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Solórzano-Alfaro: «Espero haber construido una máscara, una fachada, un artificio»

El poeta, traductor y crítico costarricense combina verso, prosa y distintos registros narrativos en su última obra 'Nadie que esté feliz escribe' | Foto: Rebeca Hernández Hasbun

«Â¿Buscás la felicidad? / No estás obligado a escribir. / Bien podrías ser un árbol / movido apenas por la brisa». Estos versos, entresacados de uno de los poemas incluidos en el libro Nadie que esté feliz escribe de Gustavo Solórzano-Alfaro (Costa Rica, 1975), el último publicado, tal vez consigan adelantarnos las pretensiones reflexivas que acucian a un escritor implicado en su propia renovación poética. Poeta, sí, pero también crítico y editor, animador literario en el panorama costarricense así como sabedor de sus entresijos: “He conocido poetas / que al regresar del baño / traían un nuevo libro / bajo su brazo”. A tanta faceta habría que añadirle otra, la de traductor, quizá la que más feliz le haya hecho, al haberse sumado a su historial de publicaciones hace poco La oscuridad intacta. Poemas escogidos del poeta estadounidense Dana Giogia, tan reconocido y premiado por su aportación singular. Y otro apunte: mal entenderíamos a Gustavo Solórzano-Alfaro si lo desvinculáramos de su corrosivo sentido del humor.

Relación “Felicidad / Escritura”: ¿cuál es el problema?, ¿alguno de estos conceptos expulsa al otro?

Definitivamente el libro va de eso y atiende a esa relación problemática. Problemática, sí, aunque mi reacción inmediata fue pensar que no, que no hay ningún problema o no debería haberlo. Ahora bien, no sé si alguno de estos dos conceptos excluye al otro, aunque es lo primero que se nos viene a la mente, lo primero que capta nuestra atención con el título. Se trata de una afirmación bastante categórica y quizá algo temeraria. No puedo explicarla porque nuestra época no es muy dada a los spoilers, los rechaza, así que no puedo aventurar nada más sobre el título, sus implicaciones y de qué modo sus significados se van transformando a lo largo de los 40 poemas.

Spoilers no, pero supongo que sí alguna que otra pista para entender mejor la pretensión del poeta desde el mismo título de su libro…

No puedo omitir el hecho de que el título es prestado y es un homenaje a Manuel Picado, un profesor de teoría literaria, psicoanalista, tal vez la mayor influencia que tuve en la universidad. La frase es suya, y aquí viene el otro asunto, sobre los verbos “ser” y “estar”. Nótese que no dice “nadie que sea feliz”, sino “nadie que esté feliz”. Manuel solía hacer este énfasis, esta diferencia en relación con el oficio de la escritura. Uno no es escritor, uno está escritor, decía; en el sentido de que no es un estado permanente y menos una esencia, sino que es precisamente eso, un estado pasajero, momentáneo. Solo somos escritores (o estamos escritores, más bien) en el acto mismo en el que escribimos; es performativo, como una hacer una promesa. Esa idea está en distintos libros y la han sostenido diferentes autores. Uno de ellos fue Barthes, si mal no recuerdo. Solo gente como Stephen King “es” escritora, porque no para nunca. Bueno, al menos los autores fantasma que contrata.

¿Existen los felices?

No sé quiénes son los felices o quiénes no. Sé, a lo mejor, cuando yo estoy algo feliz, o mucho. Sé que no es posible estar feliz siempre. Considero que la “felicidad” absoluta solo es posible en un estado previo a la cultura o posterior, en el útero o en la muerte. Desde el nacimiento abandonamos el estado natural de felicidad e ingresamos en el reino de la insatisfacción, del malestar. Creo que el libro va de todo eso y a lo mejor de algunas cosas más. Pero también es un poemario de amor, adelanto, pese a que esta etiqueta pueda ser hoy vista con recelo. Es un libro sobre la relación entre la escritura y la vida conyugal…

¿Cómo?, ¿entre la escritura y la vida conyugal?

