, Saving Agnes en 1993, y el Somerset Maugham por The Country Life en 1997. Entre sus libros traducidos al español figuran —además de La salvación de Agnes, en que aparecen ya el tema del amor como diagnóstico equivocado, algunas disquisiciones sobre estereotipos femeninos y la conciencia de pertenencia a la clase media, que un personaje sitúa “en algún punto entre la entropÃa y la blasfemiaâ€â€” las novelas Mucha suerte (2003), Arlington Park (2006) y las Variaciones Bradshaw (2009). Las tres focalizan en mujeres que se sienten sacrificadas en el altar de la familia, y se desenvuelven mayormente en barrios de las inmediaciones de Londres, cuyos habitantes se empecinan en la apariencia y la ostentación, asà como en rehuir cualquier cosa que huela a fracaso. En estos microcosmos suburbanos, entre adosados victorianos de ladrillo rojo, cortacéspedes y bombas de riego, las niñas vuelven de la escuela impregnadas de “una especie de angustia programática†(Arlington Park), mientras sus madres, atrapadas en una vida invisible y constreñida, se preguntan por el sentido que tiene llevarlas a los mejores colegios y estimularlas a sacar las mejores notas si al final la sociedad solo las juzgará por sus prestaciones domésticas.
La narrativa de Rachel Cusk, a quien se ha comparado a menudo con Virginia Woolf, se caracteriza por una extraordinaria capacidad analÃtica y una lucidez que por momentos roza la crueldad. Más que contar, disecciona; su escalpelo deja al descubierto un paisaje interior arrasado que huele a tiempo desperdiciado y a creencias putrefactas. A la sólida construcción arquitectónica y a la sagaz penetración psicológica, se suman una riqueza metafórica y una densidad conceptual que alcanzan su máxima expresión en esta última novela. De sus obras de no ficción, contamos con traducción castellana de La última cena (2009), pero no de sus obras más polémicas, los libros autobiográficos A Life’s Work (2001) y Aftermath: On Marriage and Separation (2012).
En A contraluz, una escritora británica llamada Faye viaja a Atenas para dar un curso de escritura y va recogiendo e hilando las historias que distintos personajes, la mayorÃa de ellos desconocidos, le van contando. Al narrar estos encuentros dialogales, el personaje omite la mayor parte de referencias situacionales y datos objetivos, de modo que deliberadamente orilla lo anecdótico para centrarse en el empuje de la palabra como conformadora y reveladora de la identidad.
Aunque apenas hay referencias a la situación del paÃs, Grecia funciona como el lugar —real y figurado— de las ruinas y de la crisis. Hay algunas descripciones precisas y valiosas, como cuando la narradora habla del “aire viscoso†de Atenas; de la ciudad como un “laberinto bisecado por la luz y la sombraâ€, y del tráfico como un atestado rÃo de luces. Y en las últimas páginas asoma una descripción del Ãgora y “las estatuas sin cabeza de las diosas de la columnataâ€. Atenas es la cuna de esta Europa en crisis, el ómphalos del que el Reino Unido ha decidido, en referéndum, desvincularse; de hecho, a Cusk el trauma del Brexit le sirve de metáfora para explicar la destrucción de la realidad, esto es, de lo que cada uno cree que es su realidad. Y es que la novela habla de vidas desestabilizadas, de hombres y mujeres de mediana edad que han visto como su mundo se resquebrajaba. La narradora se mueve, aséptica y vacunada, entre todo ese derrumbe. Sin ilusiones, pero ávida de escuchar y completar con historias ajenas la suya propia:
“Yo empezaba a ver mis propios miedos y mis propios deseos manifestándose fuera de mÃ, empezaba a ver en vidas ajenas un comentario de la mÃaâ€.
Remotos, resuenan los referentes de la rapsodia —se exploran los mecanismos de la narración en cuanto oralidad— y la tragedia griega —todos los relatos son postanagnorÃticos, historias de consunción después del páthos—. No en vano se trata de una novela protagonizada por una escritora y sus interlocutores, que, con contadÃsimas excepciones, son escritores o han aspirado a serlo alguna vez. AsÃ, abre el volumen la entrevista con un multimillonario interesado en una revista literaria, y lo cierra una conversación con una dramaturga. Asistimos asimismo al relato de las vivencias de la poetisa Melete, del editor Paniotis, de una novelista llamada AngelÃki, representante de la literatura feminista en su paÃs, y de un ex escritor irlandés, Ryan, que ha perdido la furia y la necesidad creadora, “como si no fuera capaz de recordar qué lo habÃa empujado hacia las palabras en primer lugar, hacÃa ya tantos añosâ€.
En su itinerancia por la ciudad, Faye explora a profundidades espeleológicas las intimidades familiares de sus interlocutores y los mide y dictamina con sentencias tan ciertas como fulminantes. Incluso es capaz de analizar a un personaje ausente, Clelia, que le cede su casa en Atenas a ella y a otros escritores, y que será examinada a partir de sus hábitos y pertenencias. Por otra parte, sus alumnos —no olvidemos que Faye imparte un curso de escritura creativa en Atenas— se muestran y definen a partir de sus ejercicios de estilo: mientras Georgeou se resiste a ficcionalizar sus experiencias, Clio afirma que la vida tiene relato y que la propia existencia presenta una forma definida; por su parte, Penélope teme perder la realidad de vista y confundir su propia vida con la de los demás.
