«Mario Vargas Llosa pone ante los ojos del lector una barbarie fÃsica y geográfica, humana y bestial, que hay en el mundo del que él viene. Exige, a cambio de esa exposición, una defensa del mundo hacia el que él quiere que camine, a toda prisa y sin pausa alguna, su mundo, el universo que describe y relata en sus libros.»
J. J. Armas Marcelo, El vicio de escribir
Que una biografÃa haya sido escrita por la mano de un novelista consumado y experto en su oficio no sólo no tendrÃa que restarle rigor ni profundidad, sino que deberÃa aportarle unidad, sentido y coherencia a la historia del biografiado.
No se equivoca ni exagera Javier MarÃas cuando afirma que la vida es una pésima narradora: lo que en una existencia cotidiana ocurre debido a la conjunción de miles de contingencias impredecibles, la mayorÃa de las veces, o en virtud de un oscuro patrón inextricable, en algunas de ellas, en la narración de un novelista debe aparecer como consecuencia directa de acontecimientos pretéritos y como anticipación razonable de sucesos futuros, como si todo cuanto sucede en ella se debiera a la fuerza de un destino ineludible.
Quizás por eso afirma Onetti que no hay nadie mejor que un novelista, “un mentiroso que ha hecho profesión de la mentiraâ€, para otorgarle una cierta credibilidad al pasado. Sobre todo si ese pasado, cabrÃa añadir, se refiere al de una persona que ha llegado a alcanzar altas cuotas de celebridad y prestigio.
Que se lea con la amenidad y la fluidez con la que se lee una novela es precisamente la principal virtud de El vicio de escribir, la biografÃa de Mario Vargas Llosa escrita por J. J. Armas Marcelo con una “carpinterÃa†más propia de las ficciones narrativas que de los relatos biográficos, en ocasiones excesivamente prolÃficos y tediosos en su desarrollo.
Uno de esos rasgos caracterÃsticos de las ficciones narrativas en El vicio de escribir es la reconstrucción de los sucesos más importantes de la vida de Vargas Llosa sin necesidad de seguir un orden cronológico estricto. Se dirÃa que lo narrado está al servicio de ese poder de persuasión de aquellos novelistas que hacen lo posible para no distraer la atención del lector, sobre todo al tratarse de un volumen de casi quinientas páginas.
Además del anterior, a lo largo de la narración también son habituales ciertos procedimientos narrativos como las mudas espaciales y temporales, los datos escondidos, las “cajas chinasâ€, la alternancia de puntos de vista, los vasos comunicantes y otras técnicas que figuran en el perfecto manual del novelista y que Armas Marcelo maneja con la maestrÃa de alguien muy versado en el oficio, aquella que le ha llevado a escribir obras memorables como Asà en la Habana como en el cielo o La orden del tigre.
No es nada fácil y, sin embargo, El vicio de escribir lo consigue, mantener intacta la expectativa de un lector posiblemente ya familiarizado con la vida de Vargas Llosa. Una vida que el escritor peruano ha desgranado a lo largo de su dilatada carrera literaria no sólo en las numerosas entrevistas que suele conceder en los medios de comunicación, sino también en libros como La ciudad y los perros o La tÃa Julia y el escribidor, que poseen un marcado sesgo autobiográfico, y en El pez en el agua, su propia autobiografÃa.
En la primera parte de El vicio de escribir, “El espÃritu de la contradicciónâ€, Armas Marcelo relata esos entresijos de la vida de Vargas Llosa, su deseo insobornable de huir a ParÃs para convertirse en escritor profesional, la desafección y el miedo ante la figura de su padre, sus amores con la tÃa Julia y la prima Patricia o su desavenencia con Gabriel GarcÃa Márquez, valiéndose de aquellos procedimientos narrativos que la hacen menos académica que la mayorÃa de las biografÃas y mucho más amena y atractiva.
La segunda parte, “El pasajero de la polÃtica†narra no sólo en el viraje polÃtico de Vargas Llosa desde una izquierda comprometida con el régimen castrista hasta sus posiciones liberales más recientes, sino también y sobre todo, la aventura polÃtica que lo llevó a presentarse como candidato a presidente en las elecciones generales de Perú en 1990.
