Luna | Foto: Susan-Lu4esm | Pixabay Commons

Intensidad y perspicacia

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Luna | Foto: Susan-Lu4esm | Pixabay Commons

Como es sabido, conseguir un buen poema es una tarea de poda. De ahí que la creación consista en decantar diligentemente lo dicho. Esta poética de lo exacto, que expresa la idea con las palabras necesarias, resulta intensa y aflora en Cuarto menguante (Ars Poetica), la tercera entrega lírica del barcelonés Ernesto Frattarola tras Herido mármol (2014) y Uno (2015).

El título de este libro nos sugiere el crecimiento exterior e interior. Se corresponde con la fase lunar más espiritual, lo que nos conduce a sumergirnos en su claridad para recargarnos. Poesía que reflexiona sobre lo inestable del ser. El planteamiento estructural del libro es limpio: viene dado por cuatro capítulos a los que se les añade las notas del autor, que lleva por título Vientres, como signo de amistad y agradecimiento, donde se elogia la lectura realizada por varios escritores. El primero y el último está constituidos por una extensión similar de poemas; mientras que el núcleo donde se concentra el mayor número de poemas se encuentra entre el segundo y el tercero. Cada parte se compone de poemas breves o muy breves, salvo el poema Cirugía del tercer capítulo dividido en tres secciones.

Ars Poetica

Un rasgo caracterizador del estilo del autor se desprende con solo ver el índice, pues tanto los títulos de los apartados como de los poemas llevan una palabra o una sigla: la condensación en la expresión. En una palabra se cifra la definición cargando la palabra de valores connotativos. Así pues, el título no sólo anticipa contenidos sino que orienta el proceso de decodificación por parte del lector. Frente a la percepción de la palabra como un eco, el discurso poético del barcelonés parece asumir el poder de la palabra poética para comunicar y expresar una visión propia, y tener fe en la capacidad del poeta para modelarla.

Entre los rasgos dominantes de la poesía minimalista o la poética del silencio figura la depuración total del lenguaje literario en busca de un significado esencial. La conciencia de esa esencialidad le lleva en ocasiones a una poesía ante todo nominal. A propósito, véase los comienzos de los poemas Horma, Lunes o CV. Desde un punto de vista significativo, los poemas de Frattarola están cargados de intensidad emocional. Como puede verse desde el primer poema, Cristal, donde anuncia desde los primeros versos el derrotero por el que se mueve el poeta: tras una enumeración gradual, figuran las personas cercanas, pero también el pasado y el dolor. Todo lo que nombra nos convoca a reflexionar sobre ello. Su visión es desoladora. Con este verso climático cierra el primer poema:

“Todo lo que se rompe me concierne”.

Los poemas de Frattarola nos transmiten la sensación de desamparo, pero también nos confirma que el tiempo deja su huella: “¿Cuánto tiempo me queda? // Cada poema es una despedida; “los días pasan lejos”; se critica la urgencia de los días que nos hace tan mortales: “No se mueren los dioses de lo lento”; también hay tiempo para reprender el conformismo de la dejadez en el poema Mansedumbre: “Todo lo que no hacemos / envejece”; transmuta con su poder la identidad del propio sujeto que no llega a reconocerse; transmuta el comportamiento del ser ante la urgencia del fluir temporal. Es, entonces, el poema un indicador balsámico tras el dolor, incluso cuando se convierte en el recuerdo de una ausencia.  El sujeto transita por los bordes ennegrecidos del tiempo, constatando el silencio del que emerge, siendo consciente del abandono producido por la muerte con aire quevedesco: “no muere el día que ha nacido muerto”; fruto del desengaño pues nos vemos desvalidos: “A veces somos parte de un cadáver, / o somos el cadáver // Entonces ya no importa”; la muerte aparece como el relente o un ave que nos ronda continuamente: “La muerte se pasea por mi cuerpo”; también se muestra como presagio en el poema Augurio; su óxido cambia el tono del poema en elegíaco manriqueño: “La muerte es nuestra verdadera patria”, terminando en silencio en el poema Resonancia. Y es consciente, además de la necesidad de vencer a la muerte avanzando hacia un espacio luminoso y esencial al que da vida la memoria, en el poema Orbita.  Los poemas se concentran en potentes imágenes visuales y definiciones. Pero es general el tono pesimista que adquiere el volumen, pues muestra desconfianza en la salvación, como puede deducirse en los poemas Adviento, Estocolmo, Marea o Blues. Leemos en Carnaval que el refugio es el propio sujeto, antesala de cierto descreimiento en el “yo”, en el poema CV. El poema se ha convertido en un proceso doloroso. Esta negación del rescate es desgarrador; el dolor sufrido por el sujeto es presentado con distintas contradicciones. Intensamente líricas resultan en el poema dos cartas cuando el hecho de herir tiene que ver con la ausencia:

«Nunca te haría daño.
[…]
No quise hacerte daño.
Nunca te dejaré.
Me tengo que marchar.»

En ese indagar introspectivo la tensión del poema atraviesa una serie de fases: se aparta de lo vivido, se convierte en confusión de la realidad (verdad o sueño), se niega a uno mismo cuando lo real es aplastante y se esfuerza por reconocerse a pesar de las elisiones de verbos y sujetos, en un tono desolador, como ya tratase en su anterior libro, Uno. Así, leemos en el poema construido a base de infinitivos, Túnel, donde la visión es fantasmagórica.

Esa búsqueda por hallar la propia identidad se consuma en el lenguaje. La escritura poética le permite la unión de contrarios, llegando a funcionar como refugio y fortaleza; de otro lado, como ya se leyera en Uno, el sujeto descree del poder salvador del poema si nos acercamos a los poemas Limbo o Eco. Sin embargo, no se resiste en mostrar fe en el valor atemporal de la palabra poética, mantenido en un diálogo de contrarios, pues el silencio pensado no es sinónimo de olvido: “No mueren las palabras que callamos” (Dentro); pero no son inofensivas pueden ser, como sabemos, peligrosas: “Las palabras no mueren pero pueden matar” (Humo). En síntesis, Cuarto menguante es un libro escrito con intensidad y perspicacia, pues la construcción del poema refleja el grado de afecto tras la ausencia, tras el dolor es lúcida su propuesta, las distintas fases de reconstrucción de identidad por la que el sujeto atraviesa en soledad negando la propia palabra poética, lo que da lugar a que Ernesto Frattarola sea parco en palabras –por todos comprensibles–, tampoco se extienda mucho en los periodos, pues le interesa más lo que evoquen y sugieran las palabras, conmuevan y emocionen repentinamente, a la medida de relámpagos, que atraviesan los sentimientos de cualquier lector.

Jesús Cárdenas

Jesús Cárdenas (Sevilla, 1973) es autor de los libros de poemas: 'La luz de entre los cipreses' (Ediciones en Huida), 'Mudanzas de lo azul' (Vitruvio), 'Después de la música' (Cuadernos del Laberinto), 'Sucesión de lunas' (Anantes), 'Los refugios que olvidamos' (Anantes) y, junto a las imágenes de Jorge Mejías Garrón, 'Raíz olvido' (Maclein y Parker). Algunos de sus poemas han sido reconocidos con algunos premios. Ha escrito ensayos sobre importantes escritores españoles: Juan Ramón Jiménez, Machado, Vicente Aleixandre, Ramón Gómez de la Serna, entre otros. Como crítico literario de poesía ha colaborado en distintas revistas literarias. Pertenece al Circuito Literario Andaluz. Algunos de sus textos se han traducido al inglés, francés e italiano.

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