Las pocas veces que habla de sà misma, como reflejo de lo que ve y le cuentan, Faye deja entrever una pérdida de referentes tras su divorcio. La convivencia familiar aparece en prácticamente todas las conversaciones que mantiene, y es un eje temático fundamental. En un momento dado, ante una estampa familiar idÃlica que contempla desde un barco, se remonta a los tiempos de la infancia de sus hijos y recuerda lo unidos que estaban de pequeños y cómo, de un dÃa para otro, se rompió aquel vÃnculo invisible, de modo que el amor quedó transpuesto o reducido a mera facticidad:
“Sus juegos eran una especie de trance compartido en el que creaban mundos imaginarios, y siempre andaban metidos en juegos y proyectos cuyo planteamiento y desarrollo eran tan reales para ellos como invisibles para los demás […]. Y un buen dÃa, el rÃo se secó: el mundo de fantasÃa que habÃan compartido dejó de existir, y eso sucedió porque uno de los dos —no me acuerdo de cuál— dejó de creer en él […]. Supongo, añadÃ, que esa es una definición del amor, creer en algo que solo dos personas pueden ver.â€
Los personajes, moldes vacÃos de lo que fueron, sienten que han perdido pie; que la realidad es inestable. La degradación o el fin del matrimonio está entre los desencadenantes de esta deriva. La propia Faye habla de la vida en pareja como “un sistema de creenciasâ€, y su amigo Paniotis afirma que el relato común tácitamente acordado con su mujer equivalÃa a mirar el mundo “a través de un teleobjetivo de ideas preconcebidas que nos permitÃa guardar una distancia insalvable con lo que nos rodeabaâ€. El vecino de vuelo —personaje que aparece en tres de los diez capÃtulos y cuyo nombre propio no llega jamás a formularse— compara el fracaso de su primer matrimonio con un carro de heno desparramado: “Nos topamos con un bache en la carretera y volcamosâ€. Ryan considera que el matrimonio es una estructura levantada “en un momento de intensidad que ya no volverá a repetirseâ€. Anne, la dramaturga que aparece en el capÃtulo final, afirma que su identidad se diluyó con su divorcio —“descubrió que le faltaba lo que podrÃamos llamar un vocabulario, una lengua materna de sà mismaâ€â€”, y ahora siente la urgencia de reconocerse, de explicarse. En el momento en que ese relato identitario se deshace, la propia visión del mundo parece amenazada y se hace preciso adoptar una actitud defensiva contra un exterior lacerante.
El personaje de Elena reconoce su impaciencia por adelantarse a los acontecimientos y conocer el desenlace sin pasar por el proceso: “a mis relaciones les falta historia […]. Quiero descubrir el contenido sin tener que atravesar el arco temporalâ€. PodrÃamos hallar un paralelismo entre esta actitud vital y la estrategia narrativa de A contraluz, en que los interlocutores de Faye son presentados con una breve descripción fÃsica y ya rompen a hablar de hechos cruciales en su concepción de la vida y su construcción —o demolición— identitaria. Este procedimiento permite acceder directamente a la revelación. Hay que tener en cuenta, en este punto, la “enfermedad cultural†que aqueja a otro personaje, Anne, y que parece brindar también una clave constructiva de la novela.
“Cada vez que se le ocurrÃa una obra nueva, antes incluso de haber avanzado ya la estaba resumiendo […]. En cuanto algo se resumÃa quedaba, a todos los efectos, muerto, convertido en una presa facilÃsima, en algo con lo que ella ya no podÃa continuar […]. Ese comportamiento era una enfermedad cultural, y ella lo sabÃa, pero habÃa invadido su mundo interior hasta tal punto que ella misma se sentÃa resumida.â€
En cierta manera, lo que hace Rachel Cusk es escribir de manera irresumible, mediante una concatenación de discursos en los que nada es sobrero sino que se da una enorme condensación. Los personajes, con esa artificiosa e incontinente forma que tienen de echarse a hablar, sonsacados por la capacidad de escucha de Faye, alumbran con sus palabras vÃnculos y sentimientos, y desenmascaran las falsedades agazapadas en toda relación. Todos ellos, con las alforjas llenas de derrotas y frustraciones, devienen pretexto para explorar la crisis de la mediana edad. Sus estructuras se han derrumbado, sus relatos no se sostienen, pero ellos persisten en alentarlos; aún los desgranan. Son una prueba viva de que, tal como se decÃa en Las variaciones Bradshaw, los hechos sobreviven a las emociones, y el conocimiento es más poderoso que el amor.
Las vivencias de los otros permiten a la escritora protagonista construir un armazón de palabras que explique las relaciones y dé cuenta de las fisuras, las elipsis significativas y las lecturas interesadas de cada historia. Se dirÃa que, reticente a ilusionarse —a sufrir— y pertrechada de la distancia necesaria y de un cierto cinismo, fruto del desengaño, deviene escoliasta de historias y vidas ajenas que le hablan de la suya propia. A través de ese coro de voces, Rachel Cusk traza un mapa de la contemporaneidad afectiva, y ofrece diagnósticos tan clarividentes como feroces.