Nadie tan capacitado como el prestigioso periodista Abel Hernández para afrontar el reto de recobrar la figura de Jesús de Nazaret pese a que en el sucinto y esclarecedor prologuillo de su acercamiento, a modo de revelación, a través del evangelista Marcos, declare “su evidente indignidad y la conciencia de sus limitaciones para abordar tal empresaâ€. Se trata sin duda de lo que los clásicos llamaban una captatio benevolentiae, puesto que su formación y preparación, su obra y su trayectoria vital, su bagaje literario y su conocimiento a fondo del cristianismo, de la materia bÃblica y evangélica, garantizan de antemano, como de hecho asà se comprueba tras la lectura, la calidad en cuanto a forma y fondo de Diario de Marcos.
No obstante, la temática sorprende de entrada, en relación con el resto de su producción literaria, compuesta por varios ensayos imprescindibles para entender el convulso perÃodo polÃtico de la Transición como, entre otros, Suárez y el rey, que fue galardonado con el premio Espasa, o Conversaciones sobre España y una trilogÃa narrativa singular, esencial para entender la durÃsima vida y el posterior éxodo de la población, hacia la década de los sesenta del siglo anterior, en lo que últimamente se califica como la España vacÃa, a partir de su comarca natal, la Tierra de San Pedro Manrique, en la zona septentrional de Soria: El caballo de cartón, Historias de la Alcarama, Leyendas de la Alcarama y El canto del cuco. En todo caso, el propio autor nos confiesa, en sus palabras liminares, que “una fuerza misteriosaâ€, “un fuerte impulso interior, cuando menos lo esperaba, le empujó a escribir este libroâ€, que “pasó varios meses sumergido, de cuerpo y alma, en la tareaâ€, para concluir que fue “una experiencia emocionante y abrumadoraâ€, a lo que poco, por no decir nada, se puede añadir.
Para trazar el retrato humano de Jesucristo, como indica el tÃtulo de la narración, ha elegido un punto de vista inusual, la primera persona periférica, aprovechando la fidelidad de Marcos como seguidor del MesÃas desde el momento en que lo conoció, según su versión, ya que es un personaje bÃblico controvertido al que a veces se identifica siguiendo la letra del Evangelio sinóptico que se le atribuye, sin mucha seguridad sobre su procedencia, con un joven que secundaba a Jesús cuando fue apresado en el Huerto de los Olivos, mención que recoge, por boca del propio Marcos, no sin un punto irónico, Hernández: “Me sé de un joven seguidor de Jesús, al que conozco muy bien, que saltó precipitadamente del lecho y se presentó allà envuelto en una sábana; lo agarraron y logró desasirse; dejó la sábana en las manos de los que lo tenÃan preso y huyó desnudoâ€.
Y ha transformado ese testimonio evangélico canónico en un diario, si no como apóstol, pues como él mismo confiesa al principio del libro su “papel era auxiliarâ€, “en el segundo escalón de los elegidosâ€, sà como seguidor irredento, comprometido por completo en recoger y divulgar la buena nueva, desde que conoció en el portal de su casa en un lugar cerca del TiberÃades al Redentor “con veinte años recién cumplidosâ€. De hecho, en general se considera que Marcos, fundador y primer obispo de la iglesia de AlejandrÃa, no pudo ser un discÃpulo directo de Jesús y que su relato bÃblico parte en realidad de las enseñanzas de Pedro, de quien al parecer, según algunos apologistas y exegetas, serÃa mero intérprete. De ahà que sea destacado por Marcos desde el principio, en este diario a modo de recreación de su evangelio, entre el “grupo de doce discÃpulos principales como exige la tradición rabÃnicaâ€, acompañantes del Maestro “en su agitada andadura por la Tierra†y elegidos para la tarea evangelizadora, que se retratan grosso modo en un capÃtulo, con especial detección, más adelante, en Judas Iscariote, mediante un excurso sobre las razones del mal.
