Sandra Sánchez | Foto cedida por la autora

Identidad tocada tras el amor

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Sandra Sánchez | Foto cedida por la autora

Escribía Ángel González en Áspero mundo (1956): “Yo sé que existo / porque tú me imaginas”. El poeta asturiano declaraba que su propia existencia dependía de la atención de la amada. Define el amor que ella siente por él como móvil de su identidad, lo que supone una distorsión de la realidad que funciona como una metáfora continuada, por medio de la cual la amada resulta tan importante para el hablante como si ella fuera su creadora. De este modo, el hablante subraya la profundidad de su amor y de su dependencia de la amada. Sandra Sánchez desde su soledad interior permanece atenta no sólo al discurso de vivir sino al discurso de la poesía. Transforma los sucesos y los proyecta bajo perspectivas poco comunes en su ópera prima, Una manzana en la nevera, que salió a la luz en septiembre de 2017 en la editorial asturiana PiEdiciones y que está teniendo un efectivo eco en la crítica literaria.

Ya desde el propio título se exhiben las claves del libro: la manzana encantadora ha mudado y aguarda en el frío hasta que se den otras condiciones. Como juego textual la autora ovetense nos lo plantea en el poema Tentaciones:

“Guardo en la nevera la manzana prohibida
por si aún llegaras a tiempo
de jugar a ser Eva,
por si tuvieras aún en tu mirada
la misma tentación de hace diez años,
por si quisieras –en un ataque de locura–
sacarme a mí del Paraíso.

Y mientras la serpiente ya se ha hecho
un sitio en el sofá,
yo,
guardo la manzana en la nevera.”

PiEdiciones

El amor deja tras de sí huecos, grietas. Un amor idealizado deja esos huecos y grietas sin tapar del todo. Deja unas rendijas por donde respira el animal dormido del deseo. Con el paso del tiempo ese amor se va volviendo tan frágil que llega a ser casi olvidado; más bien el fluir de los días lo ha aniquilado. Así, en Fósforos, puede leerse al final: “Somos fósforos que un día / se prendieron uno al otro. Y ya no ardemos”. Sorprende la actitud positiva ante ese amor platónico, de juventud, lo que lleva a pensar en la necesidad del amor. Cuando ese pilar nos falta, el yo muda a lo largo del tiempo. Uno es lo que era enamorado y pasa a ser otro cuando ha conocido el desamor. El árbol de la identidad se tambalea hasta convertirse en el motivo principal de Una manzana en la nevera.

Una poeta novel aporta al panorama poético frescura y carisma con la que llama la atención, en el caso de Sandra Sánchez, la humildad y cierta autocrítica con respeto al género, dando toda una lección a esos poetas jóvenes cuya soberbia los anula. Así, en Patitos feos: “Escribo versos malos, ni siquiera / tienen arte ni métrica correcta». Ahí reside su poética: no son perfectos pero forman parte de su vida. Esa aceptación se defiende y se quiere, pues son sus creaciones: “Luego pienso que son míos y es cuando los quiero”. Pero su compromiso es ejercitarse, como muestra la analogía escritura y vida en Aprendiz:

Al oficio compartido de escribir,
añado ahora éste de vivir
que tantas veces confundí
con todas cosas.
Prometo dedicarle
tiempo y aprender
de los errores.

De este modo, el discurso poético de Sánchez es de la poesía como forma de descubrir para descubrirse, de conocer para conocerse. Una sucesión de setenta composiciones en verso libre incrustando varios haikus con distintas referencias a los sentidos a través de las analogías y de una fina ironía. Así, dentro de la sencillez, el lenguaje destaca por sus efectos. Sencillez y brevedad son características que configuran con gran precisión la ilusión romántica y vulnerable al mismo tiempo del sujeto, toda vez el sujeto reconozca lo inefable del lenguaje ante el alcance del deseo, en ¿A qué hueles?: “Y me quedo sin respuesta”, o como puede verse en el poema En los pliegues de tu cuerpo:

Permanece así –pura e inacabada–
para que yo pueda seguir
tejiendo, cual Penélope –cada noche–
ese telar de espacios infinitos
en los pliegues de tu cuerpo.

