Crónica del Festival Eñe América 2010

Dice Fritjof Capra que todo está conectado, y que lo social, lo cultural, lo psicológico y lo natural forman parte de una misma gran red, y que las estructuras de funcionamiento pueden traducirse de un sistema a otro.

Según esto podría decirse que el Festival Eñe ha sufrido una mitosis, que en términos biológicos viene a indicar un proceso de reparto equitativo del material hereditario característico de ciertas células, que normalmente concluye con la formación de dos núcleos separados. Siguiendo la metáfora, podríamos identificar la célula primigenia con el Festival Eñe de Madrid, que celebrará el 12 y 13 de noviembre su segunda edición. La segunda célula es la primera edición latinoamericana, que si bien comparte el ADN, no comparte ni tiempo ni espacio. El Festival Eñe América, tuvo lugar los días 4, 5, 6 y 7 de agosto en Montevideo, Uruguay, y consolidó un encuentro que quiere repetirse cada año en una ciudad diferente del América Latina.

Con una clara vocación dialogante, La Factoría y el Círculo de Bellas Artes de Madrid, en colaboración con la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), han decidido lanzarse a hacer las abrir el festival a nuevos horizontes, generando un nuevo encuentro que reúne escritores, creadores, editores, periodistas y lectores de ambos lados del atlántico.

¿Qué se espera de un evento de este tipo? Que sea una propuesta interesante y atractiva, que abra debate, que sea innovador, que estimule el intercambio, que atraiga público y que aumente las ventas. ¿Lo consiguió? Al parecer sí. Las actividades a las que pude asistir y de las que pude oír hicieron lleno completo, y aunque en un festival tan heterogéneo y variado como este hay historias que gustan más y otras que gustan menos, el público -y los libreros- han quedado en general más que satisfechos.

Valga decir antes de entrar en materia que Montevideo, capital de la república oriental, es una ciudad asequible de aproximadamente un millón y medio de habitantes, en la que un evento de estas dimensiones tiene un efecto considerable. En este sentido Eñe le hizo un gran favor a la ciudad, pero la bondad es en este caso bidireccional; Eñe fue aquí un festival de ciudad y no de recinto, pudiendo generar actividades en distintos espacios sin sacrificar la sensación de acogimiento.

Centro Cultural de España en Montevideo (Foto © David Puig)

A pesar de esta descentralización geográfica, el corazón del festival latió en el Centro Cultural de España en Montevideo, que acogió la mayoría de actividades, a la vez que hizo de cuartel general tanto de visitantes como invitados y curiosos. En la cafetería, en la mediateca, en la puerta de entrada, en el ascensor, en la cola del baño, los pasillos o escaleras era habitual cruzarse con escritores, editores o periodistas. Durante el primer día y medio, cuando las caras no eran conocidas, las personas se cruzaban, se oteaban, empezaban a sonarse, pero más adelante, comenzó a ser norma ver a aquellas personas que al principio andaban solas hablando en grupo, participando de una fermentación fruto de compartir espacio, tiempo, afición-pasión-profesión, y también (por qué no decirlo), cierto mareo, alienación y turbamiento por tanta actividad literaria. En fin, el CCE se convirtió en una suerte de comuna, y sus  visitantes, en una rica amalgama de escritores y otros animales de letras. Como debe ser, supongo.

Instalación en el Centro Cultural de España (Montevideo)

Después de haber estado cuatro días inmerso en un archipiélago de burbujas literarias, sentarme a contar mi experiencia es todo un reto que no estoy seguro de cómo voy a abordar. Aunque lo más cómodo sería contar lo sucedido por orden cronológico, haber estado en contacto con tantos creadores en tan pocos días me invita a arriesgar una narración organizada por las ideas que surgieron y no por el tiempo en el que fueron expuestas. Ya desde ahora me disculpo, muchas cosas se quedan en el tintero.

La ciencia

Como todo festival que se precie, el Eñe América hizo gala de un espíritu abierto y permeable, y dio cuenta de la realidad poliédrica de la literatura, conjugando en un mismo contexto diferentes miradas y disciplinas. Interdisciplinar fue precisamente el taller que impartió el viernes por la mañana el artista y escritor uruguayo Pablo Casacuberta, que a través del discurso de las ciencias naturales y biológicas, así como las últimas teorías cognitivas, dio un impresionante pantallazo sobre el cómo y el por qué los seres humanos somos sensibles al arte. Resulta que es una cuestión de proceso perceptivo, evolución y pulsión de supervivencia. Un dato sobre nuestro disco duro: nuestro cerebro, a pesar de tener el tamaño de una nalga, consume el 20% de la energía del cuerpo. Ahora otro dato dedicado especialmente a quienes tienen fe ciega en la capacidad de raciocinio humana: la información que recibimos a través del input sensorial suma un total de 12 millones de bits por segundo, paquete de datos (o “dossier de prensa” como dijo Casacuberta), que es procesado por la conciencia a 20 bits por segundo.

