Asunto complejo encasillar a Monsieur Alphonse Allais en una profesión concreta; aunque en esta ocasión nos interesa en su faceta de escritor, de entre las varias ocupaciones estuvieron también la de  periodista, con colaboraciones en varias publicaciones periódicas, en una de las cuales llegó a ser redactor jefe; farmacéutico, por imposición familiar, y con no demasiado éxito profesional; humorista, con multitud de pequeñas piezas tanto escritas como monólogos dramáticos; pintor, fue uno de los precursores de las telas monocromas; compositor, con varias operetas y piezas musicales; e inventor, a él se deben las primeras investigaciones sobre el café liofilizado, por ejemplo.
La ciencia no respeta nada es una antologÃa que recoge algunos ejemplos de sus artÃculos humorÃsticos en los que la ironÃa (tercera acepción del DRAE: «expresión que da a entender algo contrario o diferente a lo que se dice, generalmente como burla disimulada») sirve de herramienta para poner en cuestión algunos temas candentes en su época, y con el empleo, en numerosas ocasiones, de la reducción al absurdo que, años después, recogerÃan los surrealistas y autores de la talla de Boris Vian.
Por una cuestión de coherencia intelectual, la ironÃa solo es válida si se concibe desde dentro de su objeto; de lo contrario, se convierte en simple burla. AsÃ, la ironÃa de tema religioso adquiere sentido cuando quien la formula pertenece a la comunidad de adeptos, por ejemplo; y la cientÃfica, si es un cientÃfico el encargado de desvelarla.
Aunque farmacéutico -la profesión del padre- fracasado, la relación de Allais con la ciencia y la técnica le permiten poseer una mirada ácida no sobre la ciencia en sà sino sobre el cientifismo, que disfrutaba a finales del siglo XIX de su primera edad de oro. Humorista mordaz, Allais no dejó escapar esa circunstancia para escribir, desde diversas tribunas, una serie de textos breves que intentaban poner en cuestión la omnipresencia de la ciencia y hacerlo, en lugar de mediante artÃculos eruditos, a través de la ironÃa y el humor; esta elección, tan válida como cualquier otra, consiguió brindarle el favor del público y, a posteriori, la consideración de precursor de más de una de las corrientes artÃsticas de vanguardia en la primera mitad del siglo XX.
Allais arremete, con la excusa de la ciencia, contra la mayor parte de los ámbitos en que se desenvuelve la especie humana, y lo hace desde una época que, la mayorÃa de las veces, tiene fiel correspondencia con la nuestra: la propia ciencia, pero también la religión, puesta ya en cuestión por  primera vez de forma racional por la Ilustración un siglo antes pero con un reflujo contemporáneo representado por el extremismo islámico o el cristiano; el higienismo, una corriente pseudosanitaria en boga en su época que podrÃa considerarse precursor de las omnipresentes e hipermodernas intolerancias alimenticias de nuestros dÃas; la medicina, que vivÃa un renacimiento con los progresos de la anestesia y la cirugÃa; la farmacopea creativa, cuya correspondencia actual serÃan las medicinas alternativas y las elucubraciones homeopáticas, de la que Allais podÃa hablar por experiencia; la Exposición Universal, perfecto reflejo del gabinete de curiosidades a cuál más absurda; la taxonomÃa botánica recreativa, emulando a Linneo, y no tan lejana conceptualmente de los distintos DSMs; el automovilismo, recién inventado en 1896, y que en esa época, como en la actual, era motivo de fuertes controversias; la cirugÃa estética, parodiada por el autor pero con respecto a la cual ni su afilado ingenio pudo vislumbrar el auge en nuestros dÃas; los animalistas, los vegetarianos, las ligas antialcohólicas, en otra demostración de clarividencia, que la realidad del futuro especulado ha convertido en profecÃa lo que no era más que una hipérbole humorÃstica; la supresión del papel, otra estupidez con su correspondiente versión contemporánea; la criogenización de embriones humanos con vistas a revivirlos cuando sea necesario con fines polÃticos; y el incipiente psicoanálisis, en uno de los textos más inspirados de la antologÃa, en el que se mofa sin piedad de la teorÃa del inconsciente.
Un soplo de aire fresco, punzante y mordaz, con una lectura, más de cien años después, absolutamente actual.