Valencia | Foto: Themil | Pixabay

Al César lo que es del César

La ciudad de Valencia retratada a través de la literatura cuenta con una nueva novela, 'Noruega' de Rafa Lahuerta

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Valencia | Foto: Themil | Pixabay

Si cada vez que aparece un relato ambientado en Valencia es celebrado desde ciertos sectores de la crítica como la esperada gran novela, es que se atrincheran en la idea de que esta ciudad no tiene quien le escriba. Nada más lejos de la realidad. Así ha vuelto a suceder, esta vez con holgada repercusión, con la publicación de Noruega de Rafa Lahuerta. Una interesante historia de soledad y sordidez en un mundo costumbrista y degradado de la Valencia de los ochenta y noventa. A pesar de sus buenos mimbres, resulta arriesgado el calificativo de novela definitiva, como determinadas voces reclaman. En términos literarios sería como si esperáramos a un rey Sebastián, como los portugueses, para conseguir la gran empresa narrativa. Valencia no tiene una gran novela, como tampoco un icono espectacular de su pasado semejante a la Alhambra, el Palacio Real o las catedrales de Sevilla, León… pero sí un increíble conjunto histórico-artístico sin los alardes monumentales citados. Porque las grandes novelas son las que han sabido explicar el contexto histórico donde se desarrollan, que unido a la fuerza de sus personajes otorgan al relato un potente discurso.

La antigüedad clásica ya revisó la condición humana, matizada posteriormente por algunos destacados autores. Lo demás son variaciones sobre el mismo tema, porque a estas alturas lo que verdaderamente importa no es lo que se cuenta, sino cómo se cuenta. Clarín lo consiguió con Vetusta en La Regenta, Galdós quizá con Fortunata y Jacinta, y en este sentido Andrés Trapiello se pregunta si será Galdós el poeta de Madrid, “ese poeta que toda ciudad necesita para existir, para vivir o para verse también”. También nos preguntamos si fue acaso Marsé el cronista de la Barcelona desclasada y marginada encarnada en Manolo el Pijoaparte, al igual que la indómita doña Manuela de Arroz y tartana, la derrumbada heroína de la probable “gran novela sobre Valencia” en la que Blasco Ibáñez supo bucear en lo más genuino del alma valenciana, la altanería y las apariencias, signos inequívocos del artificio que enraizó en el barroco y terminó acampando entre nosotros.

Desde L’espill o llibre de les dones, de Jaume Roig, hasta hoy, un gran número de obras han ofrecido una particular visión poliédrica de Valencia, alrededor de su eje histórico y social, con inoportunas lagunas, porque determinantes fueron la República y la guerra civil salvadas gracias a las crónicas noveladas de Juan Gil-Albert, Max Aub, César Gavela, Esteban Salazar e Ignacio Martínez de Pisón, aspecto que ya traté en La Valencia literaria desde el espacio narrativo (2018, Valencia. Uned, Colección Interciencias Vol. 47), versión de la Tesis doctoral defendida en 2014 y que ficcionalicé en Atrapados en el umbral (2019, Valencia. Sargantana). Solo en el periodo 1989-2009 se publicaron unas cincuenta novelas, tanto en valenciano como en castellano. Por ello sorprende la creencia de ciertos editores, empedernidos lectores, periodistas, además de críticos no solo locales sino allende nuestros límites autonómicos, sobre la escasa novela urbana generada por Valencia, o incluso su débil protagonismo literario. ¿A qué novela se refieren? ¿A la escrita sólo en valenciano? No veo razones para una discriminación lingüística. Tal vez no hayan considerado los trabajos antes referidos, o tal vez sí, aunque no se citen.

Si esas voces aluden solo a la novela en valenciano, justo es el reconocimiento de las trilogías de Joan Francesc Mira y de Ferran Torrent, dos grandes referentes contemporáneos sobre el imaginario de la Valencia urbana, aunque no los únicos. Ahí está la contribución de autores de la talla de Josep Lozano, Vicent Ortega, Vicent Josep Escartí, Mariano Casas, Alfred Bosch, Ignasi Mora, Francesc Bayarri, Carme Miquel, Urbà Lozano, Adolf Beltrán, Joan Garí, Salvador Company, Esperança Camps, Francesc Viadel, Frederic Martí Guillamón … y no digamos la nómina de escritores en castellano. No voy a citarlos todos, pero el imaginario quedaría incompleto sin la obra de Manuel Vicent, Miguel Herráez, Carlos Aimeur, Vicente Muñoz Puelles o María García-Lliberós entre otros. Esa es nuestra particularidad, que entre todos hayan logrado escribir la gran novela sobre Valencia, un aleph borgiano donde espacio y tiempo confluyen de manera simultánea en una amalgama de extravíos sufridos por héroes y antihéroes en busca de su propia identidad en la urbe decadente donde viven o malviven. Así lo refiere Ricardo Gullón: “el espacio es producto de una situación y se tiñe de lo que ella es y significa”. No solo el Jesús Oliver de Els treballs perduts, Salvador Donat de Purgatori o Manuel Salom de El profesor d’història, de Mira, andan errabundos, también Ferriol Julià en Febrer, de Bayarri, vaga su desasosiego entre el perfil erosionado de la Valencia marítima de los ochenta, o el laberíntico recorrido de Germán Tello por el barrio del Carmen de los setenta en Bajo la lluvia, de Herráez, “giré y giré como una peonza por la ciudad hasta que noté que tocaba fondo”, sin olvidarnos del contraste entre la ciudad rica y la pobre en València cara o creu, de Francesc Gisbert, donde se opone la vida de dos mujeres, Silvia vecina de los aledaños del Palacio de congresos y Lola cuya vida transcurre en la sordidez de Ciutat Vella en los noventa.

La arraigada convicción sobre el escaso protagonismo narrativo de Valencia solo puede entenderse desde la invisibilidad local. Si ello no fuera así, su imagen literaria sería otra más apreciada. Lo cierto es que nadie ajeno a esta tierra se sentirá atraído por promocionar lo que aquí se desconoce o se olvida. No creo que el gran público, incluso el más iniciado, recuerde con facilidad títulos como Aventuras de un elegante o las costumbres de ogaño (1832), de Estanislao de Kotska Vayo, Caciquisme roig (1904), de Lluis Bernat, La Rulla (1905), de Bernat Morales, La ciudad de los ojos azules (1934), de Eduardo Martínez Sabater o El río viene crecido (1960) de María Beneyto, Premio Valencia de Literatura de 1959 y precursora del mundo de las chabolas de Nazaret, es decir, el inframundo del Muecas ambientado en el Madrid de posguerra con el que triunfó Martín-Santos en la celebrada Tiempo de silencio (1962). Como siempre, la invisibilidad de Valencia.

Francisco López Porcal

Francisco López Porcal (Mislata, Valencia, 1957). Tras licenciarse en Filología Hispánica por la Universidad de Valencia y doctorarse por la Universidad Cardenal Herrera-CEU de Valencia, con una investigación acerca de la noción de imaginarios en el espacio ciudadano y sus conexiones con el discurso ficcional de la novela, es colaborador en prensa diaria y en revistas especializadas. Ha publicado en 2019 el ensayo 'La Valencia literaria desde el espacio narrativo' (UNED Alzira-Valencia. Vol 47 colección interciencias) y su primera novela 'Atrapados en el umbral' (2019. Valencia, Ed. Sargantana Spain.

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