En la lÃnea de Literatura de izquierda (2004), o mejor, como la continuación de dicho programa para el futuro de la literatura, nos llega Fantasma de la vanguardia (Mardulce, 2018) de Damián Tabarovsky (Buenos Aires, 1967), un ensayo que toma la forma de manifiesto o de discusión polémica y cuya lectura provoca eso mismo en quien lo tenga entre manos (cosa, por otra parte, que deberÃa conseguir todo ensayo que se precie): un replanteamiento de los postulados con que tendemos a pensar la literatura, su papel en el mercado, su circulación y publicación, y la posibilidad de construir una literatura que desestabilice el presente y dialogue con el porvenir.
Tabarovsky define el fantasma de la vanguardia como una huella que nos visita no desde el pasado sino desde el futuro. Evidentemente no se refiere a la vanguardia como ese periodo histórico que todos acordamos situar más o menos a principios del siglo XX, con sus respectivos coletazos que tal vez no hayan llegado más allá de los años sesenta (si a literatura nos referimos). El fantasma es aquello que ya murió pero que todavÃa permanece, con quien podemos conversar aunque siempre desde el malentendido. Al menos asà deberÃa conversar la literatura con el fantasma del futuro: algo que nos visita como un atisbo del porvenir, una influencia a la inversa, con su angustia correspondiente. Una conversación que ocurre en el seno del lenguaje literario, que es donde verdaderamente debe tener lugar la literatura de izquierda, al menos esa que le importa a Tabarovsky, una literatura que combate el mainstream a través de la digresión, la paradoja y la equivocación. La literatura apela al fantasma cuando “se vuelve radicalâ€, cuando “sospecha de ella mismaâ€.
“El fantasma del futuro toma necesariamente la forma de paradoja. Y si el manifiesto es su contraseña, el manifiesto entonces, el manifiesto como género, es la paradoja misma. O más aún: el manifiesto derrama hacia la literatura. La literatura que nace con el manifiesto se vuelve ella misma paradójica. La paradoja se desenvuelve como lengua, como lengua de la revolución –que en esta serie opera como sinónimo de literatura–: apela en el presente a un fantasma que aún no nació. Conoce un futuro que los demás aún desconocen.â€
A partir de este asunto central, Tabarovsky aborda otras cuestiones, tales como la narración (o relato) como herramienta de control social; si existe una “literatura argentina†como tal dentro de una más amplia tradición literaria escrita en español; hasta qué punto las editoriales llamadas independientes son las encargadas de dar a conocer esa literatura de izquierda que dialoga con el futuro; el debate sobre las traducciones argentinas o españolas o si preferimos las neutras; qué significa ser cosmopolita hoy (algo asà como ser “cosmopolita de la alteridadâ€, ni nacionalista ni globalista); la necesidad de que la literatura entienda que su asunto no es ser espejo de la sociedad (para eso existe la sociologÃa) sino desestabilizar el lenguaje de dicha sociedad a través de la práctica de una sintaxis desestabilizante, o, también, cómo es posible poner al descubierto una memoria del lenguaje y la utilización que de ella hace el poder:
“[…] La historia es un campo de batalla en la que el ganador impone su lengua y luego inmediatamente borra de la memoria que hubo una batalla, para que la lengua se imponga como doxa, sentido común, habla cotidiana.â€
DirÃase que Damián Tabarovsky ha vuelto a construir un discurso que sigue interpelando a los lectores que suelen tener una relación conflictiva con la literatura, o al menos con aquella literatura que el mercado selecciona y que, por lo demás, reafirma esa manera facilona y resignada de habitar el mundo.