La edición de libros es, por naturaleza, una industria artesanal. De esta manera comienza el primer capÃtulo del famoso texto de Jason Epstein sobre el mundo editorial. Esta afirmación, sin leer lo que viene a continuación, podrÃa parecer algo extraña si pensamos en cómo hoy se comercializan, y se distribuyen, la mayorÃa de bestsellers. Pero ni todo lo que se edita – ni mucho menos – son bestsellers, ni tenemos una idea clara de cuál es el proceso de elaboración de un libro.
Epstein insiste en la idea de oficio. Un oficio que funciona mejor – nos dice – si se realiza mediante equipos reducidos. Pero un trabajo, el de editor, que se ha transformado mucho en los últimos años, que abre muchas oportunidades a la innovación y, por lo tanto, a la mejora de algunos mecanismos que, hasta el momento, eran muy precarios. Y es que las nuevas tecnologÃas siempre han estado presentes en todas las revoluciones importantes, desde Gutenberg hasta la normalización de Internet como uso cotidiano. Pero, ¿realmente estamos ante un cambio de paradigma?
El experto editor es sincero en su exposición. No podemos aventurarnos a predecir qué pasará exactamente en la industria del libro. No somos adivinos y los cambios son tales, y tan rápidos, que parece demasiado complicado hacer conjeturas precisas. Pero lo que sà que podemos es reflexionar sobre cómo entendemos la idea de progreso y qué valores, o simplemente qué mecanismos de trabajo, no cambian con el tiempo. Uno de ellos, por ejemplo, es la vocación. Y alguien que se dedica a este mundo, más allá que le vaya mejor o peor, no lo hace para convertirse en rico en dos dÃas. Ni en tres.
Oficio y vocación. Sólo con vocación se puede entender qué es superfluo y qué no en un oficio donde los responsables han dejado de ser los amantes de la literatura para ser reemplazados por economistas que intentan hacer milagros con los números. Es un problema viejo y complejo. Y es que tradicionalmente se ha creÃdo que toda tarea que la pueda hacer una máquina, ¿para qué la va a hacer un hombre?
Las cadenas de librerÃas requieren volúmenes de ventas muy altos para poder sufragar los gastos de locales gigantescos con empleados que, aunque muchos no estén formados, son demasiados. Por lo tanto, los riesgos han de ser mÃnimos ¿Y cómo hacerlo? Pues por pura, y demasiado dura, estadÃstica. Los editores de hoy saben que no hay tiempo para invertir. Un libro en una gran librerÃa, de media, puede permanecer un mes. No hay tiempo ni para el boca a boca ni para otros medios de márqueting más tradicionales. Portadas atractivas, pósters, anuncios en prensa, intervenciones en televisión… Si no, no hay esperanza para un autor que haya hecho una apuesta algo más arriesgada.
El trabajo del viejo editor era una apuesta de vida, no por un producto. Se creÃa en un escritor, no en una mercancÃa. Y, por lo tanto, la corrección de un texto, su traducción, su maquetación e incluso la elección del tipo de papel era un proceso muy cuidadoso, lento, elaborado. Hoy no hay tiempo. Si se quiere cerrar bien un trimestre, hay que editar. Vender y satisfacer las estadÃsticas. Si hay diez libros en la estanterÃa, seguro que uno se vende. Si hay cien, tenemos diez ventas aseguradas.
Es cierto que este proceso, en una sociedad donde el consumismo se nos ha metido en nuestro ADN, afecta a todas las industrias. No es exclusividad del mundo editorial, ni mucho menos. Pero eso no hace que sea menos grave. Lo que hay en juego, entre muchas otras cosas, es el valor literario – y/o intelectual – de los libros. Y si no hay una alta rentabilidad, ¿para qué queremos calidad literaria?
Otro buen ejemplo que nos ofrece Epstein es la devaluación del “catálogo†que cada editorial podÃa ofrecer. Y es que antes se veÃa el fondo editorial de un sello como su tesoro más preciado. Hoy, invertir en futuro es un error evidente. La búsqueda de lo inmediato es lo que hace cuadrar balances, facturaciones y, en definitiva, beneficios. Pero aquà tendremos que ver qué papel juega Internet. Si, con las innovaciones tecnológicas, hay una importante disminución de gastos en impresión, distribución y mano de obra, ¿quién saldrá ganando?
Lo que parece claro es que, con las posibilidades que ofrece la Red, peligra el rol de intermediario. El autor, con mÃnimos conocimientos informáticos, podrá ofrecer sus obras desde un único sitio web. Ni librerÃas, ni el filtro de los editores, ni distribución. Tampoco excedencias. Con la impresión digital, sólo se imprime lo que se vende de antemano . Con la digitalización, no habrá ejemplares agotados.
Pero no hay que asustarse. La autogestión es una herramienta que, por sà misma, es positiva. Pero autogestionarse no quiere decir encargarse de todo el proceso. Si el autor es responsable, y quiere ofrecer un producto de calidad, buscará los mejores correctores, traductores y maquetadotes. Y, para promocionar su producto, a los mejores publicistas. Es una transformación radical que, sorprendentemente, puede llevarnos al mismo sitio de donde venimos. DecÃa Albert Einstein que si llega una Tercera Guerra Mundial se hará con piedras. Esto es parecido. Los autores tendrÃan su grupo de confianza con los que trabajará sus libros. Porque la mano del hombre es lo único que, ni ahora ni nunca, se podrá sustituir.
Albert Lladó
info@albertllado.com
Jason Epstein
Jason Epstein es uno de los editores vivos más importantes En 1952 creó Anchor Books, que desencadenó la llamada revolución del libro en rústica de calidad. Diez años después, cofundó The New York Review of Books. En los años 80 creó la Library of America, dedicada a los mejores clásicos norteamericanos, y The Reader´s Catalog, el precursor de la venta de libros on-line. En este volumen analiza la severa crisis que afronta hoy la industria del libro -crisis que afecta por igual a escritores, lectores y editores- y profetiza el futuro de una industria radicalmente transformada que revolucionará la idea del libro tan profundamente como la invención, hace cinco siglos, del tipo móvil.
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