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Losada: «El mito forma parte de la naturaleza humana»

El catedrático de la UCM recopila en Akal un conocimiento humanístico fruto de años de investigación y contacto con miles de investigadores | Foto: Fundación Juan March

Entre todos los tipos posibles de relato, el mítico es el más evocador de la condición humana. Por eso, contiene preguntas esenciales para la vida. Procedente de una tradición antigua, medieval o moderna, el estudio de los mitos ha carecido hasta ahora de un aparato metodológico, hermenéutico y epistemológico, es decir, de una mitocrítica cultural consensuada y asimismo adecuada a la cultura contemporánea. Por tanto, es manifiestamente positivo escuchar toda voz autorizada que emprende la abrumadora tarea de fijar los límites y las bases de aquello que llamamos «mito», noción tan infravalorada como sobreutilizada fuera del ámbito y sentido que le es propio. Fundamentar una mitocrítica cultural, este ha sido el objetivo de José Manuel Losada, teórico cultural, doctor por la Universidad de la Sorbona, visiting scholar en la Universidad de Harvard y en la Universidad de Oxford, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid y autor de Mitocrítica cultural: una definición del mito (Akal, 2022). Un trabajo que requiere incontables horas de entrega y dedicación, un itinerario académico intenso y extenso al frente de numerosos proyectos de investigación nacionales e internacionales, años de meditación e intercambio intelectual, y una «vida en el mito» de forma directa, a partir de la propia e individual vía de acceso.

¿Cómo y cuándo te interesaste por el mito y de qué manera te ha afectado, en términos personales, no solo académicos?

De algún modo estaba predestinado, creo que esta es la palabra adecuada, porque las fibras de mi ser son evidentemente mitológicas. Todos hemos tenido alguna vez experiencias que nos marcan. En mí siempre ha habido una tendencia sensible a la sublimación, lo cual me ha ayudado a comprender más el mito. También considero que la naturaleza me ha dado una gran capacidad imaginativa, en absoluto reñida con mi inclinación metodológica. A veces me cuesta distinguir el sentimiento de la razón. En el trabajo soy muy racional, pero en las relaciones humanas soy muy sentimental. Una combinación difícil y por tanto positiva. Luego, a lo largo de los años, he podido conversar con miles de colegas de medio centenar de países que han participado en el Grupo de Investigación de Mitocrítica o han asistido al Congreso Internacional de Mitocrítica que organizamos cada dos años y que este año titulamos «Mito: Teorías de un concepto controvertido».

Para Losada el mito solo es tal a condición de incluir la trascendencia absoluta y sagrada tanto en la dimensión del personaje como en sus coordenadas espaciotemporales dentro del universo ficcional. Por tanto, entre el mito de Edipo y el relato mitificador de Elvis Presley media un abismo. Entre Antígona y Don Quijote también. Conviene, pues, llamar a las cosas por su nombre y saber de qué trata cada una. No digamos ya cuando el término «mito» se emplea como sinónimo de falsedad, falacia o pura ficción. No es por tanto anecdótico que en su extenso trabajo deje constancia de las heridas que el secularismo ha infligido en la recepción del corpus mítico en la prolongada pugna de esta ideología ilustrada por apartar la dimensión trascendente del plano experiencial humano y confrontar «mito» y «logos». Para el autor, el secularismo, por diversos motivos que en el análisis se exponen, es responsable de una estigmatización y deformación de la noción de mito. Paradójicamente, esta ideología es fuente inagotable de procesos de mitificación. Pensemos en la industria de Disney o de Hollywood, verdaderas fábricas de relatos sometidos al proceso de mitificación, pero carentes de toda función exploratoria y explicativa.

¿El lenguaje de la publicidad y de la política han devaluado el legado mítico?

Vivimos sometidos diariamente a un bombardeo constante de relatos. Hay una enorme competencia por impactar en nuestro modo de pensar y de sentir. Algunos relatos coinciden entre ellos y con nuestro modo de pensar, otros divergen. Algunos tienen contenido positivo, otros no. Me preocuparía que nos bombardearan con un único relato. Yo tiendo a ser positivo, porque me apasiona la realidad y estoy convencido de que el mundo que vivo es el mejor de los mundos posibles. Sin embargo, veo problemático el reduccionismo al que se somete todo lo sobrenatural. Queremos hacer una divinidad a nuestra medida y esto es algo totalmente paradójico. No estaría de más que reconociéramos el lugar que ocupamos en el universo.

Tratas en profundidad la influencia del secularismo en relación con el vaciamiento de trascendencia, pero los excesos del cristianismo allanaron el camino del relato único durante siglos.

Es verdad que durante siglos el cristianismo ejerció un monopolio en Europa y sometió todo a una única visión del mundo, lo cual finalmente la ha desprestigiado. En general los Padres de la Iglesia atacaron o manipularon el mito porque lo consideraban competidor. Recelaron de él y más tarde ha sido difícil de recuperar, se ha producido un vacío de trascendencia difícil de recobrar. Desde el ámbito universitario estamos realizando desde hace años un esfuerzo enorme por rescatarlo. El mito forma parte de la naturaleza humana, es necesario preservar su legado o estaremos colaborando con la destrucción de la humanidad.

