La templanza es la consigna, “pues ni la riqueza es capaz de hacer prosperar a los hombres sin virtud, ni la virtud hace prosperar a los hombres sin riqueza†(A Zeus). La epopeya no es sinónimo de pomposidad, sino de grandeza. De los Curetes, rústicas divinidades de la metalurgia, se argumenta, al invocar al padre de los dioses, que “bailaron animadamente, vestidos con sus armaduras, mientras golpeaban sus armas, pues asà Cronos escucharÃa con sus oÃdos el sonido de sus escudos y no tu llantoâ€. Se respeta la secular tradición del bardo, la oral mezcolanza de jerga y dialecto, arcaica incluso en su origen. Se despliegan alabanzas, apasionadas, alegres, tristes, serenas. Contemporáneas, a pesar de haber sido escritas en época helénica, eruditas en un sentido que desborda el mero prejuicio académico.
“Cerrojos de las puertas, ¡ábranse ustedes mismos!, barras, ¡retÃrense!, pues el dios [Apolo] no está lejosâ€.
Interpela a las alturas el poeta alejandrino CalÃmaco (310 a. C.-240 a. C.) en una serie de Himnos (Cátedra, 2019) que combinan clásicas mitologÃas con celebraciones del autodescubrimiento. Explora el padre de la biblioteconomÃa el espectro emocional de la erudición, mientras cede a las tentaciones de lo imperfecto. En su imprecación al fundador de Cirene, privilegia estados de conocimiento próximos a lo sagrado, (“Fue la gente de Delfos la que ideó esta antÃfona para ti, en el momento en que mostraste tu destreza con tu dorado arcoâ€), mientras dignifica la especulación formal sobre la naturaleza compensatoria de nuestras acciones.
A merced de interrupciones y discordancias, el drama y el ritual implÃcitos en la ceremonia religiosa que se oficia en la isla de Delos:
“Los muros y las piedras pueden ser abatidos por el Ãmpetu del Bóreas Estrimonio, pero una divinidad permanece siempre inconmovibleâ€.
Entre expresivos castigos, rituales de silencio. Las composiciones del autor de La cabellera de Berenice (244 a. C.) se leen como parábolas oblicuas, no dañadas por expectativas laicas, de Ãndole festiva. En Delos, se dirige a las “divinidades, musas mÃas, respóndanme: ¿verdaderamente nacieron las ninfas cuando lo hicieron las encinas?â€. Al reinventar iconos, presupone manifiestos al compromiso con verdades tanto figurativas como literales, representaciones de la vulnerabilidad carnal y la preservación del significado a través de la experiencia.
NÃtido-didáctico, el orador-maestro (entre otros, del épico Apolonio de Rodas) se crece en el subtexto de la invocación a Démeter:
“Pero no, no hablemos de estas cosas que arrancaron lágrimas a Deoâ€.
Su monólogo dramático surge apasionado y restringido al mismo tiempo, autocontrolado por el conocimiento. Metáforas en equilibro imprimen urgencia emocional. El traductor y doctor en FilosofÃa Diego Honorato Errázuriz no deja atrás al original, se adhiere a sus principios, incluso si los reconstruye, especulativo, a partir de fragmentos. Tejen todo tipo de patrones sus libres adaptaciones, abordan actos de recuperación del sentimiento: perder y amar, pero sobre todo, ser.
“Salve, diosa [Démeter], resguarda a esta ciudad en la concordia y la prosperidad, y haz que retornen todas las semillas en el campo: alimenta a los bueyes, trae los frutos, trae las espigas y las cosechasâ€.
La iluminación mÃstica y el paganismo transformador se entrelazan, en favor de un descubrimiento moral e intelectual. Una fábula intemporal supone el telón de fondo a nuestras preocupaciones. En una época en la que la esperanza surge demudada, la capacidad de transformación psicológica de esta escritura impacta en nuestra piedad e informa nuestras actitudes hacia la leyenda. Si la poesÃa es menos un camino que una red que avanza a través de la multiplicidad en todas direcciones, mediante estos interrogatorios a las deidades, el erudito cireneo busca evaluar nuestra modernidad. Despliega, para ello, epinicios a la auto-trascendencia.