Desde el título y el epígrafe de Mircea Cărtărescu se plantea esa dicotomía que da pie al mito del “artista como un misántropo”, o como un ser especial o solitario, o cualquiera de las ideas que se suelen relacionar con esa construcción romántica del “genio”: una persona que está por encima de las cosas mundanas y no puede dedicar su tiempo a su familia, a sus seres queridos, a quienes termina destruyendo o sacrificando, en pos de su “gran obra”. Ese es el material típico de la mayoría de biopics sobre artistas o grandes pensadores y personalidades científicas. Una completa basura… Pues en este poemario me planteo eso, expongo esa posibilidad, afirmo que sí es posible vivir con una pareja o tener vida familiar y dedicarte al arte. No hay nada de especial. Hoy vas y das clases o te presentás a la oficina o a la fábrica o a tu negocio propio o pasás el día en un parque y luego regresás a tu casa y ahí está tu vida, o una parte fundamental, tan valiosa y necesaria como todo lo demás que usualmente consideramos sueños o realizaciones. Pensar otra cosa e imaginar una misión trascendente para tu oficio es perder el tiempo y de verdad arruinarte la vida y arruinársela a los demás.

El libro fue publicado fuera de Costa Rica y ya va por su segunda edición. ¿Es un éxito?

Nadar contracorrientes

Sí, total (risas). No le demos muchas vueltas al asunto. El éxito se mide por la cantidad de ventas y por la cantidad y calidad de reacciones (comentarios, reseñas, notas, etc.) y creo que en ambos apartados cumplió las expectativas. Claro, si vemos los números hay que entender que todo es en una escala sumamente modesta. Pero aquí viene el asunto: estoy casi seguro de que la mayoría de poemarios (especialmente en ediciones independientes o de autor) no superan tirajes de 150-300 ejemplares o difícilmente alcancen los 50 vendidos. Tiro números al azar, pero podrían ser mucho menos. De igual manera, prácticamente nadie habla al respecto y ver una reseña –al menos en Costa Rica– es una rareza impresionante. Queda feo decirlo, pero da la casualidad de que en este país soy de las poquísimas personas que en algún momento escribe reseñas. Pero entonces, el caso es que entre reseñas, entrevistas y notas periodísticas en medios impresos tradicionales y digamos reconocidos Nadie que esté feliz escribe alcanzó cuatro, más otras tantas en medios electrónicos y otras tantas entre poemas y reseñas en revistas electrónicas internacionales. Además, se habló del libro en redes y el título se ha fijado un poco en la memoria, por lo menos en la memoria colectiva del pequeño medio local (risas). Incluso se hacen memes al respecto, y si hoy día hay una manera de medir el “éxito” es que te conviertan en meme (risas).

Y sí, el tiraje completo se vendió y en esta segunda edición sucedió igual. Todo esto me emociona. Es poco. Claro. Pero ¿cuánto es poco, realmente? Para mí esto es increíble. Insisto, la idea del éxito en literatura es algo sumamente frágil y total y absolutamente modesta. Difícilmente puedo imaginarme otro escenario donde venda mil ejemplares en una semana o sea el invitado principal a dos o tres de las ferias o festivales más importantes del mundo. Eso no pasa y no va a pasar. Pero de nuevo, esos casos son la excepción.

Publicado en Chile, ¿verdad?

El libro se publicó en Santiago de Chile, sí. Lo acogió un sello independiente dedicado a la literatura, Nadar Ediciones, que tiene un sello hermano, Eleuterio, concentrado en textos de ciencias sociales, filosofía, política y humanidades. Su director y editor es Diego Mellado. También forma parte del equipo Maxi Astroza-León. A Diego le estaré eternamente agradecido. De verdad no puedo imaginarme por qué razón un sello de otro país puede utilizar sus recursos en un poemario de un autor desconocido. El trabajo de edición fue primoroso. La cubierta tiene un dibujo de Aerolo Nebulaes, el nombre artístico de un pintor chileno… En 2017 salió la primera edición, en Chile, y Nadar pudo tenerlo en varias ferias. También, está disponible la versión electrónica en el Sistema de Bibliotecas Públicas de ese país. Aquí en Costa Rica puedo decir que fue un “éxito”, también, porque algunas librerías aceptaron comprarlo por adelantado y gracias a eso se pudo importar. Para ese entonces se había consolidado un circuito independiente, conocido como “las pequeñas librerías”, que recorría San José de este a oeste, conformado por Libros Duluoz, La Librería Andante, Frantz & Sarah y Buhólica. Las cuatro librerías lo distribuyeron y se agotó. Lo presenté en Libros Duluoz, o en el Café Rojo, específicamente, que era la librería contigua, pues ambas compartían una hermosa casa antigua en barrio Amón, en el centro de la ciudad. Luego también lo presenté en Buhólica.

