«Para ser Dios debes saber qué te traes entre manos.»
George Orr, un individuo de lo más normal, sufre de una dolencia psÃquica que consiste en que sus sueños alteran la realidad, modificándola en la dirección de lo que parecen ser sus deseos conscientemente reprimidos, mediante la creación de nuevos presentes materializados por aquellos y la desintegración de un pasado -o, mejor dicho, de un presente rechazado- del que solo él es consciente.
Ni la ingesta de psicofármacos ni la asistencia de un psiquiatra consiguen remediar su dolencia: una, casi acaba con él al inhibirle el sueño y la parte en que tienen lugar los ensueños; y el psiquiatra acaba siendo vÃctima inconsciente de su alteración. George posee un poder que puede revolverse en su contra y que no puede controlar, lo que le deja en una situación de absoluta indefensión e irremediable soledad.
La mente, nuestra mente, el resultado de nuestra actividad cerebral, puede convertirse en nuestro peor enemigo: esa mente es libre y nada le impide actuar contra el poseedor del cerebro que la genera. Y si nuestra mente puede llegar a ser tan poderosa como para cambiar la realidad, ¿en qué se convierte esta? ¿Nos aboca su inestabilidad a dejar de tomar esa realidad como marco de referencia? Si la realidad es manipulable, ¿no abre ese suceso las puertas a un relativismo indeseable en el que solo subsiste la realidad del más fuerte, o del más preparado, o del más inescrupuloso? Una cosa es ver la realidad de modos distintos, y otra es que existan realidades diferentes y excluyentes.
La rueda celeste (The Lathe of Heaven, 1971), como la mayorÃa de obras de Ursula K. Le Guin, trasciende la acción para poner en evidencia algunas hipótesis que, por dejación o por falta de cuestionamiento, van implÃcitas en nuestra idea de progreso, tanto personal como social. Tal vez la más relevante es el cuidado con que debemos manejar nuestros deseos, no sea que se cumplan; pero también hasta qué punto un fin deseable puede justificar los medios a través de los cuales se puede alcanzar, y la utilidad del altruismo como justificación para alcanzar lÃmites ilÃcitos. Le Guin juega con el trazado de la frontera que deberÃa separar la realidad de la irrealidad, y muestra las consecuencias de no dibujarla con mano firme. En todo caso, su aportación se podrÃa resumir en dos tesis: una poética, irrelevante, que consistirÃa en la conversión de los sueños en realidad, en «hacer posible todo lo que te propones» y otras supersticiones de la autoayuda; y otra, ética, la que cuestionarÃa el poder de la manipulación de la mente, la eugenesia y la ingenierÃa social.
«Hay un pájaro en un poema de T. S. Eliot que dice que la humanidad no puede soportar mucha realidad; pero el pájaro se equivoca. Un hombre puede soportar el peso entero de un universo durante ochenta años. Es la irrealidad lo que no soporta.»