Sea como fuere, estos pormenores históricos sobre San Marcos son completamente ajenos a la narración de Hernández, que lo utiliza como una especie de médium para, como se dirÃa ahora, versionear el que se considera -en competencia con el de Mateo, según parte de los especialistas- primero de los cuatro evangelios, y la añagaza literaria del diario ya la habÃa utilizado con maestrÃa tanto en un volumen referido a la época de la llegada de la democracia a España como en lo que respecta, en su última incursión en el asunto, a la Castilla despoblada y abandonada.
El argumento que, de forma indirecta si bien “contado de cerca†y “con la mayor fidelidad a los hechosâ€, nos presenta Marcos, siguiendo a grandes rasgos, casi al pie de la letra su Evangelio, abarca los tres años decisivos de la vida de Jesús “desde que deja su casa del pueblo, e inicia, coincidiendo con el apresamiento de Juan Bautista, su predecesor, su misión recorriendo los caminos de Galilea, hasta que muere en Jerusalén, ajusticiado en una cruz después de un juicio injustoâ€. Una historia que Hernández juzga “fascinanteâ€, asà como “atractiva y luminosaâ€, por lo que no es de extrañar que la escribiese “con temblorâ€, con la misma emoción Ãntima que embarga al lector a medida que avanza por sus páginas, y que “concluye con su segunda vida terrena después de la resurrección, una vida distinta y misteriosa, más inaprehensibleâ€.
De tal forma que, de manera lineal, se cuentan “los principales episodios de la vida pública de Jesúsâ€, hasta conformar, con un equilibrio de precisión y emotividad, su rostro humano, sin dejar nunca de lado “su misteriosa misión divinaâ€. He aquà su visión general del Nazareno: “figura singular de la historia humana, que confiesa ya abiertamente su naturaleza divina y su conciencia mesiánica, confirmada con milagros extraordinarios y con una doctrina sublime y una nueva moral, rompe todos los esquemas de los dirigentes judÃos, que no estaban preparados para acoger a un MesÃas asÃâ€. El autor subraya, también como sÃntesis, “la prevalencia de la vida espiritual sobre la vida material, una constante de su doctrina y de su razón de serâ€.
Su recorrido andariego, durante la mayor parte del tiempo “por los caminos de Galileaâ€, pero también “de Judea y de SamarÃa, además de una breve excursión a Perea y otra a las tierras altas de Cesarea de Filipoâ€, o a “las alturas de Efrénâ€, donde “las largas horas de oraciónâ€, y, en particular, las escenas, seguramente las más entrañables y significativas, que tienen lugar “en torno al lago TiberÃadesâ€, reflejan a la perfección el amor a la naturaleza de Jesús y dan pie al autor a demostrar el dominio sobre las cosas del campo, dada su ascendencia campesina. Hernández sabe muy bien de lo que habla: “amarilleaban los trigos y blanqueaban las cebadasâ€. BastarÃa al respecto recordar el fragmento de la siega en las cercanÃas de Nazaret. Ya en el inicio del tercer capÃtulo, centrado en la boda de Caná, hay una descripción soberbia, desde una cuesta, del paisaje de los alrededores del TiberÃades y el Jordán: las suaves colinas, las palmeras y olivos, trigales y viñas, rebaños pacÃficos, huertos, alondras trinando en vertical… La precisión topográfica y en lo relativo a la orografÃa del terreno y a la flora, tan exóticas para nosotros, es absoluta.
Como conclusión de la pintura del panorama que se observa desde la altura, Marcos recuerda una frase de Jesús, para él enigmática como tantas, que se le ha quedado grabada: “El campo tiene una gracia bautismalâ€. Pues bien, tanto en este pasaje como en el resto del libro esa gracia de lo natural se manifiesta plenamente a través de las pinceladas paisajistas, plásticas, muy visuales, del escritor, con una delicadeza que me retrotrae a las deliciosas apropiaciones de episodios del Antiguo Testamento por parte de José Jiménez Lozano, por caso en Sara de Ur, donde también se recrean con sensibilidad y rigor las tierras del Oriente Próximo, los detalles cotidianos y los acontecimientos bÃblicos “encajados en su tiempo, de acuerdo con las costumbres de la épocaâ€.