El mito no solo guarda relación con la trascendencia, también con la emoción.

El modo de imaginar y razonar del mito es muy distinto del matemático. Una de las principales funciones del mito es emocionar la vida, llenarla de sentido. El mito es una auténtica forma de vida y de pensamiento, y sobre todo es un modo de acercamiento a los demás. El mito nos abre al otro y a la trascendencia. No es mera anécdota, a menos de ser manipulado. Sin él empequeñecemos nuestra realidad, porque jibarizamos nuestra forma de ver el mundo. Cualquier estudio de mitocrítica resulta incompleto si no aborda en algún momento la lógica emocional resultante de las imágenes que el mito vehicula. La mitocrítica debe precisar dónde está el mito y dónde la emoción.

Akal

El bagaje académico de Losada se hace evidente en la calidad y claridad del contenido, la pertinente crítica cultural que lo acompaña, así como una historia de las ideas, especialmente desde la Ilustración. Su libro está excelentemente planteado, estructurado y argumentado; desde luego, se puede y debe disentir, tal es su carácter dialógico, de naturaleza a veces apasionada. Las referencias filosóficas, literarias, artísticas y cinematográficas son asimismo abundantes. De entre los temas que en él se tratan tiene especial relevancia la íntima y fecunda unión entre el mito y la Tragedia. Parece inevitable preguntarse si, en el mundo contemporáneo, la devaluación del mito no será como un esconder la cabeza ante el pensamiento trágico.

Seguimos en el empeño de dar con el elixir de la eternidad. Ahora creemos que está más cerca gracias a los avances de la ciencia y la tecnología. ¿La sociedad contemporánea elude la conciencia trágica?  

Chocamos una y otra vez con la misma piedra. El mundo del mito ya lo cuenta; hay una serie de principios universalmente válidos: la superioridad de los dioses, la fuerza del destino, la tendencia humana a la rebelión y su deseo insaciable de crear otros seres. El ser humano, a base de moverse en números, piensa que todo puede ser infinito. La tragedia está ahí para decirnos que la vida no es un camino de rosas y tiene límites. El Edén ya pasó, como pasaron las edades doradas. La ciencia soluciona problemas, pero el de la finitud es insoluble. Por otro lado, querer abarcar la vida hasta el infinito, ¡menudo aburrimiento! La muerte está ahí para decirte: “aprovecha la vida, haz algo, porque morirás”. Sin el límite de la muerte estaríamos condenados a una vida sin significado. A la vez, el límite confiere un sentimiento trágico de la vida. Nuestra naturaleza humana, eso sí, nos impele a seguir intentando la infinitud.

Escribes que los héroes de las grandes epopeyas se reirían de las nuestras.

No estamos en una época dorada del mito. Para eso haría falta un viraje incluso heroico de la gente. El estatus aburguesado en el que nos movemos no casa bien con las exigencias del conocimiento. El contexto no es el adecuado. No somos capaces ni de reconocer ni de recordar que la humanidad ha pasado por momentos terribles. Nos hemos llevado las manos a la cabeza con el Covid, que efectivamente ha sido dramático, pero ¡comparémoslo con las pestes! Desde luego el cambio climático es algo terrible, sin duda: requiere héroes y heroínas de verdad, pero somos auténticos enanos. El universo Marvel, por ejemplo, reduce el mito a la fantasía. Sustituye lo trascendental por la magia para modificar el mundo a la medida del gusto de cada uno. A efectos de la recepción del mito, que es de lo que aquí se trata, el eclipse de trascendencia ha resultado en un empequeñecimiento de la realidad, hoy en día prácticamente reducida a la pantalla y a un consumo no prometeico, sino «hedonista y regresivo».

El mito encarna la capacidad humana de representación y reflexión a través del símbolo, la alegoría y la metáfora. ¿Puede el ser humano pensar desde la pura literalidad?

¡No! No puede. Y mira que se ha buscado y se sigue buscando devaluar el elemento simbólico y metafórico. Es una manera de darnos gato por liebre. La educación es fundamental para no perder este legado. El enfoque que privilegia solo lo empírico, lo tecnológico, o aquello que lleva a un éxito económico no está dejando espacio al mito en este momento. El ser humano se rige por la representación imaginativa y el mito es representación. El ser humano no ve el mundo, lo que percibe de él es siempre representación, metáfora. Las representaciones son como estrellas que indican posibles caminos. No podemos caer en el neopositivismo por el cual todo se explica a partir de lo matemático y científico. No es una buena idea reducir el mundo a un pensamiento limitado o a una comprensión matemática fuera de toda representación. La representación forma parte del ser humano. A través de las representaciones metafóricas, simbólicas, alegóricas, el mito trae a nuestra consideración otro acceso a la comprensión de la realidad.

También es verdad que el mito está muchas veces como agazapado, esperando su momento.

