Vilhelm Hammershøi | WikiMedia Commons

Los reinos del silencio

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Puertas blancas y abiertas | Vilhelm Hammershøi | WikiMedia Commons

La soledad y el silencio ponen bajo la luz lo contradictoria que es nuestra condición, aquí abajo en este mundo. Quienes las desean de manera activa hacen todo tipo de gracias y abnegaciones para llegar a sus dominios, pero una vez que las poseen se descubren incapaces de contenerlas y lo que en un inicio fue la búsqueda de una beatitud es ahora una cruz negra. La maestría que se necesita para llevar una vida de sosiego es más propia de los iluminados, o de quienes tengan el temple necesario para cultivar la disciplina y el amor por la rica interioridad que todos llevamos en nuestras profundidades. Esa interioridad que, por culpa de mero condicionamiento social y la creciente mediatización del entorno, muchos son incapaces de afrontar.

El silencio no es sólo la abstención del habla o la falta de ruido, definiciones obvias y más bien superficiales que dan algunos diccionarios. Para muchos fue, y sigue siendo, el estado en el que se vuelven patentes los sentimientos y las sensaciones más profundas a las que tenemos acceso, para bien y para mal. Es en él dónde los místicos encuentran lo Divino, y es ahí mismo donde otros vislumbran la totalidad de su propio ser. Es también el lugar dónde unos descubren y entienden el sufrimiento personal y de terceros, o la paz que conduce hacia la creatividad. Se viste de tonos que no son siempre claros, de sutilezas que el historiador francés Alain Corbin hace un poco más claras en su ensayo Historia del silencio (2019), con el que ganó el premio Roger Caillois en 2017 y que Acantilado tuvo el buen juicio de publicar.

Su enfoque es cultural y sociológico, está en las actitudes y tratos que se han tenido con el silencio desde tiempos renacentistas hasta la modernidad, aunque aquí Corbin se limita no más allá de la primera mitad del siglo veinte. Esto es comprensible; la quietud, el guardarse en uno mismo, no es hoy uno de los valores más apreciados. Cuando al fin se encuentra un momento para estarce inmóvil y escuchar, es fácil distraerse con las pequeñas inquietudes que asolan a nuestra conciencia, o con la infraestructura de estímulos digitales con los que se ha construido esta sociedad.

¿Qué puede encontrarse entre los pliegues de la calma? Las tradiciones del silencio son anteriores al Renacimiento y siempre han estado vinculadas con los ideales más amplios del espíritu, tanto en Occidente como en Oriente. Aunque se instrumentaliza como vía mística a partir del siglo dieciséis con una serie de reformas y ejercicios contemplativos y de meditación, sobre todo en España con Teresa de Jesús, Miguel de Molinos y Juan de la Cruz, sus alcances también se encuentran en el arte, la música y las simplezas de una vida convencional pero tranquila.

El coleccionista de monedas | Vilhelm Hammershøi | WikiMedia Commons

Por un lado, están los silencios en la intimidad de los espacios dónde comemos y dormimos, en los lugares dónde se exige el cese de la palabra, como bibliotecas y templos, así como en la entera vastedad de la naturaleza. Matices todos de los primeros capítulos en los que Corbin recurre a las reflexiones de Max Picard, Julien Gracq y François-René de Chateaubriand, entre otros, quienes parecen estar de acuerdo en la importancia tras los vínculos que unen a la tranquilidad del estar con las potencialidades del intelecto. En el desierto, escribió Antoine de Saint-Exupéry, reina un profundo silencio de casa ordenada. Y es en el desierto dónde la tranquilidad, esa tranquilidad de la nada, se manifiesta ante quienes la escuchan como la presencia paradójica del todo; de miles de millones de granos de arena y de estrellas que se esparcen por el velo de la noche. No por nada los cenobitas, los padres de los cultos y las religiones, se ocultaban en los desiertos, en los bosques y las montañas, lejos de la ciudad y el barullo de los hombres.

