Del canon, los best-sellers y el placer del texto

La conciencia de la muerte marca la existencia del hombre en todos sus ámbitos, la condiciona, transforma su sentido, le da valor. No hay motivo, por tanto, para pensar que no tenga una influencia directa también en el modo en que estudiamos la literatura, en la forma de transmitir los conocimientos que creemos necesario que permanezcan para las siguientes generaciones.

No es infrecuente escuchar críticas contra la existencia de un canon de obras clásicas que forman parte de los currículos escolares, como si fuera el resquicio de un mundo conservador y elitista que hay que destruir a toda costa para dejar paso a textos más sencillos, más populares, que lleguen a todos. Se defiende una especie de “democratización” del arte literario justificada por el placer que debe proporcionar la lectura.

Los clásicos son, fundamentalmente, obras que han sobrevivido al paso del tiempo, que nos siguen interpelando porque continúan estando de actualidad. Pero, si esto es verdaderamente así, ¿por qué hay tanta gente que se resiste a su lectura, que los encuentra aburridos, anticuados? Lo que podría parecer a primera vista una contradicción no lo es en realidad.

Efectivamente, tiene sentido considerar la lectura como una fuente de placer, lo que quizás es algo más discutible es una concepción del placer que deja de lado el esfuerzo. En una sociedad como la contemporánea, en que se quiere todo y se quiere ya, se consideran tan solo los placeres que llegan de modo fácil e inmediato. Pero existe otro tipo de disfrute, como el que nos ofrece el arte en cualquiera de sus manifestaciones, que, en ocasiones, exige un entrenamiento, un aprender a ver, a escuchar, a pensar.

Determinadas obras literarias (muchos de los clásicos) tienen una cierta aspereza inicial que los aleja de los lectores principiantes o cómodos, pero, si se dedica el tiempo y la curiosidad necesarios a su comprensión, pueden llegar a tocarnos en lo más profundo de nuestra humanidad de una manera a la que muchos textos más populares no podrían aspirar jamás.

Esto no quiere decir que yo tenga algo en contra de los best-sellers, que los desprecie o que no los lea (por supuesto que lo hago, y con mucho gusto), ni tampoco quiere decir que el hecho de que un libro se venda bien o agrade a un público amplio implique que no tenga calidad literaria, tal como piensan algunos. También me parece absurdo creer que determinados tipos de literatura (la novela policíaca, fantástica, de terror, etc.) sean por definición inferiores, pues, aunque pueda argumentarse que muchas de las obras pertenecientes a estos géneros tienen una tendencia a repetir esquemas y fórmulas, eso es una muestra de un desarrollo histórico concreto y cambiante, y no de la esencia del género en sí.

Hay, sin duda, prejuicios difíciles de erradicar en torno a la calidad literaria de los textos (se entienda esta como se entienda, que sería otra discusión), tanto desde los que defienden un canon casi sagrado y desprecian lo que es popular, como desde los que consideran que el mundo académico se empeña en presentarnos como grandes obras enormes peñazos que solo sirven para justificar la existencia de gurús universitarios que nos digan lo que es legítimo leer y lo que no.

Según yo lo veo, el canon debe entenderse no como una revelación divina que hay que respetar, sino como el consejo de unos amigos cultos que se han tomado la molestia de hacernos, a lo largo de los siglos, una lista de recomendaciones sobre los libros que valen la pena. Es justo y necesario reflexionar sobre su validez y ponerla en cuestión. Pero rechazarla de plano, negarse a uno mismo el conocimiento acumulado en el pasado, perder el tiempo buscando lo que otros ya encontraron antes, es un lujo que no podemos permitirnos, simplemente porque nuestra vida es limitada, y limitada es la cantidad de textos que tendremos tiempo de leer. La conciencia de la muerte nos lleva a escribir historias y es la conciencia de la muerte también la que nos obliga a elegir cuáles de esas historias formarán parte de nuestra vida y cuáles hemos de abandonar en la cuneta.

Natalia González de la Llana Fernández
www.unesqueletoenelescritorio.blogspot.com

*Imágenes de Dominio Público.

Natalia González de la Llana

Natalia González de la Llana Fernández (Madrid, 1975) es Licenciada en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Univ. Complutense, donde obtuvo el Doctorado Europeo. Posee, entre otros posgrados, el Máster en Libros y Literatura para Niños y Jóvenes (UAB) y el Máster en Escritura de Guión para Cine y TV (UAB) . Se dedica a la enseñanza y la investigación en el Dpto. de Románicas de la Univ. de Aquisgrán (Alemania). Además, dirige talleres de escritura creativa y ha publicado la obra de teatro "Dios en la niebla" (2013). Es autora de “Un esqueleto en el escritorio”, Premio RdL al mejor blog internacional 2011.

1 Comentario

  1. ¿Cuanto cuesta en verdad leer los clásicos! Gracias a Claudia y Laurita Zampó formamos un grupo en la biblioteca dedicado a leer clásicos y autores famosos. En conjunto con un grupo de amigos, nos resultó altamente enriquecedor y super agradable.Hasta fue mi comentario de la Divina Comedia » No es tan malo».
    Agrego con respeto a los libros agrego este comentario de Dan Brown
    «El tiempo es un río…y los libros son barcos. Muchos volúmenes parten por la corriente, pero encallan y se pierden en las arenas, Sólo unos pocos, muy pocos, resisten la prueba del tiempo y viven para bendecir a los siglos posteriores»

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