/

Álex Chico: «Cualquier narración está basada en hipótesis y conjeturas»

El autor de 'Un final para Benjamin Walter' vuelve al género del ensayo-ficción en su última novela 'Los nombres impares' | Foto: Javiera Gaete

Álex Chico (Plasencia, 1980) es un firme defensor de las novelas de ensayo-ficción, una nueva forma de narrar. Así lo demuestran sus últimas tres obras publicadas en Candaya, en las que siempre la historia gira en torno una investigación de vital importancia para el autor-narrador, que en estos casos es el mismo, permitiéndole de esa manera manejar una voz subjetiva que nos alumbrará de manera intencionada en determinados pasajes. Después de Un final para Benjamin Walter (2017) —donde conjetura acerca de los posibles finales de Walter Benjamin en su última noche en Portbou— y Los cuerpos partidos (2019) —donde expone cómo muchos emigrantes del sur de España quedaron finalmente atrapados en Barcelona al volver desengañados de Europa en las décadas de los cincuenta y sesenta en un inteligente ardid de conjugar el diario, la crónica de viaje, el ensayo y la novela para obtener un resultado óptimo e intencionadamente literario— llega Los nombres impares, su nueva novela, en la que nos habla de la vida aparentemente anónima en el barrio de Vallcarca de Damián Gallego, o tal vez de Darío Galicia, el que fuera uno de los autores infrarrealistas que formaron parte de la escena poética mexicana de los setenta.

La obra de Darío Galicia está plagada de intimidades y rasgos autobiográficos. Entiendo que no ha sido gratuito elegir un autor de estas características si vemos la evolución de sus tres últimos libros de narrativa…

Es verdad: mi inclinación por Darío Galicia no es azarosa. Es el resultado de una predilección por cierto tipo de personas cuyas vidas y obras siguen envueltas en innumerables círculos de intriga. No solo se trata de dilucidar aquellas partes más ensombrecidas de su retrato, sino de darle una vuelta a aquello que, aun siendo aparentemente claro, también admite otras lecturas, como si detrás de lo figurativo siempre se escondieran zonas oscuras. Darío Galicia me ha permitido acercarme de nuevo a esa clase de vidas que están a medio camino entre la persona y el personaje.

¿Es un intento de reivindicación de esta figura que malvivió durante buena parte de su vida?

Candaya

En parte sí, siempre y cuando Darío Galicia sea percibido como una metonimia, es decir, como un representante, uno de tantos, de aquellos escritores que no han recibido la atención que merecen. Su historia, de alguna manera, también engloba la de muchos autores, una infinidad de nombres que han ayudado a que la literatura avanzara y que, sin embargo, han quedado relegados del canon. Algo muy injusto, si uno atiende a buena parte de sus escritos. Pero, insisto, no es solo el alegato o la reivindicación de una única obra, sino un toque de atención para que los lectores entendamos que aún existen multitud de artistas que merecen mucho la pena.

¿Hasta qué punto cree que marca la vida del autor su homosexualidad o las tempranas operaciones de su aneurisma cerebral?

Yo diría que lo marca todo. Por lo que he leído, por lo que me han explicado, esos dos hechos que menciona son las piedras angulares de su vida. El tercer vértice sería la escritura. Me parece que Darío Galicia fue muy valiente en lo que a aceptación sexual se refiere. Sin embargo, el precio que pagó fue demasiado alto. La leyenda negra, como explico en el libro, nos dice que detrás de esa operación (el supuesto aneurisma cerebral) se escondía otra intervención mucho más salvaje: una lobotomía. ¿Puede haber algo más devastador que eso?

¿Cuándo se le pierde la pista a Darío Galicia?

Aquí entra lo que comentaba antes: lo de los innumerables círculos de intriga. Hay pistas: un poema que le dedica Roberto Bolaño después de la operación, la publicación de sus dos libros de poemas, algunas intervenciones en recitales, colaboraciones en unas pocas revistas… Lo que demuestra, en fin, que Darío Galicia siguió escribiendo. Que, a pesar de una operación tan salvaje, mantuvo al menos una parte de sí mismo. Eso sucede en la década de los ochenta. Después su figura se va diluyendo.

La cita de Frankenstein que abre el libro es inquietante: «-Busco a un hombre que huye de mí. / – ¿Y el hombre al que persigue viaja también del mismo modo? / -Sí». ¿Es difícil huir de lo que se persigue?

Yo diría que es casi imposible, salvo que nos practiquen una lobotomía que nos anule memoria y deseo. Admiro mucho ese libro de Mary Shelley. Y la cita calzaba a la perfección para introducir la historia que se narra en Los nombres impares. En todos mis libros, incluidos mis libros de poemas, casi siempre se repite un personaje: el perseguidor. Buena parte de lo que he escrito ha tratado de dar forma a su proceso de búsqueda incansable. Con un paso más, porque lo que me interesa realmente es describir a quien le sigue la pista a alguien que, a su vez, va detrás de otra cosa.

