La última palabra se sitúa “entre lo que, como ruido, escuchamos todavÃa sin descifrar, y lo que, como insurrección, nos impulsa a pensarâ€. Se inicia asà una discusión que argumenta el camino hacia una libertad de expresión en que “las fricciones entre las lenguas, las ideas, las experiencias históricas no se dejan reducir por lecturas aéreasâ€. Un tratado a cuatro manos administra nuestras diferencias, acepta las diversidades de nuestra convivencia, “desplaza los mapas previsibles, las perspectivas ya dadasâ€.
En épocas de autoexpresión obligatoria, nada mejor que someternos a las curas de consenso de los escritores Gabriel Giorgi y Ana Kiffer, que en su ensayo Las vueltas del odio: Gestos, escrituras, polÃticas (Eterna Cadencia, 2020), promueven lenitivos de la multiculturalidad, frente a las cámaras de eco. En y entre culturas, el argentino y la brasileña conectan el habla a las múltiples manifestaciones, defienden el debate contra el discurso único.
Denuncia el profesor de la Universidad de Nueva York al precariado de los decepcionantes servicios de conmoción continua, perpetuo remordimiento, virtual crÃtica compulsiva de “una arqueologÃa en tiempo presente que encuentra en el odio escrito su lÃnea de entradaâ€.
Mutilados por el veneno de la sedición digital, habitamos “un terreno quebradizo, recorrido por cesuras internas, por viejas y nuevas tensionesâ€; habituados a ser consumidores en lugar de ciudadanos (“Lo que se odia es la proximidad y la igualdad entre cuerposâ€), acunados por el escepticismo, nos desviamos de la autenticidad; necesitamos “un nuevo espacio en común, irreductible a las identidades, a las formas, a las imágenes vigentes, dominantes, de lo colectivoâ€.
Frente a la sacerdotal psicopolÃtica que bendice doctrinas represivas para mantenernos dóciles, el laico pluralismo de los principios consensuados al que se aplica el profesor de la Universidad de San Andrés (Argentina), “ese fondo opaco, esa zona de riesgo donde se trabajan los derrames de lo social, donde se puedan gestar lazos, nuevas interpelaciones, nuevas configuraciones de la vida públicaâ€.
Alienta el totalitarismo una mentira imaginaria se traduce en una forma de conocimiento en masa, que santifica el consumo de lo que no necesitamos: “Debemos preguntarnos sobre esas afecciones en sus matices, cómo operan desde su precariedad compulsivaâ€. Para paliar pandemias de animadversión, propone la profesora carioca “una razón extra para que busquemos intersticios, matices y gradaciones que abran el conflicto donde los odios se encierranâ€.
Contrarresta la erudita latinoamericana incitaciones al aniquilamiento, opone las cualidades de un periodismo que no se contenta con plantear preguntas en lugar de resolverlas, sino que vindica los principios globales universales de un debate igualitario, que tiene lugar en “una escritura en actividad, desplazamiento, movilidad e insurgenciaâ€.
Hoy que asistimos a una debacle conectada sin descanso, “¿cómo poder concebir relación en y con las separaciones, la conciencia y la herida de nuestros desligamientos?â€. Promulga la columnista de la revista Pessoa la necesidad de “amar no como estado de resiliencia, pasividad o tejido reintegrado. No juntar los retazos. Amar también como rasgadura. Y escribir como poder-decir que el poder no nos unificaâ€.
Privados de sueño(s), confinados a solas, a merced de las intimidantes transmisiones de la propaganda, nos atiborramos de bienes de consumo en un estado artificial de necesidad, por lo que Kiffer y Giorgi fomentan “más que demoler o levantar muros, escribir sobre ellosâ€. Hoy más necesario que nunca este internacional vademécum plurilingüe, “un entre-lugar por donde se filtra un deseo de pliegue y de maticesâ€.