A veces el camino a casa conduce al dolor:
“Volvió a hacerse el silencio. Un silencio rendido, neutro, parecido al que deben sentir los astronautas en el espacio, ajeno a la vida de los hombresâ€.
Imbuida de una de las emociones más paradójicas (el anhelo de hogar), una (otra más) parábola sobre la naturaleza, basada en eventos especÃficos que el narrador dice haber presenciado; más allá del hecho real, el documento de ficción, la visión de las consecuencias humanas de luchas sobrehumanas, donde “la sangre lo recorre todo, lo llena todo. Tras el color verde de la selva, tras el color marrón del rÃo, tras el color rojo de la tierra, está siempre la sangreâ€. Para reparar en las infinitas posibilidades que contiene el relato, es necesario, concluida la lectura, volver a empezar, para que el libro entregue sus múltiples significados, para sentirnos iluminados por ellos.
Implica República luminosa (Anagrama, 2018; Premio Herralde de Novela) una nueva entrega, tÃpicamente elusiva, del estilo narrativo del novelista, ensayista y traductor Andrés Barba (Madrid, 1975). Una atmósfera enrarecida permea la sensación de peligro, a la que sumar crÃpticas advertencias y emboscadas “de palabras que hemos pronunciado hasta ahora en susurrosâ€. Libro adentro, “nombrar es otorgar un destino, escuchar es obedecerâ€. Se suceden las escenas de inimaginable depravación. El protagonista no parece tener otro objetivo, salvo el de estar donde no se encuentra:
“No siempre es fácil determinar si lo que nos amenaza tiene más influencia sobre nosotros que lo que nos seduceâ€, apostilla.
Insatisfecho, se refugia en su infeliz cotidianeidad antes de descender a lo irracional.
A medida que continúa el periplo, se acumulan notas de incertidumbre, se apodera del texto lo misterioso, se cuestiona la fiabilidad del interlocutor. No en vano, se sugiere que “la atención de quien tiene miedo es como la atención del enamoradoâ€. La tensión sofocante desemboca en un pulso, que culmina en un aislamiento en el que “de pronto las palabras suenan de una manera distinta, los pensamientos se vuelven emociones, se deja de saber lo que nos ha llevado hasta allÃ, es como una sensación de desarraigoâ€. República supone la claustrofóbica crónica de una búsqueda a cargo de alguien que nunca sale de sà mismo, alguien equivocado que no entiende del todo la historia que cuenta, “un cóctel particular compuesto por una parte de fantasÃa infantil, una de miedo siniestro y otra de expectativa invocadaâ€. Nada en la narración del autor de Versiones de Teresa (XVII Premio Torrente Ballester; 2006) es definitivo: esa misma incertidumbre nos impele a seguir leyendo.
De la expansión urbana a la salud desolada, de la seguridad complaciente al conflicto devastador, República condena todas las formas de solipsismo:
“Todos tenemos un testigo. Alguien a quien secretamente deseamos convencer, a quien todas nuestras acciones están dirigidas y con quien no podemos dejar de dialogar secretamenteâ€.
Describe el ensayista de La ceremonia del porno (XXXV Premio Anagrama de Ensayo; 2007) un viaje al espacio interior donde residen las turbias aguas del alma. Leer supone avanzar, llenando los huecos del discurso, hacia el oscuro corazón del yo:
“Ese testigo no está en el lugar más evidente (…) es alguien banal, secundario en el desarrollo normal de la vidaâ€.
No hay catarsis, parece concluir el autor, mientras trasciende prejuicios autobiográficos mediante ejercicios de prestidigitación que nos impiden resolver los desafÃos.
Todos tenemos una historia que contar. El hecho de escribirla no garantiza que todos la entiendan. Es este un viaje psicológico tanto como geográfico hacia lo inestable de la identidad. A pesar de su impenetrabilidad, se narra aquà el sencillo cuento del que lidia con una pérdida insoportable, mientras navega hacia la madurez:
“Recuerdo muy pocas cosas de las que vi, en la memoria todas forman una gran marañaâ€.
El resultado no proporciona respuestas. El recuento de burlas y conspiraciones conlleva un aviso para navegantes:
“Qué extraña república minuciosa componÃan todas aquellas camitasâ€.
Se sabe que el camino hacia la comprensión conduce a la desilusión. Se solaza la narrativa resultante en la embriaguez de lo complicado. En la fascinación de lo abominable.