Y bueno, digamos que aun así quedaba un pequeño segmento de mercado por cubrir (risas), entonces decidimos hacer una nueva edición, con tapa roja, para celebrar el cuarto aniversario y quitarme las ganas de tener ese color, que fue uno de los que probamos en la primera edición, antes de decantarnos por el blanco. Y es que incluso se hizo encuesta en redes sociales, para escoger el color. Fue parte de generar una expectativa y de que el público se fuese identificando. Esta segunda edición es exclusiva para Costa Rica y de nuevo conté con el apoyo de Duluoz y La Andante, así como de Samoa, una revista y librería online. De nuevo, ya se agotó. Así que sí, en fin, pese a la contradicción, pues muy feliz (risas). Y lo vuelvo a decir: mi gratitud con Nadar y con Diego Mellado es eterna. Es un sello fabuloso. Préstenle atención.

Pero este sistema suele ser el normal en cualquier parte, sobre todo con pequeñas editoriales…

Totalmente. Esta anécdota personal pueda ser similar a lo que experimentan otras personas en otros países, respecto de la recepción de su trabajo, pero por eso insisto en que en el mundo de la literatura solo se puede hablar de éxito en términos muy modestos o señalando las circunstancias particulares. ¿Qué es un sello editorial independiente o pequeño o artesanal? Lo que sé es que el panorama ha cambiado mucho en toda Hispanoamérica, y en España, por ejemplo, es particularmente notorio. En lo que llevamos del siglo XXI, especialmente del 2010 a esta fecha, el ámbito de “librerías pequeñas” o “editoriales independientes” ha tenido un giro fundamental, una presencia inusitada. Sí, ahí están Planeta y Penguin, o Anagrama, para el caso, pero para mí, y estoy seguro de que para mucha gente del medio editorial, librero y literario también son más importantes Impedimenta o Pre-Textos o Acantilado, con lo cual podríamos entrar en una discusión sobre las dimensiones de dichos sellos. Pero bueno, no sé si me he ido por la tangente…

La mayoría de poemas de este último libro tuyo se centran en historias que les ocurren a otros. ¿Se teme el poeta a sí mismo?

Es interesante, porque yo más bien diría que es quizá mi libro más personal. Pero si vos sentiste que gira en torno a “historias que le ocurren a otros” significa que logré parte de mi objetivo. Eso quiere decir que no me quedé mirándome el ombligo y que es posible que otras personas, en otros lugares, sientan una conexión con el material. Para mí esto fue muy importante. Hubo un esfuerzo consciente por dejar definitivamente atrás cualquier rasgo de trascendentalismo, algo que ya había logrado en parte en mi libro anterior (Inventarios mínimos, 2013) y superar al mismo tiempo las limitaciones del discurso egotista, confesional, de la poesía de la experiencia.

¿A qué te refieres con eso del “trascendentalismo”?

Pre-Textos

Fue un movimiento poético que se generó aquí en el país en los años 70 y que ha tenido mucha influencia desde entonces. Se trata de un estilo sobrecargado, ampuloso, de tono metafísico. Nada que ver con el movimiento homónimo en Estados Unidos, hay que aclarar. Yo empecé con ellos en sus talleres, a los 18 años, pero nunca fue mucho mi estilo; sin embargo, aprendí sus manierismos y mi poesía de juventud está llena de ellos. Rápidamente abandoné el grupo y esa estética y desde entonces he estado en una búsqueda. Pero en la otra acera, la poesía coloquial también era una moda en realidad ya superada, con varias décadas, que seguía siendo vista como la respuesta y para mí no lo era. Estaba seguro de que había algo más. Mi cuestionamiento, entonces, era cómo congeniar el tono íntimo o lírico con esa poesía conversacional. A la vez, cómo jugar con diferentes músicas y ritmos. Eso quiere decir que este libro es también una reflexión sobre la poesía misma y es un libro consciente de sus recursos métricos (de ahí que haya verso libre y blanco, versículo y poemas en prosa). Busqué superar entonces una serie de dicotomías necias de la poesía contemporánea. Aunque tal vez el necio sea yo, por semejante ambición (risas).