Por añadidura, Hernández nos obsequia, al igual que el premio Cervantes recientemente fallecido, con términos y expresiones castellanos, de un lenguaje decantado durante siglos, que está desapareciendo si no lo ha hecho ya, por los pueblos de España y de todo Occidente y que se adaptan con donaire a un territorio tan lejano y distinto y a la relación de los sucesos: palabras como andorga, caloyo, orillo, careo, escarda, pegujal, tempero…; expresiones como no dar abasto, si se tercia, a voleo, mano sobre mano, hacer mella… Da gusto simplemente leerlas, volverlas a escribir, tienen ese sonido, ese sabor de lo auténtico, que se ha perdido de todas.
Para reforzar el empaque literario del libro, se aumenta respecto al Evangelio de Marcos el peso de las parábolas, puesto que ahà se manifiesta con toda rotundidad, además de la condición labriega y apegada a la tierra del Hijo de Dios, el poder de la palabra, del verbo, intrÃnsecamente unido al valor de la predicación del Maestro. A buen seguro, en su origen hay en ellas rastros inequÃvocos de la tradición judÃa, tan dada por otra parte a la hermenéutica, a la glosa y a la paráfrasis de los textos sagrados, en cierta medida empeño con el que se emparenta este Diario de Marcos. No conviene olvidar, aunque éste serÃa asunto de largo recorrido y harina de otro costal que escapa a nuestra intención, que posiblemente esta herencia hebrea sea la base y afecte al conjunto de la literatura universal, al menos a la que nos concierne, sin ir más lejos pienso que la obra de Kafka, decisiva para entender la contemporaneidad, no hubiera sido concebible sin el conocimiento e influencia directa del jasidismo.
Mayor fidelidad muestra el autor a la importancia fundamental de los milagros, empezando por el citado de la boda de Caná, el primero entre los muchos que constata Marcos. Si las abundantes parábolas sirven para mostrar la “predilección por las imágenes del campo†de Jesús y su espÃritu crÃtico contra los poderosos, siempre a favor, compasivo y misericordioso, de los humildes, los pobres o los enfermos, “de los humillados, de los seres oprimidos e indefensosâ€, los milagros y prodigios, exorcismos y curaciones, apuntalan su mensaje de salvación y son la prueba palpable de su “identidad mesiánica†y carácter divino, de su omnipotencia y potestad sobre la naturaleza.
En definitiva, la llaneza del lenguaje y la fluidez sin afectación alguna de la sintaxis contribuyen sobremanera a mantener vivo el estremecimiento contenido que nos sobrecoge ya en el presunto encuentro de Marcos con Jesús a lo largo de los cuarenta y siete breves capÃtulos, casi viñetas, del libro, más un epÃlogo que, como en el Evangelio de partida, con el que comparte igualmente la trama y una sobriedad expresiva cercana al laconismo, hace referencia a la última aparición y la ascensión a los cielos del Cristo. La ausencia de artificio y estilización, el desprendimiento, nos lleva a pensar aquello de Pascal de que esperábamos un estilo y sin embargo nos hemos cruzado con un hombre.
Ahora bien, en último extremo, más allá de lo humano, el provecho religioso indudable que se obtiene depende de la fe de cada cual. En este orden de cosas, la fijación de los hechos relatados en lo neto, en lo sustancial y constitutivo, raigal, sobre todo cuando se desata “el poder de las tinieblas†y se precipitan los acontecimientos hacia la inmolación y el sacrificio por la salvación del mundo y la expresión se ciñe aún más a la gravedad de lo acaecido, no impide, sino que muy al contrario alienta, que el lector conmovido, con más entendederas que las mÃas para pergeñar este escolio, profundice en el sentido teológico y doctrinal de las predicaciones del Salvador, en “el misterio de lo sagradoâ€, de la divinidad, y en “el poder de Diosâ€. Por tanto, el deseo que expresa el autor en el prefacio: “confÃo en que el lector disfrute de una experiencia espiritual parecida†se ha consumado con creces al cabo del hipotético diario.