Barreras. Hasier Larretxea Gortari
La Garúa Libros
(Sta. Coloma de Gramenet, 2013)
(i)
Digo: derrumbe. Y en el acto de decirlo, tiembla la tierra. Imperceptiblemente. Hago el derrumbe con las palabras. Recojo en ondas concéntricas el material caÃdo a mis pies: aposento, escoria y ceniza. Trato de nombrar el material como si pudiera reconocerlo. Como si pudiera sitiarlo. Pero no hay nada que pueda reconocer realmente en la ausencia de forma. Entonces, el polvo, la ruina, son solo palabras-coraza en las que tranquilizar y adormecer mi conciencia. Tamizar mi conciencia con un polvo harinoso, porque todo se ha ido. Dar un nombre responde a ese impulso tranquilizador, aquietador. Tamizar y refinar. Producir algo a partir del derrumbe. Porque no puedo vivir sin nombre, cerco como un cazador que no conoce a la presa a la que acaba de derribar. Y a veces ocurre que el cazador es la presa y que yo soy mi propio asesino. Entonces escribo, saltando por encima de mi propio muro, atizando mis ruinas.
Hasier Larretxea escribe desde una poética del derrumbe y del cercado, del acecho. Caza cuando escribe o es cazado, él, por las palabras. Y cercar es acercar, es acercar-se. Si no se roza o no hay médula en el nombre sà hay acercamiento, porque escribir es siempre tratar de acercarse:
CUANDO EL TERROR enfoca a la presa
el tramo entre la culpabilidad y el
hostigamiento,
es el pestañeo de la infancia no vivida,
el aleteo de la garza
que produce el temblor sÃsmico en la corteza
de musgo
de la encina,
el dedo que nunca supo a quién pertenecÃa
la huida del otro cuando la condena perecedera
es ser
(uno)
el mismo.
(ii)
Lo difÃcil no es huir sino “Mantener la mirada./Saber que se puede conseguir lo que se deseaâ€. Lo difÃcil, en ocasiones, es mirar hacia lo mismo, hacia uno mismo, y darse una medida. Hay en Barreras una intención manifiesta de sostener esa mirada, de ahondar en la sinceridad que tiene como consecuencia, muchas veces, entablar un pulso con lo real, tensar la cuerda entre dos polos. Porque la mirada es, sobre todo, duración y quien mira atentamente dispone del tiempo y de todo lo que hay al alcance de la retina para transformarlo. Por eso, pide Hasier: “Que el iris hiriente filtre/la sequedad de la creenciaâ€. Porque es necesario que esa mirada que atraviesa las capas marmóreas de todo lo estancado bajo el óxido se convierta en un punzón, en un desafÃo. Es una mirada que acusa y que ordena, ahora sÃ, dos hemisferios separados, lo justo y lo injusto. Es la mirada que hiere y, sin embargo, abre la posibilidad de una vida.
PODÉIS REDACTAR mis memorias, mi ausencia,
mi pérdida, mis débitos.
Podéis examinar mi vida,
mi aliento, mis dudas.
Saber del pasado,
enmascarar el presente.
Alzar un piquete,
que la tierra huela a raÃz, que el lodo sea el estanque
del tránsito de la vida, vuestra,
putrefacta.
(iii)
La claridad en mi vida se asocia a una escena infantil. Cuando era pequeña y me desperté en la habitación de la casa de mi abuela, en una aldea de León, y un pájaro picoteaba la ventana. Eso es todo lo que puedo decir realmente acerca de la claridad, incluso una gran proporción de lo que puedo decir acerca de la infancia. Un solo instante reflejo, un sonido insistente en la ventana y la silueta del pájaro tras el hilo blanco de la cortina. De ese modo, sin poema, queda reducido el recuerdo a un solo instante. El pájaro llamaba como si hubiera alguien a quien llamar, un otro. Cada mañana, el pájaro llamaba, tal vez intuyendo mi cuerpo en la cama; sabÃa tal vez que bajo el totémico crucifijo de hierro que presidÃa la habitación habÃa una niña.
Para Hasier Larretxea, la escena de un posible despertar es también rural y en ella, aunque distinta, escuchamos también la respiración de un animal que auspicia, intuye, sospecha a otro. Leo el poema.
ESTALLIDO animal en el amanecer azulado de la aldea.
Es junio y la hierba está todavÃa sin cortar. Mugidos
en los prados mientras se despereza la mañana de
escarcha. Se rascan el cuello, olisquean los troncos
abandonados. Los uniformes de trabajo están tendidos.
El piar es de altitudes. Echando de menos los aullidos
del pastor alemán, la vaca posa su hocico entre la alambrada.
(iv)
Y de la claridad nos vamos a la luz y a su ausencia. La cita de Charles Wright me ubica: “Sólo en la oscuridad se alcanza la luz, sólo desde el vacÃo las cosas cobran formaâ€. En el poemario de Hasier Larretxea, la luz se conquista a través de lo oscuro, y habla de una luz que no es cegadora, es casi una luz pálida, como él dice, “luz de esperaâ€. Y escucho Electric light de PJ Harvey, aquÃ. Es la luz que permite ver al otro sin negar la sombra, cuyo foco es recÃproco:
SIÂ ENFOCAS
i
lum
inaré
Una versión deslindada tal vez del M’illumino d’inmmenso de Ungaretti, donde se rompe el deseo de absoluto del poeta italiano y se restringe el foco. En el poema de Hasier hay dos posiciones, dos sujetos, dos luces que hablan entre sÃ. Y eso es el amor pequeño que sostiene la mirada.
(v)
Yo me derrumbo. A menudo me derrumbo y deseo que se derrumbe el poema. Sobre todo el poema. Que se caiga. Que me haga añicos conteniéndome en él, que me rompa expulsándome de su tripa arqueada. Soy la tripa del poema porque antes lo contuve. Lo retuve en mÃ, no dejé que saliera. Luego él me expulsó. Yo, quien escribe, soy el escombro del poema caÃdo.
A veces sucede que soy expulsada. Del poema. De mi tierra natal. Del suelo que elegÃ. De mi respiración. De mi cabeza. Entonces, pido asilo. Me refugio. Brevemente improviso una lengua, conato asombrado entre las hojas que no me dejan ver el lugar donde me encuentro. Y pienso, entonces pienso por qué la poesÃa. Por qué el poema. Y qué será del poema cuando yo me vaya. ¿Acaso eso importa? ¿Quedará algo de mÃ? ¿PoesÃa como residuo o silbido, como espina?. Hasier responde:
LA POESÃA
no dejará de ser
otra contractura,
pubis,
escáner,
piel reseca,
circunstancia,
cuando este aire que respiramos
no sea el mismo.
Laia López Manrique
www.palidofuego.wordpress.com