Por otra parte, en los últimos años la autoficción, una idea que me resulta absurda y obvia, se puso de moda, entonces también quise escapar de ella; pero ahí está la clave. Para lograrlo me zambullí de lleno en una experiencia muy íntima y, precisamente, muy personal. ¿Qué pueden saber de mi vida quienes me lean? ¿Qué se puede comprobar como un “hecho real” o no? Ahí hay límites que son ambiguos, que se corren. Es imposible saberlo o definirlo. Mediante la fórmula “yo” o “esta es mi vida” espero haber construido una máscara, una fachada, un artificio, que puede ser cualquier persona, cualquier vida. Uno de los ejemplos donde aparece todo esto es “Porno: memorial de Belladonna”.

Con este último libro y el anterior que citaste más arriba, ¿podría interpretar que me estás hablando de un Gustavo Solórzano-Alfaro como un poeta primero y otro después, ahora, otro posterior?, ¿como una especie de Wittgenstein en filosofía? Si los tiros van por aquí y no ando malinterpretando es algo difícil, un poeta que reconoce públicamente su propia reconversión, al menos no algo usual. En tales casos los poetas tienden a esconder su pasado…

Sí, sin duda. Me atrevo a decir que hay dos personas diferentes, dos escritores diferentes. No es gratuito que mi primer libro, publicado a los 19 años, esté firmado solo como “Gustavo Solórzano”. Con eso sí reconozco que he sido negacionista (risas). Pero fue sobre todo por lo que voy a contarte. Eso sí, debo decir que con el tiempo me he ido reconciliando con la idea de que ese libro existe. No voy a perder nada por ello.

Recuerdo que cuando gané un concurso con mi segundo libro, Las fábulas del olvido, me enfrenté a mi primera experiencia editorial verdadera, porque aquel primero fue una autopublicación. Durante la corrección de pruebas de ese segundo libro, cambié mi nombre a “Gustavo Solórzano Alfaro”. Desde ese momento decidí que mi nom de plume contendría ambos apellidos. El editor me reconvino y me advirtió que a partir de ese momento se trataría de dos autores. No comprendí del todo la implicación, hasta después. Para empezar, claro, en las entradas bibliográficas sería dos autores, no el mismo. Y aprendí entonces, también, la importancia de respetar el nombre que cada artista escoge. Pese a eso, la gente siguió llamándome “Gustavo Solórzano”, y hasta el día de hoy. Decidí entonces agregar el guion, al estilo francés, para apellidos compuestos. Una práctica colonial, evidentemente, que nos imponen los gringos a los latinos para aparecer en sus revistas. Si no está ese guion, pues solo ponen el primer apellido. Ni modo. Pensé que de esa manera, quien tuviera un poco de cuidado e interés, a partir de ese momento trataría solamente con “Solórzano-Alfaro”. Pero igual, ha sido infructuoso (risas). En el día a día sigo siendo “Solórzano”. No sé cuántos carteles de lecturas y actividades he pedido que corrijan (risas). En fin, ya veremos si cuando sea tenga 70 el nombre completo habrá calado (risas).

¿Hablas de transformación del mismo poeta en otro poeta?

Todo ese preámbulo era para reafirmar lo que decía. Sí, ha habido una transformación. No veo problema en aceptarlo. Es parte de mi historia. Tal vez si supiera que ocultándolo me ganaría el Nobel a lo mejor me vendería (risas). Cuando saqué 25 x 25, una compilación de poemas, en la nota de presentación conté parte de mis inicios y mi relación con el Círculo de Poetas Costarricenses. El editor me aconsejó que mejor lo quitara. Pero no vi la razón. ¿Hubiera valido la pena? Ese es el asunto. ¿Qué puedo ganar negando que fui trascendentalista? Y más aún, ¿qué voy a perder en un oficio de por sí signado por el fracaso? Así que ahí está: he querido que se evidencie mi trayecto, mi proceso.

