Hace 100 años que Montserrat Abelló nació en Tarragona. Esta poeta catalana, que pasó su infancia en Londres o Cartagena, siguiendo los destinos laborales de su padre, ingeniero naval, estudiarÃa FilosofÃa en Barcelona. Poco después, ejercerÃa como profesora de inglés en Valencia, hasta que en 1939, como tantos otros republicanos, tuvo que exiliarse. Chile constituye su refugio durante más de veinte años.
Cuando regresa a Barcelona, en 1960, intensifica, además de su escritura, su labor como traductora. Traduce a autoras como Agatha Christie, Iris Murdoch, o Sylvia Plath. Y a Anne Sexton, de quien publica una antologÃa de poemas bajo el tÃtulo Como ella.
Anne  Sexton es la poeta con más “coraje†para Abelló, la que confiesa con más audacia y fuerza vital. Tal vez por ello, cuando publica su poemario L’arrel de l’aigua (La raÃz el agua), en 1995, lo abre con un verso de la escritora estadounidense: “Oh noche, noche estrellada contigo me quiero morirâ€.
L’arrel de l’aigua supone una indagación, al mismo tiempo, sobre la sed de deseo y la necesidad de ternura. Hay en esos versos una pregunta abierta sobre el color, el insomnio o la incertidumbre. Y también un juego de espejos, donde la poeta catalana encarna al lector, tanto en sus pulsiones como en sus desconciertos. Sabemos, nos dirá Montserrat Abelló, de perros que ladran en las noches solitarias, en las que el silencio se agacha ahogado por las palabras.
El poemario, uno de los más importantes de la autora, está dividido en cuatro partes, tituladas Al borde de la noche, Dentro del espejo, La raÃz del agua y El sueño. Las distintas formas del agua aparecen una y otra vez. También la imagen que nos devuelve la sangre, que nos recuerda nuestra irrenunciable animalidad.
En el poema que da tÃtulo al libro, nos explica cómo la mirada rastrea la piel hasta encontrar sus profundidades («La força / d’una mirada que juga / amb la dolçor de la pell / i busca l’arrel / fonda de l’aigua»). Pero esa mirada es, ya, un acto de creación. Vivimos en un espejismo de cÃrculos de agua vertiginosa, apunta Abelló, un agua que siempre termina engullida. Por eso la poeta necesita un lápiz en la mano, para apuntar los nombres que nombran los afectos, un lápiz para escribir el matiz del azul de la tarde, del azul del mar de mediodÃa, o del azul cenizo del olvido.
“Jo no ho voldria / i busco / el roig de la sang / pell endinsâ€, escribe Montserrat Abelló. Esa corporalidad, innegable, es la que nos conecta con la vida más allá de lo abstracto. La poeta anuncia, asÃ, que plantará el cuerpo en una cala oscura. Sabe que el mar, su frialdad, no podrá aplacar la angustia que atenaza su corazón adentro. Pero la noche y el animal siempre regresan, y por eso la autora sabe que seguirá, indiferente a los embates de las olas, aullando todos los silencios.
El compromiso de Montserrat Abelló con la palabra exacta, con el catalán preciso, es, también, un compromiso con el feminismo literario. En L’arrel de l’aigua vemos ya una suerte de desvelamiento («Busco la meva / identitat / sotmesa, amagada / milers d’anys sota/ el sexe. / Tot just desperta/ i ja esmicolada»). Una búsqueda de una identidad que no termina, que no clausura nada, y que hace del trayecto compartido su principal combate ante cualquier intento de subordinación.
El agua se asoma constantemente en el imaginario poético de Montserrat Abelló, fallecida en Barcelona en 2014. De hecho, participará en un volumen colectivo, junto a otras escritoras como Helena Valentà o Maria-Aurèlia Capmany, que se titula Memoria del agua. Y es que para la catalana, atávicamente, somos espejos desiertos, nacidos de aguas profundas. Cuencas de rÃos olvidados. Será el lector quien bautice de nuevo el deseo, su sed, para seguir dibujando, metáfora a metáfora, el caudal de la memoria.
Este artÃculo pertenece a Agua y Cultura, sección patrocinada por la Fundación Aquae.