Agustín Fernández Mallo

Algo de ciencia, en este caso especulativa, tuvo también el taller que dio Agustín Fernandez Mallo (España) el jueves por la mañana, y que giró en torno al proceso creativo tal y como él lo percibe. El ADN de la creación -afirmó- proviene de los extrarradios, en lo extraño e inidentificable, y la forma literaria más efectiva es la más económica: “la poesía es la síntesis absoluta, encuentra el mayor sentido con los mínimos elementos posibles”. Es por esto que para este físico poeta, una fórmula matemática es también una hermosa forma de poesía.

En esta lógica de la economía poética, de la hermosa concretud, se desarrolló el sábado a la noche el show final del Eñe América, orquestado por la marcianidad de Micropoetisa Ajo y el virtuosismo piano de Queyi (ambas españolas), en el cabaret “Mujeres superHadas”. De ellas me quedo con un gran recuerdo, la declaración que hizo Ajo mientras señalaba tres pequeñas maracas : “aquí tengo yo millones de puntos suspensivos… por lo que pueda pasar”, y con una fórmula matemática con resultado de pregunta (cito no textualmente):

soledad + soledad = ¿2 soledades o 0 soledades?

Los clásicos y los modernos

La vigencia de los clásicos (antiguos y modernos) ha quedado más que demostrada en este Eñe América. Durante diversas actividades Borges, Cervantes y Homero, por nombrar algunos, fueron citados con recurrencia.

Ricardo Piglia

Uno de los autores más prolíficos en obra (y citas) del festival fue Ricardo Piglia (Argentina), quien lanzó algunas sugerentes ideas  sobre la lectura de los clásicos en su conferencia titulada “El escritor como lector”. A partir de la lectura de un fragmento de una obra en la que está trabajando y cuyo nombre dio título a la conferencia, reflexionó sobre vida y obra de Gombrowicz poniendo especial interés en los años en los que vivió en Buenos Aires, y en los que aprovechó, entre otras cosas, para aprender las limitaciones de hablar un idioma desconocido o ganarse la enemistad de Borges. Citando a éste, Piglia recordó que “el clásico lo hace el previo fervor que tiene el lector cuando quiere leerlo”, a lo que él mismo añadió que “no hay percepción artística pura o inocente”. En fin, que los clásicos son clásicos -también- porque son pensados y esperados como tal.

Fogwill (Foto © David Puig)

Otro clásico contemporáneo que generó mucha expectación fue Rodolfo Fogwill (Argentina). Lo admito, no lo  conocía, y creo que era el único en todo el auditorio. De hecho, el mismo autor pareció dar por descontado que todo el mundo sabía de sobras quién era. Llegó cargando una mochila negra y gorro (gorrito, que diría él) de lana que no se quito hasta la mitad de la charla. Lúcido, y por lo tanto irreverente y provocador ya desde el principio, despotricó sobre la mediocridad de la mayoría de los poetas, y sobre la corrupción de las publicaciones culturales, títeres de las editoriales que compran a sus periodistas regalándoles libros. De todas las verdades que disparó, yo me quedo con esta: “¿Qué no es narrar? Encadenar situaciones en el tiempo. Narrar con gracia es burlarse del orden temporal”.

A estos dos consagrados autores argentinos, ejemplos de la literatura del siglo XX, se pueden oponer, por lo menos en lo temporal y lo geográfico, los escritores Edmundo Paz Soldán (Bolivia) y Agustín Fernández Mallo (España). Ambos protagonizaron un cara a cara titulado “Generaciones literarias: McOndo vs Nocilla”, en el que se desgranaron algunas de las semejanzas y diferencias de dichas generaciones. Las similitudes fueron pocas comparadas con las diferencias. Los puntos de unión considerados fueron el afán de contemporaneidad, su espíritu parricida, su relación con las ciencias, y sus múltiples referencias al rock, al pop y al ciberespacio.