¿Qué es para ti la poesía, o qué debe ser? ¿Cuándo podemos decir que nos encontramos ante un buen libro de poesía?

No se vale. Dos preguntas imposibles en una sola (risas). Te lo pongo en forma de preguntas: ¿la poesía es una manera de huir de la realidad diaria, de la cotidianidad? ¿Es acaso una forma de conocimiento, una manera de pensar específica y particular? ¿Una manera de entender el mundo, de encontrarle sentido, al menos momentáneo? ¿Un puente, una forma de comunicación? ¿Un acto de descubrimiento, un camino para alumbrarnos a nosotros mismos, tal vez? Quiero decir, cuando leo aspiro a encontrar una palabra revelada, y aspiro a que alguien encuentre lo mismo en lo que yo escribo. No tengo idea de qué es una revelación, no sé cómo conseguirla. Es tan solo una intuición.

Y con esto empiezo a pensar en la segunda parte de la pregunta: ¿cuándo nos encontramos frente a un buen libro de poesía? Es algo intuitivo. Sobra decir, también, que subjetivo. Pero creo que no se puede negar cuando uno encuentra ciertos valores: el trabajo se nota, un proyecto coherente se nota, una idea se nota. Al menos eso es lo que falta en la mayoría de poemarios: no hay riesgo, el pulso es lento, las experiencias son planas, las mismas de todo mundo. A veces se nota la pereza. O simplemente la ingenuidad. Pareciera que quien escribe no se ha planteado con seriedad lo que hace. De nuevo, eso es subjetivo. ¿Cómo medirlo? He ahí el problema. Pero pongámoslo así: si aparte de unos cuantos poemas en sus libros los poetas nunca han expresado una sola idea, o una sola idea interesante, al menos, ¿qué nos pueden ofrecer en esos libros? Quien escribe está reflexionando sobre su oficio y sobre el quehacer de las demás personas constantemente, y no solo de forma privada. No, lo hace de forma pública. Pero la mayoría de poetas está muy ocupada mirándose el ombligo y gastando su tiempo en saludar y enviar abrazos y felicitaciones vacías a sus colegas. Pero ¿pensamiento, reflexión, crítica, ideas? Nada de eso. Y esa actitud se ve reflejado en la calidad de los poemarios. Todo eso se nota. Y demasiado. Te aseguro, o más bien, me adelanto a una reacción a esto que digo: algunos se excusarán y dirán que “no todos pueden ser críticos”. A esos les digo: cierto, no todos, pero algunos cuantos deberían.

¿Cómo te ves dentro de la poesía de tu propio país, de Costa Rica? ¿Eres crítico con ella? Pros y contras.

Claro que soy crítico con ella. Esto que acabo de señalar aplica para toda Hispanoamérica, pero va dirigido sobre todo a mis coterráneos, pues a fin de cuentas es lo que tengo más a mano.

¿Cómo me veo dentro del panorama poético de mi propio país? No sé. Tengo que seguir insistiendo en que cualquier logro es de alcances modestísimos. Es que no me siento cómodo hablando de ciertas cosas. Quizá alguien más debería decir si tengo un espacio o no lo tengo. Vos mismo, por ejemplo, que has estado por aquí y que has conocido parte de la movida literaria y a varias de sus figuras. Me pongo en el papel de entrevistador: ¿dónde me ves? (risas).

