«â€¦los perros saben quién fue y se lo cobran. Ellos saben, dice, saben, ¿entiende?»
Samantha Schweblin
El quiltro carece de casa. Es un animal periférico, una amenaza higiénica y representa la violencia, la desconfianza, la amargura. El callejero (no estamos hablando de otra cosa) carga entonces con todo el peso de la plaga. Es un perro sin origen, sin alcurnia y prescindible.
El otro como representación semántica se conjugan de manera indisoluble en la figura del perro callejero. En Quiltras (Los Libros de la Mujer Rota, 2016), de Arelis Uribe, nos encontramos con textos que dan cuenta siempre de las oposiciones binarias. Siempre, en cada rincón textual, habrá un despojado, un agredido, un moribundo. En Italia, por ejemplo, la dicotomÃa orbita en torno a las diferencias de clase. Italia obnubila por sus encantos que trascienden lo fÃsico y esta trascendencia profundiza las diferencias, las abre de forma insoslayable. No existe posibilidad de comunión o semejanza. Es explÃcito quien hace las veces de quiltra. La voz focalizada en primera persona incrementa esa sensación. Es este personaje quien requiere de manera más perentoria de apego y camaraderÃa. Es ella quien sufre un proceso de extrañamiento consigo misma al ser consiente de todo lo que carece. No tiene nombre, para poder colocarle el nuestro.
“Me gustaba que se llamase Italia y que me contara que en Francia vio la Mona Lisa y es un cuadro minúsculo y que en Inglaterra llueve tanto que no se puede salir a pasear. Yo le preguntaba qué se sentÃa andar en avión y cómo se veÃan las nubes desde el aire. Me gustaba su piel pálida y comparar sus lunares café claro con los mÃos café oscuro. Me gustaba tocarla y sentir cerca una piel como la suya, que yo cuando chica habÃa añorado tanto, porque en mi colegio de barrio todas las morenas estábamos enamoradas del único rubio del curso, que a su vez estaba enamorado de la única rubia, en una lógica que más que racista respondÃa a las reglas del mercado; a la ley del exceso de oferta morena y la escasez de pelo claroâ€.
Italia deviene asà en ideal y toda idealización termina por desquebrajarse, por diluirse en el cieno de la realidad. Las diferencias son insalvables. La conjunción de mundos representa una imposibilidad y aterra a la narradora. El alunizaje es posible solo en una vÃa. Italia no puede ser partÃcipe del mundo quiltra. No puede mezclarse, y los finales telenovelescos, en donde esta diferencia es subsanada con amor profundo no suponen una vÃa real.
“Las semanas siguientes nos vimos en pilates y no siempre fui a dejarla a su casa. Los mensajes por celular y las llamadas nocturnas empezaron a disminuir. La Italia se distanció de mà y yo de ella, de manera lenta pero sostenida, como dos trozos de tierra en la deriva continental. Ya no disfrutaba jugando a reemplazarla en sus historias. Me dolÃa que ese ejercicio fuese sólo una posibilidad. TenÃa miedo de que llegara el momento de invitarla a mi casa. No me veÃa llevándola hasta Quilicura en micro, presentándole a mi mamá, cada dÃa más rubia y más gorda; a mi papá, hablando con la boca llena frente a la tele; a una versión grisácea y desganada de mà misma, sentada en ese living minúsculo con piso de flexitâ€.
Los textos de Quiltras dan cuenta de la evolución y desarrollo moral, fÃsico y psicológico de sus personajes. En ese sentido se encuentran muy cerca de la Bildungsroman. En Cuidad desconocida nos informamos sobre los años de formación de la protagonista en su primera infancia.
“Cuando chica con mi prima nos dábamos besos. Jugábamos a las barbies, a la comidita con tierra o a las palmas. Me quedaba en su casa fin de semana por medio. DormÃamos en su cama. A veces nos sacábamos la camiseta del piyama y jugábamos a juntar nuestros pezones, que en esa época eran apenas dos manchones rosados sobre un torso plano. Con mi prima estuvimos juntas desde siempreâ€.
