Celos. La otra vida de Catherine M.
Catherine Millet
Traducción de Jaime Zulaika
Anagrama (Barcelona, 2010)
Hace nueve años, Catherine Millet (Bois-Colombes, 1948) sorprendió con un libro de corte autobiográfico que, con un tÃtulo tan explÃcito como La vida sexual de Catherine M., dejaba poco margen a la imaginación, si exceptuamos los párrafos metafóricos en los que jugueteaba con imágenes eróticas (ya sabéis, que si plátanos, que si albaricoques gordos…), convirtiendo en literatura fÃsica su afición a pasar el tiempo libre de cama en cama sin prejuicios dietéticos. Digamos que abrió el camino para que otras mujeres, desde «lolitas» adolescentes a liberales sin tapujos, dieran rienda suelta a su creatividad con libros escandalosos que convirtieron los anaqueles de la sección de narrativa de las librerÃas en una suerte de extensión de la de sexologÃa. Hubo gente que se prendó del «estilo Millet». Confieso que yo no. Del «estilazo» del otro Millet, el pillastre, sÃ. Pero bueno, eso hoy no toca.
Catherine M. propuso con su anterior libro algo asà como la visión intelectual del sexo libre, una interpretación vacÃa de sentimientos con la que tapaba los agujeros (y vaya si los tapaba) producidos por la insatisfacción y demostrando cierta ingenuidad respecto al placer. Estaba claro que M., siendo una reconocida experta en arte, no podÃa hablar a la ligera sobre sus intimidades. El problema, para quien escribe estas lÃneas, es que el tema literario del sexo intelectual, de la entrega en picado y sin paracaÃdas en brazos de diestros y siniestras o de la rutina que conduce a la infidelidad, está más sobado que los surtidores de la fuente de Canaletas.
Lejos de dar por finiquitado el tema, M. regresa a darle otra vuelta al asunto. La cara B de un disco rayado. Porque ¡ay, amiga!. Ahora resulta que tanto amor libre, tanta relación de pareja abierta, dejó huella. Claro, la chica no pensó que, mientras ella se revolcaba con todos los que le preguntaban la hora, su marido, Jacques Henric, lo hacÃa con todas las que le pedÃan fuego. Cuando lo descubre, M. comienza a sentir el runrún de los celos. ¿Qué pensabas, criatura? ¿Acaso no era una relación abierta?
M. comienza a tirar del hilo de las reflexiones cuando descubre unas fotos en las que aparece su esposo con otras mujeres, lo que le lleva a leer el diario de Jacques Henric en busca de señales. ¿Es sólo sexo? ¿Sentirá amor por alguna de sus amantes? Surgen los celos. Y a lo largo de 221 páginas, la autora nos hace partÃcipes de las dudas, de los temores, de los detalles que hacen de su mente un laberinto en el que el apareamiento pasa a un segundo nivel para ocupar el primero las inquietudes y, por qué no, la envidia, tan cochina. Nos revela, incluso, que dejó de ponerse un casco de moto porque, después de estudiarlo con lupa, encontró un pelo sospechosamente largo (¡!).
Dicho de otro modo: M. es como ese amigo tan pesado que te llama a las tres de la mañana para contarte que su novia le ha dejado, que necesita hablar con alguien; ese al que invitas a casa y durante siete horas te da la vara con sus problemas. Vale, es un amigo y se lo aguantas, pero ¡qué coñazo!.
Lo que podÃa parecernos (con reservas) original, apasionante y divertido en su anterior libro, en este se nos hace reiterativo, obsesivo. Imagino que muchos lectores tendrán interés en las peripecias y angustias de esta señora, pero a mi me repele, no me atrapa. Vamos, que me encuentro a una mujer asà y salgo huyendo.
Leyendo Celos recordaba una conversación entre dos amigas cazada al vuelo en el autobús. Una de ellas le explicaba a la otra (cuyo rostro reflejaba un agotamiento mental considerable) lo mal que llevaba el saber que su ex pareja tenÃa una nueva novia, hasta el punto de no poder evitar llamarle para intentar reconciliarse con él e, incluso, abordar a su rival en mitad de la calle. La paciente amiga acabó respondiéndole:
«TÃa, lo tuyo no son celos, de verdad, lo tuyo es paranoia».
Pues eso.
José A. Muñoz