Tras la Ilustración asistimos a un vaciamiento progresivo del mito, aunque no clamoroso por cuanto queda soterrado bajo otras fórmulas como la novela romántica, que recupera mitos medievales; la novela fantástica, que retoma y modifica diversos elementos míticos; la novela realista, que los reformula con fines de objetivismo literario; la novela naturalista, que los adapta en aras del cientificismo, y la novela expresionista, que lo moldea con objeto de reflejar su impacto emocional. Por tanto, una buena parte del patrimonio mítico se salva gracias a la producción ficcional, que reescribe y adapta los mitos antiguos, medievales y modernos a nuestro mundo contemporáneo, logrando enriquecedoras conexiones como las que se dan entre mito y ciencia ficción. El mito no se agota en un género, una estructura o una temática; de ahí la complejidad de su definición.

¿Fantasía y ciencia ficción son relatos míticos?

No. Los tres tipos de relatos -mito, fantasía y ciencia ficción- concuerdan en cuestiones sustanciales: relatan acontecimientos extraordinarios de carácter funcional, simbólico y dinámico, compuestos de una serie de elementos (temas y motivos). Sin embargo, divergen en el modo como concitan esos acontecimientos extraordinarios; en el carácter de su trascendencia y en su referencia al tiempo. Por ejemplo, mientras el mito recurre a la explicación de causa trascendente, la ciencia ficción recurre a la científica. Por tanto, cada cual requiere su disciplina de estudio con su metodología y hermenéutica propias.

¿Don Quijote es un mito?

Don Quijote es un claro ejemplo de lo que no debe considerarse mito, a menos de hacer trampas con la ciencia literaria, y sin embargo se habla de él como del «mito del Quijote». El relato mítico sucede en la fantasía del protagonista, en su delirio, pero no en el mundo en el que actúa. No hay contacto con un personaje o un mundo sobrenatural. Don Quijote es un personaje, un prototipo, una figura, un héroe, pero no un mito. Se ha dicho también de La Celestina, y ciertamente en este relato sí hay algo que podría remitir a lo sobrenatural: Celestina es bruja, invoca al diablo y prepara filtros que provocan su efecto en Melibea. Con todo, los mitos de la modernidad son escasos.

Hay numerosas heroínas míticas mujeres en la tradición antigua, pero en la medieval y la moderna escasean.

La mujer detenta una importante posición mitológica en la antigüedad griega. Todas ellas son parte de una serie de familias mitológicas y están marcadas por el destino. Las conocemos gracias a grandes dramaturgos y escritores como Esquilo, Sófocles y Eurípides, que a su vez tomaron los modelos de la tradición arcaica. Esta escasez mitológica en femenino posterior que señalas no es exclusiva de las zonas europeas, también en Egipto y en las culturas nórdicas escasean. La heroína mujer es una de las grandes ausentes en el relato mítico. En las grandes estirpes griegas encontramos modelos heroicos de mujeres con una gran capacidad de transformación y trascendencia, mucho mayor que la de los héroes masculinos. Qué decir de Antígona, ¡es una giganta!, capaz de ponerse del lado de los muertos en contra de los vivos; eso no lo veremos en ninguna sociedad aburguesada. Su mito nos dice que la vida tiene un valor absoluto.

¿Cuál es tu mito favorito? Yo, luego de leerte, diría que es el del ángel caído…

Pues sí, el mito del ángel caído y también en su relación con el mito de Don Juan, que es el mito más célebre de la cultura española. Otro mito que aparece relacionado con ambos es el de Fausto. Hay obras en las que aparece Don Juan junto a Fausto. Ambos mitos, Fausto y Don Juan, son elegidos por el brillante numinoso Lucifer, que tras su caída se convierte en Satán.

Señala en su libro el profesor Losada que abordar el relato mítico con un aparato metodológico, hermenéutico y epistemológico propio de la mitocrítica nos permitiría conocer mejor el funcionamiento de nuestras sociedades y estar atentos a todo mensaje evocador sobre nuestra condición humana. De este modo, por ejemplo, podríamos describir el universo imaginario contemporáneo de una cultura determinada y los valores vinculados a este imaginario. Podríamos dar respuestas a preguntas tales como: ¿con qué relatos buscamos explicarnos?, ¿con cuáles exploramos las posibilidades que el mundo nos ofrece?, ¿a partir de qué narrativas hallamos respuestas a las preguntas más perentorias de nuestra época? Veríamos hasta qué punto nuestros relatos son continuadores de aquellos milenarios, como el mito de Andrógino con el cual se debatió en torno al género; o el de Prometeo, con el cual abordamos la habilidad exploratoria e innovadora del ser humano y la búsqueda de soluciones para la pervivencia, o el de Deméter, que ya suscita la problemática en torno a la ecología y el cambio climático. Lo queramos o no, el mito forma parte de la naturaleza y la cultura humanas.

Berta Ares Yáñez

Periodista e investigadora cultural. Doctora en Humanidades. Alma Mater: Universidad Pompeu Fabra.

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