Es curioso cómo llegan los libros a nuestras manos. Y más, lo difÃcil que es soltarlos una vez que empezamos a leerlos. Al menos, eso me pasó hace relativamente poco con Byung-Chul Han. Por algún sitio leà (vaya usted a saber dónde) que el filósofo de moda en Europa era un profesor coreano afincado en Alemania. Gracias al trabajo de la editorial Herder, empecé a leer sus ensayos y, la verdad, me alegré de que estos libros se estén vendiendo y, supuestamente, leyendo tan bien. Digo esto porque su lectura parece sencilla, pero no lo es tanto, como intentaré demostrar en este artÃculo. Eso sÃ, la sensación que te dejan sus ensayos al terminarlos es bastante angustiosa. No por la calidad de su obra, sino porque la radiografÃa que hace Han del mundo es terrorÃfica, a pesar de que el autor intente poner un envoltorio final de cierto optimismo posmoderno y huir de la visión distópica que tanto gusta al lector-consumidor de estos tiempos. Sea como sea, al leer su obra uno asiente, se queda pensando, se ve reflejado sin querer y resopla abatido porque comprende que el mundo que ahà se analiza se parece demasiado al que vivimos a diario.
En su último libro publicado en España, Hiperculturalidad (Herder, 2018), Han empieza su ensayo con toda una declaración de intenciones. La metáfora del “turista en camisa hawaiana†del antropólogo inglés Nigel Barley le sirve como pretexto para desarrollar su tesis, no sé hasta qué punto polémica. Por ejemplo, que nuestra cultura hipermoderna ya no puede comprenderse a través de lo multi- ni lo trans- ni lo inter-. Lo que manda es lo hiper-. El homo digitalis deja atrás (o más bien, abajo) al homo lieber, incluso al homo doloris que ha sido, hasta hace muy poco, el arquetipo que los intelectuales contemporáneos han intentado analizar y comprender, ya sea tumbándolo en un diván en busca de explicaciones pasadas o analizando su relación presente con los fenómenos de nuestro mundo.
La actual hipercultura, propone Han, se despega literalmente de la realidad, de la propia cultura y, gajes de la hibridez, la globalización y los últimos empujes de la desgastada posmodernidad que impulsaran Vattimo, Baudrillard, Derrida o Rorty (parapetados todos desde los postulados teóricos de Nietzsche y Heidegger), nos coloca frente a un nuevo paradigma mental. Un no-lugar donde ya no hay origen ni destino, ni raÃces ni pasado común, ni siquiera sentido o profundidad. Un concepto muy en la lÃnea de los planteamientos sociológicos de Bauman, Carr o Lanier y sus visiones alarmistas de nuestro mundo virtual, enajenado y, especialmente, despistado.
“El arte hipercultural ya no trabaja por la verdad en sentido enfático, ya no tiene nada que revelar. […] De esta forma, emergen figuras e identidades tipo patchwork. Su variedad de colores hace referencia a una nueva práctica de libertad, que tiene lugar gracias a las desfactifización hipercultural del mundo de la vidaâ€.
Los seres humanos, desprovistos ya de referentes, cabalgamos por la superficie fragmentada y colorÃstica de un universo-mosaico donde la alteridad ya no importa y el narcisismo digital provoca lo que Han llama la desfactifización de nuestra cultura. Han retoma asà el concepto heideggeriano de la facticidad (ese “vivir fáctico†que se plantea en Ser y Tiempo) donde los hechos incontestables de aquel tiempo configuraban el material de trabajo puesto en la mesa de disección filosófica. La nueva propuesta de Han supone una última (quizá la última) vuelta de tuerca ultraposmoderna: ya no hay ni siquiera hechos que comprender ni lugares que habitar ni tiempos que gastar; el mundo no es más que un enjambre de datos que no admite interpretaciones: el famoso datoÃsmo que explica con todo lujo de detalles en su ensayo PiscopolÃtica (Herder, 2014). Se acabó la discusión hermenéutica, parece querer decirnos. Escribir esta crÃtica, que tú la leas (probablemente, desde un dispositivo electrónico) o incluso que él haya escrito este ensayo podrÃa estar, en cierto sentido, fuera de lugar.
Estamos en un mundo fragmentado que se basa en abrir ventanas en un “suma y sigue†sin fin. Vivimos, pues, en una especie de impulso lúdico infinito. La cultura del windowing nos convierte, desde el prisma del profesor coreano, en eternos turistas hiperculturales sin ningún plan de viaje; ya no hay horizonte ni umbral que traspasar, solo turistas que abrimos y cerramos etapas en busca de un lugar alternativo que no ocupe espacio. Por muchas razones. La más importante parece tenerla clara: no hay lugar de origen ni búsqueda de sentido vital. Al eliminar la alteridad (asà se plantea también en su otro ensayo La expulsión de lo distinto) ya no existe el diálogo. No es posible el dia-logos si el logos ya es un hiper-logos. Por eso, el único valor que parece poder funcionar en esta hipercultura es la amabilidad.