Ya voy para 47 años. Hace mucho dejé de ser un “autor joven”, sea lo que fuera que eso signifique. Entre 1993 y 2000 estuve muy activo y conocí a la gente de mi edad que como yo daba sus primeros pasos. Luego, desaparecí por siete años, prácticamente. Regresé a la escena local en el 2007, en medio de la euforia de los blogs, o gracias a ellos, y casi sin querer armé un escándalo (risas). Después de 14 años algo se me reconoce, algún tipo de valor se le da a lo que digo. O bueno, al menos también hay gente que no está de acuerdo y eso ya es un gran avance. Me ven como crítico, como editor, pero se siguen arrastrando una serie de prejuicios contra mi poesía. Pero no importa. A estas alturas no me preocupa. Curiosamente a cada rato me llegan solicitudes de gente, conocida y no conocida, muy joven o no tan joven, para que lea sus poemarios o sus novelas y les dé mi opinión. Eso me halaga y a la vez me divierte un poco. No puedo evitar preguntarme ¿por qué mi opinión podría importarle a alguien? Y bueno, tampoco puedo negar que a veces me canso de todo y desearía no escribir ni decir nada más sobre asunto alguno. Pero como la rana René del meme, después se me pasa (risas). Y sí, es por eso, soy muy crítico con lo que hacemos aquí, en todos los niveles: el tipo de libros, la cultura editorial, los proyectos literarios, la falta de crítica y demás. A todo eso hay que darle más cuerpo, más volumen, más peso. No sé si es una ingenuidad seguir pidiendo eso o esperando eso a estas alturas, cuando el nivel ya hace rato debería ser otro.

Quizá en España, incluso aportando todos estos datos sobre ti y tu escritura, a alguien le pueda sonar más tu nombre por tu última publicación en Pre-Textos, una traducción de poemas de Dana Gioia… ¿Qué ha sido lo más destacable de esta experiencia? ¿Tienes particular interés por la traducción?

Sí, tuve la suerte de publicar La oscuridad intacta, una edición y selección de poemas escogidos del escritor estadounidense Dana Gioia con Pre-Textos. Manuel Borrás Arana es un tipazo y le estaré eternamente agradecido. El primer correo que me respondió fue un rechazo. Pero yo quedé contentísimo, porque solo cosas positivas me dijo. Básicamente había algunos aspectos por considerar. Lo increíble es que semanas después me volvió a escribir, de nuevo muy entusiasmado y me dijo que sí, que lo iban a publicar. Así que desde el principio fue una gran experiencia. Claro, esto empezó con la oportunidad de haber conocido a Dana y poder trabajar con él. No nos hemos visto personalmente, pero trabamos una muy buena amistad. Prácticamente conversábamos a diario. Fue un privilegio estar inmerso en sus textos y conocer de primera mano su proceso de trabajo. Para mí fue la oportunidad de desarrollar una faceta que hasta ahora manejaba más de forma privada o meramente en redes. Me refiero a la traducción. Desde hacía muchos años traducía canciones, algo que me apasiona. Pero con la obra de Dana quería meterme por primera vez en un proyecto grande, serio, y me siento muy satisfecho con el resultado. ¿Puedo decir que soy un traductor. No sé. Pese a tener este libro, el síndrome de impostor me gana. Siempre digo que no sé inglés, lo cual es cierto, así que me siento muy inseguro, pero el libro me generó confianza.

Sin embargo, y por lo que sé, continúa empeñado con más traducciones…

Otro autor del cual he traducido bastante es Leonard Cohen. Pero pierdo las esperanzas de ver el trabajo publicado. Primero, asumo que conseguir sus derechos es más complicado, pero además tiene un traductor oficial que además fue amigo suyo, un compatriota tuyo, Alberto Manzano, que hace unas traducciones horribles, por cierto. En lo que estoy ahora es en la traducción de un par de libros del también estadounidense Mark Wunderlich, que saldrá publicada por Espiral, un sello costarricense independiente.

¿Cuál dirías que es el grado de satisfaccción personal tras estas últimas publicaciones tuyas ?

Ese libro de Gioia ha sido quizá mi experiencia literaria más satisfactoria, junto con Nadie que esté feliz escribe, por supuesto, mi aceptación de la felicidad (risas), y del amor, “ese chunche viejo de la poesía”, como digo en uno de los textos. A fin de cuentas escribir va un poco de eso; o como sugiero en otro de los poemas, escribimos porque “aspiramos a ser leyenda”.

Antonio Jiménez Paz

Antonio Jiménez Paz (Islas Canarias, 1961), es autor de los poemarios Los ciclos de la piel (Ed. La Palma, 1992); Tratado de ornitología (La Calle de La Costa, 1994). Diario de la distancia (Huerga & Fierro, 1996) y Casi todo es mío (Baile del Sol, 2008). También ejerce la crítica y publica reseñas literarias.

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