Afortunadamente estos momentos de aprendizaje primario y peregrinación posterior no conllevan al último de los escalafones de la Bildungsroman: el perfeccionamiento. Si bien ambas primas se reencuentran después de años y peregrinan por una cuidad desconocida que despierta en ellas el trauma de la separación y reverdece aún más los lazos filiales, ningún lector podrá contemplar una mejora individual evidente y esclarecedora de los conflictos que perviven en ambas.
Los atavismos del pasado y los errores del presente forman parte de los personajes: son sus nódulos. Las caracterizaciones permanentes se encuentras ajenas en el texto de Uribe. Sus personajes no responden a la unidad, por el contario, cambian dentro de la tesitura argumentativa. El sujeto nietzscheano, aquel cuyo centro permanente se diluye dando paso a la pluralidad, la divergencia y la inestabilidad resurge en los textos de Uribe.
Esta pluralidad, divergencia e inestabilidad llega a sus máximas expresiones en Rockerito@83yahoo.es. En este cuento las tipificaciones se dislocan. El poder es movedizo y, por tanto, cualquiera puede ser su depositario. Javier, educado, culto y respetuoso se ve disminuido a razón de su apariencia fÃsica. Camila lo desecha con la facilidad con la que se pierde un cachorro en la montaña. Es Camila quien al verse decepcionada toma acciones sobre el asunto.
Ella, manipulando el tejido de roles heteropatriarcal se convierte en agente activo. Decide sobre sus gustos y por tanto sobre su cuerpo, decide quien la besará y quién no. Javier (un incel en potencia, ¿quizá?) deberá lidiar con esto: las decisiones pueden no parecer justas y gatillar el odio, pero la obligación no puede convertirse en norma. En una decisión autónoma Camila lanza el teléfono con el que se comunicaba con Javier. El desprendimiento y la libertad no debe de verse limitado a la territorialidad de otra persona.
Javier en tanto quiltro es la metáfora de las relaciones de poder en las que todos nos vemos imbricados. Uribe escribe desde el dolor y la violencia subjetiva. No se sustrae, por fortuna, a escribir desde la torre de marfil; escribe desde el lodo y nos ensucia. Del dolor de ser quiltro nadie escapa, asà como tampoco se escapa de etiquetar a otras personas como tales, acá reside la grandeza del texto: todos somos culpables.
Nos comportamos como bestias. Hincamos el diente en el lomo de las demás de manera inmisericorde y constante. Poco queda de la lealtad canina y, por el contario, los sujetos se convierten en hidras.
Uribe, da cuenta de nuevas formas de querencia: extrañas, distantes y surcadas por lo indescifrable. Las nuevas tecnologÃas facilitan la comunicación, pero socaban los afectos. La inmediatez y la facilidad con la que nos relacionamos convierte a las personas en sujetos de consumo desechable. Las relaciones operan desde lo impersonal, desde la ficción y la máscara que propicia el teléfono o el ordenador.
“ExprimÃa los 160 caracteres para contarle como me habÃa ido en una prueba o lo pesado que era la mami de QuÃmica. Nos enviábamos mensajes a diario, hablábamos largo una vez a la semana y nos pinchábamos cada una hora. Esa llamada perdida era para decir, oye, te quiero, me acordé de ti. Cuando no hablábamos, releÃa una y otra vez sus mensajes, durante horas. Imaginaba su cara en esas letras. SentÃa que sus textos atraÃan su presenciaâ€.
Los personajes que transitan el texto se encuentran todos heridos. El lector persigue el rastro de sangre, huele la carroña y la prueba con gusto; identificándose y recordando la animalidad jamás perdida.
“En el suelo de cemento hay manchas de sangre y tierra. Las toco y me llevo los dedos a la boca y siento el sabor a fierro de la sangre viva. Me toco la herida y ese ardor también me confirma que lo de anoche fue real. Me levanto para volver a mi casa y entonces la veo […] Camino y le aviso con los ojos que la voy a buscar. Y ella se queda muy tranquila en la vereda, sin ningún cordel que la amarré a esperarme ahÃâ€.
Leer es un ejercicio de lentitud opuesto a la movilidad exacerbada de nuestros dÃas. La ausencia de velocidad focaliza la mirada alojándola en intersticios no explorados. Se cataliza, por tanto, el pensamiento, que siempre es doloroso y punzante. Los cuentos de Uribe se inscriben bajo esta rúbrica: y es que la literatura no salva.
Me encanta. Punto.