Las diferencias, que no son tan geográficas como constitutivas (en la antología de McOndo se incluía a Ray Loriga, José Ángel Mañas y Martín Casariego, españoles todos ellos), responden más que nada al hecho que la generación latinoamericana fue autoconsitutida por oposición a los autores del boom y el Realismo Mágico, y contaba con un proyecto común (por más que muchos autores de la antología no suscribieran a él), mientras que la generación Nocilla fue identificada por el periodismo cultural español, carece de proyecto estético común, y no se contrapone explícitamente a ninguna escuela ni tendencia estética anterior. Las diferencias fundamentales, según la opinión de los protagonistas, atañen a la intencionalidad.

Vicente Molina Foix

Otra disimilitud interesante es la que atañe al lugar de lo político. Paz Soldán explicó al respecto que “McOndo atacó un tipo de escritor comprometido e intelectual, y buscaba un modelo de escritor que funcionaba por otros circuitos”, mientras que Fernández Mallo habló de su experiencia personal: “no tengo vocación ideológica, soy más esencialista”, a lo que añadió, “ni siquiera quiero mostrar un mundo”.

Ambas generaciones difieren, pero sin duda, y por eso sentaron dos de sus exponentes en una misma mesa, estas generaciones de escritores tuvieron y tienen un peso específico común:  sirvieron o sirven para identificar una literatura emergente y generar una discusión que sin duda es interesante y necesaria. En definitiva, y a esto suscribo a pies juntillas, sanean el panorama literario.

La vida es sueño

Eñe es literatura y literatura es experiencia y experiencia es vida. Viajar lo es, pero también quedarse en casa y salir a comprar.

Martín Caparrós (Argentina) y Javier Reverte (España), se encontraron cara a cara a primera hora de la tarde del jueves para hablar de “El viaje: mas allá del libro”. La conversación arrancó en sus motivaciones como viajeros -la emoción de lo indeterminado-, se paseó por distintas anécdotas, se centró en la crítica al periodismo actual (Reverte vaticinó el fin del periodismo de calidad) y terminó en una curiosidad y dos frases. Ninguno de los dos lee demasiada novela de viajes (imagino, preferirán viajar). La primera frase, de Reverte: “tengo nostalgia de lo que no conozco”, La segunda, de Caparrós “el primer día del viaje me parece que comprendo todo. A medida que va pasando el tiempo me doy cuenta de lo equivocado que estoy”.

Teresa Porzencanski, Mercedes Cebrián y Alicia Torres

Si tuviéramos que situar algo diametralmente opuesto al viaje, seguramente sería la vida cotidiana. ¿Es esto también material narrativo? Tres mujeres fueron convocadas para reflexionar al respecto:  Teresa Porzencanski (Uruguay)  y Mercedes Cebrián (España) fueron presentadas por Alicia Torres (Uruguay), llegando a la conclusión de que efectivamente, la vida de cada día es, y puede ser, objeto de ficción. Cualquier basura abierta puede inspirar una novela, afirmó Porzencanski, a lo que Torres sentenció que “lo cotidiano esconde todo lo que nos atañe a nosotros y a la literatura”.

(Sobre bajar al supermercado me vino a la memoria una frase de Micropoetisa Ajo: “pedí ternera porque ternura no quedaba”)

Milton Fornaro, Jaime Clara y Lorenzo Silva

De lo cotidiano, por lo menos de algunos sectores de la población, se nutre también la novela negra. Lorenzo Silva (España) y Milton Fornaro (Argentina) mantuvieron una charla sobre sus personajes donde predominó la -profunda- voz de Silva, que tras una muy interesante introducción sobre por qué durante la dictadura no se desarrolló la novela negra (porque la España franco, en su malogrado afán totalizador, no quería ser reproducida, ni siquiera en ficción, como un nido de crimen y corrupción), platicó largamente sobre de la vida de los principales personajes de sus novelas: una pareja de Guardias Civiles  (de los cuales uno es casualmente uruguayo). De todo lo hablado me quedo con la fascinación de los dos autores por las fronteras como lugares turbios, y el parafraseo que hizo Silva de un criminólogo español: “cualquier asesinato es una cuestión de costo – beneficio”.