Una aventura polÃtica que, como han señalado sus amigos y colaboradores más Ãntimos, incluido el propio Armas Marcelo, de haber salido bien, si no hubiese truncado definitivamente una de las carreras literarias más brillantes de los últimos tiempos, al menos sà la hubiese malherido de gravedad.
Afortunadamente para los lectores y para sus adversarios polÃticos, Alberto Fujimori se impuso en aquellas elecciones presidenciales y Vargas Llosa volvió a la vocación literaria, a la “solitaria†que siempre le ha consumido por dentro: “(…) la derrota del candidato MVLL fue celebrada paradójicamente por sus amigos y enemigos por distintos motivos sentimentales, aunque ambas facciones nos alegrábamos por lo mismo: porque para unos habÃa perdido MVLL, y por lo tanto ganaban ellos; para algunos, para nosotros, habÃa perdido MVLL, porque habÃa ganado también la otra parte de MVLL, la del escritor, la de la literaturaâ€.
La cuarta parte, Madame Bovary c´est moi, es un repaso por las obras más importantes de Vargas Llosa, pero no a la manera de un estudio crÃtico dirigido a especialistas en la materia, sino a la de un novelista que trata de reconstruir el contexto que generó cada una de ellas con profusión de detalles.
De ahà que el valor de esta parte sea más anecdótico que instructivo, más lúdico que informativo, más documental que crÃtico, más Ãntimo que canónico, si bien la exposición satisface ampliamente la curiosidad de aquellos lectores que desean saber lo que se cuece en la trastienda de obras tan emblemáticas como La casa verde, Conversación en la Catedral, Historia de un deicidio, Pantaleón y las visitadoras, o La guerra del fin del mundo, asà como las reacciones que suscitaron en el momento de su aparición, tanto en el público como en los crÃticos.
La última parte, Del Chino al Chivo. El regreso del deicida, abarca los años desde la derrota polÃtica en aquellas elecciones presidenciales de Perú hasta el nuevo intento de escribir la novela totalizadora que se materializó en La fiesta del Chivo. Un apartado que, como el anterior, cifra su importancia no sólo en los pormenores de la vida de Vargas Llosa, sino también de la recepción crÃtica de sus libros.
Como en cualquier biografÃa, también se detallan polémicas con otros escritores, como la que mantuvo con Günter Grass a propósito de discrepancias polÃticas; su desavenencia, nunca del todo aclarada por sus protagonistas principales, con el que fue su amigo y compañero de letras Gabriel GarcÃa Márquez; e incluso la evolución de su pensamiento polÃtico desde aquella izquierda que contempló con simpatÃa y apoyó el ascenso de Castro al poder hasta el liberalismo defendido por autores como Karl Popper o Isaiah Berlin.
En lo que no parece haber contradicción alguna en el corpus ideológico de Vargas Llosa es su rechazo visceral a las dictaduras, sean del signo polÃtico que sean, asà como la defensa radical de la libertad, actitudes que le han costado a Vargas Llosa, como ya hemos visto, no pocos enfrentamientos y alguna que otra enemistad.
Pero uno de los más aspectos posiblemente más singulares y llamativos de El vicio de escribir se encuentra en las páginas dedicadas a ese concepto sacerdotal que tiene Vargas Llosa sobre la vocación literaria, esa “orgÃa perpetua†que significa el hecho de escribir para alguien que ha convertido la literatura en la columna vertebral de su vida, “el deicida por antonomasia, aquel ser que no sólo se atreve a suplantar a Dios en el instante de imaginar un mundo distinto al que ve, sino que además mata a la divinidad en el momento exacto de la creación literaria, el acto totalitario de escribirâ€.
Porque si hay algo que se desprende de la vida y la obra de Vargas Llosa es una pasión irreductible por la literatura: la convicción insobornable de que para el escritor vocacional, esa predisposición de origen oscuro que es escribir, no sólo es lo mejor que le ha pasado y puede pasarle en la vida, sino también y sobre todo, la única actividad que puede asegurarle una orgÃa perpetua.
Han clasificado mal este artÃculo en la sección de CrÃticas. Por más que leo y releo no encuentro crÃtica alguna, solo adjetivos de elogio grandilocuente. Un poco de seriedad, por favor…