Errando entre fronteras y palabras

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 Patagonia | Foto: Unsplash | Pixabay Commons
Patagonia | Foto: Unsplash | Pixabay Commons

A menudo se ha dicho que la gran literatura no es la que proporciona respuestas sino abre nuevas preguntas y nos pierde por senderos claroscuros. (“Errar és el camí”, ha sugerido Tina Vallès recientemente parafraseando a Tavares). Eso es lo que hace la novela Gegants de gel, del valenciano Joan Benesiu, Premio Llibreter de 2015, que ha gozado al unísono del favor del público y de la crítica.

Gegants de gel nos lleva a una zona limítrofe de fronteras, pero también del lenguaje y la experiencia humana. El narrador ha decidido pasar las Navidades fuera de su familia en la tierra inhóspita y a la vez encantadora de Ushuaia. Escapar de la Navidad resulta un acto fundacional que supone huir de lugares comunes y condicionantes. Y no será el único; allí, en la mesa del bar Katowice, un refugio cálido para la conversación, se hallarán el hombre de negocios Housseras, fugado de su destino familiar; el inglés Ethan Borum, portador de un drama íntimo; Nemesio Coro o Martín Medina, respectivamente mexicano y chileno fugitivos… Y sobrevuelan por encima de ellos las presencias envolventes de Dominika y su hija Cristina, que regentan el bar, fruto de la historia más desgarradora de la Polonia de entreguerras.

Gegants de gel tiene un doble mérito. Por un lado, las historias de los seres desarraigados en Ushuaia tienen una completitud en sí mismas, y cada una de ellas nos atrapa por completo, de suerte que se trata de un compendio casi cervantino de personajes y registros variados; el cambio de personaje o de novela implica un cambio de estilo también, que adopta todas las tonalidades y fluctúa entre lo ensayístico, lo más propiamente narrativo y lo lacónico al penetrar algunos puntos de vista.

Así, no puede sernos ajeno el drama del adolescente introvertido que es seducido en las redes sociales y arrastrado a límites más allá de lo razonable, mientras sus padres navegan en la inopia. Como tampoco el del mexicano enredado de manera fatal en un drama que no es el suyo, el de su hermano involucrado en narcotráfico, a cuya mujer ama apasionadamente… Las tragedias personales se enmarcan todas ellas en tragedias históricas, de manera que aprendemos los estragos de la guerra de las Malvinas para ingleses y argentinos; o nos embarcamos en una Polonia despedazada, zarandeada entre nazis y soviéticos y condenada a desapariciones y exilios sinfín.

Por otro lado, la novela nos dispone en una arquitectura compleja con diversas melodías que se van repitiendo, los destinos humanos entreverados con la magnitud del hielo y la grandiosidad del paisaje; lo singular realzado en el magma de lo colectivo; lo concreto hilvanado con los pespuntes de lo abstracto. En la novela se trenzan citas que enriquecen los motivos: Chatwin, Sebald y el viaje; Bolaño, Vila-Matas y Kieslowski y cierta estética que divaga más allá del argumento estable; Bloy y Musil y las contradicciones en la familia burguesa.

 Y allí en Ushuaia, en un lugar-límite que es también un lugar literario, la complejidad humana es sincopada a través de la búsqueda, la desaparición y la fuga. El bar Katowice es hielo y calor a la vez y todas esas almas errantes detenidas confluyen en un desarraigo que es una manera de ser humanos, más allá de lo tangencial.

 “Vivir es pasar de un espacio a otro haciendo lo posible para no golpearse”, que decía Perec, como si pudiera leer los destinos de los personajes de Benesiu, para los que “aquella perifèria era en veritat el centre de l’experiència humana”.

Edicions del Periscopi
Edicions del Periscopi

Por añadidura, la presencia de un narrador engañoso cuyo origen desconocemos viene a aportar el ingrediente más desconcertante y atractivo a este guiso literario. Durante una buena parte de la novela, el narrador nos conducirá a través una tercera persona focalizada en diversos personajes, de modo que resulta una voz enigmática y casi transparente. Poco a poco se va gestando un espacio central en la novela donde el narrador se va haciendo más corpóreo y, a través de sus ojos, el presente se adueña de Ushuaia y se nutre de reflexión y paseo, y donde se producen inclusive encuentros imprevistos entre los personajes. También la narración se puebla de recuerdos significativos de la propia infancia del narrador, como el desencanto cuando supo que los Reyes son los padres y que sus propios padres le habían mentido.

Finalmente llegará la hora de relatar su propia historia (y será precisamente el último de la mesa) y anuncia al lector que va a tener que dar paso a la invención. Entonces nos sorprenderá y atrapará al unísono lo pintoresco de sus andanzas por Buenos Aires y sus amores trastornados…. hasta que confirmaremos que el narrador es un impostor y conoceremos sus auténticas motivaciones, que son mucho menos novelescas que las del resto de personajes, pero por eso mismo mucho más literarias, donde se concitan la necesidad de huir de los lazos familiares ancestrales, de las “clavegueres de la meva identitat” y el impulso poético al viaje a través de la contemplación de los glaciares en la pintura romántica:

«Aquelles pintures mostraven els blocs de gel com a lents animals sotmesos a una mínima i imperceptible deriva».

Más allá de los viajes y los destinos, el juego de simulación con el narrador nos acerca al gran tema oculto de Gegants de gel: el de los límites difusos entre la verdad y la mentira. El mismo acopio de fotografías de rostros y paisajes que aderezan el relato nos transmiten la idea de que se trata de una narración con una base real, tal vez uno de esos Relatos reales de los que hablaba Javier Cercas, o bien una simulación donde se construye la ficción a partir de elementos reales al más puro estilo Javier Marías. Y, mientras comenzamos a dudar sobre la noción de verdad, se solidifica la idea de desaparición también. Los desaparecidos de América Latina o de Polonia fluctúan como fantasmas al tiempo que planea la sospecha de la mentira, del asesinato. Todo ello nos hará preguntarnos, ¿es inocente la ficción como mentira? ¿O no se construye con elementos similares al asesinato y la represión?

Gegants de gel es una novela, en suma, ambiciosa. Una apología del viaje, y de la curiosidad por cualquier destino humano y por conocer la historia moderna a través de la intrahistoria de la que hablaba Unamuno, o la historia del ser individual y anónimo. Un impulso que nos empuja como aire helado a conocer las verdades escondidas, o a penetrar las falsedades solidificadas como bloques de hielo.

En su estructura errante y divagatoria en algún momento la narración pierde el mapa, pero siempre vuelve a conducirnos a su punto de fuga hacia el final, hacia esa visión de hielo que tal vez nos dará alguna respuesta del destino humano, o más bien va a perpetrar más aún lo incógnito.

“Jo encara no havia vist cap bloc de gel flotant”, confiesa al final, después de habernos transmitido que fue ese el propósito inicial del viaje. Pero, ¿no sabemos desde Kavafis que lo importante no es el destino final? Errar a través de las páginas, de las palabras, de los lugares, ¿no es lo que muchos lectores deseamos?

Isabel Verdú

Isabel Verdú Arnal (Logroño, 1976) es licenciada en Filología Hispánica y Teoría de la Literatura. Ha publicado diversos artículos académicos en torno a la obra de Enrique Vila-Matas. Colabora en el Suplemento 'Artes y Letras' del Heraldo de Aragón. Ha participado en la antología de relatos 'Uno más ocho' y en 'Ixquic. Antología internacional de poesía feminista'. Es autora de la novela 'La piel de Irlanda' (Verbum, 2018). Mantiene un blog, 'De preludio y fuga'.

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