Lo que hace de Dostoievski un romántico y de Balzac un analista es que todo eso de la virtud que se muere en los rincones, el vicio que prospera a través de la inteligencia, el interés que se lleva por delante todos los valores morales, aparece en el primero en la boca y la figura de un prÃncipe (Humillados y ofendidos), mientras que Balzac lo hace extensivo a todas las capas del cuerpo social. Los campesinos pobres no son pobres campesinos, sino gentes que fingen su pobreza y sacan partido de ella (Los campesinos). Los campesinos no creen en nada y están dispuestos a todo. Los burgueses, por su parte, se confabulan con los asesinos (tolerándolos, alentándolos, auxiliándolos) para que los vinos de Borgoña y de Alicante no falten nunca en sus mesas. Y los nobles solo a veces (ahà está el marqués d’Espard) se salvan de la corrupción generalizada, y esto solo a costa de dar la espalda al mundo.
Dostoievski ve a los oprimidos bajo una luz idealizada; su crÃtica al mundo mantiene a pesar de todo un reducto de esperanza. Nelly no cumple la voluntad conciliadora de su madre moribunda, pero muere ella misma poco tiempo después: el desprecio y la condena del prÃncipe son tan solo quimeras de almas bellas que no van a ningún sitio. El prÃncipe conseguirá los millones que desea. Su reputación se mantendrá intacta. Nadie ha podido oponérsele. Los ha vencido a todos. Pero los humillados y los ofendidos, que son también los buenos y los honrados, se tienen todavÃa los unos a los otros. El amor es su posesión y su ventaja, pues donde hay interés no puede haber amor, y donde hay amor, el móvil no puede ser nunca el interés. Y sin embargo, la novela de Dostoievski tiene más de lamento que de condena. Se lamenta y se llora que los ofendidos y los humillados no sobrevivan a las mil penas sufridas; que sus corazones no resistan la expoliación continuada de la que han sido vÃctimas; que se rompan en pedazos por los horrores que han visto y padecido en carne propia. El corazón de Nelly está herido de muerte a causa de las muchas desgracias padecidas (la mendicidad, la explotación, el insulto, el maltrato fÃsico). La fiebre y la enfermedad consumen a todas estas figuras ultrajadas y desposeÃdas injustamente, mientras que el prÃncipe Valkosvki prospera hasta cumplir los cien años. Es desde las lágrimas de los pobres que Dostoievski formula su crÃtica. Con esas lágrimas en los ojos lleva a juicio a los poderosos, pero la acusación resulta en cierto modo inefectiva. Los acusadores van muriendo lentamente de camino al tribunal, y el caso termina por quedar sobreseÃdo.
En las novelas de Balzac no hay lágrimas de comunión ni de esperanza; los hechos son los que son y hablan por sà mismos, y solo hace falta detener el torrente de lágrimas para apreciarlos. En Balzac se juzga y se condena, a veces también con el recurso de las lágrimas (el primo Pons muere porque tenÃa corazón, y esto resulta siempre una desventaja), pero lo que aparece en primer plano es otra cosa. Son las maquinaciones de los poderosos vistas desde dentro. Es el crimen legalizado y la impotencia de las leyes. Es la enfermedad moderna, que afecta no a un prÃncipe ruso en especial, no a un villano aristócrata concreto, sino a la sociedad francesa en su totalidad. No hay buenos ofendidos por un villano, sino villanÃa que se ha enseñoreado de todo el conjunto. La villanÃa de Balzac es estructural; las maquinaciones del prÃncipe Valkovski pueden verse en todas partes, tanto en las esquinas de ParÃs como en los bosques y los campos de Borgoña. Dostoievski conserva en sus ojos una pelÃcula de bruma que Balzac se ha arrancado de los suyos de una vez por todas. Por eso no hay en sus novelas equivalencia alguna entre la bondad y la pobreza, entre la virtud y la clase social. Los campesinos son criminales nauseabundos; no deja de haber hombres grandes entre los aristócratas. Y lo que se mantiene inalterable es que sÃ, la riqueza conquistada procede del crimen y del vicio, y es normal por tanto que los buenos no prosperen ni se enriquezcan, si bien esto resulta secundario por lo que tiene de obvio. La bondad es secundaria. Lo que importa es la radiografÃa del vicio, de la mezquindad y del egoÃsmo; el análisis del estado desalmado del mundo actual, el escrutinio de su corrupción generalizada, y Balzac radiografÃa y analiza como nadie, con espantosa exactitud y a una escala tan microscópica como colosal. Nada ni nadie se libra de los rayos que descubren lo que no queremos ver. No hay ningún reducto inocente y positivo desde el que expresar la indignación. El campesino es un tipo tan podrido y corrupto como el burgués y el noble, incluso más podrido aún, pues la podredumbre en su caso no necesita ocultarse. No hay en Balzac mitificación de clase ni condición, sino observación penetrante y cuidadosa. No hay ángeles sobre la tierra ni hay nada sagrado. Bajo los harapos de los pobres no se oculta otra cosa que sus propias infamias y fechorÃas (el nieto de Fourchon tiene que dar pena cuando entre en el castillo). Detrás de los campesinos que devastan secretamente el bosque de los nobles se encuentran los burgueses que esperan ansiosamente la venta de la antigua propiedad para parcelarla y dividirla, acelerando asà la mercantilización de una tierra cuya tradicional posesión aristocrática impedÃa.
Lo que parece condenarse por igual tanto en Balzac como en Dostoievski son las pasiones irrestrictas que enloquecen a los hombres, destruyendo por completo su felicidad. Sus pasiones son sus cegueras, sus obsesiones, sus adicciones, sus ambiciones, sus excesos, sus locuras, sus amores. La madre de Nelly se perdió por partida doble a causa del amor y del orgullo. Quizá Natasha habrÃa vivido una vida feliz con Vania si no hubiese amado a Aliosha de ese modo arrebatado e insensato. Pero sin estas grandes pasiones no habrÃa sueño, y sin sueño no serÃa posible la novela. Ese sueño o pesadilla que se alimenta de las pasiones enfermizas de los hombres constituye el contenido de las novelas de Dostoievski, pero donde este se quema las manos tocando las frentes de sus criaturas y donde delira el delirio de sus locos, Balzac mantiene la cabeza frÃa, pues si el escritor se confundiese con la cosa que nos cuenta, si sintiese vivamente las pasiones que describe, entonces no podrÃa reflejarlas ni decirlas.