Toda su obra está basada en la memoria, pero la memoria es mentirosa o no todo lo veraz que debiera. ¿Cómo ha gestionado rellenar esos huecos que indefectiblemente no es capaz de ungir esta?

La memoria, como el lenguaje, son dos mecanismos muy delicados. Defectuosos, incluso. Sujetos al azar y al capricho. Son dos fuentes de engaño muy poderosas, porque nos dan apariencia de realidad cuando, tal vez, no sean más que puras invenciones. Su verosimilitud, su fachada de nitidez, es, a partes iguales, su éxito y su condena. Eso es lo que debemos tener presente cuando escribimos, que trabajamos con dos herramientas que se están elaborando a través de la ficción, aunque nos dé la impresión de que estamos diciendo continuamente la verdad. Elegir el lenguaje y seleccionar recuerdos es una forma de tomar partido, de dirigir el discurso, de dar protagonismo a una cosa y no a otra. Por eso, cualquier narración está basada en hipótesis y conjeturas.

Eso me lleva a hablar de los pactos de lectura. Es evidente que una vez más intenta permanecer en el pacto referencial, aquel que anuncia al lector que se está diciendo la verdad, pero creo que es imposible no caer en el pacto ambiguo, sobre todo cuando se recurre a esa memoria fragmentaria, subjetiva y relativa. Al empezar a escribir la novela, ¿a qué acuerdos llegó consigo mismo en este sentido?

Promete decir la verdad y miente lo mejor posible, dice el personaje citando, entre líneas, a otro autor. Ahí está, me parece, el verdadero alcance de la escritura. Y el verdadero pacto al que debe comprometerse el escritor con respecto a sus posibles lectores. No se trata de engañar a nadie, sino de ampliar su mirada, sumando huecos que, tal vez, no había contemplado en un inicio. No hay ningún tipo de acuerdo previo en esto que comento. Solo la idea, más o menos firme, de que mi único compromiso con el lector es ofrecerle la mejor historia que yo podía escribir en ese momento, empleando todos los artefactos literarios de los que dispongo. No contarle lo que ha sucedido, sino lo que podría haber sucedido, siguiendo esa máxima aristotélica. Al fin y al cabo, la nuestra es una de las muchas vidas que podríamos haber tenido. El ser humano es una compilación de fábulas biográficas. Me gustaría que el lector percibiera esa incerteza, esa duda. Que se plantee: mi vida ha sido de esta manera, pero podría haber sucedido de otra forma distinta.

¿Hasta qué punto es consciente de que más que llegar a un final conclusivo en cada una de sus investigaciones, abre una serie de debates o pone el foco sobre temas que la sociedad ha denostado o dejado de lado, quizá por incomodidad?

En ocasiones, uno refleja en su escritura la forma que tiene de mirar y entender el mundo. De juzgar lo que le rodea, en definitiva. Yo soy un gran defensor del matiz, lo que no me convierte en alguien tibio o poco comprometido, sino a veces todo lo contrario. Más allá de unas pocas verdades, como unas normas básicas de respeto y convivencia, no creo que existan muchas más certezas incuestionables. Eso, de alguna manera, también se refleja en mi escritura, especialmente en esos finales poco conclusivos que menciona en su pregunta. Me parece que en la literatura no tiene por qué existir ninguna obsesión por resolver enigmas. De lo que se trata es de reformular preguntas que nos lleven a nuevas conclusiones. Supongo que eso, a veces, genera incomodidad, porque nos hace entender que las cosas no siempre son lo que aparentan y que detrás de cualquier suceso hay una suma de hechos minúsculos que pueden definir el conjunto.

En su forma de narrar se intuyen influencias de Modiano, Sebald, Carrère… ¿Qué le interesa de cada uno de estos autores y díganos si existen otros escritores u obras que le hayan influido para componer su narrativa en la forma que lo hace?

Curiosamente, siempre existen otros muchos autores que, a simple vista, no percibimos en nuestra escritura y, sin embargo, están detrás de lo que hacemos. Eso entronca con lo que comentábamos al inicio de la entrevista. La cantidad de escritores que están detrás de lo que hacemos y de los que, a veces, no conocemos ni sus nombres. Me refiero a esas influencias indirectas, frases tomadas al azar, conversaciones efímeras que, sin darnos cuenta, se nos quedan anudadas. Pienso, por ejemplo, en Max Aub, un autor al que conozco menos de lo que debería y que, no obstante, sé que puede estar en alguna parte de mis novelas. Ahora bien, los tres nombres que cita en su pregunta son fundamentales no solo para entender qué o cómo escribo, sino por qué lo hago. ¿Qué me interesa de ellos? Su hibridez, su amplitud de miras, su forma de ensanchar nuestro mundo, su tránsito entre la realidad y la ficción, su manejo de la memoria como artefacto narrativo. Diré algo más, aunque suene a frase demasiado ampulosa: esos tres autores me hacen amar más la vida, porque convierten la realidad en un lugar inagotable.