Mario Rosencoff, Maria Inés Obaldia, Mario Delgado Aparaín y Vicente Muleiro

Un poco de relación tuvo con con esto de las fuerzas armadas (no entraré en detalles) la última mesa redonda del festival, que por otro lado no fue casual que estuviera programada para el sábado “de nochesita”, como dicen acá. Mauricio Rosencoff y Mario Delgado Aparaín son dos de los escritores más queridos (acérrimos luchadores contra la dictadura, de aquí la relación con las fuerzas armadas) y consagrados de la literatura uruguaya actual, que se juntaron con el argentino Vicente Muleiro en uno de los encuentros más multitudinarios que se vio en todo el festival. La buena predisposición del público y el buen hacer de la presentadora, la periodista Maria Inés Obaldia, contribuyó a crear un ambiente distendido y familiar que los escritores uruguayos, seguro, daban por supuesto. Jugaban en casa. Entre bromas y anécdotas divertidas se desarrolló esta velada llena de complicidad y confianza que trataba sobre “Tics, manías y rarezas de los escritores”, y que alcanzó su momento álgido cuando Delgado Aparaín, tras contar una enternecedora historia y confesar que generalmente escribe y viaja con el cráneo de su perro fallecido, sacó de su maleta y puso sobre la mesa la cabeza huesuda de su querido “Piper”, entre gritos y aplausos del público. La charla terminó con el aplauso más largo y caluroso que ha registrado esta edición del Eñe, y una larga hilera de sonrisas agradecidas.

Andrés Barba (Foto © David Puig)

Aquella charla fue un estratégico acierto por parte de la organización, que hiló fino cuando, para la última conferencia express, citó a Andrés Barba que, entre otras cosas, habló de la infantilización del mundo adulto, en el que priman los sentimientos (irrefutables) por encima de las razones (rebatibles). La última gran frase que pude registrar en el primer piso del CCE fue la siguiente apuntada por Barba, y que refería a las pegas que le ponían en su experiencia como escritor de libros para niños: “la solidaridad en comparación al amor personal es un valor de cuarta”.

Al salir por la puerta de entrada

A las ya muy atractivas actividades que se desarrollaban en el CCE, entre las 18 y las 20 horas de los cuatro días que duró el festival, se sumó el hecho de que cualquiera que entrara, saliera o se paseara por el hall de entrada del CCE se podía topar con un escritor metido en una pecera, encorvado frente a un ordenador portátil, y con una impresora acompañándole (ésta fuera de la pecera).

Horacio Bernardo

Esta acción, titulada “La ciudad encerrada”, situó al escritor y filósofo Horacio Bernardo en un lugar que lo hizo a la vez objeto expuesto y sujeto creador. Él mismo fue un espectáculo que a su vez narraba el espectáculo que son los espectadores, una situación en la que el potencial lector (lo que Bernardo escribía iba saliendo por una impresora y los visitantes podían llevarse el texto) podía ser capturado por la narración que más tarde podía leer. Un work in progress de cuatro días, una narración abierta y participativa, de cual el lector podía seguir el proceso creativo (y quien sabe, quizás aparecer) de una obra que más tarde leería.

Saliendo de la Ciudad Vieja acompañado de un amigo, envueltos en la bruma montevideana, pensaba: “son las once de la noche y me vuelvo para casa con la misma sensación de pesada euforia que tengo cuando una fiesta se me alarga hasta el mediodía”. Así fue el fin de una fiesta que trajo como consecuencia una resaca que me impidió escribir una frase del derecho durante todo el domingo. Perdónenme el retraso.

Genís Veirs   (texto y fotos)

Genís Veirs

Genís Veirs (Guirainga, Brasil, 1974), es licenciado en Bellas Artes por la Universidad de Barcelona, cofundador de un taller literario underground en una casa ocupada del centro de esa misma ciudad, ha escrito es distintos medios de prensa cultural tanto digital como analógica. Actualmente trabaja en una oficina de una ciudad rioplatense, y no ha publicado nada de su propia obra.

4 Comentarios

  1. Me interesa mucho el tema , tengo un blog de noticias de libros y de lectura, me gustaria recibir noticias gracias

  2. Muy interesante, especialmente esa experiencia de escritura «en vivo». ¡Qué coincidencia! Hace una semana me regalaron el libro «Libres y Esclavos» de Horacio Bernardo. El cuento «El tren de los muertos» me atrapó. Seguiré leyendo el resto. Felicitaciones por su artículo.

  3. Hola. Me llamo Rafael. Este año, 2015, estoy haciendo radio web en el CCE en Montevideo. Mi programa se llama Palabras al Viento y me gustaría mucho, que una de las fotografías (la de las letras en la instalación en 2010) fuera mi «carátula». Me parece una idea original… Espero que así lo acepten… Muchas gracias. Rafael Mondon. Conductor de Palabras al Viento. Escritor. Montevideo, Uruguay.

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