Aunque lo neguemos, construimos buena parte de nuestra identidad en función de la mirada ajena. Esperamos que las opiniones sobre nosotros nos las den personas del propio entorno, gente cercana con quienes tengamos confianza para compartir algún secreto o a quien pedir un consejo. A veces, sin embargo, tales revelaciones llegan en encuentros casuales con personajes de reparto de nuestra vida, seres desconocidos que de forma fortuita descorren un velo y evidencian una cara desconocida de la propia individualidad.
La vida, asà jalonada de revelaciones, puede volverse un constante andar por la cornisa, una sempiterna desnudez. Las experiencias que atraviesan los protagonistas de ¿Qué soñaste la última vez que soñaste? (Serie Gong, 2021), tercer libro de cuentos del escritor argentino Cristian Vázquez, están gobernadas por filosas epifanÃas, silencios densos como agujeros negros, secretos que penden cual espada de Damocles. Nueve cuentos ejecutados con maestrÃa donde los escenarios cotidianos parecen convertirse en un set de filmación, donde se evidencian las verdades que los personajes, hasta ese momento, no habÃan sido capaces de descifrar.
En Contenta no es la palabra, el texto que abre el volumen, la protagonista reconoce en sà misma una emoción o una verdad a raÃz de la presencia de un ser totalmente desconocido para ella. En el estupendo Roma o amor, un periodista convoca a un hombre al que contactó de manera casual para entrevistarlo sobre la figura del escritor Narvaja, personaje mÃtico de la vida bohemia de Buenos Aires. El protagonista, mientras espera a su entrevistado en un café de la capital argentina, reflexiona sobre lo que será una cadena de testimonios, ya que su artÃculo periodÃstico buscará difundir la historia de ese olvidado personaje a partir de las revelaciones de un hombre que encontró de manera fortuita:
«Â¿Quiénes tienen esa clase de encuentros en bares en los que otro les habla de un tercero? Los policÃas, los espÃas, los enamorados, los periodistas.»
Cuánto de mà mismo habrá en esta triangulación, se preguntará el periodista.
En La tregua de Navidad, detrás de una tÃpica celebración familiar de regalos, sidra y deseos de buenos augurios —también de prejuicios y mezquindades— hay silencios tan delgados como una pared de papel que nadie estarÃa dispuesto a rasgar. En Un mosquito atrapado en el ámbar, quizás el mejor cuento del volumen, el dolor de la ruptura sentimental deviene en una suerte de giro inexplicable, casi fantástico, donde interviene un personaje desconocido que sume al protagonista en el desconcierto y en la total falta de soluciones. El cuento que da tÃtulo al volumen transcurre en un larguÃsimo viaje en autobús, un escenario propicio para generar incomodidad, sentimiento que los protagonistas —tan disÃmiles entre s× consiguen atenuar con un singular diálogo, magistralmente ejecutado. Le sigue Casi todas mis facultades intactas, un sorprendente homenaje a J. D. Salinger, el que posiblemente sea uno de los grandes referentes de Vázquez por la mimesis en los temas y el estilo de sus cuentos. El breve El león es también un homenaje a otro referente cultural, enmarcada en una situación entrañable que supone el preludio a momentos que cambiarán la Historia moderna. Finales de septiembre, principios de octubre trata uno de los temas más caros al autor: la inmigración, interpelada desde la mirada del desposeÃdo, pero también del curioso, del inmigrante fascinado por el cosmopolitismo que experimenta en la tierra de acogida y del que carece en su paÃs de origen. Ese inmigrante se entusiasma ante este cruce cultural, pero también se encuentra desguarnecido frente a los repentinos ramalazos de soledad:
«No le importo a nadie. La poquita gente con la que puedo contar en España está en Madrid. A la tarde hablé por teléfono con Ricardo. Eso, de algún modo, cubrió mi necesidad mÃnima diaria de contacto humano. Pienso mucho en Argentina. En toda la gente a la que sà le importo allá.»
El libro cierra con un cuento conmovedor, Nada se queda en su lugar, la crónica de una ausencia irreversible, donde escuchamos un golpe metálico que, cual punto final, supone el sÃmbolo de la impotencia, de aquello que antes se evitaba para no romper la calma ajena pero que luego provocamos adrede para liberar amargos fantasmas.
Vázquez domina el cuento con habilidad y pulso seguro. Conoce las posibilidades del género, sabe conseguir hondas resonancias en el breve encuadre escogido y nos empuja a los lectores a ser responsables de nuestras conclusiones. Ya nos habÃa demostrado esta pericia en su anterior volumen, Los elefantes saben olvidar (Baltasara, 2019). Aquella obra, empero, presentaba una impronta más cercana al cuento norteamericano, caracterizado por la austeridad estilÃstica y un tono más objetivo. En cambio, en ¿Qué soñaste la última vez que soñaste? Vázquez se aproxima a los modos de hacer del cuento latinoamericano, con personajes propensos a mostrar su cara más Ãntima, con una pluma más expresiva y, en ocasiones, con un tono benedettiano —tal como evidencian los cuentos La tregua de Navidad o ¿Qué soñaste la última vez que soñaste?—, o planteando situaciones bolañescas —según podemos ver, por ejemplo, en Roma o amor—.
Los grandes cuentos —como los que contiene este volumen— saben administrar los silencios, esos agujeros negros donde el lector se arroja para entretejer sus propias ideas con la realidad de los personajes, construir una mitologÃa nueva y personal e ir en busca de la palabra justa.