Pero no todo en el silencio es santidad. Ahí también hay mucho de profano: rencores y tristeza, ansiedad y terror. La vida en pareja, para Corbin, es una colección de callares no del todo sutiles entre el amor y el odio. Un odio quedo capaz de ser tan penetrante que, en una inversión sin sentido, puede llegar a servir como un adherente capaz de mantener unidos a los matrimonios rancios, y las familias más disfuncionales. Todo con tal de no levantar miradas y traicionar las normas de sociedad, como ocurre con las hermanas Lacroix en esa novela de Georges Simenon.

Acantilado

También están los usos más prácticos. El silencio como una herramienta de disciplina e impositora de respeto. Los toques de queda y las reglas militares, así como la tranquilidad que conduce al estudio y la reflexión y que, se supone, debería reinar en las bibliotecas públicas, aunque todos hemos tenido más de una experiencia que testifica lo contrario y que, tal vez, sean más testimonio de una creciente intolerancia al silencio que la incapacidad de mantenerlo. Pues la paciencia con el ruido, informa Corbin, no ha sido lo que nosotros conocemos. A inicios del siglo XIX la vida en la ciudad, y sus instituciones, era un estruendo que no parecía molestar a nadie, incluso dentro de sus casas. No fue sino hasta mediados de ese siglo cuando, por opinión de las clases dirigentes, el alboroto social comenzó a considerarse una conducta más propia de bárbaros. ¿Podría ocurrir una reversión de esto? A fin de cuentas, a todos les gusta anunciarse en los medios. Habrá que recordar, además, que hubo un tiempo en el que los gritos de dolor en los hospitales eran aceptados y comprendidos, mientras que hoy son vistos más como un fracaso del médico en guardia y poco dominio del paciente. Con la concientización global a los derechos humanos, y el ponernos bajo la piel de los demás, ¿quién dice que mañana los hospitales no se llenen de nuevo con gritos de dolor o las bibliotecas con el griterío de estudiantes pasándose las notas?

Pero más atronador que cualquier otro silencio es el de Dios. Miles han perdido su fe al toparse con el mutismo divino ante las crueldades de la historia, mientras que para otros ha sido motivo de renovación. Pascal, tan teólogo como matemático, construyó su muy personal catolicismo alrededor de este silencio y concluyó que la ausencia de palabras santas es un recordatorio de nuestra naturaleza corrupta y mortal. La manera de apreciar al arte religioso ha cambiado con el pesimismo moderno que rodea a esta falta de diálogo entre las potestades y el común de la humanidad. Mientras que siglos antes la pintura devota se miraba con ojos de esperanza, hoy se le juzga bajo meras reglas de estética. Pero las necesidades más hondas del espíritu siempre encuentran otros vehículos. Es así, con los simbolistas y los surrealistas, como el trato del silencio conduce a escenas con el carácter y la fuerza del viejo arte religioso, sin sacrificar con ello sus intenciones míticas o seculares.

A pesar de su esbeltez, Historia del silencio puede tomarle al interesado varios días en concluir, ya que es un muestrario de escritores, artistas y pensadores que valen la pena detenerse a investigar. Parte del texto está construido con citas tomadas de libros o cartas escritas por estos personajes, lo cual no solo demuestra el conocimiento literario de Corbin, sino que también recuerda un poco, en trato y temática, a La filosofía perene de Aldous Huxley.

Poca es la obra de Corbin que se ha traducido al castellano: salvo por Historia del cuerpo (Taurus), en colaboración con Georges Vigarello, no se puede encontrar algo más que lleve su nombre. Jordi Bayod hizo muy buen trabajo en la traducción de este ensayo, así que no estaría mal si Acantilado pudiera hacernos llegar más títulos de este fantástico historiador francés.

Antonio Tamez-Elizondo

J. Antonio Tamez-Elizondo (Monterrey, 1982) es arquitecto, Máster en Arquitectura Avanzada y Máster en Creación Literaria. Su libro de cuentos 'Historias naturales' ganó X Certamen Internacional de Literatura 'Sor Juana Inés de la Cruz', 2018.

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