En estas composiciones hay mucho de transgresión también por lo que supone subvertir versos por todos asimilados, donde el juego de palabras provoca la ironía, como los del vate sevillano, en Pupila azul:

Y si eres Tú la Poesía
¿qué hacemos todos?
¿qué hago yo,
tratando –inútilmente–
de traducir a poemas
el idioma de tus ojos…

Esta deliberada transformación de un verso conocido produce una combinación muy eficaz de flujo narrativo e impacto lírico, lo que a modo de ejemplo nos muestra cómo los episodios particulares se convierten en experiencias significativas que trascienden la mera historia personal para convertirse en historia por todos compartida y en intensas experiencias para el lector, mediante un lenguaje sencillo y, en ocasiones, coloquial, como se lee en el poema Se yergue la flor. Las escenas del pasado vuelven al presente como si tuviese una orla fantasmagórica. Así, puede leerse en Hay muertos que caminan por las calles:

Hay muertos que caminan por las calles
que se sientan a tu lado
en autobuses sin destino,
que se esconden en los metros.

Otro de sus referentes es el poeta estadounidense, Charles Bukowski, uno de los poetas malditos, que toma de él no sólo una cita, sino también la analogía de la vida y la bebida, así tiene lugar en los poemas Presagio, Resaca y  en Delirium Tremens, que comienza: “Tengo la mala costumbre / de emborracharme cada noche / con brebajes de poemas”, y en el que, de manera original, se presenta, seguramente, como existencia compleja, la existencia de una voz masculina: “Soy un borracho, sí, lo reconozco”, ampliándose el conflicto de identidad a efectos de lucha, también en el otro poema de corte narrativo, B-SIDE me:

Entonces, el mundo a nuestros pies;
dos sublevados que no querían más guerras
que las de dar –por principios–
la contraria a nuestros padres,
y sobre todo ser nosotros, nosotros mismos,
diferentes, muy distintos,
no caer en la maraña repetida…

Otros referentes acompañan a la autora en su poemario, tales como Antonio Machado, Benedetti, Neruda o Alejandra Pizarnik. Emoción, soledad y lucha interior con uno mismo y con el otro que cambia el rumbo de las cosas y de uno mismo es decir, la desolación arrasa con todo, como puede leerse en Impasse:

Al cerrar la puerta por afuera
dejas dentro de esta casa el tiempo detenido.
Los segundos, cuajados en el péndulo
y al cuco con un tajo en la garganta.
Todo quieto. inerte. Casi muerto…

La interacción dramática intensifica la relación entre los dos amantes, llevando a un momento final en que el sujeto cambia de punto de vista (de dentro hacia afuera). En soliloquios que dan paso a correlatos objetivos el autor apela al lector, y nuevamente, las perspectivas mutan: la biografía personal del sujeto pasa a ser historia universal, por ejemplo, en los conmovedores Ojos que no ven y Rosas muertas.

Concluiremos con los últimos versos del poema Lugares comunes para dar cuenta de que Sandra Sánchez, con ecos de la poesía existencialista, nos ha entregado un libro de poemas, Una manzana en la nevera, donde las distintas perspectivas con que se enfrenta al amor origina la construcción de una identidad fuerte y asentada, sin que la distancia produzca dolor alguno:

“Aquí estuvimos tú y yo”
(Y me quedo un rato más.)

Jesús Cárdenas

Jesús Cárdenas (Sevilla, 1973) es autor de los libros de poemas: 'La luz de entre los cipreses' (Ediciones en Huida), 'Mudanzas de lo azul' (Vitruvio), 'Después de la música' (Cuadernos del Laberinto), 'Sucesión de lunas' (Anantes), 'Los refugios que olvidamos' (Anantes) y, junto a las imágenes de Jorge Mejías Garrón, 'Raíz olvido' (Maclein y Parker). Algunos de sus poemas han sido reconocidos con algunos premios. Ha escrito ensayos sobre importantes escritores españoles: Juan Ramón Jiménez, Machado, Vicente Aleixandre, Ramón Gómez de la Serna, entre otros. Como crítico literario de poesía ha colaborado en distintas revistas literarias. Pertenece al Circuito Literario Andaluz. Algunos de sus textos se han traducido al inglés, francés e italiano.

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