Virginia Woolf escribe rápido, sentada en un sillón con un tablero en el regazo, plumilla y tintero y todos los dÃas. Un dÃa pasa media hora intentando pescar sin éxito dos moscas que han caÃdo al tintero, se están deshaciendo y “hoy ya son tresâ€. Escribe con una letra elegante, fácil de leer y usa algunos signos tipográficos (como & en lugar de and), quizá para no perder tiempo. No está haciendo ejercicios de estilo, ni simulacros de escritura, tampoco ensayos ni notas sueltas ni pruebas para sus novelas: está escribiendo un diario. Y le gusta lo que escribe, dice, porque le gusta escribir. Lo que recorre los Diarios de Virginia Woolf es la vida misma.
El primero de los cuatro volúmenes de los Diarios editado por Tres Hermanas comprende del 1915 al 1919. Cuatro años de escritura solo interrumpida por los periodos de crisis causados por su frágil salud mental. Se ausentaba, entonces, de la pluma y del tintero y también de la vida, en esos intervalos en los que dejaba de pertenecer al ejército de los erguidos: “la enfermedad nos hace reacios a afrontar las largas campañas que requiere la prosaâ€, dice en el artÃculo ensayÃstico De la enfermedad (publicado en el primer número de New Criterion), y aunque lamenta que falte vocabulario para describirla no va a permitir “que ese inmenso cine funcione siempre en una sala vacÃaâ€. Pero su compromiso con la escritura, con la elección de las palabras, la descripción precisa lo afirma también para ella misma:
“A la velocidad que voy, tengo que realizar disparos directos e instantáneos sobre mi objetivo, y asà dar con las palabras, elegirlas y lanzarlas sin más pausa que la de mojar la pluma en la tintaâ€.
Y a esa misma velocidad nos deja entrar en su universo. No estamos espiando por la cerradura, no hay rastro de la sensación de voyeur que asalta en la lectura de algunos diarios, Woolf ha dejado la puerta abierta, no le da miedo que corra el aire y nos invita in medias res desde la primera entrada:
“Para empezar correctamente este diario, deberÃa haberlo comenzado el último dÃa del año pasado cuando, a la hora del desayuno, recibà una carta de la Sra. Hallett. DecÃa que habÃa tenido que despedir a Lily sin previo aviso por su mala conducta. Naturalmente, nosotros supusimos que se referÃa a cierto tipo de mala conducta; algún jardinero casado, aventuré.â€
Más adelante sabremos más sobre Lily y la Sra. Hallet, con pocas palabras las conoceremos y también a todos los demás, no harán falta presentaciones. Sorprende en la lectura el entusiasmo con el que se entrega a su intensa vida social. Pese a que algunos dÃas se queje de las visitas, pues le gusta disfrutar de la vida tranquila con Leonard -como da cuenta en su receta para un sábado perfecto- trabajando en el proyecto editorial común (Hogarth Press), la pareja organiza y asiste a fiestas, reuniones, cenas… hay semanas de tanto ajetreo que incluso Nelly se despide (teatralmente, al parecer) del servicio doméstico en casa de los Woolf. Y en las crónicas de estas reuniones nada escapa a su mirada lúcida. Describe con precisión hasta el último detalle significativo, crea imágenes nÃtidas y se muestra a veces generosa y otras reviste sus primeras impresiones de un tono ácido, irónico, mordaz:
“La Sra. Hamilton trajo a cenar a su hermana la “poetaâ€. […] Me imagino que es la niña prodigio de la familia, alimentada con libros, que ha vivido en una cueva y que, como una criatura privada de luz, tiene completamente blanco el rostro de su alma. […] ¿Qué va a ser de ella? No creo que sea una poetaâ€.
O asà se refiere a T.S. Eliot en su primer encuentro:
“En algún punto de esta página me interrumpió la llegada del Sr. Eliot. Su nombre lo define: un joven norteamericano refinado, cultivado y minucioso, que habla tan lento que parece asignar a cada palabra un acabado especial. […] En mayor o menor medida, pude darme cuenta de que posee una poética muy compleja y enormemente organizada, aunque debido a su recelo y a su excesivo cuidado en el uso del lenguaje, no pudimos descubrir mucho más sobre ella.â€
No falta nada en estos Diarios: decenas de personajes, sus paisajes cotidianos, el sonido de la guerra de fondo, la relación con Leonard, su familia, sus amigos, lo que lee, lo que escucha o lo que piensa de todo y de todos ellos. Incluso el vestido azul que se ha comprado por diez chelines con once peniques y que “llevo puesto ahora mismoâ€. Las notas al pie pueden darnos el contexto (esta edición Anne Olivier Bell no escatima informaciones interesantes y valiosas) pero lo que hace Woolf es construir un árbol magnÃfico, lleno de raÃces y ramas, que empezamos a leer desde la curiosidad por conocerla y continuamos por el placer de seguir escuchando su voz.
Virginia Woolf escribe en la última entrada de este volumen, a sus 37 años:
“Aquà sigo, pero debo dejarlo. Ay, sÃ, he disfrutado leyendo el diario de estos años pasados, y lo seguiré haciendo. Me divierte descubrir cómo se desarrolla una persona, casi con una cara propiaâ€.
Eso es lo que vemos: la cara de una escritora moldeada a base de palabras que no es otra que la que podemos encontrar en sus novelas. Y es que, además su indudable interés histórico y biográfico, estos textos Ãntimos son en sà mismos una gran obra narrativa que no podemos separar de Al faro, Las olas o la Sra. Dalloway. Tal como propone Quentin Bell (sobrino y biógrafo de Woolf) en la introducción:
“Cuando el último de estos volúmenes se imprima, la obra de Virginia Woolf estará completa y los crÃticos podrán, si lo desean, sentarse a evaluarla como un todoâ€.