“Una apertura sin reglas hacia lo otro no es propia ni de la tolerancia ni de la cortesÃa y es mucho menos el rasgo fundamental de la ironÃa. Por consiguiente, ninguna es amableâ€.
Han retoma la metáfora cultural del mar para explicar nuestro tiempo, aunque el viaje ya nada tiene que ver el Mediterráneo simbólico que separaba a Odiseo de su tierra o el “océano sin puerto†de Hegel que separaba a los románticos de la anhelada otredad; ya no hay salida ni llegada, ni referencias… ni siquiera miedo. Las analogÃas viajeras de Han, en este sentido, argumentan bastante bien su idea principal. Si el viajero de Nietzsche camina sin rumbo hacia su ocaso porque ha perdido a dios y el peregrino de Heidegger deambulaba angustiado porque ha perdido su patria, el nuevo turista hipercultural explora el mundo dando tumbos, aparentemente feliz y siempre sobre la superficie (muy en la lÃnea de Bauman y Augé), porque lo ha perdido todo… pero, sobre todo, ha perdido el concepto de lugar. Lo virtual no perdona.
“La modernidad supera esta asimetrÃa de aquà y allà y con ello la forma de existencia del peregrino. En vez de estar en camino hacia allÃ, avanza hacia un mejor aquÃâ€.
Más allá de que estemos o no de acuerdo —las ideas planteadas en La sociedad del cansancio (Herder, 2012), de seres que se explotan a sà mismos y que han perdido su capacidad de escucha y trascendencia en “la sociedad del rendimiento†son muy interesantes—, prestar atención a los referentes de Byung-Chul Han puede ayudar a comprender qué está pasando con el mundo actual. Especialmente, si atendemos a los autores referenciados en Hiperculturalidad: Ted Nelson, el inventor del término hipertexto; Ritzer y su macdonalización de la sociedad; las ideas lÃquidas de Bauman; el concepto de tiempo bit de Flusser, a diferencia del tiempo del libro y del tiempo de la imagen; la metáfora del rizoma de Deleuze para explicar el nuevo paradigma mental y proponer esa idea de la yuxtaposición de datos que Han llama la lógica del y; el concepto de cultura hÃbrida de Herder en donde se recuerda que Europa es “una planta que brotó de semillas romanas, griegas y árabesâ€; el concepto de mónadas de Leibniz, esos seres indivisibles y singulares que configuran el mundo; y, sobre todo, las tres referencias literarias que apoyan las tesis hiperculturales del autor coreano: Coleridge, Kafka y Handke.
“¿Será la hipercultura, como el Xanadú de Coleridge, una apariencia fugitiva, una figura de ensueños?â€
El poema trasgresor del poeta romántico Coleridge, Kubla Khan, que Borges recuerda en Otras inquisiciones, le sirve a Han para explicar aquel mundo onÃrico y fragmentado que sirvió al autor inglés para reconstruir ese imposible lugar soñado por partida doble: Xanadú. La analogÃa con nuestro mundo actual no parece tan descabellada. Por otro lado, Han retoma la criatura kafkiana del Odradek que Kafka describió en el cuento Las preocupaciones de un padre de familia, para explicar el concepto de identidad hÃbrida y fantasmagórica del turista hipercultural. (Otra referencia, por cierto, que también analizó Borges en El libro de los seres imaginarios). Y, por último, la referencia obligada al austriaco Peter Handke (lo cita en casi todas sus obras), acaso el paradigma actual del escritor obligado para comprender la posmodernidad europea. No es casual que este ensayo se cierre con una cita obligada de su libro de aforismos FantasÃas de la repetición, donde se habla del viaje, el umbral y la condición turÃstica del ser humano.
En los ensayos de Bauman siempre habÃa un interrogante final en el que, de alguna forma, echaba el guante a los nuevos pensadores. Les recordaba que nadie sabe muy bien qué hacer ni qué proponer (la gran queja que se le achaca a los sociólogos), salvo que la respuesta será totalmente diferente a lo que hemos estamos acostumbrados. Veamos qué propone Han, crÃtico como es del neoliberalismo y la sociedad de consumo, ahora que parece tener una comunidad lectora muy amplia pendiente de sus nuevos tÃtulos. El nuevo ensayo se titulará Elogio de la tierra. El jardÃn secreto. Teniendo en cuenta que, hoy en dÃa, las dos ideologÃas en disputa que están desplazando al agotador individualismo europeo son el nacionalismo frente a la crisis migratoria (recuperar el lugar) y el feminismo frente al insostenible patriarcado (recuperar la otredad), Han parece optar por una tercera opción que cada vez cobra más seguidores, por cuestiones planetarias evidentes: el ecologismo.
La pregunta, más allá del análisis de la nueva no-cultura de Han, queda suspendida en el aire y nos deja, como siempre, con una pregunta que quizá ya hayamos respondido sin darnos cuenta: ¿realmente hemos llegado al fin de nuestra cultura tal y como la conocÃamos?
¿Y esa tercera opción del ecologismo no recupera lugar y otredad al mismo tiempo?
Eso parece, sÃ.