Sus personajes están en continuo movimiento, en un viaje siempre hacia delante, sin posible regreso al punto de partida, porque una vez vuelven, ya son distintos, más sabios, quizá…

No sé si más sabios, lo que es seguro es que vuelven distintos, porque nadie que ha emprendido un camino regresa incólume al punto de partida. Puede que haya sabiduría en ese proceso, al menos para entender que no son tan sabios ni tan inamovibles como ellos creían. Por otra parte, lo que nos enseñan esos personajes, entre los que incluyo, por supuesto, a la voz narrativa de las novelas, es que a veces no se requieren grandes hazañas, empresas o aventuras para iniciar un cambio. Nos demuestran que en ocasiones basta con tomar otra calle a la habitual, o alargar un paseo diez minutos más, o alzar la vista hacia un edificio del que solo conocíamos sus primeros pisos. Estos virajes minúsculos son los que me interesan, porque son los movimientos aparentemente insignificantes los que echan a andar la ficción y los mecanismos de la literatura.

¿Cómo gestiona la documentación en las obras de este tipo? ¿La utiliza para crear ficción o por el contrario para referenciar y demostrar los hechos que narra?

El proceso de documentación es, en mi caso, el momento que más placer me produce mientras proyecto un libro. Puedo estar dos años documentándome y luego dos meses escribiendo la novela. Si me sucede eso no es solo para referenciar o dar consistencia a lo que narro, sino sencillamente porque es el instante en el que más disfruto. Es el momento en que la realidad se dispara, mientras entrelaza anécdotas o historias que, sin esa búsqueda previa, quedarían distanciadas. Si atendemos un poco a lo que nos rodea, nos daremos cuenta de que las historias están mucho más relacionadas entre sí de lo que parece. Si después eso se trasforma en una ficción más sólida o en una explicación más convincente, bienvenido sea. Pero, insisto, la importancia que le concedo a esa frase previa viene del puro disfrute. Solo así entiendo que el lector pueda disfrutar también con lo que tiene entre manos.

Siempre le oigo decir la cita «a partir del tercer libro un autor está escribiendo una obra», ¿cuáles cree que son las características de la suya y hacia dónde se dirige su carrera literaria? ¿Seguirá profundizando en esa nueva forma narrativa que usted llama ensayo-ficción o investigará nuevas formas literarias?

Esa frase es de Truffaut, un maestro para mí. Podría formar parte de esas influencias que citábamos antes. Quizás yo no sea el más indicado para hablar de características propias, aunque también sé a qué temas u obsesiones he prestado más atención en mis libros. Si ha habido un asunto que me ha acompañado durante toda mi vida, desde mis primeros poemas, ha sido mi preocupación por el lugar, por cómo una geografía es capaz de construirnos, por cómo un territorio nos condiciona a la hora de juzgar y entender la vida. De igual modo, me interesa el tema de la memoria, lo que no es muy original que digamos, porque a todos los escritores les interesa de una manera o de otra. Tal vez, por especificar un poco en ese terreno, me interesa mucho la cantidad de recuerdos durmientes que almacenamos. Me interesa ese momento en que los hacemos emerger, después de visitar un lugar o tras escuchar por azar unas palabras ajenas. Me fascina cómo esos hechos banales o efímeros son capaces de retrotraernos al pasado. Añadiría, ya por último, el tema de la identidad, de los límites borrosos de nuestra personalidad. Y de cómo esa identidad queda sujeta a cosas concretas, como la escritura, por ejemplo. Cómo nuestra vida queda ligada a una serie de obsesiones que nos acompañarán toda la vida. A partir de ahí, la forma que he adoptado para narrar esos encuentros ha ido variando. Al principio lo canalizaba a través de la poesía, luego del aforismo o la narración breve, y por último gracias a ese género híbrido de las novelas de ensayo-ficción. Supongo que seguiré ahondando en ese terreno, ampliando sus posibilidades a medida que las historias se ensanchen. Más allá de eso, lo que tengo claro es que la forma, el continente, el envoltorio, nunca deben suponer un límite o un impedimento, sino una oportunidad para decir las cosas de otro modo. Hay que encontrar la manera de explicar lo mejor posible aquello que nos preocupa, aunque no se ajuste a un molde preestablecido. El pensamiento es movedizo, está siempre en continuo cambio. Y la forma debe acompañar también ese movimiento variable.

Ginés Cutillas

Ginés S. Cutillas (Valencia, 1973) es profesor en la Escuela de Escritores y codirector de Quimera. Revista de Literatura. Sus últimos libros son 'Mil rusos muertos' (Sílex, 2019), 'El diablo tras el jardín' (Pre-Textos, 2021) y la reedición de 'Un koala en el armario' (Pre-Textos, 2021).

Deja una respuesta

Your email address will not be published.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Previous Story

Al César lo que es del César

Next Story

Diálogos entre cautivas

Latest from Entrevistas